Desconozco las razones concretas por las
que el Premio dejó de existir, pero las sospecho. La última vez que se entregó,
correspondiente al período 2002-2003, fue atribuido a La Casa de Las Américas
(?) y a Nadia Al-Jurdi Nouaihed (?), una supuesta escritora libanesa que vivió
diez años en Venezuela, y cuyo único aparente mérito es el de haber escrito la
primera biografía de Simón Bolívar en árabe. Por una parte el Premio estaba
cayendo en desprestigio; por otra, aparentemente no lograba el consenso del
gobierno bolivariano; pero, lo más fundamental de todo, era que los premiados
anteriores empezaron a expresar dudas sobre la legitimidad del gobierno que lo
otorgaba. Y aquí es dónde las cosas se ponen bonitas, porque el rol de los
premiados, su estatus, su dimensión, su prestigio, era y es impresionante:
entre los premiados constan, nada y más y nada menos que Nelson Mandela(1983),
Vaclav Havel (1990) o San Suu Kyi (1992).
Mandela, Havel y San Suu tienen una cosa
en común. Son los presos políticos más famosos de la historia mundial reciente.
Todos pasaron décadas presos y después ejercieron cargos políticos de primera
línea. Mandela y Havel, fueron presidentes de sus respectivos países. San Suu, después
de pasar 14 años y algunos meses presa (¡la vida es un chiste!) fue liberada
hace un par de años, se postuló al Parlamento y fue el político Burmano electo con más votos en la historia de su país.
Ironías de la historia, el parlamentario venezolano más ampliamente votado en
nuestra historia también es una mujer, la Sra. María Corina Machado. Más
irónico resulta aún que la Asamblea Nacional la destituyó a la fuerza de su
cargo. Nuestro parlamentario más legítimo tiene interdicto su acceso a la Asamblea
por una supuesta incompatibilidad internacional de funciones políticas. Y no sé
cuántas decenas más de supuestos delitos e incompatibilidades mientras tanto se
le habrán imputado. Tiene juicios políticos pendientes y la mejor recomendación
que le podría dar a la Sra. María Corina es que no se defienda, acepte todas
las acusaciones estrafalarias que se les ocurra a nuestro Desgobierno Nacional.
Declárese culpable de todo. Pero
principal, y sobre todo, asegúrese de que la metan presa. Porque, créame, rinde puntos, la prisión da
muchos créditos. Sobre todo en los países que, como en Venezuela, el sistema
judicial es títere de algún gobierno demencial, tiránico, desquiciado. Porque
ya no sabemos cómo calificar, cómo describir
éste régimen que tenemos.
“Lo de Venezuela ya es pornográfico”,
sentenció recientemente el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti refiriéndose
al gobierno del Sr. Maduro. ¡Ironía adicional de la vida, Sanguinetti fue otro
de los premiados con el Simón Bolívar de la UNESCO! Por estas y otras cosas más,
ya no existe el Premio Simón Bolívar, como tampoco existe café y azúcar en un
país que los produce. El Premio Simón Bolívar ya no existe porque el gobierno
BOLIVARIANO no se pone de acuerdo con la UNESCO sobre a quién entregárselo. Y
los que lo recibieron, cómo Sanguinetti, con mucho gusto lo devolverían.
Lo que voy a decir es de un cinismo maquiavélico de
lo más perverso, pero no por eso deja de ser cierto: una de las mejores cosas
que le puede pasar a un político de notoriedad que se opone a un régimen
despótico, es que lo metan preso.
De preferencia muchos años, aunque
algunos mesitos pueden llegar a ser de mucho provecho. En los pocos meses en
que estuvo preso, Hitler le dictó a Rudolph Hess sus memorias, ensopadas con sus
aberrantes convicciones ideológicas, mientras bebía sorbitos de champán. Un
juez pro nazi lo encarceló en una especie de palacio privado, al que todos los
simpatizantes y disidentes llevaban delicatesen y manjares para conocer a ése
audaz joven Bávaro. Hitler no podía escribir “Mein Keimpf” con sus propias
manos porque las tenía manchadas de sangre. Estaba pagando una pena de prisión
simbólica por su disparatado golpe de estado, el Putch de Munich, en el cual
murieron dieciocho personas.
Entre 1933 y 1945 “Mi Lucha”, un libro
básicamente escrito por Hess (porque Hitler nunca escribió nada) fue el libro
más vendido de Alemania. Todos los años se publicaban millones de ejemplares, y
supuestamente Hitler pagaba su vida privada, sus mansiones (su archí famosa
Mansión del Lobo), sus Mercedes descapotables y sus aviones privados, con los
derechos del libro. ¡Pónte a cree! Regalar “Mi Lucha” a los novios en su boda y
a los estudiantes en el día de su graduación se convirtió en una tradición
aria. Nada ayudó más a Hitler que esos meses de prisión burguesa que invirtió
en escribir un librito. No solo escribió el libro sino que conoció a muchísima
gente y con ellos empezó a organizar su carrera, que hasta ese momento no
pasaba de discursante en tabernas y cervecerías de Munich. Terminaría por ser
el más directo responsable de la muerte de 50 millones de personas, la
personalidad política más nefasta de la historia. Aunque gracias a esos 50
millones de muertos la Civilización se aferró, más que nunca, a los principios
democráticos de respeto por la libertad y las instituciones. El mundo
contemporáneo está plagado de contradicciones e injusticias, pero se niega
rotundamente a aceptar la intolerancia y el totalitarismo, porque nos negamos a
olvidar el Armagedón causado por el Nacional Socialismo. Esa atrocidad
abominable, inconcebible, sucedió ayer. Y para recodarlo aquí estamos los
intelectuales inútiles de este mundo.
El 4 de Febrero de 1992 el Sr. Hugo
Chávez fue el principal autor de otro disparatado, carnavalesco, grotesco, golpe
de estado, orquestado con improvisación y delirio. Fácilmente desmontado al
cabo de unas horas, al día siguiente el ministro de la defensa anunció que
habían muerto catorce personas en la intentona loca. Por supuesto que la
intención del ministro era la de minimizar la extensión y magnitud de los
daños, porque las cifras reales de muertos fueron cerca de cincuenta. Tanto
para Hitler cómo para Chávez, sus primeros golpes, que no pasaron de descabelladas
mascaradas militares, les valieron sus primeras decenas de muertos. A
diferencia de Hitler, que arrasó con un continente y masacró naciones enteras,
Chávez, humildemente, dentro de sus limitadas capacidades (aunque nunca
disimuló sus megalómanas ambiciones internacionales), se limitó a destruir un
país. Lo interesante es que el Sr. Hugo Chávez también le sacó el máximo
provecho a su estadía en la cárcel. A diferencia de los actuales presos
políticos venezolanos que están incomunicados, y a quiénes no se les permite ni
siquiera la visita de ex presidentes latinoamericanos en diligencias
diplomáticas semioficiales, a Chávez se le permitió acceso irrestricto a
tutilimundachi. Y todo el mundo, toda la disidencia de izquierda venezolana,
quería conocer a ese audaz joven Barinés. Al igual que Hitler, Chávez nunca
escribió nada; ni siquiera le dictó a un secretario amanuense, las bravuconadas
patrioteras que le pasaban por la cabeza. Pero, igual que Hitler, conoció a
mucha gente, ciegamente dispuestos a ver en él a un líder. Gente que lo
convenció a adoptar una postura diferente, un posicionamiento político menos gorilesco,
y que se reveló absolutamente fundamental: tomar el poder, sí, pero por la vía
institucional, constitucional, de las elecciones libres.
La denostada, vilipendiada IV República
Venezolana, la Venezuela de entre 1961 y 1999, era una república democrática.
Con todas sus imperfecciones y errores, que fueron muchísimos, Venezuela fue un
país democrático, la Meca de la democracia por la que clamaban el resto de los
países latinoamericanos.
Y para muestra, dos botones. El primero. El
día 4 de Febrero de 1992, de cara a la intentona, Carlos Andrés Pérez dictó
estado de suspensión constitucional. Pero, porque se trataba de una democracia,
convocó para el mismísimo día siguiente una reunión extraordinaria del Congreso
para que le rectificaran la medida. Se esperaba que fuera inmediatamente
aprobada por unanimidad pero, inesperadamente, Rafael Caldera, miembro
vitalicio del Senado en su condición de ex presidente, subió al podio y dio un
discurso sorprendente, que fue su puntapié de salida para optar a su segunda
presidencia, que acontecería dos años después. El Sr. Rafael Caldera, una de
las personalidades más nefastas que conoció la historia venezolana, se subió al
podio y aunque condenó el golpe, justificó sus razones; de alguna forma lo
avaló. Buscaba capitalizar el descontento popular, y la incomodidad de la
izquierda, en favor de su beneficio político personal. Y lo hizo. Sabiéndolo o
no, pretendiéndolo o no, ése 5 de Febrero, en un discurso televisado en
directo, condenó el destino de Venezuela. Dos años después ganó las elecciones
e indultó a Chávez. Venezuela era un Estado democrático y por esa razón, Carlos
Andrés Pérez convocó el Congreso para el día 5 de Febrero. Ése es el primer
botón.
El segundo. Pese a la convulsionada
situación de la Venezuela de entonces, liderada por Caldera en lo que entonces
se llamó “el chiripero”, una alianza de fuerzas políticas minoritarias e
irreconciliables, el país continuó siendo una democracia hasta 1999, dejando
que el Sr. Hugo Chávez hiciera una campaña electoral mínimamente limpia,
permitiéndolo ganar las elecciones presidenciales. Nadie niega que el Sr.
Chávez ganó ampliamente las elecciones de 1999. Pero las ganó gracias a unas
condiciones, a unas premisas democráticas, que hoy no existen, ni siquiera de forma
rudimentaria. Las ganó porque existía libertad de tránsito y agrupación;
libertad de manifestación y concentración política; libertad de opinión y
expresión; multiplicidad de órganos de comunicación independientes; radio
comunicación y prensa libres;
y por encima de todo, la
pseudo decadente IV República garantizaba un marco constitucional (que aunque
no era comparable a los niveles de transparencia de las democracias europeas)
aseguraba mínimamente cosas tales como la representatividad de las minorías, y
la sacro santa división de Poderes, sobre todo la independencia de las
instituciones de control, organización y auditoría Electoral. Hugo Chávez ganó
legítimamente sus primeras elecciones porque él para entonces Consejo Supremo
Electoral, le garantizó sus derechos políticos, de forma justa, mínimamente
imparcial, ecuánime e independiente.
Yo no voté por Chávez porque para mí
“militar” y “político” son conceptos que en democracia son inmiscibles, aceite
y vinagre, imposibles de armonizar. No porque los militares sean
antidemocráticos (algunos sí y otros no, cómo todos nosotros en la vida), sino
porque ejercen funciones que son opciones de vida incompatibles. Cómo querer,
hoy día, 2015, ser un sacerdote católico estando casado. Puede que esto venga a
cambiar (y es más, ojalá cambie) pero hoy día, si optas por ser sacerdote
renuncias al matrimonio, y si optas por el matrimonio renuncias del sacerdocio.
Pero una inmensa mayoría de la población venezolana
en 1999, incluyendo a muchos de mis amigos con pensamiento social progresista,
vieron en Chávez una opción democrática esperanzadora. Que no solo pronto se
desvaneció. Sino que se convirtió en una inmensa nube negra y opresiva de gas
lacrimógeno, que el 99% de los venezolanos, integrantes de manifestaciones o
simples habitantes de nuestra casita, hemos olido. Porque el nivel de opresión
es tal que el gas lacrimógeno ha llegado a casi todas nuestras casas, locales
de trabajo y vías de tránsito.
¿Cómo hemos
llegado aquí? ¿Cómo hemos llegado a ésta que es la peor catástrofe de la
historia de Venezuela? Ésta Venezuela en la que sólo podemos comprar alimentos
básicos, tales como carne, arroz y leche, una sola vez por semana, y cuándo lo
vamos a hacer, después de interminables colas que duran horas, no los
conseguimos, porque su supuesta disponibilidad es un espejismo creado por el
Gobierno, una descomunal mentira. ¿Cómo hemos podido llegar a este país en el
que gastamos mitad del tiempo de nuestras vidas intentando negociar el precio
de la harina, el café, el azúcar, intentando casi desesperadamente conseguir
papel higiénico, jabón, champú?
Hoy día ser
madre de un bebé en Venezuela es un drama, porque no existen pañales,
termómetros, fórmulas maternas, ni siquiera la leche completa, la común y silvestre,
sea líquida o en polvo. Leche, no existe, sencillamente no la hay. Y esas
madres y padres, familias enteras, viven una odisea de realismo mágico,
buscándose el primo de un cuñado que tiene un amigo que trabaja en un
Ministerio Público, al que todas las semanas llegan unos camiones sin
identificación que traen leche, arroz y pasta para los “funcionarios comprometidos”,
“los camaradas revolucionarios” y los “patriotas cooperantes”.
No estoy
hablando de oídas, de lo que escuché que una vez alguien se lo contó a un
conocido mío. Estoy hablando de lo que sé, por experiencia propia y directa.
Uno de mis “trueques” (porque hoy día, en Venezuela, tenemos un sistema
monetario y cambiario tan estrambótico y absolutamente desfasado de la realidad
que nos hizo perder la noción del valor monetario común de las cosas, el
sentido básico de la Moneda inventada hacia milenios en Lidia, y vivimos una
economía pre histórica de trueque), uno de mis “trueques”, decía, lo hago con
mi vecino Juan Carlos. Yo le doy acceso gratuito a televisión por cable e
Internet (porque él hace cuatro años pidió una línea telefónica a la empresa de
telecomunicaciones del Gobierno y todavía está esperando), yo le doy mis
accesos, decía; y él a mí me da pasta, arroz y azúcar, porque su esposa tiene
un hermano que trabaja en un organismo del Gobierno dónde llegan camiones con
comida. ¡Bits for bites! Literalmente.
Venezuela NO está al borde del colapso. Está AHORA
MISMO colapsando, se está desmoronando, desintegrando, destruyendo.
El colapso no
es solo el estallido, el que de una forma u otra vendrá, y que todos estamos
esperando. Ése será tan solo el punto final. O un punto y aparte, porque la Historia
va a continuar, y la reconstrucción, que durará por lo menos lustros si no
décadas, va a ser durísima y dolorosa, con sacrificios sociales y políticos de
todo tipo. Que nos agarre preparados.
¿Cómo hemos llegado
hasta aquí, y tan rápido? ¿De ser uno de los países más prósperos y más
democráticos de América Latina, cómo hemos pasado a ser uno de los más pobres y
más despóticos en menos de cuarenta años?
La Historia
es un proceso continuo, un fluir 24/7, con miles de actores y millones de
circunstancias. La Historia propiamente no existe, sino sus interpretaciones y
versiones. “La Historia es la versión de sus vencedores” creo que lo dijo por
primera vez un viejo cascarrabias que se fumaba una caja de habanos y se tomaba
una botella de whisky por día, un viejo indoblegable que se hartó de cometer
errores garrafales como Galipoli, pero también algunos aciertos, un viejo
llamado Winston Churchill. De ese fluir de acontecimientos, de ese manantial,
de ése magma cataplásmico de millones de
actores y sus circunstancias que es la Historia, los líderes de opinión, los
políticos, académicos, historiadores, con el recorrer de los años, van llegando
a una especie de acuerdo, sobre cuáles fueron los acontecimientos principales y
cuál es su debida interpretación. Hoy día estamos todos de acuerdo en que 1776
y 1789, fueron acontecimientos decisivos que configuraron el mundo moderno, tal
y cómo lo damos por sentado hoy día. Pero en su época, ni remotamente se
interpretaba así. Por ejemplo se creyó que la derrota de Napoleón en Austelitz
en 1815, borraba completamente del mapa la Revolución Francesa. Y efectivamente
así fue, por más de 50 años hasta 1870, y se tuvieron que esperar otros 50 años
más, hasta la Revolución Rusa, para retomar algunas banderas. Pasaron siglos
hasta reinterpretar debidamente la Magna Carta, o los supuestos “desvaríos
sexuales” de Henrique VIII y reivindicarlos cómo el primer gran desafío al poder
Papal y al Catolicismo como ideología y ejercicio político. La interpretación
de la Historia va escogiendo y descartando sus grandes acontecimientos, sus
hitos fundamentales, a veces tan efímeros como los Hit Parades de la revista
Rolling Stones.
Cómo dijo
Descartes en el primer párrafo del “Discurso del Método”, cada quién es libre
de interpretar el mundo por su propio juicio y cuenta y nadie en el mundo le puede quitar ese derecho. Aunque, añadió,
existen interpretaciones más informadas que otras, más objetivas e inteligentes
que otras. Y yo, bueno, de este magma torrencial que ha sido la Venezuela
convulsionada de los últimos 16 años, voy a extraer mis muy personales hitos
que me permitan entender, o sobrellevar, este cuento, ésta historia. Son dos
acontecimientos que tienen que ver con las decisiones judiciales a propósito de
presos políticos. Ése espécimen raro a quienes la UNESCO otorgaba el Premio
Simón Bolívar en los años 80 y 90, años en los que Venezuela era un país
(relativamente, concedo) democrático. Esos dos grandes hitos son, me parecen a
mí, el indulto que le hizo el presidente Rafael Caldera a Hugo Chávez, en 1994;
y la condena que le hizo el presidente Nicolás Maduro a Leopoldo López en 2015.
En el primer caso se indultó un asesino a la
libertad plena. En el segundo caso se condenó a un inocente a 15 años de
confinamiento absoluto. Pero los dos casos tienen un paralelismo común, de una
similitud espeluznante. Con ambos casos, creo yo, se decidió la historia
contemporánea de Venezuela. Fueron dos errores políticos descomunales de parte
de quien los cometió: uno, por parte de Rafael Caldera, de triste memoria; el otro,
por parte de Nicolás Maduro, el de memoria triste. Uno indultó a un asesino; el
otro condenó a un inocente.
Ninguno de
los dos, ni Chávez ni López, eran o son
angelitos celestiales, bebés de pecho. Ambos sabían que su condena a prisión,
con algo de suerte, sería una pasantía política, que de ser bien sucedida,
sería capitalizada con creces. Era una opción, un riesgo. Una gran apuesta en
la que colocaban a prueba su propia vida.
No mucha
gente resiste la cárcel, y mucho menos, cuándo se arriesgan lustros o decenas de años en confinamiento. Por cada
párrafo que lo mencione, con repercusión en la prensa nacional o internacional,
un preso político apuesta miles de horas de privaciones, de aislamiento,
soledad, hambre y enfermedad, desesperación de causa, depresión y pesadilla.
Por cada aparición de su nombre en la opinión pública, un preso político
apuesta días, semanas y meses, en las miles de horas que dura su confinamiento.
Y en esas horas se pregunta un millón de veces si vale la pena, si alguien se
acuerda de él, si su martirio vale la pena. Si vale la pena sacrificar su vida
personal, su familia y amigos, su esposa y sus hijos, de quiénes se siente
directamente responsable, y a quiénes está arrastrando casi injustamente.
Millones de veces se preguntan si vale la pena, si tomaron la decisión
correcta, si vale la pena haber sacrificado no solo su vida sino la vida de sus
seres más queridos. Un millón de veces se preguntan, porque no optaron por ser
funcionarios del servicio postal, gerentes medios o superiores de alguna
empresa, trabajando de 9 a 5, haciendo una parrilla en su patio cada seis meses,
llevando a sus hijos a comer helado cada sábado. No debemos olvidar nunca que
por cada Mandela, Havel, o Sam Suun, han muerto miles de presos políticos anónimos
en todas las cárceles del mundo, desde las mazmorras de Pyongyang hasta los
sótanos más blindados de Guantánamo (qué “by the way”, algunos de ellos, no son
menos presos políticos).
En mi última entrada en este blog de
carácter personal, en el que no pretendo escribir artículos de opinión sino
echar un cuento, hace dos o tres meses denuncié la muerte de un preso político
anónimo, inocente, Rodolfo González. El artículo, me di cuenta muchas semanas
después, desapareció de Internet. Y no sé porqué. No estoy acusando a nadie, no
tengo pruebas de ningún tipo, no sé porqué el artículo desapareció de mi blog.
Aunque en este país uno empieza a sospechar de todo.
Rodolfo González, apellidado de El
Aviador, era un hombre inocente que estuvo injustamente preso, imputado de
complot político, y que optó por suicidarse. No quiero trivializar la prisión
por razones políticas. En la mayor parte de los casos, la tortura, ejercida
bajo las mil formas de artimañas y disfraces, termina doblegando al ser humano,
hasta que claudica, bien sea renegando de sus ideales y convicciones más
profundas, optando por la prisión domiciliaria, por ejemplo, o porque escoge simplemente,
con opción o sin ella, por la muerte. La aplastante mayoría de los presos
políticos del mundo no terminan siendo héroes de la humanidad como Sakarov o
Ghandi. La inmensa mayoría de los presos políticos intentan fugarse o se
rinden, renunciando a sus convicciones o a su vida. Y no reciben Premios Simón
Bolívar, Premios Nobel de la Paz, Doctorados Honorarios Causa por Oxford,
Harvard o Cambridge. La aplastante mayoría son gente normal y común, que luchan
por sus convicciones morales más íntimas e inconmovibles, y que terminan
olvidados y muertos. No quiero trivializar a los presos políticos y de
consciencia política, y mucho menos a sus muertes.
Los que terminan siendo presos políticos
porque se saben portadores de un estandarte, y que hacen la gran apuesta de la
cárcel, en la que arriesgan la vida y la muerte, son muy pocos. No dejan de
demostrar un enorme valor, aunque en el fondo saben que su confinamiento es una
apuesta. No es un verdadero valor humano o humanista el que los mueve, cómo al
preso anónimo, desconocido, batallando a solas con sus convicciones. El
convicto político de notoriedad se entrega a la justicia haciendo un cálculo dentro del complejo ajedrez
político. Aunque, en el fondo, no deja de estar lleno de coraje y valor. Es una
apuesta de palabras mayores: “Voy a salir de aquí muerto; es una posibilidad.
Aunque puedo salir de aquí alzado en brazos. Solo Dios lo dirá y a Él me
entrego”.
Tanto Hugo Chávez como Leopoldo Chávez
apostaron. Al primero le salió el premio gordo, el poder. Y lo disfrutó con
toda falta de pudor, con culto de personalidad, atropello y promiscuidad, como
un chancho revolcándose en el lodazal de la aclamación general y la fama. El
segundo pasó los primeros 18 meses de cárcel sin saber exactamente lo que le
podría suceder. Y lo que aconteció, que lo condenaran a 15 años de cárcel, fue
lo mejor que le podía suceder, a él, y a la oposición venezolana.
Ahora contamos con un líder, con una
figura, con un nombre, con un hombre. Leopoldo. No es una organización, como la
MUD, que muchas veces no terminamos de entender. Tal vez porque sortea divergencias
internas, porque en sus intentos de conciliación interna y reconciliación
externa, termina por ser inoperante, ineficaz. El saldo final de su intervención
es casi nulo.
Cuándo la MUD nos llama a votar estamos
pactando con el régimen. Estamos dando por aceptadas unas premisas: que en
Venezuela las elecciones son justas y libres y nos vamos a medir en términos de
igualdad de circunstancias y condiciones. Eso no es cierto. El Gobierno se
cansa de violar, descaradamente, todo tipo de ecuanimidad. Todos los recursos
del Estado Venezolano, de todos los venezolanos, son puestos a disposición del
Partido de Gobierno. Todos los medios de comunicación independientes fueron
expropiados o comprados a la fuerza, o están amordazados bajo una espada de
Damocles. Y ahora todos estos medios de comunicación, al servicio del Gobierno,
emiten permanentemente propaganda electoral del PSUV. Empezando y terminando en
las alocuciones presidenciales en cadena, que se supone que son intervenciones
de carácter estatal, y que no son más que operetas bufas de propagandismo
electoral, o transmisiones en vivo y directo de todos los disparates que se le
atraviesan por la cabeza al Presidente. Éste señor Presidente que tenemos ahora
se limita a ser un mimo bufo del anterior. En una de sus primeras alocuciones
al País nos contó que había escuchado un pajarito susurrándole cositas en el
oído. El otro señor, en una de sus primeras intervenciones en vivo, aprovechó
para mandarle un mensaje a la esposa: que lo esperara en la casita presidencial,
porque cuando llegara “le iba a dar lo suyo”. Esos señores no se sienten
funcionarios que desempeñan un cargo. Personas con responsabilidades y
obligaciones. Se sienten dueños. Pero ni siquiera los “dueños” más importantes
del país y del mundo se comportan con esta clase de desparpajo, falta de pudor,
suculencia y avaricia inmunda de poder. Son verdugos y capataces resentidos,
promovidos súbitamente a “dueños” nuevo ricos, que pueden comprar
(deshonestamente) todo lo que les da la gana, menos lo que tiene realmente
valor y no se deja comprar: la educación, la honestidad, la instrucción y
cultura, la humildad y el respeto.
La Ley Orgánica del Poder Electoral, que
estipula muy bien cuáles son las reglas, por ejemplo en el uso de los medios de
comunicación, es olímpicamente ignorada. Y nuestros dos árbitros electorales,
el primero de carácter político, el CNE, y el segundo, de naturaleza logística,
las FFAA, son brazos, tentáculos, títeres, del Gobierno. La máxima y ulterior
instancia, la Sala Electoral del Tribunal Supremo, está compuesta por muñequitos
colocados por, y al servicio del Gobierno. La oposición lleva años clamando
inútilmente por una revisión del Registro Electoral, porque sabemos que está
adulterado y necesita ser depurado. ¿Qué elecciones serán éstas? ¿Qué
elecciones han sido?
Hasta ahora habíamos tenido ventajas
sólidas para ganar las elecciones. Habíamos tenido muy ciertas, muy fehacientes
posibilidades, probabilidades, números, para ganar las elecciones. Pero nunca
las hemos ganado. Ahora estamos esperando que un 20 a 30% de ventaja, sea una
cifra tan contundente que no pueda ser objeto de manipulación. Estamos creyendo
en pajaritos preñados.
Estamos pensando, como el primer ministro
de Gran Bretaña en la pre guerra, Lloyd Chamberlain, que podemos negociar la
paz con Hitler y evitar una guerra. Chamberlain se cansó de discursar en el
Parlamento inglés, “vamos por la paz, vamos a evitar la guerra, vamos a hablar
con él…” Y fue a Alemania, y habló con él, con Hitler. Regresó y dijo que no
pasaba nada, que era un buen hombre. Seis meses después colocó su renuncia y perdió
su puesto. No deja de tener su valor. Chamberlain fue un hombre honrado e
íntegro, pero demasiado inocente.
Cómo es inocente pensar que 1.- vamos a
elecciones; 2.- las vamos a ganar; 3.- que desde la Asamblea vamos a poder
intervenir y cambiar esta Venezuela, enferma, más que “moribunda”: terminal.
Qué éste va a ser el principio del fin.
Eso no va a suceder. El Gobierno está
intentando todo lo imposible por distraer la atención de los problemas internos
y de las elecciones. En estos momentos tenemos tres guerras: la Guerra
Económica, la Guerra con Colombia, y la Guerra con Guayana. Las tres han sido abortos,
brazadas de ahogado. El Régimen puede inventarse otra cualquiera pero se les
agota el tiempo. Probablemente vamos a elecciones y pasamos al escenario dos.
En el
escenario de las elecciones, el panorama no se ve nada claro. El primer indicio,
que ya apunta por dónde pueden venir los tiros, fue la negativa del
Gobierno/CNE a aceptar las misiones de observación de la OEA y de la UE (las
más prestigiosas y las que ofrecen más garantías, sin duda). Aunque la verdad
es que estuvieron aquí en el pasado y bueno… no fueron de mucha ayuda. Cerraron
los ojos a un millón de cosas que en sus propios países hubieran considerado
inadmisibles. Sobre todo la Unión Europea. En el pasado, sus misiones de
observación optaron por cerrar los ojos y manejarse cómo buenos burócratas
europeos al servicio de los vientos de Bruselas, más pendientes de sus decenas
de miles de euros que cobran, que de sus convicciones democráticas. Cosas
absolutamente inadmisibles en una democracia europea, aquí se dejaron pasar por
alto dándole un “descuento bananero”. Cómo si la Democracia, los derechos civiles y
los valores humanos, fueran diferentes en Francia y en Venezuela. Como si aquí
la vida valiera menos, pues. Hay que conocer bien a los europeos para saber
cuán fácilmente se emocionan con un afiche del Che Guevara mientras eso nos les
afecte la hipoteca de su espartano apartamento de medio millón de euros. Lo que
humildemente se puede permitir un funcionario de Bruselas de segunda o tercera clase.
Pero el hecho de que no se permita la observación del la OEA y de la UE ya es
una buena muestra. Sencillamente demuestra que algo habrá que ocultar a la
opinión internacional. En el pasado
fueron los autobuses de las Alcaldías y Gobernaciones quienes traían votos
cautivos a las mesas de votación; ahora, quién sabe, pueden ser los mismos
camiones del Ejército y la Guardia Nacional a punta de metralleta. Me lo contó
un amigo que vive en las afueras de Boconó y lo presenció: a punta de
metralleta. Todo cabe esperar. Desde inconvenientes en la composición de mesas
hasta errores de comunicación de datos, por no hablar de las consabidas
inhabilitaciones de mesa en los consulados del exterior. Según la trillada Ley
de Murphy “todo lo que puede acontecer, sucederá”. En estas elecciones todas
las posibilidades, por más peregrinas que sean, van a acontecer. No, para “revertir”
el escenario electoral sino para minimizar su impacto. Porque todos sabemos que
la Oposición va a ganar la Asamblea. Con lo cual pasamos al tercer escenario.
Ganamos.
¿Y qué? NADA. La Asamblea puede ser el principal órgano de Poder del País. Así
cómo puede ser el más subalterno e ignorado. Depende. De algunas cosas. Qué
examinaremos en otra entrada, otro post. En la que vamos a ver qué opinaba John
Stuart Mill de éste tema.
Una
cosa es que la MUD convoque a elecciones. Otra cosa es que las convoque un
líder. Leopoldo está convocando a elecciones y eso lo respetamos. Porque eso es
lo que cabe hacer ahora, en este justo momento. Pero él y nosotros sabemos que
eso se revelará inútil. Y que, ojalá, no sea contraproducente. Vamos a votar,
pues. Pero todos sabemos que la pelea está en otro lado. ¿Dónde? En la calle.
¿Vamos a salir a manifestar, a que nos prohíban las rutas, que convoquen contra
marchas, a que nos disparen a mansalva, como ya lo contempla la Ley? ¿Vamos a enardecer
avisperos? No. No tenemos que salir a la calle. Sino todo lo contrario.
Quedarnos en nuestras casitas. Parar al país. A lo mejor no serán dos o tres
días a lo máximo, como en los países civilizados. Serán semanas. Que así sea.
Son millones de venezolanos los que han perdido el empleo; millones los que no
conseguimos comida. La economía venezolana YA colapsó: no existen medicinas, no
existen repuestos, no hay comida. La tasa de cambio real (no la ficticia, sobre
el papel) galopa del 15 al 25% ¡POR MES! Ya se le hizo imposible a la clase
media adquirir un seguro de salud, de carro, de una habitación de 50 000 euros.
Ni soñar con pagar una hipoteca sobre un inmueble de 500 000 euros, como la de
los observadores de Bruselas.
Aún a
riesgo de caricaturar mi razonamiento voy a intentar resumirlo, aún sabiendo
que no termino de explicarlo:
1.-
Hay un papel de autoridad y legitimidad que le otorgamos a los presos
políticos. Aún con sus debidos descuentos. Son, por un lado, figuras icónicas,
que nos sirven de referencia y se vuelven líderes porque están fuera, “outsiders”;
pero lo son, precisamente, porque optaron por “no pactar”, “no negociar” lo que
no es negociable; no transigir. Todos los hicieron por opción política. Ninguno
fue ni es víctima ingenua. Y, casi maquiavélicamente, me atrevo a afirmar,
cuánto menos hablen: ¡mejor!
2.-
Vamos a elecciones en las condiciones adversas, injustas, tramposas, de
siempre. Pero vamos. Por una parte porque es nuestra opción a corto plazo. La
nuestra y la de la MUD. Y por otra parte
porque es la pauta que marcó nuestro líder. ¿Quién? ¿Leopoldo? ¿Éste jovencito
medio testosterónico y frívolo, va a ser nuestro líder? Sí. Por supuesto que
sí. No solo porque no hay otro. Sino porque ha demostrado el valor, y las convicciones
suficientemente firmes como para serlo.
3.- Nuestro
líder es Leopoldo. No es el Partido que fundó. Es solo la figura que se antepone
al Régimen, que nos puede aglutinar al servicio de un ideal, una causa. El ideal
de la Justicia, la causa de la Democracia. Porque la MUD, la verdad no sé quién
es, qué hace, cómo pacta con una situación que no es “pactable”, negociable.
¿Cómo se pactan los valores democráticos y los derechos humanos? ¿Cómo se
pactan unas elecciones justas? ¿Cómo se negocia con el autoritarismo
enceguecido y despótico?
4.- Probablemente
vamos a elecciones y con suerte ganamos. ¿Qué va a suceder después? Que la
Asamblea va a quedar encerrada, sitiada, silenciada, por el Régimen, que tiene
TODAS las instituciones secuestradas. El papel de la Asamblea va a ser
marginalizado e ignorado. Inútil, caso perdido. Y otra vez más vamos a vivir en
la “desesperanza” de un cambio que, si no intervenimos, nunca llegará. Somos,
con Corea del Norte y Cuba (aunque esto está cambiando a la velocidad de la
luz) los regímenes más totalitarios, con menos libertades civiles y económicas
del mundo.
5.-
Solo queda nuestra manifestación masiva. Y eso lo hemos visto, centenares de
veces, no resulta, no tiene expresión, porque es objeto de boicot y violencia.
Para el común de los venezolanos, convocar a una concentración o a una marcha,
se ha vuelto pueril. Ya nadie cree en concentraciones y marchas. Porque son “legalmente”
circunscriptas, delimitadas, cercenadas de expresión y vigor. No tienen
repercusión. No conducen a nada.
6.-
Necesitamos manifestaciones pacíficas pero contundentes. En las que yo, humilde
funcionario de un ministerio, pueda pretextar que no llegué al trabajo porque
no encontré autobús. En las que yo, me niegue salir a la calle, porque mi
avenida estaba cerrada, o porque no encontré gasolina en la estación de
servicio. Porque mi calle estaba trancada, no importa porqué ni por quién. Por
mil y una razones, todas legítimamente válidas. Necesitamos encontrar un medio
de protesta y de cambio. Absolutamente PACIFICO pero de incontrovertible y
contundente RECHAZO.
Vamos
a elecciones. Sabiendo que nos tienden todas las manipulaciones y las trampas
del mundo. Pero no vayamos cuáles cieguitos de Bruguel, apoyándonos unos a
otros hasta caer todos en un pozo. No lo permitamos. Después de que nos secuestren
la Asamblea, vayamos a la huelga general. Nosotros, los ciudadanos de a bien,
que no portamos armas, que no seríamos capaces de disparar a nadie, que no
queremos ni podemos agredir a nadie, quedémonos en nuestra casita. Sin llegar al
trabajo, sin llevar a los niños al colegio, sin abrir nuestra Santamaría,
posponiendo la cita del médico. Vamos a decir que NO. Que nos negamos a ser
tratados de esta manera. A hacer la cola para comer un día por semana, y a
colocar nuestro dedito en un captahuellas (absolutamente inútil), tratándonos a
todos como delincuentes. NO. Es denigrante, es abusivo. ES INACEPTABLE. Cómo
dirían nuestros padres y abuelos, “es falta de respeto”.
Y que
después venga CNN y Euronews, mientras pueden. Y que filmen lo que en Venezuela
está prohibido filmar: la gente haciendo cola, las estanterías vacías. Los
supermercados que no tienen comida; las farmacias que no tienen medicinas. Porque
con los cupos de Cadivi y la suspensión de las aerolíneas, ya tenemos un “cierre
técnico” de fronteras; ya no podemos salir y entrar a nuestro País libremente; estamos
a escasos centímetros de un encierro físico, absoluto, cómo lo tuvieron hasta
hace poco los cubanos o lo tienen ahora los norcoreanos.
Estas
no son referencias a cosas remotas. Es lo que vivimos hoy en Venezuela. Vamos a
votar, por supuesto que sí. Pero nada más para legitimar que nuestras
ulteriores acciones de protesta e impugnación, están democráticamente
justificadas.
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