martes, 22 de diciembre de 2015

Democracia en América

Es imposible desatender la campaña política del Sr. Trump. Acapara titulares casi todos los días con sus declaraciones de enfant terrible. Básicamente las intenciones del Sr. Trump son las de expurgar a los EEUU de todas la lacras que infectan la sacrosanta pureza de los Estados Unidos: la mácula de raza. Tiene un diagnóstico simples y una solución simples: expulsar a los extranjeros, a los latinos y los musulmanes (ya veremos que hará con los negros) y eso ciertamente seduce a las mentes simples.

 

La inmensa mayoría de los norteamericanos, y del resto de las personas del mndo, tienen una mente simples.  No tuvieron mucho tiempo para los sofismas de una formación política elaborada: son plomeros, albañiles, trabajadores de Ford o General Electric, cajeros de un banco, granjeros. Todos con el mismo derecho que los demás, el derecho a votar ya expresarse. Son por lo general gente buena, trabajadora, con su moral, su religión, sus principios; gente que, mayoritariamente, se siente perpleja por lo que le está sucediendo a ellos y a su Patria. En los últimos años han perdido sus empleos, porque sus empresas americanas han trasplantado sus plantas industriales a China o al Sudeste Asiático; han perdido sus casas porque les vendieron segundas y terceras hipotecas fáciles con las que se compraron camionetas extranjeras que también perdieron; perdieron las camionetas BMW y sus casas; y son sistemáticamente bombardeados con noticias del terrorismo islámico, que puede estar a la vuelta misma de la esquina. Y cómo les puede suceder en cualquier momento abdicaron de sus derechos a favor de un Estado cada vez más omnipotente y “vigilante”.

 

En mi adolescencia fui asumidamente comunista y “consecuentemente” anti-norteamericano. Decía Willie Brandt que quien no fue comunista a sus diecioco años no tuvo corazón; pero el que lo seguía siendo a los treinta no tenía cerebro. Por suerte, antes de mis veinte años me dieron a leer, en mis clases de sociología, a La Democracia en América de Tocqueville, y empecé a dudar de mis tan sólidas convicciones.

 

En Venezuela sentimos que la opinión pública internacional debe prestarnos atención, pero nosotros no sentimos el deber de prestarle atención a nadie. Y puede que hasta le resulte incongruente a alguien, que un venezolano como yo, no esté pendiente de escribir sobre la nueva asamblea legislativa y se dedique a escribir sobre las campañas primarias de Estados Unidos. Hay cosas que se aprenden en democracia, por ejemplo, que los derechos y obligaciones son mutuos.

 

Los Estados Unidos fueron, por más de doscientos años, una referencia y un baluarte de la democracia occidental. La Civilización tal como la conozco, desde que nací, fue en gran medida configurada por la historia, el papel, de los Estados Unidos. Sin embargo empiezan a aparecer sombras. Desde Reagan, pero aún más con los Bush, la democracia norteamericana se asemeja cada vez más a una plutocracia, un gobierno de ricos para ricos que ignora a las clases medias y menos favorecidas. Donald Trump es un ejemplo de ello, un especulador inmobiliario, que se ha hecho multimillonario al amparo de dos cosas: un sistema político y tributario flácido y permisible; y el uso de los medios de comunicación, no como instrumentos informativos, sino como entretenimiento bufonesco. Se trata del “Imperio de la Ilusión” cómo refiere Chris Hedges, un lúcido pensador que ostenta un Pulitzer.

 

Hace tiempo que la Democracia en América está viviendo momentos difíciles, denunciados por muchísimos de sus intelectuales, varios premios Nobel incluidos. Stiglitz, Krugman, Pickerty, Reich y muchísimos otros intelectuales de primer orden han denunciado que la inconcebible concentración de la renta y de la riqueza en manos de una supr élite está destruyendo, a nivel golbal, la confianza y el funcionamiento de las instituciones. En "El Fin del Poder" Moises Naim hace un diagnóstico muy superficial de la desintegración del poder en la sociead contemporánea y no intenta llegar a la raíz del problema: mientras más atomizado se encuentre el poder más fácil se les hace a las hiper élites su control y manipulación. Mientras estamos pendientes del matrimonio homosexual y del cambio climático, más distraídos nos volvemos del problemo político fundamental: el de cómo se organiza la sociedad para producir y distribuir, cuáles deben ser las reglas, los mecanismos de incentivo, las barreras de protección. Los más lúcidos intelectuales no se cansan de denunciar que la avaricia sin escrúpulos de los las grandes corporaciones e instituciones financieras, de sus CEOs y sus accionistas, están socavando los cimientos de una sociedad minimamente justa y equilibrada. Una sola família en los Estados Unidos, los Walton (de Wal-Mart) son más ricos que el 40% del resto de las familias de Estados Unidos. Millones de trabajadores de Wal-Mart no devenga el sueldo mínimo.

Pero apesar de las denúncias el status quo no ha cambiado, sino que culmina en esta perla llamada Donald Trump. Según él, los culpables de todos los males no son los judíos sino los latinoamericanos y los musulmanes. Es inadmisible, es digno de todo repudio y condena sin mucho más espacio para argumentación. No debemos ignorar a Trump y a Mariane Le Pen. Antes por el contrario, debemos estar muy alertas. Pero no tiene mucho sentido dignificarlos a la altura del debate.

 

Tenemos a este Sr. Trump, por un lado. Aunque tenemos, del otro lado del espectro, a los demócratas. Hillary Clinton ha proferidos breves pero muy categóricas afirmaciones a favor de la democracia en Venezuela, de las cuáles estamos agradecidos. Pero Hillary está subvencionada, comprometida, desde la partida, con los más rancios poderes pecuniarios de Estados Unidos.

 

El Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos emitió una sentencia homologando las corporaciones a las personas con relación a sus derechos para subvencionar campañas políticas. Si la situación de las subvenciones privadas estaba en Guatemala pasó a más de Guatapeor. Los llamados Super-Pac son subvenciones de decenas de millones de dólares que las grandes corporaciones hacen a los candidatos de su gusto. Es absolutamente obvio, casi natural, que un candidato se sienta comprometido en el ejercicio del poder ante un ente que le ayudó “extraordinariamente” a ganar su posición política. Y es absolutamente obvia y patente, la intención original de la corporación para hacerlo. Grosso modo, porque no estoy haciendo periodismo investigativo, Hillary Clnton está subvencionada por una docena de compañías que no solo afirmo pertenecen a la Fortune 500, eso es evidente, sino probablemente a la Fortune 20!!!

 

Bernie Sanders es otro candidato a la nominación demócrata. No tiene el respaldo de ningún Super-Pac, mucho menos de las 500 compañías más grandes de Estados Unidos. Es un viejo cascarrabias, pobre, mal subvencionado, pero terco, que está empeñado en defender sus ideales demócratas de justicia social. Su campaña se costea con las contribuciones de trabajadores anónimos de 5, 20, 30 o 50 dólares.

 

En el 2010, Sanders, como Senador por Vermont, se tiró un largo y memorable discurso en el congreso. Búsquenlo en Internet, porque considero que, más que los libros políticos de Chomsky, es una referencia absoluta en el pensamiento político contemporáneo.

 

Sanders denunció con prístina claridad lo que le está sucediendo a la Democracia en América, dónde el 0,3% de la población devenga el 23% de la renta y aún así estaba solicitando (cosa que logró) una sustancial reducción en impuestos. El 1% de la población detenta el 90% de la riqueza, y pagan menos en impuesto que los trabajadores fabriles. En Estados Unidos los rendimientos del capital son pechados con 10 o 15 puntos porcentuales menos que los rendimientos del trabajo. ¡Un trabajador de McDonalds paga más en impuesto que un especulador que coloca millones de dólares que le son superfluos, en las cajas negras de Wall Street!

 

Bernie Sanders denunció el papel que tuvo la Federal Reserve en la subvención astronómica a entidades privadas, que luego de la debacle del 2008, en las que fueron subvencionadas con capitales públicos, aumentaron sustancialmente sus ganancias y la compensación a sus administradores ejecutivos. Dos años después de la catástrofe, los ejecutivos de Wall Street, sus responsables, estaban ganando entre 30 a 50% más que antes de la debacle.  

 

Todo el mundo está sometido a la fanfarria de los medios, a la echonería vulgar de Donald Trump. Los invito a que averigüen quién es y qué hace el más humilde Bernie Sanders.

 

martes, 24 de noviembre de 2015

El Arte y el Fraude


Hace ya más de 100 años, Marcel Duchamp hizo volar por los aires el concepto de autoría en las artes plásticas. Fue contemporáneo de Picasso, Matisse y Miró, pero en muchos aspectos su obra (y la mezcla de pensamiento con la obra, que se ha vuelto terriblemente problemática) estaba mucho más adelantada a su tiempo que sus mucho más famosos contemporáneos. Dedicó años y años a unas pocas obras, complejas, incatalogables como pinturas o esculturas o casi-máquinas, como su Gran Vidrio, en el que invirtió lustros de trabajo. Al final, hizo fotografiar la obra, el gran vidrio !que estalló bajo el calor de los focos de iluminación! De viejo, se retiró en Argentina y se dedicó a jugar ajedrez. Nada más por eso merece mi admiración más profunda: de la absoluta libertad del arte, que más que nadie promovió, pasó al mundo del ajedrez, con sus reglas milenarias, estrictas e inflexibles. Sabía que el mundo se compone de muchas cosas, cada una con sus reglas. Es muy divertido transgredirlas, después de conocerlas, por supuesto.

 

Duchamp a principios de siglo presentó dos obras al Gran Salón de Paris, una institución patricia cómo pocas las había entre finales del siglo XIX y principios del XX. Paris mandaba en el resto del mundo porque era el centro del mundo. La meca de Chopin, y antes de Mozart y Haendel (que terminó en Londres) la patria de Berlioz, Stendhal, Balzac, Victor Hugo, Zola y tantos otros. La ciudad de Delacroix, Ingres, Dumier; y después de la revolución iniciada con los impresionistas, Manet, Monet, Seurat; seguida de los escándalos de Toulouse-Lautrec, Degas, y más tarde Van Gogh, Cezanne, Picasso y un larguísimo etecétera.

 

Pero nadie conmocionó más los cimientos del arte que Duchamp. Presentó dos obras que estremecieron las fundaciones mismas de lo que es el arte, que puede ser, cuales son las relaciones del artista con la obra, qué es y que no es arte. Duchamp firmó objetos que no eran suyos. Les colocó su firma y dijo “esta es mi obra”. Una de esas obras fue un urinario de cerámica que se consiguió tirado en una basurero. Lo firmó y lo presentó como una obra suya. Lo encontré en California, no sé si en Los Ángeles o en San Francisco. La segunda obra, es un aro de bicicleta, que creo haberlo visto en el MOMA. Por supuesto que les pedí a unos japonesitos que me sacaran la foto y las posteé Facebook, con cara de nerd gafo.

 


Duchamp estaba diciendo varias cosas: “yo vi la escultura dónde un artesano vio la utilidad, y por eso la forma, el significado espacial, la aproximación plástica, la obra, me pertenece a mí”; también estaba diciendo que la ejecución manual era un concepto relativo, que lo fundamental era la idea conceptual; y estaba diciendo que entre la obra y el autor se establece una relación hiper compleja, entre apropiación, ejecución, conceptualización y autoría.

 

Hoy día, el mundo de la imagen se ha transformado radicalmente. Hace más de 100 años los pintores se desgarraban en dilemas morales entre los límites de la fotografía y el retrato. Todavía hoy existe gente, desinformada, que lo hace.

 

Hace 20 o 30 años conocí a un pintor. Hacía unos cuadritos más o menos. Varias veces estuve en su casa, y en su estudio había un cuarto que estaba celosamente guardado bajo llave, dónde supuestamente guardaba sus materiales de pintura. Por supuesto que el cuartico me tenía loco, fascinado. Nada me interesaba más que mirar los materiales mágicos que utilizaba, sus paletas, sus pinceles, sus tintas, sus esponjas y espátulas. Me imaginaba toda una parafernalia de pinceles de pelo de marta, tintas Windsor y Newton, pinceles Kolinsky hechos con pelo de ardillas rojas de Rusia…

Un día encontré la puerta abierta. Se me abrió la tierra, de la decepción se me cayó el cielo encima, el peor temor de los antiguos Galos. En el cuarto estaba un proyector de diapositivas, slides, con fotos de los cuadros que el pintor había ejecutado y yo había visto y admirado. ¡Engaño! ¡Trampa! ¡Fraude! El hombre proyectaba las diapositivas sobre los lienzos y los calcaba, en contorno, composición y color!!! Él hacía exposiciones, publicaba folletos, tenía un curriculum, exhibía un portafolio… de réplicas, copias, colorines calcados como sobre un libro de colorear!!

Nunca más puse un pie en la casa del viejo. Porque no solo se burlaba de Picasso sino que probablemente nunca había visto un cuadro de Kadinsky.

 

Pero otro gallo cantaría si el señor estuviera consciente de lo que estaba haciendo. Si el proyector de diapositivas no fuera “su trampa” sino un instrumento de trabajo. Total, Duchamp, cuya obra ya conocía, fue muchísimo más lejos, apenas firmó. Probablemente debiera utilizar el proyector para cuadros de 3x5 mts y no para los de 30x50 cms. Quién sabe. En última instancia, la diferencia entre "el arte" y "el fraude" radicaría apenas en su conocimiento, en su cultura plástica. Pero esto resulta terriblemente problemático. ¿La obra no habla y no vale por si misma? ¿Depende de quién la hace? ¿Depende de sus conocimientos o de su trayectoria? ¿Quién juzga? ¿La opinión de un crítico puede determinar el valor de la obra? ¿Dónde queda el autor? ¿Qué significa serlo? ¿Qué hay del arte naif? ¿Tiene critérios diferentes? ¿Porqué? ¿Pedo firmar el Empire State Building? ¿Si pinto algo en una de sus paredes, a quién le pertenece la obra: a los dueños del edifício, a los transeúntes, al autor?

 

Una vez intenté explicarle a una fotógrafa en ciernes que no tenía nada de malo utilizar los “filtros” digitales que vienen con las cámaras más sofisticadas. Ella me decía que era “hacer trampa”; yo le intentaba explicar que la cámara misma, sin filtros, ya viene equipada con unas configuraciones de origen que alteran la imagen. Que no existe una imagen “normal” que viene dada por la naturaleza. Eso no existe en las cámaras; eso no existió siquiera con los primeros daguerrotipos. La reproducción de la imagen, sea natural o mecánica, es una interpretación. Y la manipulación de Photoshop es apenas una extensión del “arte” de los antiguos baños de las fotos en B y N en el cuarto oscuro.

 

Hoy, más que nunca, se han perdido los límites entre el uso del pincel y el del Photoshop (existe toda una miríada de subproductos específicos para pintar, pero Photoshop es el icono y acaba de cumplir 25 años!). Creo, casi como un principio de fe, que se debe aprender a utilizar el lápiz sobre el papel, el pincel sobre la tela. Aprender perspectiva, valoración y composición. Saber distinguir entre un HF y un 5B; apreciar en una fracción de segundo la diferencia entre un papel barato de 100 grs. y uno de algodón de 300; un pincel sintético y uno decente. Pero también creo que ignorar los recursos digitales es un hándicap grave para un artista contemporáneo. Quiero creer que Rafael y Miguel Ángel hubieran delirado con los recursos de una Wacon o de un Ipad Pro. Qué se hubieran extasiado con las esculturas en flores de Koons. Estoy seguro que Rembrandt se hubiera caído de culo viendo un auto retrato de Francis Bacon. Y que tanto uno como otro, en el momento de conocerse, se hubieran hecho pipi en los pantalones, de la emoción.

 

Es muy difícil saber distinguir entre lo que es arte y lo que no. Y, cada vez más, distinguir técnicas y suportes. Y éste mudo está lleno de charlatanes que no saben diferenciar entre el gouache y la acuarela, el acrílico y el óleo. Aún para mí me resulta a veces difícil distinguirlos, ¡en cosas que hice yo mismo!

 

Es un mundo complejo, pero que resulta invariablemente en la creación, la expresión. El acto, la volición. La obra por sí misma, hace siglos que ha dejado de significar. La autoría, queda en segundo o tercer plano, excepto para los dealers que negocian firmas. Queda la percepción. La intuición.

 


Apreciar una obra de arte es algo complejísimo que involucra la obra, el autor, la técnica, la correspondencia emocional, y un montón de cosas más como el conocimiento de la técnica y de la historia del arte. Es un peastre loco. Pero que se resuelve cuándo enfrentados a un cuadro, a una escultura, a una performance, sentimos algo. Yo distingo a leguas el 90% de las cosas de un principiante, un amateur, un jubilado, o un farsante. Pero me queda un 10%, es decir, millones de cosas por resolver. ¿Y saben qué? Me fascina quedarme con la duda, intentando descifrar y comprender, aún debatiéndome sobre la admiración y la duda.

sábado, 17 de octubre de 2015

Carta abierta a la MUD

Si la Oposición gana las elecciones por 5, 10 o 15%, ese porcentaje no es significativo y el Régimen dispone de muchos mecanismos para neutralizarla. Si la Oposición obtiene las tres cuartas partes de la Asamblea, la situación, desde el punto de vista Constitucional, cambia drásticamente. En éste momento todo apunta a que esta calificación de mayoría sea posible. Solo se requiere que las elecciones sean realizadas en forma imparcial y justa. La Oposición no cuenta con medios de comunicación, con funcionarios públicos, con autobuses de las Alcaldías y Gobernaciones, con el apoyo logístico fenomenal de unas FFAA parcializadas; no cuenta con los inmensos recursos del Estado que el Régimen coloca a disposición y discreción del PSUV. Gobierno y PSUV son una y la misma cosa, y su formación política es tan elemental y tan burda, que ni siquiera atisban a entender que, en democracia, no lo pueden ser.

 

Aún así, queremos ir a elecciones. En estas condiciones de ventajismo tan desproporcionado, desequilibrado, prácticamente inadmisible, nuestra única garantía sería apelar, una vez más, a la observación internacional. Pero nuestro CNE negó la participación de la OEA y de la UE en éste proceso. Estuvieron aquí en el pasado y cerraron los ojos a centenares de irregularidades que no son toleradas en sus propios países. Pero aún así, son una mínima garantía de observación. Nuestro Gobierno sabe que esas instituciones han empezado a abrir los ojos y a detectar sus artimañas y triquiñuelas. Y por esa razón les ha negado su participación en este proceso. A quienes vamos a tener aquí, son a funcionarios de los gobiernos de Nicaragua, Ecuador, Bolivia, y de la misma Argentina y Brasil que tanto se han beneficiado, de forma subrepticia e hipócrita, de sus relaciones con éste Régimen.

 

No entiendo cual es la posición de la MUD. Esta clase de transigencias y concesiones ha redundado siempre en la legitimación de los procesos electorales del pasado, que siempre fueron controversiales, muy poco claros y que dejaron muchos espacios abiertos a la duda, al cuestionamiento, a la mismísima impugnación.

 

Hemos dejado pasar una y dos y tres e innúmeras veces los atropellos contra los principios de ecuanimidad, imparcialidad y justicia que deben prevalecer en los procesos electorales transparentes.

 

Podríamos tener el 50% de ventaja en las encuestas. Eso no significa nada si no se traduce en su expresión efectiva en las urnas. Parece que la única preocupación de la MUD es dar una imagen de solidez y unidad cuando debiera estar preocupada por otra cosa, por las garantías del proceso. Los venezolanos ya estamos reunidos hace mucho tiempo, muchos años, por una unidad de causa. Lo único que necesitamos es que los voceros de la Oposición se conviertan en garantes de nuestra expresión, y no en nuestras  “figuras”, “voceros”, “líderes” que expresen nuestra opinión. Eso ya está expresado y  constatado de mil formas, y nadie requiere de más denuncias y pruebas sobre lo que está pasando en Venezuela. Estamos pasando hambre, necesidades y dificultades para vivir. Eso no hace falta “denunciarlo” más, porque todos los vivimos.

 

Necesitamos que nos digan que están haciendo para contribuir a que éste sea un proceso electoral limpio y justo, en el que no se van a permitir, a tolerar, trampas y juegos sucios. Expliquen lo que están haciendo para saber si vamos a votar con un mínimo de garantías o si vamos a malgastar, a erosionar, y quién sabe si a matar de una buena vez, nuestra esperanza.

  

Si vamos a votar porque les aseguramos un curul, y están creyendo que desde ahí, van a hacer o cambiar algo, díganoslo. Si vamos a votar porque contribuiremos a detener la peor debacle en la Historia de Venezuela, explíquennos cómo lo están haciendo. ¿Quiénes van a ser los observadores internacionales? ¿Cómo vamos a asegurar que se circunscriba, y se limite a un mínimo de decencia, la colocación del descomunal aparato del Estado al servicio del PSUV? ¿Son Uds. los que nos están convocando a votar? Tenemos el derecho de saber en qué condiciones y términos lo están haciendo ustedes, y lo vamos a hacer nosotros.

miércoles, 14 de octubre de 2015

La salida. En un párrafo.

Vamos a elecciones. Es lo más probable. Pero no las ganaremos por 20 ni 30 por ciento, como dicen las encuestas. Es ingénuo Las vamos a ganar por un margen mínimo. ¿Y después qué? No pasará nada. ¿Vamos a salir a la calle a manifestar? ¿Yo? ¿Voy a salir a que me disparen con gases o con balas de verdad? Yo, no. Pero estoy dispuesto a una acción cívica, civil y pacifica. Dispuesto a adherir a una huelga general que paralice el País. No será la huelga de dos días que obliga a negociar el Gobierno de Francia, por ejemplo. Serán semanas o meses, si hace falta, para doblegar un Gobierno que de súbito, se encontrará que no tiene súbditos, masa gobernable, su querido Pueblo. No me imagino otra salida.

sábado, 10 de octubre de 2015

Clarita

Esta criatura preciosa vino a vivir conmigo cuando tenía tres semanas, un mes. Era una labradora, dormilona y dulce, que a duras penas lograba verte porque no enfocaba bien los ojos. Por supuesto que dormimos abrazados los primeros días. Y la perdoné, esos primeros tiempos. Y los segundos. Pero a los terceros ya no pude aguantar más que me cagara y meara más en la alfombra, el sofá, la cobija verde, la almohada. Los sítios que ésta negrita prefería, porque eran los más suaves, los más cuchis, los más tiernos, dónde se sentía más confortable y a gusto para "relajarse". No, Clarita. !NO NO NO NO! !Pero no hubo manera! La encerré en una terraza grande, con bastante espacio, para que escogiera un sítio. Y lo hizo. Pero a los dos meses se había vuelto un toro, comía casi un kilo de perrarina por día. Estaba gordísima y fuerte. Te saltaba encima, te mordía, te arrancaba los zapatos y todo lo que tocaba lo destruía. Como una biblioteca completa de Sociología de la Familia, Sexualidad y Desigualdad de Género (oops, primícia para ti, querida, peldón).

Ya tenía varias heridas en las manos y en los pies, porque la condenadita quería jugar, pero lo único que tenía para aprehender, utilizar y expresarse, era la boca, y terminaba mordiéndome por todas partes. Las veces que la llevé al parque canino, me cagó en el carro. Las veces que la saqué a pasear en la calle, terminaba soltándose y se me perdía. !Claritaaaa! (Perra coño de tu madreeee, que te va a tropellar un carroooo).

La semana pasada, después de muchos paqueticos de galletas malgastados en el "refuerzo positivo", decidí dedicarme casi exclusivamente a ella. Ya tenía cinco meses. La había intentado meter a la casa algunas veces, pero cada vez que lo hacía me destrozaba los zapatos, los pantalones, las almohadas. De esta vez, me propuse, la iba a enseñar a lo antiguo. Con un buen par de coñazos y de jalones de orejas. Es verdad que me producía sentimientos encontrados, maltrato animal coño, esas guevonadas. !Pero Eureka! Entendió que no podía saltarme encima, ni morderme, ni subirse al sofá. Progreso al fin.

Tuvimos un par de días perfectos. Entendió que debía dormirse en el piso a mi lado (aunque me despertaba a las cinco de la mañana, lamiéndome la cara). Nos sentábamos en la escalera, mirando hacia la calle; ella intentando pararse las orejitas cada vez que pasaba un niño o un perro en la calle. Debatiéndose entre la tentación de bajar las escaleras o la de permanecer a mi lado.

Y en el ínterin, mientras pasaba uno u otro, se recostaba de mí, se pegaba a mí. Apoyaba su cabecita en mis piernas, y luchaba contra todas las tentaciones de su alma, que le ordenaban morderme las manos y los pies, pero se resistía. El primer día fue muy bonito, muy romántico. El segundo día no me tocó con la boca, ni me saltó, y dejé que me lamiera la cara todo lo que quisiera. (Me bañé meticulosamente antes de que llegara Mary Carmen). Ése día no comió. Al segundo día le puse caldo de pollo y atún, sus manjares favoritos, pero tampoco comió. El tercer día vino el veterinario. En tres días se puso flaca, piel y hueso. El cuarto día murió. La había visto un par de horas antes, debajo de la batea, en el otro extremo de la terraza.  Tenía las orejitas tan alicaídas que parecía que le iban a caer al suelo. Y una mirada indescriptiblemente triste. La acaricié, pero no se movió.

Dos horas después el plomero la encontró muerta, pegada a la puerta que comunica la terraza con la casa; el sítio dónde acostumbraba a acostarse, el más cercano para poder escucharme. Dos o tres horas después se desató un aguacero torrencial y escuché un trueno increíblemente cercano en la terraza. Me asomé, casi a miedo. Bajo el peso el água, una gran rama de un árbol del jardín, se había partido, desgajado y desparramado sobre la terraza dónde había vivido Clarita. De haber estado viva hubiera podido salir herida, o se hubiera asustado terriblemente. Pero ya no estaba. El día que hice las paces con Clarita, se murió. O hizo las paces conmigo porque se iba a morir. No lo sé. Era un bebé.

Esperé una vida hasta animarme definitivamente a tener un perro. Llevé 10 o 20 años para decidir qué raza de perro me gustaba. En Nueva Zelanda vivi en una casa con sopotocientos mil metros de huerto, jardín y floresta y con tres casotas para perros disponibles para recibir a la mascota. Visité media docena de refúgios, otra media docena de tiendas de animales, y no me atrevía a adoptar uno. No por miedo de escoger el animalito errado, sino por terror a hacer el compromiso emocional cierto, el de menos daño. Hasta que, sabiéndome los días contados, me dije que era hora. Mary Carmen y yo nos enamoramos a primera vista de Clarita. No preguntamos raza, estado, condiciones, ni precio. La agarramos y no la soltamos más, cuidando de que nadie más la tocara.

Debiera estar acostumbrado a esta clase de coñazos y pérdidas, de golpes absurdos del destino. Pero no lo estoy. Y me parece que no lo estaré nunca. No solo perdí a mi perrita. Mierda. Perdí la ilusión de querer tener a una, la que esperé por 20 o 30 años. Y no quiero tener otra. Era ella. Cagona y meona. Y se acabó.

viernes, 9 de octubre de 2015

Los adecos de ayer. Los chavistas de hoy. Los venezolanos de mañana.

John Stuart Mill es uno de mis poquísimos héroes. Alejandro, Bonaparte, Bolívar o tantos otros, estaban carcomidos por la ambición de poder y aniquilaron, sin contemplación, en nombre de ideales que justificaban la voracidad de sus egos, miles o millones de vidas a su paso. Pero pensadores y poetas son otra cosa.

 

Algunos investigadores han tratado de determinar cuáles fueron las personalidades más inteligentes de la Historia. Y destacan, Leonardo, Goethe y Mill con coeficientes de inteligencia superiores a 200. El promedio es 100. Cuando era jovencito me ponía a hacerme tests de inteligencia para mí mismo, diversión tipo crucigrama. Era como hacerme la paja, solo que más secreto y vergonzoso. Y mi orgasmo consistía en constatar que tenía entre 125 y 130. Algo que me parecía sublime en mi inocencia y que hoy día considero absolutamente pueril y casi malsano. No solo porque existen calidades humanas mucho más importantes que el C.I. (como la humildad, el respeto, la tolerancia, la educación, la capacidad de amar y de hacerse amado, y un millón de cosas más) sino porque existen millones de personas en el mundo con 130 y son campesinos o taxistas, muchos de ellos, personas buenas.

 

Pero tener más de 200 es harina de otro costal. Mill empezó a aprender griego a los tres años de edad. Entre los ocho y los diez, se conocía el grueso de los clásicos griegos y latinos, y cuándo por fin tuvo la destreza de manos necesaria, aprendió a amarrarse las trenzas de los zapatos. Fue protagonista de una de las historias de amor más bonitas de todos los tiempos, a la que dediqué una vez un cuento que está enterrado, en alguna parte, en este blog.

 

Es conocido sobre todo por sus aportaciones a una rama de la economía, el utilitarismo, teoría de la utilidad marginal, etc. Pero su gran contribución radica en sus ensayos políticos. Por ejemplo “On Liberty” y “Considerations on Representative Government”.

 

¿Porqué mi voto, el de una persona que habla cinco o seis idiomas, que he pasado la mayor parte de mi vida estudiando a Platón, Séneca, Cícero, San Agustin y Santo Tomás, Hobbes, Locke, Rousseau, Hume, Voltaire, Tocqueville y paremos de contar; ¿porqué mi voto vale lo mismo que el de un minero inglés cuya única “pensamiento” se lleva a cabo con chistes procaces alrededor de dos o tres “pints” de cerveza?  ¿Mi opinión vale lo mismo que la de él? ¿No estamos cometiendo un error?

 

Valga recalcar que esta nunca fue una cuestión que se colocó abiertamente Mills en su obra, o no en tan sinceros términos como los colocó Platón en “La República”, por ejemplo. Pero es un leit motif subyacente a toda la obra de los grandes pensadores políticos, desde Marco Aurelio hasta Anna Harendt. Es un dilema moral y un conundrum lógico y ético. Es incuestionable que cada ser humano tiene derecho a tomar las riendas de su vida, a decidir cómo quiere vivir y por quién debe votar; votar por quién mejor crea que puede representar sus intereses. Pero no deja de ser igualmente cierto que la inmensa masa votante no tiene la más rudimentaria formación política, no conoce la Historia, sus grandes aciertos y sus grandes errores, desconoce el origen y función de las instituciones, su evolución y razón de ser, empezando por este ejemplo mismo: por el origen y evolución del voto democrático, universal y secreto. El grueso de la masa electoral, la que decide en última instancia, el resultado de un proceso electoral, vota de forma desinformada, sin la debida educación y conocimiento de causa. Vota de forma manipulada.  Y la forma de hacerlo es mediante un proselitismo populista, colocándose a su nivel y hablando su mismo lenguaje. Un lenguaje extremamente pobre construido sobre la base de las emociones más vulgares, apelando, por ejemplo a sus sentimientos y emociones, en el mejor de los casos; apelando al resentimiento y al odio, en los peores, como ha sucedido en Venezuela.

 

Es un dilema moral al que se enfrenta la democracia occidental, desde el Reino Unido a Polonia o Japón. Los régimen comunistas (en el cuál cada vez más se enmarca el nuestro) e islamistas no tienen ese problema. Es parte de los muchos dilemas morales, las imperfecciones inherentes a la democracia, que no es perfecta.

 

A veces me digo (en la intimidad más recóndita de mi mismo, que no confieso a nadie) que debiéramos instituir un super hiper mega plan becario Ayacucho. La Superultra Ayacucho: todos los venezolanos debieran pasar un año en el exterior, en un país civilizado, “normal”. Aprender a decir “buenos días”, a respetar un semáforo y una cola, tener una hora para sacar la basura a la calle y constatar las avenidas pulcramente limpias en la mañana; aprender que el autobús llega a las 12:17, así haga sol o lluvia, y no “más o menos a las doce y cuarto”, o “entre las doce y las doce y media” o “cuándo llegue” que es lo normal; países en los que no se debe pedir ni implorar para solicitar un servicio público, y mucho menos “pasar algo bajo cuerda”; países en las que pedir la identificación (“!CEDULA!” como todo cajero nos vocifera aquí cuál mastín) o tomarte “las huellas” es considerada una agresión a la privacidad.

 

Gran parte de nuestros compatriotas venezolanos, humildes pero buenos de corazón y honorables, han sido manipulados por un discurso, un zumbido permanente, un tinitus doloroso, de instigación al resentimiento y al odio, haciéndoles creer que la superación de la pobreza y la desigualdad pasa por el camino de la intransigencia y el odio. Es nuestra obligación demostrarles que eso no es cierto. Pero de cierta forma estamos claudicando de nuestro deber, de nuestra responsabilidad.

 

Las masas, precisamente porque son amorfas, son volubles. Los adecos de ayer son los chavistas de hoy y serán los demócratas de mañana. Y para eso no valen artículos, entrevistas, opiniones, comunicados, ruedas de prensa. Necesitamos líderes. Con capacidad de trabajo, resonancia, poder de penetración. Que no sean tibios, difíciles de entender en su posicionamiento, que no sean ni sí ni sopa. Que sean consecuentes. Que no desempeñen cargos con prebendas, guarda espaldas y chóferes. Dispuestos a dar la cara y que los metan presos. Dispuestos a luchar hasta el final con ideales e idearios claros, intransigentes, si lo deben ser. El que no esté dispuesto (por mil razones aceptables y dignas de empatía) que reconsidere su carrera política y que se dedique a otra cosa. A nosotros, los venezolanos anónimos que no tenemos afiliación política ni participamos de ruedas de prensa, a los venezolanos de a pie, se nos está agotando toda ilusión y toda esperanza. O nuestros líderes de oposición van a hacer algo, o que no hagan más nada. Declárense incapaces (porque están amordazados, amenazados, etc., no importa). Qué hagan algo o se vayan. Porque nos hacen un favor dejando el camino libre a quién está dispuesto a hacerlo.

Queda poco tiempo.


Desde el 11 de Abril del 2002 no existe democracia en Venezuela. Ese día, y los días previos, la sociedad civil se manifestó de forma multitudinaria y contundente a favor de la deposición de Hugo Chávez, quién por entonces renuncia a la Presidencia. Ordenó a las fuerzas militares masacrar a la masa de manifestantes que llegó a Miraflores (la activación del así llamado “Plan Avila”). El Alto Mando Militar se negó, y él renunció. Así lo comunicó el que por entonces era su Ministro de la Defensa, Lucas Rincón, en forma televisada, al país entero.

 

El día siguiente, el Sr. Pedro Carmona, un pobre señor que no tenía noción de dónde estaba parado, que no tenía la más mínima idea de lo que es la organización político institucional de una república, hizo pronunciar un mal llamado “decreto” (ya que no pasaba de una vulgar y casi fascista proclama y legalmente no podía considerarse ni siquiera un decreto) que echaba por tierra, de un plumazo y de un trancazo, toda la institucionalidad democrática. El Sr. Carmona era el presidente de Fedecamaras, una asociación civil que había convocado con muchísimo éxito una huelga general que duró tres días. El Sr. Carmona no era un político y creo que nunca quiso serlo. Fue un buen hombre que sencillamente terminó, malgre lui, siendo arrollado por un tsunami civil y político. Quién debió haber sido responsabilizado de la proclama absurda del 12 de Abril, fue el Alto Mando Militar de la época. Y esos sí, tenían la obligación, moral y profesional, de interpretar la situación política y no dejar que la anomia se apoderara de la calle. Pero no lo hicieron.

 

El ex presidente Hugo Chávez renunció el día 11 de Abril 2002. Lo que aconteció los días siguientes fueron una serie de caóticas maniobras de palacio, algunas de ellas propiciadas por sectores de la ultra derecha, y otras por facciones pro y contra Gobierno, tanto civiles como militares, que concluyeron con la restitución e imposición de Hugo Chávez por la fuerza, en este caso a través de sectores militares que le eran fieles. El 12 de Abril de 2002 no hubo un golpe de Estado, el tan alardeado “golpe” que Chávez pasó el resto de su vida pregonando. El 11 de Abril se sublevó la sociedad civil, cuándo se percató que su programa de las “49 leyes” iba a convertir a Venezuela en un país que nadie quería. Millones de venezolanos paralizaron el país; centenares de miles salieron a las calles manifestando su desagrado. Era una protesta que contaba con el apoyo de la inmensa mayoría de las fuerzas partidarias, policiales y militares, unanimidad de protesta frente a la cual renunció a la presidencia y hasta quiso entrar en negociaciones sobre sus condiciones de exilio. En las siguientes 48 horas se formó un caos en el que nadie niega que las fuerzas de ultra derecha se quisieron aprovechar de la situación y obtuvieron el mayor protagonismo. Pero no eran las únicas fuerzas ni facciones políticas y militares en juego. El 14 de Abril, un grupo militar liderado por Diosdado Cabello y Raúl Baduel, volvieron a imponer por la fuerza militar un presidente que el pueblo había depuesto. Fue el tercer golpe de Estado de Hugo Chávez. Nadie niega que existieron muchas manifestaciones populares de apoyo a Hugo Chávez, y que aún contaba con un soporte político y militar importante. Pero lo lógico y sensato, tanto desde el punto de vista moral como desde un punto de vista estrictamente democrático e institucional, hubiera sido la constitución de un gobierno provisional y la convocatoria inmediata a elecciones para rectificación de Poderes. La Constitución prevé una línea de sucesión ejecutiva que pasa por el vicepresidente y el presidente de la Asamblea, in absentia del Presidente, por ejemplo en situación de muerte, accidente o enfermedad grave. Ninguna Constitución del mundo prevé una línea sucesoria en ausencia por “manifestaciones populares casi unánimes a favor de la renuncia o deposición”. Por la millonésima parte de lo que sucedió el 11 de Abril, en cualquier verdadera democracia, occidental y  moderna, el Ejecutivo renuncia  y se convocan elecciones. El 14 de Abril del 2002, en su tercer golpe militar de Estado, Hugo Chávez fue recolocado en el poder por la fuerza de las armas.               

 

Existen  cuatro golpes de Estado en la Historia Contemporánea de Venezuela. Tres militares y uno cívico-militar. Todos ejecutados por Hugo Chávez. El primero, y más conocido, fue el de Febrero de 1992; el segundo fue promovido por él en Noviembre de ése mismo año; el tercero lo repuso en la Presidencia de la República el 14 de Abril del 2002; y el último, de carácter cívico-militar,  fue el que ejecutó de forma alevosa, sistemática y continuada, contra la legitimidad democrática desde 2002, por 13 años más y hasta su muerte.

 

En esos 15 años que duró su cuarto y último Golpe de Estado, el Sr. Hugo Chávez ganaba elecciones, libremente, cuando podía. Cuando no las podía ganar libremente, las manipulaba (secuestrando el Poder Electoral, manipulando el Registro Electoral, silenciando a la oposición, subvencionando a diestra y siniestra sus campañas con los fondos de la República, coaccionando al funcionarismo público, convirtiendo a las Fuerzas Militares en un brazo político electoral armado de su partido; y un sinfín de irregularidades y atropellos antidemocráticos cuya sola enumeración llenaría folios y que por supuesto no caben dentro de éste paréntesis). Cuando Hugo Chávez no pudo realizar o ganar elecciones, optó por la fuerza, por los golpes de Estado.

 

En esos 15 años nunca se cansó de alzar el librito de la Constitución en la mano, enarbolado contra “los golpistas del 12 de Abril”. En esos 15 años subvirtió todo el orden constitucional, y atropelló indiscriminadamente personas e instituciones, todo en su provecho y favor, tanto personal como político.

 

Su favor y provecho personal, y el provecho y favor de su causa política fueron una y la misma cosa, como sucede con todos los déspotas mesiánicos, poseídos por visiones y misiones. Su visión era la de la Patria y la del Pueblo, pero en su propia y muy personal interpretación que no admitía antagonismo. Y en la cruzada por su sagrada causa, exterminó todas las instituciones democráticas y todos los derechos humanos que encontró en su paso. El subvertir, corromper y anular la institucionalidad democrática es un Golpe de Estado, aunque no se tratara del Btlizkrieg clásico, del golpe relámpago. Fue un golpe lento pero sistemático, y que por supuesto fue avalado por las Fuerzas Armadas, a medida que iban siendo depuradas y compradas por y para “la causa”. 

 

A partir del 15 de Abril, en su último y más perverso golpe de Estado (porque, repito, los golpes de Estado no necesariamente meten tanques y metralletas) subvirtió hasta el  lenguaje, con sus perenes pregones populistas. Al principio descalificó la oposición, tildándola de “oligarca” o “golpista”. Después la hostigó, cerrando, comprando y expropiando medios de comunicación, persiguiendo, exiliando, encarcelando o indirectamente asesinando a periodistas, entre otras cosas. Y por último la criminalizó: las demostraciones de desagrado se prohibieron; los manifestantes se agredieron; y los líderes, de todo nivel y condición, se encarcelaron, arrastrando por el camino a centenares de inocentes en una vorágine de violencia que culminó hace más o menos un año con un decreto, inédito en la Historia del Derecho Político Internacional, en el que se le permiten a las organizaciones policiales y militares, utilizar armas de fuego contra los manifestantes en las protestas civiles de carácter pacífico.

 

Existen elementos básicos y fundamentales que hacen de un régimen político una democracia. Mencionemos a dos o tres. Para que una democracia funcione, la división de Poderes es un principio sagrado.

 

Empecemos por el Poder Judicial. Nixon, Clinton, Collor de Melo, entre algunos otros, para poner ejemplos, fueron depuestos mientras ejercían sus respectivas Presidencias por un Poder Judicial independiente. Aunque en la inmensa mayoría de las democracias la figura del “impeachment” existe, con ese u otro nombre, acaba por no ser necesaria, porque los presidentes o primeros ministros colocan sus cargos a la orden ante una crisis mínimamente grave. Cuando acontece una situación de impase se apela al sistema judicial independiente, a la Fiscalía, a la Procuraduría, a un tribunal, a una instancia Constitucional, etc. En Venezuela, el Poder Judicial no es independiente, y todas sus instancias, desde el Tribunal Supremo hasta el más pueblerino de los jueces, fueron escogidos  y colocados a dedo, y son todos, más o menos vociferantemente adeptos al régimen. Es común y corriente escuchar a un fiscal o a un juez del Tribunal Supremo expresar sus convicciones “revolucionarias” sin pudor ni acato. Algunos son tan mentecatos, tan políticamente ignorantes, que ni siquiera saben que están en la obligación, no solo moral sino profesional, de no hacerlo.

 

En estos últimos 15 años, de forma alevosa, un sistema judicial configurado a dedo, se ha pronunciado y sentenciado sistemáticamente a favor de la discreción arbitraria del Ejecutivo, condenando de forma éticamente criminal cualquier forma o expresión de oposición política, desde los líderes electos más ampliamente conocidos hasta el más humilde de los ciudadanos inconformes comunes.

 

Una vez más, el solo enumerar, sin ningún tipo de comentario, estos atropellos judiciales, abarcaría folios y volúmenes enteros. Hace unos días, en septiembre 2015, el propio Cardenal Uroza instó a que se le haga una audiencia al preso político Antonio Ledezma; ¡ya que le fue pospuesta cinco veces! Un Poder Judicial autónomo e independiente, imparcial, no existe en Venezuela. Esa garantía democrática no existe.

 

Siguiendo con las garantías democráticas, y concretamente con la independencia de Poderes: una ojeada al Poder Legislativo. John Stuart Mill decía que la principal función de una Asamblea no era la de hacer leyes. “Legislativa” es lo de menos, decía, desde su recia formación democrática inglesa. Esas cosas de las leyes, continuaba, las podemos dejar para algunos tecnócratas altamente sofisticados, especializados en la redacción, sus precedencias, prelaciones, contradicciones, jurisprudencia, y un sinfín de tecnicismos legales. Lo fundamental de una Asamblea, afirmaba, es que sea un espacio de discusión de la sociedad y no solo de una mayoría. Un espacio de TODA la sociedad. Para representar a la mayoría ya tenemos el Ejecutivo, decía él. Pues bien. Nuestra Asamblea Legislativa, cuya mayoría el régimen no obtuvo, pero que de alguna forma “compró”, se ha empeñado en ostracizar, anular y eliminar de su seno a los integrantes de la oposición, mediante mil y una triquiñuelas, o sencillas tomadas de posición mediante la fuerza bruta (como lo hicieron con María Corina Machado). Ora vez más: la enumeración de los exabruptos que ha cometido nuestra Asamblea Legislativa llenaría cartapacios enteros. Pero vamos a dejar otro botón de muestra. En los países democráticos del mundo, el presidente de la Asamblea, aunque generalmente (y no necesariamente) es electo de entre la mayoría (y para eso se realizan elecciones legislativas independientes del Ejecutivo, en las que muchísimos países intentan contrabalancear el Poder) ése Presidente de la Asamblea, The Speaker of the House, termina siendo elegido porque es una persona relativamente independiente y de sólida formación política, ética y profesional. Invariablemente es una persona carismática y respetada que reúne el consenso necesario para llevar las sesiones de discusión a buen término. En Venezuela, nuestro Speaker, ha sido partícipe activo de todos los Golpes de Estado, y es el protagonista de un show televisivo en el que acusa a opositores de supuestos delitos, crímenes, magnicidios y atentados sin corroboración judicial alguna, pero que ha establecido demandas jurídicas contra varios medios de comunicación porque retransmitieron un boletín noticioso internacional sin la debida “corroboración” que él no se siente en la obligación de respetar. En esa noticia, que no fue desmentida por la DEA ni ningún vocero del Gobierno de los EEUU, se informa que el Sr. Diosdado Cabello encabeza el liderazgo de un cartel de la droga Colombo-Venezolana, llamado el Cartel de los Soles. Éste señor, que es presidente de la Asamblea General de la República, en vez de ejecutar un papel de intermediario mínimamente independiente de la Asamblea, sistemáticamente niega el derecho de palabra, interrumpe, boicotea y expulsa a la fuerza a diputados elegidos con muchos más votos y legitimidad que él. Y de él Presidente para abajo, nuestra Asamblea Nacional, es un vulgar teatro de títeres. Está constituida por unos pobres fantoches, sin voz ni voto, que aprueban sumisamente cada orden emanada del Ejecutivo. Aunque esa aprobación no hace falta para absolutamente nada, ya que los últimos años de Chávez y los recientes de Maduro han sido dominados por las llamadas Leyes Habilitantes. Es una ley contemplada en la Constitución en la que, en situaciones de extrema gravedad, la Asamblea rescinde su potestad política a favor del Ejecutivo. En multiplicidad de ocasiones, creo que hoy mismo, por ejemplo, el Sr. Nicolás Maduro gobierna a su “real” antojo, porque al abrigo de la ley “habilitante” puede prescindir olímpicamente del Poder Legislativo!!!

 

Estamos examinando si en Venezuela existe una democracia, y todavía seguimos indagando sobre el primer aspecto, la división independiente de poderes. Hasta muy recientemente solo se consideraban básicamente tres poderes de ejercicio democrático: Ejecutivo, Judicial y Legislativo. Se consideraban que las materias electorales estaban subordinadas al Poder Judicial, por ejemplo. Pero algunos desarrollos constitucionales recientes han incorporado a varios “poderes” adicionales. Nuestra última Constitución incorpora algunos nuevos “poderes” aunque el origen de su legitimidad no está muy claro. Uno de eses “poderes” es el Poder Electoral, dándole un papel sobresaliente en la legitimidad democrática. Hugo Chávez lo incorporó en la Constitución de 1999, porque se sabía al abrigo de su popularidad electoral de la época. Sea un “poder” o no, todos los países tienes organismos y mecanismos que aseguran la imparcialidad, justicia y ecuanimidad de sus procesos electorales. En las democracias europeas occidentales, por ejemplo, los países tienen reglamentaciones estrictas en lo que se refiere a participación, divulgación y propaganda electoral, acceso a los medios de comunicación, programas de reclutamiento de electores, mecanismos de elección, votación, conteo, auditoría y proclamación. Utilizar un camión de las Fuerzas Armadas Españolas para ir a buscar electores a un pueblito remoto de Asturias, sería algo inconcebible, digno de la intervención del Rey.

 

Por supuesto que se le hace un “descuento” a nuestras repúblicas latino americanas, modernas... incipientes… y todo eso. Aunque no termino de saber que es una democracia, verdadera y plena, y una que no lo es. Es como una mujer que está “casi”  embarazada.

 

Pero, aún después del “descuento” que se le pueda hacer a Venezuela, es inadmisible lo que sucede aquí, aún para los standarts de una república bananera. Nuestros directores del organismo electoral supuestamente imparcial, los “rectores” del Consejo Electoral Nacional, no son electos sino designados, y demuestran abiertamente su filiación al Régimen mediante su participación en actos del Gobierno, o en declaraciones abiertamente púbicas. ¿Cómo es posible que nuestros árbitros de imparcialidad electoral manifiesten abiertamente su afiliación a un Partido? Qué venga alguien, preferiblemente de la OEA o de la Unión Europea, y nos lo explique, porque nosotros no lo podemos entender. 

 

La oposición lleva años pidiendo una auditoría del Registro Electoral, la lista nacional de electores, pero el CNE sistemáticamente se lo ha denegado. Se sospecha que existen miles, o docenas o centenares de miles de electores “fantasmas”, electores que en verdad no existen, pero votan. Pero independientemente de que eso fuera cierto o no; ¿cómo justificar la sarta interminable de irregularidades electorales?

 

El Régimen convoca a elecciones, cada tantos años, en condiciones de prevalencia, poderío y desigualdad, casi absolutas. Y nosotros, los ciudadanos de a pie, vamos a cumplir humildemente con nuestro supuesto “deber ciudadano”, que termina siendo el de legitimar por voto, a un régimen dictatorial y corrupto. Un Régimen profundamente antidemocrático, que nos niega todos nuestros derechos, incluyendo el más básico de todos: el de a la alimentación.  

 

La máxima instancia electoral-arbitral en Venezuela, no es imparcial e independiente. De sus cinco directores, cuatro son abierta y públicamente adeptos al Régimen Chávez-Madurista, ignorando con todo desprecio la Ley Orgánica del Poder Electoral proclamada en el 2002. Que, como todas las leyes en Venezuela, se han vuelto letra muerta ante el ejercicio despótico del poder. Todos los medios públicos de comunicación en Venezuela, Radio, Televisión y Prensa, están controlados por el Gobierno. Unos fueron cerrados, otros comprados, otros más expropiados, y el resto, obligados a líneas editoriales domesticadas sobre amenaza. “Tal Cual” acaba de cerrar bajo asedio, y lamentablemente, lo digo con mucho pesar, a El Nacional, le cabe el mismo destino.  Las llamadas  “redes sociales”, como un blog como éste, llegan a una docena de personas, no tienen la más mínima repercusión política. Nuestra instancia y garante de imparcialidad electoral cierra los ojos a todo tipo de malversaciones: millardos de  dólares de la República, que le pertenecen a todos los venezolanos, son puestos a disposición del Gobierno, para sus campañas y “operativos” electorales.

 

El carácter “legislativo” de La Asamblea es accesorio, y casi intranscendente. Las verdaderas asambleas son el espacio más privilegiado, más respetado, de discusión política del país, de La Nación. Si la Oposición llega a ir a elecciones y a ganarlas eso no sirve para hacer leyes que contribuyan a cambiar el país. Primero, porque, técnicamente, no es tan sencillo. Y segundo porque las leyes tienen un valor muy relativo. A diferencia de lo que creen los abogados y el común de la gente, las leyes no le dan forma ni organizan a la sociedad. Apenas, en el mejor de los casos, ayudan a dirimir litigios. Algunos de los países más democráticos del mundo no tienen Constitución. Ninguna Ley de Tránsito podrá jamás organizar el caos de tráfico que tenemos en Venezuela. Es algo que sucederá cuando provenga del comportamiento de la gente. De la observancia del respeto por el otro y el sentido común, de la educación. Y cada vez más los venezolanos nos hemos animalizado y terminamos conviviendo en un ambiente de violencia, depredación, depravación. Tenemos la segunda o tercera tasa de homicidios más alta del mundo, a míseros puntos de diferencia de la primera. De los 250 países del mundo estamos entre los últimos cinco puestos con relación a violencia, corrupción pública, libertad económica. Son datos provenientes de organizaciones internacionales de incuestionable honestidad, como Transparencia Internacional. Hoy día tenemos la debacle económica que vivimos porque el Gobierno lleva 16 años controlando, agrediendo, hostigando, la iniciativa privada. Y ahora, después de haber destruido todo el tejido empresarial quieren obligar a las pocas empresas que quedan a permanecer abiertas bajo la fuerza de las armas.

 

Este es el legado de una Revolución Bonita, en que la gente ha perdido su capacidad de asombro, de indignación, de expresión. Porque la violencia, la corrupción y la prosperidad económica, nunca fueron prioridades de nuestro gobierno. Antes todo por el contrario. Con el paso del tiempo la élite revolucionaria terminó descubriendo que tanto la inseguridad, como el enriquecimiento ilícito, como la pauperización económica de la sociedad, son variables que juegan todas a favor de su perpetuación. No creo que lo hicieron adrede, con maquiavelismo. Lo hicieron solo por ineptos y mediocres. Pero han terminado cayendo en la cuenta de que se pueden beneficiar de ello. Los venezolanos decentes, de a bien, la clase media, vivimos secuestrados sin rechistar en nuestras casas, no objetamos a que se nos robe impunemente nuestro patrimonio público, y nos limitamos a comer y callar, en una economía devastada, de subsistencia.

 

Si serviría de algo la Asamblea sería para debatir y construir, empezar a reconstruir este país. Y eso no sucederá nunca. Porque va en contra de la razón de ser de nuestro Gobierno, de su auto definición e intereses. En primer lugar tendrían que reconocerse culpables, y no victimas, asumiendo la plena responsabilidad por lo que hicieron. En segundo lugar tendrían que colaborar en una reconstrucción que va en contra de las condiciones de su perpetuación e intereses. Ojalá fuera posible un diálogo, pero no lo es. Nos han conducido a una situación de impase, en la que está en causa la viabilidad de Venezuela como Nación, como País.

 

Ninguna opinión, ni mucho menos intervención internacional, puede ayudar a destrabar este impase. Somos nosotros, los que aún podemos pensar y actuar. O dentro de muy poco, por inanición moral o aún física, ya nadie más lo hará. Nos queda muy poco tiempo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Leopoldo y tú y yo.

Entre 1983 y 2004 la UNESCO otorgaba el Premio Internacional Simón Bolívar a personalidades comprometidas con los valores democráticos y los derechos humanos. El premio, bianual, era básicamente honorífico aunque contaba con una aportación de USD 25.000 a cargo del gobierno venezolano. El jurado estaba constituido por siete miembros, cinco personalidades de distintas regiones del mundo, a sugerencia del director de la UNESCO; un representante nombrado por el Director; y un representante nombrado por el gobierno venezolano.

 

Desconozco las razones concretas por las que el Premio dejó de existir, pero las sospecho. La última vez que se entregó, correspondiente al período 2002-2003, fue atribuido a La Casa de Las Américas (?) y a Nadia Al-Jurdi Nouaihed (?), una supuesta escritora libanesa que vivió diez años en Venezuela, y cuyo único aparente mérito es el de haber escrito la primera biografía de Simón Bolívar en árabe. Por una parte el Premio estaba cayendo en desprestigio; por otra, aparentemente no lograba el consenso del gobierno bolivariano; pero, lo más fundamental de todo, era que los premiados anteriores empezaron a expresar dudas sobre la legitimidad del gobierno que lo otorgaba. Y aquí es dónde las cosas se ponen bonitas, porque el rol de los premiados, su estatus, su dimensión, su prestigio, era y es impresionante: entre los premiados constan, nada y más y nada menos que Nelson Mandela(1983), Vaclav Havel (1990) o San Suu Kyi (1992).

 

Mandela, Havel y San Suu tienen una cosa en común. Son los presos políticos más famosos de la historia mundial reciente. Todos pasaron décadas presos y después ejercieron cargos políticos de primera línea. Mandela y Havel, fueron presidentes de sus respectivos países. San Suu, después de pasar 14 años y algunos meses presa (¡la vida es un chiste!) fue liberada hace un par de años, se postuló al Parlamento y fue el político Burmano electo  con más votos en la historia de su país. Ironías de la historia, el parlamentario venezolano más ampliamente votado en nuestra historia también es una mujer, la Sra. María Corina Machado. Más irónico resulta aún que la Asamblea Nacional la destituyó a la fuerza de su cargo. Nuestro parlamentario más legítimo tiene interdicto su acceso a la Asamblea por una supuesta incompatibilidad internacional de funciones políticas. Y no sé cuántas decenas más de supuestos delitos e incompatibilidades mientras tanto se le habrán imputado. Tiene juicios políticos pendientes y la mejor recomendación que le podría dar a la Sra. María Corina es que no se defienda, acepte todas las acusaciones estrafalarias que se les ocurra a nuestro Desgobierno Nacional. Declárese culpable de todo.  Pero principal, y sobre todo, asegúrese de que la metan presa.  Porque, créame, rinde puntos, la prisión da muchos créditos. Sobre todo en los países que, como en Venezuela, el sistema judicial es títere de algún gobierno demencial, tiránico, desquiciado. Porque ya no sabemos cómo calificar, cómo describir  éste régimen que tenemos.

 

“Lo de Venezuela ya es pornográfico”, sentenció recientemente el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti refiriéndose al gobierno del Sr. Maduro. ¡Ironía adicional de la vida, Sanguinetti fue otro de los premiados con el Simón Bolívar de la UNESCO! Por estas y otras cosas más, ya no existe el Premio Simón Bolívar, como tampoco existe café y azúcar en un país que los produce. El Premio Simón Bolívar ya no existe porque el gobierno BOLIVARIANO no se pone de acuerdo con la UNESCO sobre a quién entregárselo. Y los que lo recibieron, cómo Sanguinetti, con mucho gusto lo devolverían.

 

Lo que voy a decir es de un cinismo maquiavélico de lo más perverso, pero no por eso deja de ser cierto: una de las mejores cosas que le puede pasar a un político de notoriedad que se opone a un régimen despótico, es que lo metan preso.

 

De preferencia muchos años, aunque algunos mesitos pueden llegar a ser de mucho provecho. En los pocos meses en que estuvo preso, Hitler le dictó a Rudolph Hess sus memorias, ensopadas con sus aberrantes convicciones ideológicas, mientras bebía sorbitos de champán. Un juez pro nazi lo encarceló en una especie de palacio privado, al que todos los simpatizantes y disidentes llevaban delicatesen y manjares para conocer a ése audaz joven Bávaro. Hitler no podía escribir “Mein Keimpf” con sus propias manos porque las tenía manchadas de sangre. Estaba pagando una pena de prisión simbólica por su disparatado golpe de estado, el Putch de Munich, en el cual murieron dieciocho personas.

 

Entre 1933 y 1945 “Mi Lucha”, un libro básicamente escrito por Hess (porque Hitler nunca escribió nada) fue el libro más vendido de Alemania. Todos los años se publicaban millones de ejemplares, y supuestamente Hitler pagaba su vida privada, sus mansiones (su archí famosa Mansión del Lobo), sus Mercedes descapotables y sus aviones privados, con los derechos del libro. ¡Pónte a cree! Regalar “Mi Lucha” a los novios en su boda y a los estudiantes en el día de su graduación se convirtió en una tradición aria. Nada ayudó más a Hitler que esos meses de prisión burguesa que invirtió en escribir un librito. No solo escribió el libro sino que conoció a muchísima gente y con ellos empezó a organizar su carrera, que hasta ese momento no pasaba de discursante en tabernas y cervecerías de Munich. Terminaría por ser el más directo responsable de la muerte de 50 millones de personas, la personalidad política más nefasta de la historia. Aunque gracias a esos 50 millones de muertos la Civilización se aferró, más que nunca, a los principios democráticos de respeto por la libertad y las instituciones. El mundo contemporáneo está plagado de contradicciones e injusticias, pero se niega rotundamente a aceptar la intolerancia y el totalitarismo, porque nos negamos a olvidar el Armagedón causado por el Nacional Socialismo. Esa atrocidad abominable, inconcebible, sucedió ayer. Y para recodarlo aquí estamos los intelectuales inútiles de este mundo.

 

El 4 de Febrero de 1992 el Sr. Hugo Chávez fue el principal autor de otro disparatado, carnavalesco, grotesco, golpe de estado, orquestado con improvisación y delirio. Fácilmente desmontado al cabo de unas horas, al día siguiente el ministro de la defensa anunció que habían muerto catorce personas en la intentona loca. Por supuesto que la intención del ministro era la de minimizar la extensión y magnitud de los daños, porque las cifras reales de muertos fueron cerca de cincuenta. Tanto para Hitler cómo para Chávez, sus primeros golpes, que no pasaron de descabelladas mascaradas militares, les valieron sus primeras decenas de muertos. A diferencia de Hitler, que arrasó con un continente y masacró naciones enteras, Chávez, humildemente, dentro de sus limitadas capacidades (aunque nunca disimuló sus megalómanas ambiciones internacionales), se limitó a destruir un país. Lo interesante es que el Sr. Hugo Chávez también le sacó el máximo provecho a su estadía en la cárcel. A diferencia de los actuales presos políticos venezolanos que están incomunicados, y a quiénes no se les permite ni siquiera la visita de ex presidentes latinoamericanos en diligencias diplomáticas semioficiales, a Chávez se le permitió acceso irrestricto a tutilimundachi. Y todo el mundo, toda la disidencia de izquierda venezolana, quería conocer a ese audaz joven Barinés. Al igual que Hitler, Chávez nunca escribió nada; ni siquiera le dictó a un secretario amanuense, las bravuconadas patrioteras que le pasaban por la cabeza. Pero, igual que Hitler, conoció a mucha gente, ciegamente dispuestos a ver en él a un líder. Gente que lo convenció a adoptar una postura diferente, un posicionamiento político menos gorilesco, y que se reveló absolutamente fundamental: tomar el poder, sí, pero por la vía institucional, constitucional, de las elecciones libres.

 

La denostada, vilipendiada IV República Venezolana, la Venezuela de entre 1961 y 1999, era una república democrática. Con todas sus imperfecciones y errores, que fueron muchísimos, Venezuela fue un país democrático, la Meca de la democracia por la que clamaban el resto de los países latinoamericanos.

 

Y para muestra, dos botones. El primero. El día 4 de Febrero de 1992, de cara a la intentona, Carlos Andrés Pérez dictó estado de suspensión constitucional. Pero, porque se trataba de una democracia, convocó para el mismísimo día siguiente una reunión extraordinaria del Congreso para que le rectificaran la medida. Se esperaba que fuera inmediatamente aprobada por unanimidad pero, inesperadamente, Rafael Caldera, miembro vitalicio del Senado en su condición de ex presidente, subió al podio y dio un discurso sorprendente, que fue su puntapié de salida para optar a su segunda presidencia, que acontecería dos años después. El Sr. Rafael Caldera, una de las personalidades más nefastas que conoció la historia venezolana, se subió al podio y aunque condenó el golpe, justificó sus razones; de alguna forma lo avaló. Buscaba capitalizar el descontento popular, y la incomodidad de la izquierda, en favor de su beneficio político personal. Y lo hizo. Sabiéndolo o no, pretendiéndolo o no, ése 5 de Febrero, en un discurso televisado en directo, condenó el destino de Venezuela. Dos años después ganó las elecciones e indultó a Chávez. Venezuela era un Estado democrático y por esa razón, Carlos Andrés Pérez convocó el Congreso para el día 5 de Febrero. Ése es el primer botón.

 

El segundo. Pese a la convulsionada situación de la Venezuela de entonces, liderada por Caldera en lo que entonces se llamó “el chiripero”, una alianza de fuerzas políticas minoritarias e irreconciliables, el país continuó siendo una democracia hasta 1999, dejando que el Sr. Hugo Chávez hiciera una campaña electoral mínimamente limpia, permitiéndolo ganar las elecciones presidenciales. Nadie niega que el Sr. Chávez ganó ampliamente las elecciones de 1999. Pero las ganó gracias a unas condiciones, a unas premisas democráticas, que hoy no existen, ni siquiera de forma rudimentaria. Las ganó porque existía libertad de tránsito y agrupación; libertad de manifestación y concentración política; libertad de opinión y expresión; multiplicidad de órganos de comunicación independientes; radio comunicación y prensa libres;

 

y por encima de todo, la pseudo decadente IV República garantizaba un marco constitucional (que aunque no era comparable a los niveles de transparencia de las democracias europeas) aseguraba mínimamente cosas tales como la representatividad de las minorías, y la sacro santa división de Poderes, sobre todo la independencia de las instituciones de control, organización y auditoría Electoral. Hugo Chávez ganó legítimamente sus primeras elecciones porque él para entonces Consejo Supremo Electoral, le garantizó sus derechos políticos, de forma justa, mínimamente imparcial, ecuánime e independiente.   

 

Yo no voté por Chávez porque para mí “militar” y “político” son conceptos que en democracia son inmiscibles, aceite y vinagre, imposibles de armonizar. No porque los militares sean antidemocráticos (algunos sí y otros no, cómo todos nosotros en la vida), sino porque ejercen funciones que son opciones de vida incompatibles. Cómo querer, hoy día, 2015, ser un sacerdote católico estando casado. Puede que esto venga a cambiar (y es más, ojalá cambie) pero hoy día, si optas por ser sacerdote renuncias al matrimonio, y si optas por el matrimonio renuncias del sacerdocio.

 

Pero una inmensa mayoría de la población venezolana en 1999, incluyendo a muchos de mis amigos con pensamiento social progresista, vieron en Chávez una opción democrática esperanzadora. Que no solo pronto se desvaneció. Sino que se convirtió en una inmensa nube negra y opresiva de gas lacrimógeno, que el 99% de los venezolanos, integrantes de manifestaciones o simples habitantes de nuestra casita, hemos olido. Porque el nivel de opresión es tal que el gas lacrimógeno ha llegado a casi todas nuestras casas, locales de trabajo y vías de tránsito.

 

¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Cómo hemos llegado a ésta que es la peor catástrofe de la historia de Venezuela? Ésta Venezuela en la que sólo podemos comprar alimentos básicos, tales como carne, arroz y leche, una sola vez por semana, y cuándo lo vamos a hacer, después de interminables colas que duran horas, no los conseguimos, porque su supuesta disponibilidad es un espejismo creado por el Gobierno, una descomunal mentira. ¿Cómo hemos podido llegar a este país en el que gastamos mitad del tiempo de nuestras vidas intentando negociar el precio de la harina, el café, el azúcar, intentando casi desesperadamente conseguir papel higiénico, jabón, champú?

 

Hoy día ser madre de un bebé en Venezuela es un drama, porque no existen pañales, termómetros, fórmulas maternas, ni siquiera la leche completa, la común y silvestre, sea líquida o en polvo. Leche, no existe, sencillamente no la hay. Y esas madres y padres, familias enteras, viven una odisea de realismo mágico, buscándose el primo de un cuñado que tiene un amigo que trabaja en un Ministerio Público, al que todas las semanas llegan unos camiones sin identificación que traen leche, arroz y pasta para los “funcionarios comprometidos”, “los camaradas revolucionarios” y los “patriotas cooperantes”.

 

No estoy hablando de oídas, de lo que escuché que una vez alguien se lo contó a un conocido mío. Estoy hablando de lo que sé, por experiencia propia y directa. Uno de mis “trueques” (porque hoy día, en Venezuela, tenemos un sistema monetario y cambiario tan estrambótico y absolutamente desfasado de la realidad que nos hizo perder la noción del valor monetario común de las cosas, el sentido básico de la Moneda inventada hacia milenios en Lidia, y vivimos una economía pre histórica de trueque), uno de mis “trueques”, decía, lo hago con mi vecino Juan Carlos. Yo le doy acceso gratuito a televisión por cable e Internet (porque él hace cuatro años pidió una línea telefónica a la empresa de telecomunicaciones del Gobierno y todavía está esperando), yo le doy mis accesos, decía; y él a mí me da pasta, arroz y azúcar, porque su esposa tiene un hermano que trabaja en un organismo del Gobierno dónde llegan camiones con comida. ¡Bits for bites! Literalmente.

 

Venezuela NO está al borde del colapso. Está AHORA MISMO colapsando, se está desmoronando, desintegrando, destruyendo.

 

El colapso no es solo el estallido, el que de una forma u otra vendrá, y que todos estamos esperando. Ése será tan solo el punto final. O un punto y aparte, porque la Historia va a continuar, y la reconstrucción, que durará por lo menos lustros si no décadas, va a ser durísima y dolorosa, con sacrificios sociales y políticos de todo tipo. Que nos agarre preparados.  

 

 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí, y tan rápido? ¿De ser uno de los países más prósperos y más democráticos de América Latina, cómo hemos pasado a ser uno de los más pobres y más despóticos en menos de cuarenta años?

 

La Historia es un proceso continuo, un fluir 24/7, con miles de actores y millones de circunstancias. La Historia propiamente no existe, sino sus interpretaciones y versiones. “La Historia es la versión de sus vencedores” creo que lo dijo por primera vez un viejo cascarrabias que se fumaba una caja de habanos y se tomaba una botella de whisky por día, un viejo indoblegable que se hartó de cometer errores garrafales como Galipoli, pero también algunos aciertos, un viejo llamado Winston Churchill. De ese fluir de acontecimientos, de ese manantial, de ése magma  cataplásmico de millones de actores y sus circunstancias que es la Historia, los líderes de opinión, los políticos, académicos, historiadores, con el recorrer de los años, van llegando a una especie de acuerdo, sobre cuáles fueron los acontecimientos principales y cuál es su debida interpretación. Hoy día estamos todos de acuerdo en que 1776 y 1789, fueron acontecimientos decisivos que configuraron el mundo moderno, tal y cómo lo damos por sentado hoy día. Pero en su época, ni remotamente se interpretaba así. Por ejemplo se creyó que la derrota de Napoleón en Austelitz en 1815, borraba completamente del mapa la Revolución Francesa. Y efectivamente así fue, por más de 50 años hasta 1870, y se tuvieron que esperar otros 50 años más, hasta la Revolución Rusa, para retomar algunas banderas. Pasaron siglos hasta reinterpretar debidamente la Magna Carta, o los supuestos “desvaríos sexuales” de Henrique VIII y reivindicarlos cómo el primer gran desafío al poder Papal y al Catolicismo como ideología y ejercicio político. La interpretación de la Historia va escogiendo y descartando sus grandes acontecimientos, sus hitos fundamentales, a veces tan efímeros como los Hit Parades de la revista Rolling Stones.

 

Cómo dijo Descartes en el primer párrafo del “Discurso del Método”, cada quién es libre de interpretar el mundo por su propio juicio y cuenta y nadie en el mundo  le puede quitar ese derecho. Aunque, añadió, existen interpretaciones más informadas que otras, más objetivas e inteligentes que otras. Y yo, bueno, de este magma torrencial que ha sido la Venezuela convulsionada de los últimos 16 años, voy a extraer mis muy personales hitos que me permitan entender, o sobrellevar, este cuento, ésta historia. Son dos acontecimientos que tienen que ver con las decisiones judiciales a propósito de presos políticos. Ése espécimen raro a quienes la UNESCO otorgaba el Premio Simón Bolívar en los años 80 y 90, años en los que Venezuela era un país (relativamente, concedo) democrático. Esos dos grandes hitos son, me parecen a mí, el indulto que le hizo el presidente Rafael Caldera a Hugo Chávez, en 1994; y la condena que le hizo el presidente Nicolás Maduro a Leopoldo López en 2015.

 

En el primer caso se indultó un asesino a la libertad plena. En el segundo caso se condenó a un inocente a 15 años de confinamiento absoluto. Pero los dos casos tienen un paralelismo común, de una similitud espeluznante. Con ambos casos, creo yo, se decidió la historia contemporánea de Venezuela. Fueron dos errores políticos descomunales de parte de quien los cometió: uno, por parte de Rafael Caldera, de triste memoria; el otro, por parte de Nicolás Maduro, el de memoria triste. Uno indultó a un asesino; el otro condenó a un inocente.

 

Ninguno de los dos, ni Chávez ni López,  eran o son angelitos celestiales, bebés de pecho. Ambos sabían que su condena a prisión, con algo de suerte, sería una pasantía política, que de ser bien sucedida, sería capitalizada con creces. Era una opción, un riesgo. Una gran apuesta en la que colocaban a prueba su propia vida.

 

No mucha gente resiste la cárcel, y mucho menos, cuándo se arriesgan lustros o  decenas de años en confinamiento. Por cada párrafo que lo mencione, con repercusión en la prensa nacional o internacional, un preso político apuesta miles de horas de privaciones, de aislamiento, soledad, hambre y enfermedad, desesperación de causa, depresión y pesadilla. Por cada aparición de su nombre en la opinión pública, un preso político apuesta días, semanas y meses, en las miles de horas que dura su confinamiento. Y en esas horas se pregunta un millón de veces si vale la pena, si alguien se acuerda de él, si su martirio vale la pena. Si vale la pena sacrificar su vida personal, su familia y amigos, su esposa y sus hijos, de quiénes se siente directamente responsable, y a quiénes está arrastrando casi injustamente. Millones de veces se preguntan si vale la pena, si tomaron la decisión correcta, si vale la pena haber sacrificado no solo su vida sino la vida de sus seres más queridos. Un millón de veces se preguntan, porque no optaron por ser funcionarios del servicio postal, gerentes medios o superiores de alguna empresa, trabajando de 9 a 5, haciendo una parrilla en su patio cada seis meses, llevando a sus hijos a comer helado cada sábado. No debemos olvidar nunca que por cada Mandela, Havel, o Sam Suun, han muerto miles de presos políticos anónimos en todas las cárceles del mundo, desde las mazmorras de Pyongyang hasta los sótanos más blindados de Guantánamo (qué “by the way”, algunos de ellos, no son menos presos políticos).         

               

En mi última entrada en este blog de carácter personal, en el que no pretendo escribir artículos de opinión sino echar un cuento, hace dos o tres meses denuncié la muerte de un preso político anónimo, inocente, Rodolfo González. El artículo, me di cuenta muchas semanas después, desapareció de Internet. Y no sé porqué. No estoy acusando a nadie, no tengo pruebas de ningún tipo, no sé porqué el artículo desapareció de mi blog. Aunque en este país uno empieza a sospechar de todo.

 

Rodolfo González, apellidado de El Aviador, era un hombre inocente que estuvo injustamente preso, imputado de complot político, y que optó por suicidarse. No quiero trivializar la prisión por razones políticas. En la mayor parte de los casos, la tortura, ejercida bajo las mil formas de artimañas y disfraces, termina doblegando al ser humano, hasta que claudica, bien sea renegando de sus ideales y convicciones más profundas, optando por la prisión domiciliaria, por ejemplo, o porque escoge simplemente, con opción o sin ella, por la muerte. La aplastante mayoría de los presos políticos del mundo no terminan siendo héroes de la humanidad como Sakarov o Ghandi. La inmensa mayoría de los presos políticos intentan fugarse o se rinden, renunciando a sus convicciones o a su vida. Y no reciben Premios Simón Bolívar, Premios Nobel de la Paz, Doctorados Honorarios Causa por Oxford, Harvard o Cambridge. La aplastante mayoría son gente normal y común, que luchan por sus convicciones morales más íntimas e inconmovibles, y que terminan olvidados y muertos. No quiero trivializar a los presos políticos y de consciencia política, y mucho menos a sus muertes.

 

Los que terminan siendo presos políticos porque se saben portadores de un estandarte, y que hacen la gran apuesta de la cárcel, en la que arriesgan la vida y la muerte, son muy pocos. No dejan de demostrar un enorme valor, aunque en el fondo saben que su confinamiento es una apuesta. No es un verdadero valor humano o humanista el que los mueve, cómo al preso anónimo, desconocido, batallando a solas con sus convicciones. El convicto político de notoriedad se entrega a la justicia haciendo  un cálculo dentro del complejo ajedrez político. Aunque, en el fondo, no deja de estar lleno de coraje y valor. Es una apuesta de palabras mayores: “Voy a salir de aquí muerto; es una posibilidad. Aunque puedo salir de aquí alzado en brazos. Solo Dios lo dirá y a Él me entrego”.  

 

Tanto Hugo Chávez como Leopoldo Chávez apostaron. Al primero le salió el premio gordo, el poder. Y lo disfrutó con toda falta de pudor, con culto de personalidad, atropello y promiscuidad, como un chancho revolcándose en el lodazal de la aclamación general y la fama. El segundo pasó los primeros 18 meses de cárcel sin saber exactamente lo que le podría suceder. Y lo que aconteció, que lo condenaran a 15 años de cárcel, fue lo mejor que le podía suceder, a él, y a la oposición venezolana.  

 

Ahora contamos con un líder, con una figura, con un nombre, con un hombre. Leopoldo. No es una organización, como la MUD, que muchas veces no terminamos de entender. Tal vez porque sortea divergencias internas, porque en sus intentos de conciliación interna y reconciliación externa, termina por ser inoperante, ineficaz. El saldo final de su intervención es casi nulo.

 

Cuándo la MUD nos llama a votar estamos pactando con el régimen. Estamos dando por aceptadas unas premisas: que en Venezuela las elecciones son justas y libres y nos vamos a medir en términos de igualdad de circunstancias y condiciones. Eso no es cierto. El Gobierno se cansa de violar, descaradamente, todo tipo de ecuanimidad. Todos los recursos del Estado Venezolano, de todos los venezolanos, son puestos a disposición del Partido de Gobierno. Todos los medios de comunicación independientes fueron expropiados o comprados a la fuerza, o están amordazados bajo una espada de Damocles. Y ahora todos estos medios de comunicación, al servicio del Gobierno, emiten permanentemente propaganda electoral del PSUV. Empezando y terminando en las alocuciones presidenciales en cadena, que se supone que son intervenciones de carácter estatal, y que no son más que operetas bufas de propagandismo electoral, o transmisiones en vivo y directo de todos los disparates que se le atraviesan por la cabeza al Presidente. Éste señor Presidente que tenemos ahora se limita a ser un mimo bufo del anterior. En una de sus primeras alocuciones al País nos contó que había escuchado un pajarito susurrándole cositas en el oído. El otro señor, en una de sus primeras intervenciones en vivo, aprovechó para mandarle un mensaje a la esposa: que lo esperara en la casita presidencial, porque cuando llegara “le iba a dar lo suyo”. Esos señores no se sienten funcionarios que desempeñan un cargo. Personas con responsabilidades y obligaciones. Se sienten dueños. Pero ni siquiera los “dueños” más importantes del país y del mundo se comportan con esta clase de desparpajo, falta de pudor, suculencia y avaricia inmunda de poder. Son verdugos y capataces resentidos, promovidos súbitamente a “dueños” nuevo ricos, que pueden comprar (deshonestamente) todo lo que les da la gana, menos lo que tiene realmente valor y no se deja comprar: la educación, la honestidad, la instrucción y cultura, la humildad y el respeto.  

 

La Ley Orgánica del Poder Electoral, que estipula muy bien cuáles son las reglas, por ejemplo en el uso de los medios de comunicación, es olímpicamente ignorada. Y nuestros dos árbitros electorales, el primero de carácter político, el CNE, y el segundo, de naturaleza logística, las FFAA, son brazos, tentáculos, títeres, del Gobierno. La máxima y ulterior instancia, la Sala Electoral del Tribunal Supremo, está compuesta por muñequitos colocados por, y al servicio del Gobierno. La oposición lleva años clamando inútilmente por una revisión del Registro Electoral, porque sabemos que está adulterado y necesita ser depurado. ¿Qué elecciones serán éstas? ¿Qué elecciones han sido?

 

Hasta ahora habíamos tenido ventajas sólidas para ganar las elecciones. Habíamos tenido muy ciertas, muy fehacientes posibilidades, probabilidades, números, para ganar las elecciones. Pero nunca las hemos ganado. Ahora estamos esperando que un 20 a 30% de ventaja, sea una cifra tan contundente que no pueda ser objeto de manipulación. Estamos creyendo en pajaritos preñados.

 

Estamos pensando, como el primer ministro de Gran Bretaña en la pre guerra, Lloyd Chamberlain, que podemos negociar la paz con Hitler y evitar una guerra. Chamberlain se cansó de discursar en el Parlamento inglés, “vamos por la paz, vamos a evitar la guerra, vamos a hablar con él…” Y fue a Alemania, y habló con él, con Hitler. Regresó y dijo que no pasaba nada, que era un buen hombre. Seis meses después colocó su renuncia y perdió su puesto. No deja de tener su valor. Chamberlain fue un hombre honrado e íntegro, pero demasiado inocente.

 

Cómo es inocente pensar que 1.- vamos a elecciones; 2.- las vamos a ganar; 3.- que desde la Asamblea vamos a poder intervenir y cambiar esta Venezuela, enferma, más que “moribunda”: terminal. Qué éste va a ser el principio del fin.

 

Eso no va a suceder. El Gobierno está intentando todo lo imposible por distraer la atención de los problemas internos y de las elecciones. En estos momentos tenemos tres guerras: la Guerra Económica, la Guerra con Colombia, y la Guerra con Guayana. Las tres han sido abortos, brazadas de ahogado. El Régimen puede inventarse otra cualquiera pero se les agota el tiempo. Probablemente vamos a elecciones y pasamos al escenario dos.

 

En el escenario de las elecciones, el panorama no se ve nada claro. El primer indicio, que ya apunta por dónde pueden venir los tiros, fue la negativa del Gobierno/CNE a aceptar las misiones de observación de la OEA y de la UE (las más prestigiosas y las que ofrecen más garantías, sin duda). Aunque la verdad es que estuvieron aquí en el pasado y bueno… no fueron de mucha ayuda. Cerraron los ojos a un millón de cosas que en sus propios países hubieran considerado inadmisibles. Sobre todo la Unión Europea. En el pasado, sus misiones de observación optaron por cerrar los ojos y manejarse cómo buenos burócratas europeos al servicio de los vientos de Bruselas, más pendientes de sus decenas de miles de euros que cobran, que de sus convicciones democráticas. Cosas absolutamente inadmisibles en una democracia europea, aquí se dejaron pasar por alto dándole un “descuento bananero”.  Cómo si la Democracia, los derechos civiles y los valores humanos, fueran diferentes en Francia y en Venezuela. Como si aquí la vida valiera menos, pues. Hay que conocer bien a los europeos para saber cuán fácilmente se emocionan con un afiche del Che Guevara mientras eso nos les afecte la hipoteca de su espartano apartamento de medio millón de euros. Lo que humildemente se puede permitir un funcionario de Bruselas de segunda o tercera clase. Pero el hecho de que no se permita la observación del la OEA y de la UE ya es una buena muestra. Sencillamente demuestra que algo habrá que ocultar a la opinión internacional.  En el pasado fueron los autobuses de las Alcaldías y Gobernaciones quienes traían votos cautivos a las mesas de votación; ahora, quién sabe, pueden ser los mismos camiones del Ejército y la Guardia Nacional a punta de metralleta. Me lo contó un amigo que vive en las afueras de Boconó y lo presenció: a punta de metralleta. Todo cabe esperar. Desde inconvenientes en la composición de mesas hasta errores de comunicación de datos, por no hablar de las consabidas inhabilitaciones de mesa en los consulados del exterior. Según la trillada Ley de Murphy “todo lo que puede acontecer, sucederá”. En estas elecciones todas las posibilidades, por más peregrinas que sean, van a acontecer. No, para “revertir” el escenario electoral sino para minimizar su impacto. Porque todos sabemos que la Oposición va a ganar la Asamblea. Con lo cual pasamos al tercer escenario.

 

Ganamos. ¿Y qué? NADA. La Asamblea puede ser el principal órgano de Poder del País. Así cómo puede ser el más subalterno e ignorado. Depende. De algunas cosas. Qué examinaremos en otra entrada, otro post. En la que vamos a ver qué opinaba John Stuart Mill de éste tema.

 

Una cosa es que la MUD convoque a elecciones. Otra cosa es que las convoque un líder. Leopoldo está convocando a elecciones y eso lo respetamos. Porque eso es lo que cabe hacer ahora, en este justo momento. Pero él y nosotros sabemos que eso se revelará inútil. Y que, ojalá, no sea contraproducente. Vamos a votar, pues. Pero todos sabemos que la pelea está en otro lado. ¿Dónde? En la calle. ¿Vamos a salir a manifestar, a que nos prohíban las rutas, que convoquen contra marchas, a que nos disparen a mansalva, como ya lo contempla la Ley? ¿Vamos a enardecer avisperos? No. No tenemos que salir a la calle. Sino todo lo contrario. Quedarnos en nuestras casitas. Parar al país. A lo mejor no serán dos o tres días a lo máximo, como en los países civilizados. Serán semanas. Que así sea. Son millones de venezolanos los que han perdido el empleo; millones los que no conseguimos comida. La economía venezolana YA colapsó: no existen medicinas, no existen repuestos, no hay comida. La tasa de cambio real (no la ficticia, sobre el papel) galopa del 15 al 25% ¡POR MES! Ya se le hizo imposible a la clase media adquirir un seguro de salud, de carro, de una habitación de 50 000 euros. Ni soñar con pagar una hipoteca sobre un inmueble de 500 000 euros, como la de los observadores de Bruselas.

 

Aún a riesgo de caricaturar mi razonamiento voy a intentar resumirlo, aún sabiendo que no termino de explicarlo:

 

1.- Hay un papel de autoridad y legitimidad que le otorgamos a los presos políticos. Aún con sus debidos descuentos. Son, por un lado, figuras icónicas, que nos sirven de referencia y se vuelven líderes porque están fuera, “outsiders”; pero lo son, precisamente, porque optaron por “no pactar”, “no negociar” lo que no es negociable; no transigir. Todos los hicieron por opción política. Ninguno fue ni es víctima ingenua. Y, casi maquiavélicamente, me atrevo a afirmar, cuánto menos hablen: ¡mejor!

 

2.- Vamos a elecciones en las condiciones adversas, injustas, tramposas, de siempre. Pero vamos. Por una parte porque es nuestra opción a corto plazo. La nuestra y la de la MUD.  Y por otra parte porque es la pauta que marcó nuestro líder. ¿Quién? ¿Leopoldo? ¿Éste jovencito medio testosterónico y frívolo, va a ser nuestro líder? Sí. Por supuesto que sí. No solo porque no hay otro. Sino porque ha demostrado el valor, y las convicciones suficientemente firmes como para serlo.

 

3.- Nuestro líder es Leopoldo. No es el Partido que fundó. Es solo la figura que se antepone al Régimen, que nos puede aglutinar al servicio de un ideal, una causa. El ideal de la Justicia, la causa de la Democracia. Porque la MUD, la verdad no sé quién es, qué hace, cómo pacta con una situación que no es “pactable”, negociable. ¿Cómo se pactan los valores democráticos y los derechos humanos? ¿Cómo se pactan unas elecciones justas? ¿Cómo se negocia con el autoritarismo enceguecido y despótico?

 

4.- Probablemente vamos a elecciones y con suerte ganamos. ¿Qué va a suceder después? Que la Asamblea va a quedar encerrada, sitiada, silenciada, por el Régimen, que tiene TODAS las instituciones secuestradas. El papel de la Asamblea va a ser marginalizado e ignorado. Inútil, caso perdido. Y otra vez más vamos a vivir en la “desesperanza” de un cambio que, si no intervenimos, nunca llegará. Somos, con Corea del Norte y Cuba (aunque esto está cambiando a la velocidad de la luz) los regímenes más totalitarios, con menos libertades civiles y económicas del mundo.

 

5.- Solo queda nuestra manifestación masiva. Y eso lo hemos visto, centenares de veces, no resulta, no tiene expresión, porque es objeto de boicot y violencia. Para el común de los venezolanos, convocar a una concentración o a una marcha, se ha vuelto pueril. Ya nadie cree en concentraciones y marchas. Porque son “legalmente” circunscriptas, delimitadas, cercenadas de expresión y vigor. No tienen repercusión. No conducen a nada.

 

6.- Necesitamos manifestaciones pacíficas pero contundentes. En las que yo, humilde funcionario de un ministerio, pueda pretextar que no llegué al trabajo porque no encontré autobús. En las que yo, me niegue salir a la calle, porque mi avenida estaba cerrada, o porque no encontré gasolina en la estación de servicio. Porque mi calle estaba trancada, no importa porqué ni por quién. Por mil y una razones, todas legítimamente válidas. Necesitamos encontrar un medio de protesta y de cambio. Absolutamente PACIFICO pero de incontrovertible y contundente RECHAZO.

 

Vamos a elecciones. Sabiendo que nos tienden todas las manipulaciones y las trampas del mundo. Pero no vayamos cuáles cieguitos de Bruguel, apoyándonos unos a otros hasta caer todos en un pozo. No lo permitamos. Después de que nos secuestren la Asamblea, vayamos a la huelga general. Nosotros, los ciudadanos de a bien, que no portamos armas, que no seríamos capaces de disparar a nadie, que no queremos ni podemos agredir a nadie, quedémonos en nuestra casita. Sin llegar al trabajo, sin llevar a los niños al colegio, sin abrir nuestra Santamaría, posponiendo la cita del médico. Vamos a decir que NO. Que nos negamos a ser tratados de esta manera. A hacer la cola para comer un día por semana, y a colocar nuestro dedito en un captahuellas (absolutamente inútil), tratándonos a todos como delincuentes. NO. Es denigrante, es abusivo. ES INACEPTABLE. Cómo dirían nuestros padres y abuelos, “es falta de respeto”.

 

Y que después venga CNN y Euronews, mientras pueden. Y que filmen lo que en Venezuela está prohibido filmar: la gente haciendo cola, las estanterías vacías. Los supermercados que no tienen comida; las farmacias que no tienen medicinas. Porque con los cupos de Cadivi y la suspensión de las aerolíneas, ya tenemos un “cierre técnico” de fronteras; ya no podemos salir y entrar a nuestro País libremente; estamos a escasos centímetros de un encierro físico, absoluto, cómo lo tuvieron hasta hace poco los cubanos o lo tienen ahora los norcoreanos.

 

Estas no son referencias a cosas remotas. Es lo que vivimos hoy en Venezuela. Vamos a votar, por supuesto que sí. Pero nada más para legitimar que nuestras ulteriores acciones de protesta e impugnación, están democráticamente justificadas.