martes, 24 de noviembre de 2015

El Arte y el Fraude


Hace ya más de 100 años, Marcel Duchamp hizo volar por los aires el concepto de autoría en las artes plásticas. Fue contemporáneo de Picasso, Matisse y Miró, pero en muchos aspectos su obra (y la mezcla de pensamiento con la obra, que se ha vuelto terriblemente problemática) estaba mucho más adelantada a su tiempo que sus mucho más famosos contemporáneos. Dedicó años y años a unas pocas obras, complejas, incatalogables como pinturas o esculturas o casi-máquinas, como su Gran Vidrio, en el que invirtió lustros de trabajo. Al final, hizo fotografiar la obra, el gran vidrio !que estalló bajo el calor de los focos de iluminación! De viejo, se retiró en Argentina y se dedicó a jugar ajedrez. Nada más por eso merece mi admiración más profunda: de la absoluta libertad del arte, que más que nadie promovió, pasó al mundo del ajedrez, con sus reglas milenarias, estrictas e inflexibles. Sabía que el mundo se compone de muchas cosas, cada una con sus reglas. Es muy divertido transgredirlas, después de conocerlas, por supuesto.

 

Duchamp a principios de siglo presentó dos obras al Gran Salón de Paris, una institución patricia cómo pocas las había entre finales del siglo XIX y principios del XX. Paris mandaba en el resto del mundo porque era el centro del mundo. La meca de Chopin, y antes de Mozart y Haendel (que terminó en Londres) la patria de Berlioz, Stendhal, Balzac, Victor Hugo, Zola y tantos otros. La ciudad de Delacroix, Ingres, Dumier; y después de la revolución iniciada con los impresionistas, Manet, Monet, Seurat; seguida de los escándalos de Toulouse-Lautrec, Degas, y más tarde Van Gogh, Cezanne, Picasso y un larguísimo etecétera.

 

Pero nadie conmocionó más los cimientos del arte que Duchamp. Presentó dos obras que estremecieron las fundaciones mismas de lo que es el arte, que puede ser, cuales son las relaciones del artista con la obra, qué es y que no es arte. Duchamp firmó objetos que no eran suyos. Les colocó su firma y dijo “esta es mi obra”. Una de esas obras fue un urinario de cerámica que se consiguió tirado en una basurero. Lo firmó y lo presentó como una obra suya. Lo encontré en California, no sé si en Los Ángeles o en San Francisco. La segunda obra, es un aro de bicicleta, que creo haberlo visto en el MOMA. Por supuesto que les pedí a unos japonesitos que me sacaran la foto y las posteé Facebook, con cara de nerd gafo.

 


Duchamp estaba diciendo varias cosas: “yo vi la escultura dónde un artesano vio la utilidad, y por eso la forma, el significado espacial, la aproximación plástica, la obra, me pertenece a mí”; también estaba diciendo que la ejecución manual era un concepto relativo, que lo fundamental era la idea conceptual; y estaba diciendo que entre la obra y el autor se establece una relación hiper compleja, entre apropiación, ejecución, conceptualización y autoría.

 

Hoy día, el mundo de la imagen se ha transformado radicalmente. Hace más de 100 años los pintores se desgarraban en dilemas morales entre los límites de la fotografía y el retrato. Todavía hoy existe gente, desinformada, que lo hace.

 

Hace 20 o 30 años conocí a un pintor. Hacía unos cuadritos más o menos. Varias veces estuve en su casa, y en su estudio había un cuarto que estaba celosamente guardado bajo llave, dónde supuestamente guardaba sus materiales de pintura. Por supuesto que el cuartico me tenía loco, fascinado. Nada me interesaba más que mirar los materiales mágicos que utilizaba, sus paletas, sus pinceles, sus tintas, sus esponjas y espátulas. Me imaginaba toda una parafernalia de pinceles de pelo de marta, tintas Windsor y Newton, pinceles Kolinsky hechos con pelo de ardillas rojas de Rusia…

Un día encontré la puerta abierta. Se me abrió la tierra, de la decepción se me cayó el cielo encima, el peor temor de los antiguos Galos. En el cuarto estaba un proyector de diapositivas, slides, con fotos de los cuadros que el pintor había ejecutado y yo había visto y admirado. ¡Engaño! ¡Trampa! ¡Fraude! El hombre proyectaba las diapositivas sobre los lienzos y los calcaba, en contorno, composición y color!!! Él hacía exposiciones, publicaba folletos, tenía un curriculum, exhibía un portafolio… de réplicas, copias, colorines calcados como sobre un libro de colorear!!

Nunca más puse un pie en la casa del viejo. Porque no solo se burlaba de Picasso sino que probablemente nunca había visto un cuadro de Kadinsky.

 

Pero otro gallo cantaría si el señor estuviera consciente de lo que estaba haciendo. Si el proyector de diapositivas no fuera “su trampa” sino un instrumento de trabajo. Total, Duchamp, cuya obra ya conocía, fue muchísimo más lejos, apenas firmó. Probablemente debiera utilizar el proyector para cuadros de 3x5 mts y no para los de 30x50 cms. Quién sabe. En última instancia, la diferencia entre "el arte" y "el fraude" radicaría apenas en su conocimiento, en su cultura plástica. Pero esto resulta terriblemente problemático. ¿La obra no habla y no vale por si misma? ¿Depende de quién la hace? ¿Depende de sus conocimientos o de su trayectoria? ¿Quién juzga? ¿La opinión de un crítico puede determinar el valor de la obra? ¿Dónde queda el autor? ¿Qué significa serlo? ¿Qué hay del arte naif? ¿Tiene critérios diferentes? ¿Porqué? ¿Pedo firmar el Empire State Building? ¿Si pinto algo en una de sus paredes, a quién le pertenece la obra: a los dueños del edifício, a los transeúntes, al autor?

 

Una vez intenté explicarle a una fotógrafa en ciernes que no tenía nada de malo utilizar los “filtros” digitales que vienen con las cámaras más sofisticadas. Ella me decía que era “hacer trampa”; yo le intentaba explicar que la cámara misma, sin filtros, ya viene equipada con unas configuraciones de origen que alteran la imagen. Que no existe una imagen “normal” que viene dada por la naturaleza. Eso no existe en las cámaras; eso no existió siquiera con los primeros daguerrotipos. La reproducción de la imagen, sea natural o mecánica, es una interpretación. Y la manipulación de Photoshop es apenas una extensión del “arte” de los antiguos baños de las fotos en B y N en el cuarto oscuro.

 

Hoy, más que nunca, se han perdido los límites entre el uso del pincel y el del Photoshop (existe toda una miríada de subproductos específicos para pintar, pero Photoshop es el icono y acaba de cumplir 25 años!). Creo, casi como un principio de fe, que se debe aprender a utilizar el lápiz sobre el papel, el pincel sobre la tela. Aprender perspectiva, valoración y composición. Saber distinguir entre un HF y un 5B; apreciar en una fracción de segundo la diferencia entre un papel barato de 100 grs. y uno de algodón de 300; un pincel sintético y uno decente. Pero también creo que ignorar los recursos digitales es un hándicap grave para un artista contemporáneo. Quiero creer que Rafael y Miguel Ángel hubieran delirado con los recursos de una Wacon o de un Ipad Pro. Qué se hubieran extasiado con las esculturas en flores de Koons. Estoy seguro que Rembrandt se hubiera caído de culo viendo un auto retrato de Francis Bacon. Y que tanto uno como otro, en el momento de conocerse, se hubieran hecho pipi en los pantalones, de la emoción.

 

Es muy difícil saber distinguir entre lo que es arte y lo que no. Y, cada vez más, distinguir técnicas y suportes. Y éste mudo está lleno de charlatanes que no saben diferenciar entre el gouache y la acuarela, el acrílico y el óleo. Aún para mí me resulta a veces difícil distinguirlos, ¡en cosas que hice yo mismo!

 

Es un mundo complejo, pero que resulta invariablemente en la creación, la expresión. El acto, la volición. La obra por sí misma, hace siglos que ha dejado de significar. La autoría, queda en segundo o tercer plano, excepto para los dealers que negocian firmas. Queda la percepción. La intuición.

 


Apreciar una obra de arte es algo complejísimo que involucra la obra, el autor, la técnica, la correspondencia emocional, y un montón de cosas más como el conocimiento de la técnica y de la historia del arte. Es un peastre loco. Pero que se resuelve cuándo enfrentados a un cuadro, a una escultura, a una performance, sentimos algo. Yo distingo a leguas el 90% de las cosas de un principiante, un amateur, un jubilado, o un farsante. Pero me queda un 10%, es decir, millones de cosas por resolver. ¿Y saben qué? Me fascina quedarme con la duda, intentando descifrar y comprender, aún debatiéndome sobre la admiración y la duda.