lunes, 22 de junio de 2009

Experimentos mentales


Hoy día la ciencia requiere de una inmensa parafernalia de equipos e instrumentos. En física, por ejemplo, los aceleradores de partículas y los laboratorios de fisión son las verdaderas catedrales de nuestro tiempo. Ya era más o menos así hace cien años, en la época de Einstein. Y por ese entonces, mientras los laboratorios de la época se abocaban a costosos experimentos que medían y remedían la velocidad de la luz, Einstein se dedicaba a soñar en la Oficina de Patentes de Berna, en dónde trabajaba como funcionario de humilde condición.

Hacía experimentos también, pero a su modo. Los llamaba “experimentos mentales”. Por supuesto que, desde el punto de vista académico, era una aberración metodológica tan o más condenable que creer en Ovnis, pero él no le paraba mucho a las convenciones ni a las metodologías de escuelita. Se la pasaba imaginando trenes, relámpagos, disparos de bala superlumínicos, viajes en los rayos de luz, caídas libres en el vacío irreferenciado y astrofísico (ni él mismo sabía muy bien qué se imaginaba, creo yo).

“¿Qué sucedería si?” era el tipo de pregunta que le gustaba. Lo increíble es que se daba unas respuestas jaladísimas por los pelos, tipo “el tiempo se encoje, eculecuá”. Y una vez arribado a estas conclusiones no detenía la guachafita y sentaba cabeza, no, sino que seguía con el vacilón, continuaba cómo si se deslizara en un vagón de luz en dónde no pasa el tiempo. Algo parecido a la partida de ajedrez de un lunático que, a pocas jugadas de la apertura, se le ocurre sacrificar la reina (vamos a probar, jeje), pero en vez de reconocer su garrafal error y abandonar, de seguida sacrifica una torre, y luego la otra, y después mete los caballos y los alfiles a la chacinería, y ya completamente desguasado, en vez de claudicar por falta de material, termina ofreciendo a desgana los últimos peones que caen uno tras otro, hasta avanzar la última pieza, fatal, obligatório. Jeque mate.

Yo no paso más de seis meses sin leerme algo sobre Einstein y sus teorías. No entiendo un coño, por supuesto, no veo luz literalmente, pero igual me fascina y gozo una bola. Me fascina ser conducido a aquellas conclusiones que ya se sabe en dónde se demuestra que este mundo nuestro, la realidad física y concrética, es una vaina loca en dónde las reglas siguen funcionando pero el Dios contrincante es un guasón vacilador, tostado de perinola, que no juega a los dados pero se ríe descaradamente de nosotros mientras nos hace sufrir de principio a fin de la partida.

La realidad menos física no se queda atrás, me parece. Y así como Einstein especulaba sobre la naturaleza del espacio y del tiempo, hay gente que ha dedicado su vida a hacer otra clase de “experimentos mentales”. Es una tradición especulativa que viene de antiguo y cuenta con legiones de seguidores. ¿Qué sucedería si...fuéramos inmunes al dolor, si no existiera la muerte, si no tuviéramos rostro, si no existiera el amor? Y a veces las conclusiones no le quedan debiendo nada a las paradojas estrambóticas de la física cuántica. Son las preguntas de los músicos, de los pintores, tal vez sobretodo de los escritores. Yo, humirdemente, también me pregunto muchas veces eso de “escribir para qué”. Y solo le pido a éste dios tostado que nos ha tocado, que me ilumine en las jugadas más locas y no me permita abandonar aún sabiendo, como sé, por evidencia material, que llevo todas las de perder en esta partida.

viernes, 5 de junio de 2009

Papel tan triste

Mara Carfagna, ministro de Italia



La muy respetable editora Einaudi dejará de publicar la obra de Saramago en lengua italiana. ¿Por qué? Pues, por una razón muy sencilla. Porque Saramago en su último libro acusa a Berlusconi de corrupto y ladronzuelo y Einaudi, por una casualidad de la vida, es propriedad de este caballero. Oops. Noventa por ciento de los medios de comunicación del país son propriedad o están bajo el dominio directo de este señor. Así de sencillo. ¡No puede ser! Sí puede ser. Berlusconi no solo ejerce un monopolio casi absoluto de la información en Italia sino que ha logrado que el parlamento le aprobara una ley ex professo, que le impide deshacerse de su conglomerado!! Una especie de ley anti recontra monopolio. Increíble ¿verdad? Pero eso es nada. Como esta ley hay muchas otras aprobadas a corte y medida (confección italiana) para Berlusconi.

Ahí está, por ejemplo, la llamada Ley Alfano, que le otorga inmunidad absoluta de señor medieval con derecho de pernada. El derecho de pernada legitimaba la prerrogativa del terrateniente a desflorar cualquier virgen viviendo en sus dominios, el día de su boda. Era el regalito pre nupcial del jefe, más que nada apreciado por el novio, cabe imaginar. Pues, en materia sexual el comportamiento del señor Berlusconi es el equivalente moderno. Cuando lo confrontaron con grabaciones telefónicas en las que solicitaba la admisión de bellas “azafatas televisivas” en los canales de la RAI a cambio de favores políticos, declaró que para que una mujer entrara a la televisión tenía que prostituirse y que “eso todo el mundo lo sabía”! Pues, yo no me la quiero tirar de inocente. Me imaginaba que las vidas de esos portentos de la naturaleza que son las presentadoras italianas, debían de ser un pelo confusas, atribuladillas pues, pero así de clarito y raspado, viniendo del primer ministro de la república, pues no, no me imaginaba que la cosa fuera tan descaradamente cínica, tan grave y alegre.

Y se está poniendo peor. Desde hace mucho se sabe que el hombre tiene una debilidad por misses y modelos a la hora de escoger ministros y secretarios barra as de gobierno. No admira mucho que se resbale tan a menudo, todo explicado. Es la baba que corre en las reuniones del consejo de ministros. Lo último, y que aún no lo sabíamos, es que este intercambio de barajitas en el que se trafican modelos a cambio de favores políticos (o favorcillos de otro tipo a cambio de modelos políticos), lo que sea, la cosa es que ahora mete menores de edad. ¡No! ¡Síííí! Y no lo dice esa desesperada y difamatoria oposición dispuesta a todo; lo dice su propria mujer, una ex striper que, en materia de gustos y predilecciones, debe de conocerlo bastante bien. Aunque no lo dice muy claramente, ese es el problema.

Nada se dice muy abiertamente hoy día en Italia. ¿Porqué? Porque el periodista bocón y opinoso que coloque mal un adverbio, que sitúe mal una coma, es inmediatamente demandado. Él, y el medio de comunicación para el cual trabaja. La demanda no es proporcional a la injuria, nooo. Es proporcional a la fortuna del señor Berlusconi, el señor más rico de Italia después del conde Ferrero Rocher (un señor muy dulce y muy bueno que se dedica a sus Nutellas). Es así como, de repente, le tocan a la puerta de un periodista y le entregan una demanda de diez o veinte millones de euros. O cincuenta o cien, más cosa menos cosa. El monto exacto no importa (para el señor Berlusconi). Quien no puede arriesgar a perder la demanda es el pobre periodista que, si pierde (y seguro que no va a ganar) tendrá que trabajar toda su vida para pagar la demanda, él y sus hijos y los hijos de estos hijos, tipo maldición bíblica ad etérnica y genocida. Y el medio de comunicación tampoco puede arriesgar porque si no gana (y la va a perder, eso es seguro) en dos tiempos le bajan la santa maría. Saben, por experiencia, que no vale la pena acudir a los tribunales porque en el país no hay justicia.

Los juicios por corrupción a Berlusconi son cosa vieja y aburrida. A principios de la década se le imputaron varios delitos. Algunos eran delitos contables y tributarios. El parlamento pasó una ley en que este tipo de delitos pasaban de la esfera criminal a la civil. Listo el pollo. Otros eran delitos aún más serios. Pero los procesos se arrastraron por tanto tiempo y de forma tan tortuosa (procesos de quince o veinte mil folios ya vienen siendo comunes en Italia!) que, mientras los jueces se los leían, la penas acabaron prescribiendo. En una de esas ocasiones en las que prescribió un juicio por triquiñuelas leguleyas, por cansancio, un periodista le preguntó a Berlusconi que opinaba en relación al juicio que así se daba por concluido y que por tanto lo absolvía. “Ya era hora de que se hiciera justicia.” Je je.

En un otro famoso juicio, fue absuelto por falta de pruebas. Uno de los testigos claves era un abogado inglés, su representante de negocios en el Reino Unido, David Mills. Se portó tan, pero tan bien en el juicio, sin revelar nada de nadita de nada, sin decir nunca esta boquita es mía, que, de premio, le depositaron medio millón de euros en su cuenta. Dineros provenientes de una “partida secreta”. El hombre dio con la lengua en los dientes y de esta vez fue condenado, con todo lo que eso implica: por ahí anda contentísimo de la vida tomando champaña en el banquito de atrás de su Mercedes.

The Economist, la revista inglesa, hace mucho que la tiene agarrada con Berlusconi. Después de muchos dimes y diretes los ingleses se cansaron y le dijeron “mire, Mr. Berlusconi (ellos le dicen mister a todo el mundo,siempre) si todo lo que hemos dicho sobre usted es mentira, metanos una de sus famosas demandas, pues.” Y míster Berlusconi, guapo como es, se la metió. Resultado, el 5 de septiembre del año pasado un tribunal de Milán declaró improcedente la demanda por difamación y obligó a Mr. Berlusconi a pagar las costas del proceso. La noticia no circuló mucho en Italia, no se sabe por qué. Y el resto del mundo tampoco está muy preocupado por lo que sucede por allá. Hay muchas cosas increíbles que están sucediendo en la Italia de hoy, en la Italia de Berlusconi.

No menos inaudito es que me encuentre escribiendo una nota en defensa de Saramago, imagínate tu, papel tan triste. Yo descubrí la obra de Saramago a principios de los ochenta. En realidad no la descubrí yo, por supuesto, sino mi amigo Sergio Alves Moreira, fallecido en Venezuela hace pocos meses. Sergio fue la persona más enamorada de los libros que he conocido en mi vida, y por aquella época paraba a las personas en la calle y les preguntaba si conocían la obra de Saramago. No podía hablar más de cinco minutos seguidos sin que acabara alabando las excelsas virtudes de su querido Saramago. Por aquella época Saramago solo tenía tres libros publicados y creo que todavía ni siquiera había sido traducido al castellano. Un día, sentado a la mesita de la librería Divulgación, hablando con Sergio, empecé a hojear El Memorial del Convento y me quedé deslumbrado, por supuesto, no pude parar. Terminé llevándome el libro para la casa y después de leerlo traduje el primer capítulo que fue publicado en El Diario de Caracas de ese entonces. Me acuerdo de haber traducido algunos cuentos de Objecto Casi, su primer libro. Tengo en mi casa una primera edición de El Memorial del Convento en el que Saramago me agradece las traducciones. La cosa es que, para resumir, aunque he tenido muchas ocasiones de conocerlo, nunca he querido hablar con Saramago. Estoy seguro que, después de escucharlo personalmente por cinco o diez minutos, iba a tirar los cubiertos sobre el plato y despedirme a la francesa. ¿Porqué? Porque Saramago en la vida real es un comunista ortodoxo de lo más troglodita, que a principios de los ochenta defendía a Stalin con la misma convicción con que hoy sigue apoyando a Fidel y a Chávez. Sinceramente, si tuviera que escoger entre Berlusconi y Saramago para cenar, que dios me perdone, pero escogería el primero. Será por afinidad o constituición, pero prefiero la compañía de un cínico libidinoso a la de un santurrón peligroso.

Y este dilema mío, esta contradicción, me divide a mí, sí, pero sobre todo a Italia. El fenómeno Berlusconi, la alianza promiscua entre dinero, política y show business, está sucediendo un poco por todas partes. Los estados, a pretexto de que intentan salvar los sistemas financieros y por ende a la naciones, terminan premiando a los más deshonestos. La corrupción de la dirigencia política entró en metástasis por todas partes. Los parlamentarios ingleses se revelaron no menos bribones que sus congéneres españoles del PP o los socialistas portugueses del Freeport. Y América Latina, desde el neoperonismo argentino al neocastrismo venezolano ya pasó a otra etapa, son cosas que pertenecen a otro orden de grandeza.

El modelo de la democracia liberal se está desmoronando por todas partes, haciendo huecos, metiendo agua. La gente común como tú y yo, la gente de a pie y que asiste, ya no sabe qué hacer, qué decir, para dónde coger. Para decirlo con propiedad sociológica, los últimos veinticinco años han sido una mierda. Hemos retrocedido como naciones, como conjunto de ideales y valores, como civilización. Este desencanto a izquierda y derecha y por dónde se mire tiene un paralelismo en los veintes y treintas del siglo pasado. La depresión económica solo viene a acentuar horriblemente el parecido. Y en esa época (tal vez como hoy, esperemos que no) Italia fue tristemente precursora. De la misma forma que ha sido felizmente precursora de tantas innovaciones de la cultura occidental. En ese entonces, entre guerras, inventó algo que los demás países copiaron. A las masas, cansadas y desilusionadas, les dio por la vesania colectiva y adhirieron de alma y corazón a un proyecto loco, pero que era un proyecto alternativo, llamado fascismo. Ofrecía orden, seguridad, una cierta idea de justicia, un sentido de misión y destino. Y a la gente le gustaba salir para su trabajo pensando que valía la pena y que este mundo no le pertenecería a los bribones, a los vivos, a los políticos corruptos, a los abogados tramposos, a los banqueros desalmados, a toda clase de aprovechados inescrupulosos, a los cínicos de la peor calaña. La gente no fue engañada por el fascismo. Votó y participó de alma y corazón en él. Y de buena fe, además, porque nadie en el mundo si imaginaba dónde aquellos proyectos nos llevarían.

Hoy, no sé, a lo mejor seré yo que ando menstruado, pero me parece que hemos llegado a una situación parecida. Y me siento en la obligación de defender a Saramago porque me parece inconcebible que, a causa de los intereses personales de un bribón, de un muñequito de torta con muchos millones, se me pudiera privar o escatimar de leer a Pirandello, o Pavese, o Dario Fo o Calvino o Eco o Levi o Lampedusa. Porque esa, voy a obstinarme en creerlo, ésa y no ésta, es la verdadera Italia.