sábado, 28 de marzo de 2009

La hija de Mempo


Yo estaba estudiando en Córdoba cuándo me enteré que Bryce Echenique iba a asistir al bautizo de un libro de Mempo Giardinelli en la Casa de las Américas de Madrid. Me la pasaba comiendo salchichas y papas fritas pero me las apañé para comprarme un pasaje y meterme en un tren.

Me había leído Bryce Echenique de cabo a rabo, dos veces. La primera con aquella fascinación de explorador antártico que descubre un continente nuevo. Una masa continental toda blanca, incólume como una virgen. En la segunda lectura me propuse no fumar nada y lo anoté todo concienzudamente con lápiz, estructuras y estratégias discursivas, b) narradores diegéticos c) el resto de toda esa mierda infecta. Gracias a dios fue una suerte que no desarrollara anticuerpos. Y decidí hacer mi tesis sobre él, sobre el Bryce, pues claro.

Era así que me lo planteaba: mi tesis no era sobre su obra, o alguno de sus libros; era sobre él, sobre Bryce Echenique, el hombre que hablaba en sus libros, la persona detrás de su obra. A lo mejor era un error, pero había convivido tantas horas, había pasado tantos meses con aquellos libros en las manos, viviendo por interpuesto sus pequeñas y grandes desventuras, que me sentía identificado con el anti héroe que se nos desnudaba de cuerpo y alma en aquellas anodinas historias.

Sabía por otro lado que tenía edad para ser mi padre, pero no podía dejar de pensar en él como un hijo. Y era eso en el fondo lo que tal vez pretendía al querer conocerlo. Darle un abrazo y un beso en la frente, peinarlo, componerle el cuello de la camisa, abrazarlo antes de despedirlo camino al colegio, pórtate bien chico y estudia mucho (te quiero). Ok, suena un pelo extravagante, me doy cuenta, pero soy sincero. Estaba enamorado, de esa forma, y la literatura siempre me ha afectado mucho la cornamenta como todo el mundo lo sabe.

Me fui a Madrid pues, a conocerlo. No tenía nada especial que decirle o preguntarle pero el amor es así, uno solo quiere pasar un ratico con el otro. Mirar los dos en la misma dirección y ver las mismas cosas. Perguntar lo que se ve ¿qué vees? Respirar un poquito del mismo aire, con alguna suerte, reírse de una estupidez, ser capaz de ser feliz. Es una cosa muy rara, como se sabe.

Una señora en el tren creo que se dio cuenta de mi estado y me brindó un “bocadillo”. Antes de que llegáramos me explicó más o menos dónde quedaba la Casa de las Américas, hacia que lado. Nunca había estado en Madrid pero llegué. Un frío del coño de la madre que nadie se imagina que pudiera hacer en España.

El tipo que estaba de plantón en la puerta no me dejó pasar porque no cargaba invitación. No tener invitación no entrar, me dijo en esperanto universal para yo entender. Se lo expliqué. Primero que todo yo era un tipo serio que no lo parecía pero estaba a punto de graduarme de doctor por la Universidad de Córdoba... había pasado siete horas metido en un tren de mierda aguantándome una vieja lora todo el viaje... por dios, no vengo a comerme las tapas, mi pana... No puede señor y no insista porque tengo instrucciones muy precisas de no dejar pasar a nadie sin invitación. A juzgar por los Volvos y Mercedes con banderitas por lo menos una media docena de embajadores latinoamericanos asistía a la fiesta y me pareció prudente no insistir. Esos tipos cargan pistoleros. Bueno, nada. Ya estaba resignado a congelarme esperando bajo el portal cuándo veo que Bryce Echenique se aproxima en mi dirección. La cara de cholito y los lentes de las contraportadas. Inconfundibles. Qué golpe de suerte tan increíble. El hombre estaba llegando atrasado. Era mucho más alto que yo y de lo que me imaginaba. Y cargaba un abrigo largo, como de pieles, impresionante, impecable. Con la plata de aquél abrigo yo me compraría un pasaje ida y vuelta a Colima y gozara un puyero con el vuelto.

--Maestro...--empecé a decirle, muy respetuoso, cuándo se llegó a la puerta.
--No, no... --dijo con las manos extendidas, como apartandolas de una ofrenDa inmerecida.
--Maestro, yo vengo de Córdoba...
--No, no, gracias
--vine para conocerlo...yo soy de México...
--No, gracias, no...

El portero le abrió la puerta, él pasó, y yo me quedé varado afuera sin creer lo que había pasado. Estaba atontado, confundido como si acabara de ver a mi novia besándose CON el galán estúpido de la facultad. Pero la humillación todavía estaba tan reciente, tan caliente, que me negaba. Tiene que dejarme pasar señor, por favor, le decía al portero. No puede. Que si debo, pero no puede, y en esa estábamos cuándo se apareció el flaquito de lentes y se puso a mirar lo que estaba pasando mientras terminaba de fumarse su cigarrillo. "Éste es otro que no carga invitación" pensé yo. A lo mejor ayuda, porque ya somos dos.

Oye, flaco regálame un cigarrillo. ¿Cómo te llamas tú? Rogelio, ¿y tú? Roberto, mi carnal. ¿Mejicano? Pues sí manito, ¿y tú? También...llevarás aquí mucho tiempo porque ya hablas como los gallegos, jeje. Jaja, es verdad. Escuché que viniste a hablar con Bryce Echenique. Sí vine, pero no me dejaron pasar mi buey. Entremos pues, ándale. Él va a entrar conmigo, le dijo al portero. Y entré. La cosa más sencilla del mundo. ¿Cómo se pudo armar aquel lío? Para qué tamaño rollo!

El bautizo, la fiesta, la guarandinga aquella estaba justo terminando. Un tío encorbatado daba las gracias a la asistencia muy amables por haber venido hasta una próxima oportunidad chao. La gente empezó a levantarse de las sillas y comenzaron a formarse grupitos por aquí y por allá. Yo me estaba fijando en esta muchacha deslumbrante que andaba flotando por la sala. Levitaba. Nunca había visto una mujer tan bella en mi puta vida. Un hada voladora.

--Vamos, pues-- me dice Roberto.
--¿A dónde vamos? ¿Dónde estamos?
--Alfredo te presento a Rogélio. Está haciendo una tesis sobre tus cosas.
--¿Alfredo? --me pregunto yo, sin dejar de mirar al ángel. ¡Coño! ¡Alfredo Bryce Echenique, sí es verdad, se me había olvidao!
--Pues claro, si ya nos conocemos-- dice el gran hijo de puta y me da aquel abrazo y me despeina el pelo cómo si fuera un mocoso, una especie de hijito suyo. ¡Qué gran coño de su madre! Hace diez minutos no me dirigía la palabra pero ahora resulta que éramos viejos amigos. Bueno, pase, la vida es tan breve y ella es tan bella. Y está podrida de buena. Solo de pensar que es de verdad y existe siento que me desmayo. No sé si pasó mucho o poco tiempo. Lo que sé es que de repente todo el mundo se había ido. Quedamos una docena de personas, incluyéndola a ella, principalmente a ella, sobretodo. Alguien propuso que fuéramos a comer algo a no sé dónde, un restaurant. Yo me iba a escabullir pero al llegar a la puerta me agarra el Roberto y dice “Rogélio viene con nosotros”.

Y bueno, para acortar el cuento, fue así como conocí a la mujer más bella que he visto en mi vida. Una cosa de éstas no se olvida. “Es la hija de Mempo” me dijo Roberto, cuchicheándome detrás de la oreja. “Tampoco sé cómo se llama, pero te la voy a presentar”. Estaba tan alelado que solo mucho más tarde me di cuenta que me la presentó Roberto Bolaño.

DND 29-III-09

Este cuento me lo echó Rogélio Guedea anteayer mientras me fritaba unos tequeños. Ayer Fabrizio Macor me pidió un cuento sobre la sociedad de los escritores desconocidos. Vaya pues, para los dos. Si alguien conoce a la hija de Mempo diganle porfa que estamos los tres en feisbusque, que nos busque pué. Un beso hija, adiós.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Hasta aquí


Lucía tiene sida. Pensé qué iba a poder vivir el resto de mi vida sin aclararlo. O por lo menos sin exponerlo mediante una afirmación tan explícita. Fue la razón por la que esperé tanto tiempo y no lo dije antes. Ocultarlo se nos ha vuelto un hábito demasiado arraigado. Nadie lo sabe. Será por eso que me está costando tanto explicarlo. Será por eso que me la paso echando broma y jugando. Y además, muy sinceramente, estoy cansado. Cansado de esconderlo, de ocultarlo, de fingir, de despistar, de huir, de ser gracioso, de todo. Solo de pensar en el tema me siento agotado y me quedo sin ganas de seguir. Para mí es difícil abordar esta cosa sin adoptar un tono sombrío, solemnemente desmoralizador. Y ridículo al mismo tiempo porque el sida hace siglos que pasó de moda. Como el fumar o ser gordo. Es demodé, está outdated. Tener sida y confesarlo pasó de desafío a auto indulgencia en dos tiempos. De anatema pasó a tragedia, y de tragedia a melodrama. Ni los guionistas de telenovelas se atreven a usarlo de ingrediente en sus pastichos. Lo que es más aún, hasta Lucía y yo dejamos de abordarlo abiertamente. Está ahí claro, todos los días, a todas horas, de la mañana a la noche, como una presencia intrusa, el huésped que no invitamos. Y te terminas acostumbrando. A vivir con la muerte, iba a decir, es difícil evitar este tipo de cosas, de expresiones, he ahí un ejemplo. Un ejemplo del kitch malgustoso en el que es tan fácil caer e intentamos a toda costa evitar. Me gustaría creer que este distanciamiento emocional es la fase terminal del asunto, pero no nos queremos engañar tampoco, ambos sabemos que no lo es. Es la penúltima etapa tal vez.

Primero fue el pánico, naturalmente. Un sentido del horror tan profundo que andas siempre con la sensación de que no tienes dominio sobre nada, incluyendo los esfínteres. Es la mirada del novillo cuándo termina de ser acorralado en el matadero y entiende. Con los ojos muy abiertos, unos ojos que ya no piden ni suplican porque están dominados por la revelación final del horror. Y como el horror no se entiende, se niega. Pánico y negación e incredulidad es la primera fase. En cualquier momento vamos a abrir los ojos de buey porque estamos soñando este sueño tan raro y tan claro pero tan inverosímil. Tan insoportable, tan horrible. Después del pánico sobreviene una especie de desolación. No es aún la aceptación sino un abandono. Esa claudicación ya no se te quitará nunca porque se te mete en el cuerpo. Las manos se te crispan un milímetro. Los brazos se te encojen un milímetro. Los párpados bajan otra fracción de milímetro y adoptan otra forma de verlo todo en la que estamos más dispuestos a aceptar quién somos, quienes son los otros, y que estamos aquí y así es la vida. Efímera y frágil. Delicada como una pompa de jabón a punto de evanecerse. Después viene la esperanza. Solamente los suicidas consumados pueden vivir sin ella, sin esperanza, sin fe. En alguna cosa, en lo que sea. Es imposible vivir sin hacer trampa, sin engaño. El desencanto está ahí, existe y lo sabes. Pero quizás no sobrevenga mañana mismo sino otro día. Llegas a la conclusión que sufrir por anticipado no te va a descontar la cuenta y lo postergas con la misma convicción que el deudor contrae un préstamo adicional para cancelar una deuda. Con una especie de fatalismo desairado, provocador, que no deja de tener su encanto... mientras dure. Y bueno. Terminas creyendo en cualquier cosa. Que el sida tiene cura, es una cuestión de tiempo. O que la medicina occidental está profundamente equivocada y hay que cuestionar el pathos de la ciencia. O crees las dos cosas simultáneamente tipo teólogo descreído que por el sí por el no juega por lo seguro y cree en Dios solo por evadir la insoportable certeza del infierno. Es lo que hacemos todos a todas horas. Trade offs, cambalaches, compromisos imposibles entre aquello en que creemos y aquello que decimos, entre aquello que queremos y lo que hicimos. En cierta medida fue por esto que me casé con Lucía.

Por muchas razones, por muchos motivos, claro, las cosas de la vida real nunca tienen una sola causa. Son tantas y tan imbricadas que para efectos prácticos es mejor asumir que no tienen causa y simplificamos mucho las cosas. La mayor parte de la gente encara el matrimonio como una demostración pública de amor. Miren, lo quiero tanto y es tan profundo y sincero mi amor que declaro solemnemente que quiero unirme a él por el resto de mi vida. No deja de ser una testimonio enternecedor, pero es eso, un acto del habla, una declaración. Tiene sentido en la medida en que es una ceremonia pública, con padrinos, y muchos invitados que conozcan la tía pobre y vean el hermano borracho. Por eso nunca entendí esos matrimonios secretos tipo Las Vegas. Son contratos no vinculativos, es decir, un pedazo de papel que no sirve para nada. Para eso, para establecer un compromiso en la intimidad existen otras formas, otros rituales de carácter mucho más personal y más interesantes. Se me ocurre un trasplante de órganos. Mutuo. Yo te doy mi corazón y tú me das el tuyo, y asumimos ambos a ciegas el riesgo de la incompatibilidad y la muerte, por ejemplo. De otra forma esta consubstanciación solo llegará por azar y con el tiempo. Con suerte, por la muerte de un hijo, otro ejemplo. Una enfermedad prolongada. La agonía. Esa será la última fase.

Lo que quiero decir, y que he le he repetido mil veces a Lucía, porque es una niña que quiere escuchar mil veces la misma historia, (y que mil veces corrobora un sentido viejo y descubre un significado nuevo en una historia fantástica que no pasa de una sucesión de absurdos); lo que quiero decir, es que no me casé con ella porque era hiv positiva. Antes de eso, antes del diagnóstico, ya lo había decidido, quería hacerlo pero no sabía cómo. Como arrancarme el hígado y dárselo. El hiv solo facilitó las cosas. Mírame chica, mírame a los ojos Lucía. Te amo. Y te acepto tal cual eres. Es lo que te pido de vuelta. Que aceptes de vuelta las vísceras de quien soy, yo y la ofrenda de mi hígado. Es difícil de explicar. Cómo dije, hablando de estas cosas tiendo a ponerme gazmoño, santurrón, saturnino, adjetivoso. Y esa es una foto que no me queda bien, no es mi estilo. Es como aquellos sombreros tipo Frank Sinatra. Me compré uno. Pero debes usarlo de lado y no muy enterrado sobre la frente. Un poco inclinado. No mucho, tampoco, tutti cuanti. Hay una forma correcta de usarlo. Pero por más vueltas que doy frente al espejo no la encuentro y no me atrevo a salir con el sombrerito a la calle. No me cuadra, eso es todo.

Perdóname Lucía.

lunes, 23 de marzo de 2009

El iphone que lee la mente



Yo si tengo una reunión marcada con una mujer, un encuentro o cualquiera cosa (y con cualquier mujer, no importa) me hago la cosa antes. Cómo una señal de respeto, como una deferencia amable, pues. Algunas de ustedes estarán pensando “Oh, qué cochino...” y yo les digo “Claro, gafa, precisamente, ughh, tu no entender?” Yo explicar ti pues.

Cuando no lo hago y llego fresco, en mi estado silvestre, no puedo controlarme la mirada que ya de por si, en condiciones normales, la tengo un pelo esquiva. Se me desliza muy fácil. Ellas me hablan y los ojos se me posan en las que te conté, al menor descuido les miro el trasero. Es horrible, lo sé. Me toman por un tipo cochino que nada más piensa en eso y me retiran la confianza ahí mismo. Por eso lo hago, digo: antes, para no parecer un pervertido. Ellas me hablan y en mi mente sigo pendiente de todas esas cosas igual, pero me controlo mucho y no miro nada. Ni se dan cuenta. Es por esa razón que me tienen una cierta consideración; muchas hasta son mis amigas; algunas me escriben emails, pocas. Así he vivido tos estos años y no he tenido problemas graves, nada serio. Un bofetoncito de vez en cuando pero eso le pasa a todo el mundo. Lo trsite es que pensé que iba a poder vivir así el resto de mi vida pero no. Los tipos de google barra ipod están por sacar un gadget barra aparato que te lee la mente!!!! Yo sé que no me van a creer porque no sé escribir bonito pero igual lo cuento.

Todo empezó con unos experimentos que hicieron los japoneses que se quedaron investigando en las universidades de Estados Unidos. Ese tipo de japonés es el más bravo y el experimento es para cagarse asustarse mucho. Fue así. Estaban buscando una forma de sustituir el rato del computador. Hoy día ya muchos laptós traen una cámara web incorporada. Un botoncito minúsculo que está allá y nadie lo ve. Es como un puntito brillante. Qué pensaron los japoneses? Bueno, que la cámara te leyera la dirección de tu mirada y listo, ya no tenías que usar el ratón para apuntar cosas en la pantalla. Hasta ahí todo muy bien. Pero faltaba un pormenor.

El click, muy importante. Cómo iba la gente a hacer click con la mirada? Lo primero que pensaron fue con el pestañear, claro, pero cuándo la gente estornudaba hacía alt control delete, reseteaba el sistema y era la cagada malo. Ningún problema, dijeron ellos. Descubrimos la zona Brocca del cerébro que ordena a la mano hacer cliques y después le enchufamos un nano electrodo chiquitico, vía Bluetooth. Brillante! Y así fue, no me estoy inventando esto, es verdad. Otro electrodo para el botón derecho que es muy útil, y un último alambrito para el botón de escrolear arriba abajo. Ahora sí, listo, a probar.

Ya se sabe cómo trabajan estos japoneses. Se ponen una bata blanca y anotan todo lo que tu haces en un portapapeles. Pero tampoco son perfectos y un día se les olvidó enchufar el alambrito que controla el botón derecho. Sorpresa! El utilizador podía utilizar el botón derecho sin necesidad del alambrito. No puede ser, dijeron ellos! Imposible. Llamaron al japonés jefe, el tipo que sabía más de aquella vaina. Muy sencillo, dijo él. Aquí solo puede estar pasando una guarandinga. La persona está pensando en la palabra “derecha” y hay una inducción electro magnética específica que es captada por la antena del botón izquierdo. Solo puede ser eso. Los demás estaban medio escépticos pero dijeron Ok, si es verdad probemos al revés, con la inducción electro magnética específica de la palabra “izquierda” en la antena del botón derecho. Coño! Recórcholis, funcionaba! El descubrimiento del siglo! Cada palabra tiene una frecuencia específica en el espectro electromagnético y puede captarse su huella por medios inalámbricos, exclamaron ellos. Claro que todavía se necesitaban unos cascos horribles ovillados de cables por todos lados para recibir las señales pero lo demás era solo una cuestión de detalle. Y ahora qué hacemos? se preguntaron los japoneses apretándose las piernas con ganas de hacer pipi. No tenemos plata para desarrollar esto, es mucho mangapapeta.

Para resumir pues, pidieron tanta plata por el invento que Apple y Google tuvieron que aliarse para comprar la patente y ahora estamos todos jodi fregados. Esa es la novedad del googlephone que los tipos tienen escondido bajo siete llaves. El telephonito es un ipod de tercera generación que te lee la mente! Si la persona que tienes delante tuyo tiene hambre el aparatico parpadea “comida, pizza, comer, hambre”. Si la persona te aprecia dice “amigo, abrazo, pana”. En mi caso, cuándo esté hablando de la crisis financiera con alguna mujer la pantalla va a decir “mujer, hembra, sexo” tantas veces que se le va a fundir el sistema operativo. Por eso lo estoy diciendo ahora, explicando todo para que no tengan sorpresas. Y se van a dar cuenta de otra cosa muy importante: que yo no sé escribir un coño carrizo sino que me salen de la mente unos párrafos tipos chorizos retorcidos con todo tipo de cacofonías raras y errores ortográficos. Avisadas antes.



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Piramides & Faraones

Los Estados Unidos de la Pirámide
Por Nouriel Roubini


Hace poco me contactó un reportero con la siguiente pregunta: “Soy periodista y estoy haciendo un reportaje sobre la vida de Bernard Madoff después que se declaró culpable. En relación a esto me preguntaba si usted me podría comentar algo sobre el significado que él pueda tener en la historia de este período. ¿Cree que el venga a representar algo más que un estafador que le burló el dinero a un montón de gente? Así como Bernie Ebbers y Ken Lacy terminaron por simbolizar la codícia y el engaño empresarial, ¿que cree usted que represente Madoff?

Aquí está mi respuesta muy abierta:
Los norteamericanos vivieron en una economía de rapiña y de pirámides por una década o más. Madoff es el espejo de la economía norteamericana y de sus sobre endeudados agentes: un naipe de endeudamiento en el que participaron los hogares, las instituciones financieras y las empresas, y que ahora colapsó en destrozos. Cuando compras una casa sin entrada inicial, y por lo tanto no has invertido nada en tu casa, tu apalancamiento es literalmente infinito y estás jugando a la pirámide.
Y ese banco que te prestó, le prestó a un NINJA (no income, no jobs and assets) un préstamo de mentira que era compuesto solo de interés por un período de gracia, con amortización negativa y una tasa inicial de mentira, ese banco también estaba jugando a la pirámide.
Y las empresas gestionadoras de fondos que hicieron más de un billón de dólares (a trillion) con compras apalancadas de empresas (LBOs) en los últimos años con un ratio de deuda a ingresos de 10 o más, también estaban jugando a la pirámide.


Nota: Esta es una traducción mía de un artículo original aparecido en Forbes y firmado por Nouriel Rubini, el gran guru de la crisis. El mismo razonamiento de Roubini con relación a Estados Unidos se aplica también a la mayor parte de las economías occidentales, desde España a Australia. Y esto sucedió básicamente por un error garrafal, que tiene infelizmente una cara visible y el nombre de una persona pero que lo cometió todo el mundo. El nombre es Allan Greeenspan, quién en su momento fue reverenciado como un oráculo infalible por el resto del mundo. Los europeos, liderados por Alemania, hoy se muestran muy escépticos y reservados frente a las iniciativas de los norteamericanos pero en los últimos años el Banco Central Europeo era una especie de sucursal de la Fed. Y lo que resulta increíble es que la receta fallida de entonces es la misma que nos proponen ahora: bajar los intereses, desregular los mercados, inyectar dinero mediante la emisión indiscriminada de deuda. Esto es equivalente a darle licor a un alcohólico terminal. Él y nosotros vamos a estar mejor por un tiempo, el feliz y nosotros contentos, pero ambos sabemos que el remedio lo va a terminar de matar. Los bancos estaban desesperados por prestar y los hogares por tomar prestado porque los intereses habían llegado al 1%, una cifra irrisoria de acuerdo al patrón de los últimos 50 años. Tal abundancia solo tiene explicación en el colosal deficit de la balanza de pagos americana con su contrapartida china, y con la “multiplicación milagrosa” dentro del sistema financiero internacional, el famoso enigma de la productividad. Los beneficios del sector financiero eran producto de ingenierías hechas sobre ingenierías, que como bien lo dice el artículo de Roubini, no eran más que estafas sobre estafas. Y los culpables de esta situación fueron nuestros gobernantes que entre reunión y cumbre eran --y son-- suavemente mecidos en sus BMWs deslumbrantes, cual faraones decadentes. Los gobiernos no solo no regularon sino que participaron en el aquelarre en el que el poder y la avaricia se casaron.
Hay gente que mirando en retrospectiva lamenta amargamente que se hubiera dejado caer a Lehman Brothers. Yo pregunto: ¿Sí se hubiera apuntalado a Lehman el caso Madoff (o el Stanford o tantos otros) hubiera dejado de existir? Por supuesto que no solo no hubiera desaparecido sino que en vez de los cincuenta se hubiera transformado en cien o doscientos mil millones. A ver cuántos millones de personas que diariamente mueren de hambre en el mundo porque no tienen un dólar se pudieran salvar con esa plata.
Estos colosales paquetes de ayuda están destinados a evitar una crisis de proporciones catastróficas que nos afectará a todos, eso ya lo sabemos, pero no deja de ser verdad que beneficia infinitamente más a quién menos lo merece, a los culpados, a los Madoffs ocultos que no necesáriamente son unos delincuentes desalmados, son simplemente los eternos benificiados.
La solución no pasa por evitar la crisis, que ya está aquí y aquí se va a quedar. Meterle estos chorros locos de plata a las instituciones financieras es como tratar una infección del tracto digestivo con pastillas para el aliento. Hay que reconocer que el sistema financiero colapsó y que arrastró a la economía. Se trata tan solo de evitar lo estrepitoso de la caída. Y eso significa que hay que revisar las bases mismas del sistema. No significa una vuelta al patrón oro, sino una vuelta a la sensatez, a la regulación, a la protección social, a la racionalidad, a gobernar con responsabilidad.

sábado, 14 de marzo de 2009

Azafatas de antiguamente






Mi abuelo llegó a Venezuela en Abril de 1945, un día antes de acabar la guerra. El barco, que había salido de Lisboa casi dos meses antes, fue atacado por submarinos a lo largo de Las Azores y a punto estuvo de zozobrar. Porqué atacaron aquel barco, quienes, cuántos eran, no se sabía. Los alemanes ya no confiaban en nadie.

Diez años más tarde, estamos en el 55, mis padres se casan en Portugal y van a pasar la luna de miel a Caracas. Se quedaron allá treinta años. Los primeros tiempos vivieron en casa del abuelo, por los lados de La Vega. Pasó algun tiempo y nací yo. Cosa que me parece importante. (Nacieron otras personas, antes y después. En mi familia y en el planeta. Y pasaron varias cosas más en el mundo).

En 1965, veinte años después de haber llegado a Venezuela, mi abuelo decide regresar a Portugal. Definitivo. “De vez” como decían los emigrantes de entonces. Todavía se realizaban muchos viajes de barco pero empezaba a ser normal viajar en avión. Mis padres bajaron a despedirse del abuelo en el aeropuerto de Maiquetía. Era poco más que una pista de tierra batida, por aquel entonces, Maiquetía.

Mi mamá, intentando retenerme, me cargaba en los brazos con miedo de que me perdiera entre tanto transeúnte y residenciado. Yo perneaba. Ella me asía con fuerza. Los aviones estaban estacionados afuera, del otro lado del vidrio. Del lado de adentro se entablaba una lucha. No es fácil retener en los brazos a un mequetrefe de cinco años. Un poco para aliviarla y para que descansara, mi abuelo me alzó y dijo, amenazador, que me portara bien porque si no me llevaba con él. En aquél avión. Ese mismo. Papá miró, primero al avión y después a mi mamá. Y le dijeron que OK, puede ser. Por un tiempo.

Aquí las cosas se dividen. Cómo fue aquello exactamente ya no se sabe. Ellos contaban esta historia de varias formas y todos los pormenores me parecían importantes. Después de escuchar lo mismo muchas veces uno se pierde, aunque se trate de algo sencillo.

--Me lo llevo entonces—decía mi abuelo.
--Lléveselo pues—decían mis padres, riéndose.
--Dile adiós a tu papá y a tu mamá.
--Adiós pues, jajaja.

Hay que ver la cantidad de papeles y permisos y certificados que te piden para meter un gato o un perro dentro de un avión, hoy día. Pero en aquella época todo era fácil. La edad de oro de la aviación estaba empezando. Y como eso, tantas cosas.

La versión de mi abuelo metía una aeromoza, más o menos así.
--¿El pasaje del niño?-- preguntaba la azafata.
--No tiene—respondía el abuelo.—Es mi nieto. Lo voy a cargar encima de las rodillas.
-??
--Todo el viaje.
--No puede.
--¿Porqué no?
--Normas de la aviación moderna.
--Entiendo—decía mi abuelo.-- Entonces le compro un pasaje. ¿No se puede comprar un pasaje a un niño?
--Sí, se puede.
--¿Cuánto cuesta?
--Puede comprarlo, pero no aquí.
--¿Cómo haría yo, entonces? ¡Este reglamento no me deja hacer nada!
Ella encoje los hombros, mira por encima de mi cabeza y ve a mis padres que se ríen y nos dicen adiós.
--¿Son los padres del chico?- le pregunta al abuelo.
--Sí.
--Bueno. Ándele, pues. Pase.

Y fue así cómo nos fuimos los dos, sentados lado a lado. De paseo por la vida, literalmente. Las aeromozas de adentro me dieron un libro de colorear y una caja de creyones especiales para los peques. A mi abuelo le dieron güisqui y cigarrillos para que fumara. Era otro mundo.

Después que nos montamos en el avión mis padres regresaron apresuradamente a Caracas. Llegaron, se sentaron a la mesa de la sala, y se pusieron a escribir una carta entre los dos. “Mándelo de vuelta”. “Ahora mismo ya grasioso” garabateó mi mamá por encima. Nadie en mi familia había pasado nunca de tercer grado y las cartas tardaban quince días en llegar, a veces más. Mi abuelo se organizó la vida primero y me reenvió pasados cinco años, con mañas, medio usado.

Para comprar el pasaje de regreso tuvimos que ir a Lisboa: cinco horas en tren. Seis de regreso, no me pregunten porqué, siempre fue así. Allá en Lisboa nos fuimos directos a las “oficinas aéreas”, a hablar con aquellas azafatas de pestañas largas. Usaban unos sombreritos redondos y unos pañuelos al cuello. Y unos zapatos blancos de cuero y tacón muy alto que se veían muy sólidos y resonaban en cualquier tipo de piso. Era con ellas con quien se tenía que hablar para estas cosas. Flotaba un perfume en el aire. Fueron ellas las que me colgaron un cartel al cuello y me dieron un besito en la frente. Era el procedimiento para viajar solo. Unas eran de Varig y otras de Pan Air. Las mujeres más bonitas del mundo. (Quería decir “sofisticadas” pero me faltaba la palabra). Yo me hacía la paja desde hace poco más de un año.

Así que llegué a Venezuela, pasados pocos días, me puse bastante mal de salud. Tenía diez años y estaba a punto de morir. Se me chuparon los cachetes, quedé delgado como un palillo. Nadie sabía muy bien que era lo que tenía, lo que me pasaba. No mostraba signos de recuperación. Solo empeoraba. Los especialistas no atinaban con nada. A uno de los médicos se le ocurrió intercambiar dos o tres palabras con el niño y descubrió que o menino falaba un casteliano enrevezadísimo.
--¿De dónde salió esto?
--De Portugal—contestan mis padres.
--Mándenlo de vuelta-- dictaminó el médico-- inmediatamente.
No se detuvo gran cosa en el resto de la sintomatología. Y fue bastante práctico en la prescripción del tratamiento. Una especie de cuarentena en extradición, como se estaba viendo. Nunca llegamos a saber que era lo que tenía, de qué me enfermé, qué me había pasado. Todavía hoy tengo esa duda. La paja nunca ha matado a nadie, eso es mentira, todo el mundo lo sabe.

Pero fue santo remedio. El viaje de regreso me tocó un asiento del lado de la ventana. Ellas “té, café o limonada” pero yo distraído, en las nubes pues, como si nada. Así que llegué a Portugal empecé a mejorar. Me recuperé bastante. Y, pasado un tiempo, porque ya estaba bueno otra vez, me regresé a Venezuela en mejor estado. Ahora fue mi abuelo quien les escribió una carta a mis padres. Básicamente decía que, en Portugal, la educación era mejor. Un hecho incontrovertible que estaba claro para todo el mundo, incluyendo mis padres. El resto de la carta no se le entendía muy bien. Bueno. Y así, etcétera, no voy a seguir porque ya se entiende. De un lado para el otro, pues, siempre en las nubes, mirando por la ventana. Cada cuatro o cinco años había alternancia en el poder. Yo siempre fui sensible a los campos magnéticos y aquellas migraciones trasatlánticas me reventaban con las hormonas. Me salió acné, me salió barba. Empecé a pegarme la cabeza contra todas partes. Lo normal en la vida.

Y después se murieron todos, mi abuelo, mis padres. Las aeromozas seguramente también. Y las que sobreviven deben ser viejitas de aquellas que se pintan mucho y viven con montones de gatos que sueltan pelo pero a ellas no les importa nada y los dejan dormir en la cama. El tiempo pasa como un caterpiler sobre una huerta en la que alguien estuvo trabajando hasta hace unas horas. ¿Valió la pena? Eso fue lo que quedó. Una zanja en el suelo. Tanto trabajo y tanto amor para qué. Para nada.




Julio 2008
Dunedin

lunes, 2 de marzo de 2009

Para entender la crisis

Yo soy de aquel tipo que en medio de una parilla, una parranda, una juerga con fritangas y cervezas, en medio de la conversación más buena nota y casual sobre una cosa cualquiera, sobre salchichas pongamos por ejemplo, sale con “yo he leído un libro sobre eso”. No joda. Ahí mismo me arrancan la cerveza de la mano, me dan un par de patadas por el culo y cambian de tema. No lo hago por maldad, me sale por lapso, se los juro, es lo más triste. Es por eso que nadie quiere ser mi amigo en facebook y no me dejaron entrar en hi5. Los tipos de hotmail el otro día me mandaron una carta muy rara. No puede ser otra cosa. Y no es complejo mío, estoy seguro. Lo digo porque leí un libro sobre eso. Se llama In Our Secret Minds, paranoia and friendship in contemporary society, muy bueno. Pero no era sobre este libro que quería hablar, es sobre otro.

Antes de que les hable del libro les recomiendo el video. Voy a postar aquí los primeros diez minutos y el que quiera sigue con la continuaciones en youtube. El video es una cosa light, una especie de introducción a la cosa. No deja de ser verdad lo que dice pero deja muchos cabos sueltos y por atar. Lo digo porque he leído un libro sobre eso. Se llama The Mystery of Banking, el autor es Murray Rothbard y está publicado por el Ludwig von Mises Institute, Alabama. Fuera de bromas, se los recomiendo. ¿Nos vemos en facebook?