miércoles, 14 de julio de 2010

Estúpidos agudos, homosexuales y psicópatas




La psicología barra psiquiatría nunca ha podido aclarar muy bien ni siquiera sus conceptos fundamentales. “Psicópata”, por ejemplo, es el que comete cosas horribles, y el que comete esos crímenes abominables solo puede ser un “psicópata”. En realidad este último caso es mucho más común, en la epistemología silvestre de la psiquiatría.
Foucault apuntó un fenómeno similar en la historia del concepto de autor. El valor de muchos escritos medievales provenía de la santidad establecida de sus autores. En cambio, en las eras modernas, la “santificación” del autor se debe, en última instancia, al valor de sus obras.
La diferencia entre estas dos dicotomías, la del psicópata y la del autor, es que, en el caso del autor, Foucault afirma observar una evolución histórica, un cambio de polaridad del autor de los hechos, hacia el valor de los hechos mismos.
Cuando la psiquiatría tenía menos ambiciones de las que revela hoy, cuando no pretendía conocer el alma humana, el centro de atención también se situaba en los hechos. El que cometía el crimen abominable era encerrado y castigado de una forma horrible y brutal, sí, pero la psiquiatría no tenía la pretensión de conocer lo que le iba por dentro, y de clasificar al psicópata dentro de esquemas y categorías. Encerrar y punir al desviante es una forma arcaica y brutal de castigo, pero clasificarlo, colgarle una etiqueta de patología psiquiátrica, es una forma de condenarle el alma, un refinamiento de crueldad que va más allá del castigo.
(Este tipo de análisis es muy Foucaultiano, dígase de paso. La gran influencia de mi vida es el librito que estoy leyendo ahora, jeje).
Las etiquetas psiquiátricas, sus clasificaciones de cuadros y patologías, valen lo que valen. La muy venerable Asociación Americana de Psiquiatría, decidió en 1973 desclasificar la homosexualidad como una enfermedad mental. ¡Fue una decisión que se tomó por votos! Así que alimento la esperanza que un día se declare la ignorancia, la intolerancia y la estupidez, como una patología no solo grave como peligrosa, con derecho a hospitalización y encierro.

jueves, 8 de abril de 2010

Dancing in the moonlight 2



Fue el peor invierno de la historia. El más frio, el más oscuro. Palabras que no se agarraban a nada, escurriendo de las paredes por todas partes y todo eso. Horrible. Los tipos de Houston consultaron bases de datos y dijeron que no iba a acabar. Peor escenario, dijeron. Alerta violeta, alarma 5.3 (los peores códigos). No acabará nunca. Nunca nadie se imaginó que una nave espacial pudiera encallar. Que se pudiera sobrevivir seis meses en el lado oscuro de la luna, sin comer, sin dormir, mirando día y noche las agujas del oxígeno a la luz de una vela. Cada tantos días Cabo Cañaveral ponía canciones setentosas para ayudar a despertar y verificar que no estábamos muertos. Y a lo mejor fue eso. Eso y la gravitación universal, la fuerza más potente del universo, por supuesto. Eso lo sabemos ahora pero en el momento nadie creía nada. El frío era tanto que los pensamientos estallaban y caían al suelo de la nave. Los restos crujían bajo los pies como cáscaras de cucarachas. Los colores se encogieron y acabaron en nada. Cada vez que lograba formarse una palabra, primero flotaba en el aire sin saber adónde ir, y después se pegaba a una pared mojada. Ahí se quedaba. Los técnicos decían que no entendían. Nosotros tampoco. ¿Cómo se prepara uno a morir? No se puede. Aunque no tengas esperanza, esperas. Funciona así. Un día entra una luz blanca, impossible de creer, y ya. Terminó la peor pesadilla de nuestras vidas, ese peor invierno de la história. No daba para creerlo. Todo el mundo bailando a la luz de la luna. Fiesta loca todos los días. Y aquella lunota bien gorda como una torta apetitosa. Centro de control remoto espacial del universo, 1, 2, 3, probando. Plan de vuelo y coordenadas geodésicas de mi casa.

lunes, 18 de enero de 2010

Avatar Negro


En Febrero del año pasado, el gobierno de Nueva Zelanda aprobó una Enmienda al Acta de Copyright, en cuyo famoso articulo 92A se estipulaba que cualquier Proveedor de Servicio Internet, ISP, podía suspender un utilizador considerado reincidente en descargas no autorizadas.

La ley de inmediato suscitó rechazo y movilizó a la acción pública. Hubo protestas en Wellington, frente a las puertas del parlamento, en las que participaron desde figuras públicas hasta los proprios técnicos y empleados de estos ISP, que no querian verse convertidos en ejecutores o verdugos de una ley que ellos mismos consideraban injusta.

Quince días después se suspendió el controverso artículo con la promesa de que sería reformulado y vuelto a presentar a la opinión pública un mes después. En los días que se siguieron la Creative Freedom Foundation angarió más de 15 000 firmas (un número que se toma en serio en un país de 4 millones de habitantes que raramente protestan). En Marzo, un portavoz del gobierno anunció que la redacción del 92A no estaba concluída. Hoy, casi un año después, el 92A sigue siendo tema de debate en Nueva Zelanda, pero ni los ISP, ni nadie más, se ha vuelto a abrogar --alegremente-- el derecho de vigilar, intrometerse y censurar las actividades de las personas. Mi interpretación no es la de que, después de un brazito de fuerza, uno de los lados resultó ganador. Considero más bien que, aquellos que en un principio defendian los derechos de autor desde una posición de fuerza y sin cuestionarse más nada, ahora están recapacitando y reevaluando sus posiciones.

Me enteré de la protesta kiwi casualmente, porque me pareció extraño ver algunos amigos de Facebook con una foto negra. Después me fijé que aquí y allá estaban apareciendo más de esos Black Avatars. Aquello me produjo un pequeño malestar, el no saber quién decía qué, quién era quién. Después entendi que era una buena metáfora de una red silenciada, censurada, en la que las actividades tendrían que ser ejecutadas clandestinamente, al margen de la ley. Y me pareció horrible ese escenario Orwelliano en dónde uno tendría que esconderse e inventar estratagemas criminales, ardides de delincuente, ocultar el rostro, taparse la cara.

domingo, 17 de enero de 2010

Carta abierta a Felipe González


Estimado Señor.

Intentaré responder al apelo que usted lanzó, en el sentido de aportar ideas con relación al debate sobre los derechos de autor. Será una más de entre las muchas respuestas que habrá recibido, y no estoy muy seguro que esta en particular, la mía, le llegará a usted. Pero así funciona la red, tirando botellas con mensajes, no muy seguros de que le llegarán a un destinatario específico, pero con la esperanza de que alguien repare en ellas, despliegue el mensaje y lo lea. Y casi siempre hay alguien --en México, en Australia, en Las Filipinas-- en las costas más remotas e improbables, que se lee el mensaje y lo vuelve a colocar en otra botella, que vuelve a cerrar y tirar al mar. A veces son cartas las que enviamos; otras veces son películas y libros.

Este sentido de comunidad universal –esto de que un portugués nacido en Venezuela y viviendo en Nueva Zelanda le envíe una carta a un ex primer ministro español-- esta cosa maravillosa y abracadabrante, es algo nuevo y único en la historia de la humanidad. Muchos de nosotros creemos que estamos a punto de dar un salto hacia adelante aún más grande que aquél que se dio en el siglo XV con el advenimiento de la imprenta. Y se trata de un paso muy grande porque hay una brecha enorme que está separando a dos mundos. Hay un mundo de antes y un mundo de después, y las reglas de uno no se acomodan al otro.

Los derechos de autor fueron concebidos de acuerdo a una tecnología y a un modelo cultural que pertenecía al mundo de antes. Y usted mejor que nadie sabrá que es inútil aferrarse a ideas y modos de hacer de antes. ¿Cuantos talleres familiares y pequeñas fábricas no han tenido que cerrar en España porque pertenecían al mundo de antes? Aunque la cifra de desempleo supere el 20% a nadie se le ocurre proteger un sector de actividad obsoleto, trátese de la industria de la sardina, o de las velas, o de las castañuelas. Pues, con la industria cultural de antes, con las grandes editoras, las grandes discográficas y productoras cinematográficas, sucede exactamente lo mismo: son industrias muertas, restos de un pasado agonizante. Con una diferencia: es que el pobre pescador que se quedó sin empleo, allá en Galicia o Asturias, no cuenta con los recursos, la preparación y la influencia que estas grandes compañías ejercen en Madrid.

Y este es el primer punto, la primera de un par de ideas que quisiera aportar a esta discusión y que le quisiera transmitir: que no se trata de una confrontación entre gente sin escrúpulos, por un lado, y autores, por el otro. Los pobres autores son los que menos ganan y los que menos tienen que perder en este debate –aunque seguramente muchos saldrán a vociferar en esta arena. Quién realmente pierde es toda la parafernalia industrial que se ha montado alrededor de la producción cultural.

Esta es la segunda idea que me gustaría transmitir: que en el peor de los casos, la cultura no pierde nada con la extinción de estas fábricas. Los principales afectados son las mega corporaciones que venden millones de best sellers, millones de discos, millones de tickets de cine. No dudo que despenalizar el intercambio libre de contenidos pudiera afectar el patrimonio personal de J.K.Rowlings o de Dan Brown, o de los herederos de Camilo J. Cela, por poner un ejemplo que ayer salió en los periódicos. Pero, por una parte, no siento por ellos la menor lástima; y por otra, dudo que si esta gente dejara de escribir (o de acuchillarse) la humanidad perdería algo importante. Y este mismo razonamiento es aplicable a la música de Rihanna o las coreografías de Britney Spears. En el "nuevo escenario" este tipo de libros y música y cine seguirán produciéndose y seguirán teniendo su público --cosa que me parece muy bien-- aunque no tendrán, seguramente, la divulgación que la industria "cultural" actualmente les imprime. Por el contrario, producciones que hoy día no encuentran expresión, precisamente porque no son tan fácilmente “empaquetadas” en esta industria, tendrán una mayor divulgación y harán de la cultura un espacio más diversificado y más sano.

Hay decenas de argumentos a favor de un replanteamiento profundo de la temática de los derechos de autor y nadie sabe muy exactamente adonde esto nos va a llevar. Nadie quiere desmotivar la creatividad, ni robar lo que le pertenece a otro, eso es seguro. Probablemente terminaremos reevaluando el protagonismo del autor y el valor de la originalidad, tal como lo entendemos hoy; no se sabe. Pero, lo que muchos de nosotros creemos, sabemos, es que no va a ser mediante la imposición a la fuerza, --por una decisión de un consejo de ministros o por la resolución de un juez-- que dejaremos de creer en este sueño que empezó a circular por el mundo, como un mensaje de esperanza dentro de una botella. Este sueño está al alcance de la mano y consiste en poner toda la cultura de la humanidad disponible para todos, una biblioteca en la que no se le veta el acceso a nadie, y menos aún en virtud de su condición social o capacidad pecuniaria. Una biblioteca a la que pueda acceder el tercer mundo y cualquier mundo, siempre y cuando se respeten algunos valores fundamentales, como el de la libertad de pensamiento y de expresión. Educación para todos. Los mejores materiales didácticos de las mejores universidades del mundo disponibles para el más humilde de los ciudadanos en el país más humilde del mundo. Y de la misma forma que dentro de una biblioteca se "suspenden" las leyes de propriedad intelectual, queremos esa misma suspensión en todo, para todos, en todas las partes del mundo. Por eso, no reconocemos como legítimas las pretensiones de regulación y control, y las consideramos como manifestaciones de ignorancia y de totalitarismo.

Por último, permítame que le haga una sugerencia. Hay gente, mil veces más autorizada que yo, que viene debatiendo estos temas desde hace ya algunos años. Con el poder de convocatoria que le da su prestígio internacional, y dado que me parece que sinceramente quiere entender el punto de vista del otro, yo le sugeriría que promoviera un encuentro internacional en España. Le puedo adelantar algunos nombres, casi a titulo de ejemplo. Richard Stallman, Lawrence Lessig, Chris Anderson, entre muchos otros, vienen abogando por la discusión de estos temas hace muchos años. En Suecia, estas discusiones ya alcanzaron una dimensión social: el año pasado, el partido pirata sacó 7,2% de los votos y dos diputados al parlamento europeo. El Piratebyron, otra organización sueca, se está convirtiendo en un modelo y una referencia a nivel internacional. Por supuesto que, convocar un tal encuentro, implicaría reconocer implícitamente que se puede discutir esta materia tabú y de inmediato encontrará muchísima oposición del mundo de antes, de los dinosaurios del pasado. Pero ojalá lo haga, ojalá promueva de esta o de otra manera, este debate. Estoy firmemente convencido que si no lo hace usted, otra persona lo va a hacer, alguien va a recoger del mar anónimo esta botella. Esta botella u otra cualquiera, eso no importa. Como no importaba, para los antiguos constructores de las catedrales, el quién había hecho qué. En algunas de ellas dejaron una piedra grabada, una botella: Adamo me facit, me hizo la humanidad.


El viernes pasado, el consejo de ministros del gobierno español, aprobó la llamada “ley antidescargas” que le permite cerrar páginas web que promuevan o difundan contenidos protegidos por derechos de autor. Desatada la polémica, Felipe González exhortó a que los utilizadores propusieran alternativas.
Para adherir a la protesta: www.red-SOStenible.net

La foto es una portada de un disco de Rihanna, y casi seguro, debe de tener derechos de autor pertenecientes a Sony o Emi o cualquier cosa por el estilo. Oops, i did it again.

jueves, 14 de enero de 2010

Omnia sunt comuna (Libertad 2)


Me imagino que nadie se leyó mi ultimo post. Tampoco lo hubiera leído yo si no estuviera escrito por mi, digase de paso. ¡Muy largo! ¡Dificil de entender y aburrido! Es cierto. Pero trata de un tema demasiado importante como para dejarlo por la mitad. Lo voy a intentar resumir de otra manera. Dos puntos.

Hoy estamos a un pasito insignificante de realizar un sueño bellísimo, cuyas raíces se sumergen en lo más profundo y querido de la cultura. Estamos a punto de constituir la biblioteca universal con la que soñó Borges: todos los contenidos jamás producidos por la humanidad, toda la música, todas las películas, todos los cuadros y dibujos, y sobre todo: todos los libros publicados por la humanidad; todo esto, disponible para todos en todo el mundo. “Todo pertenece a todo el mundo” es el significado del título de esta entrada.

Pero este sueño, que hoy día es perfectamente viable desde el punto de vista técnico, está amenazado por restricciones de acceso, por intereses creados, mezquinos, chiquitos, que no logran ver más allá de sus cortas miras y narices.

La mayor biblioteca del mundo, de lejos, es la Biblioteca del Congreso, de EEUU. Posee algo así como 140 millones de cosas, entre libros, películas, manuscritos, incunables, etc. Pero libros, propiamente dichos, posee 26 millones. Un libro, una vez digitalizado, ocupa aproximadamente 1 mega. Esos veintiséis millones de libros ocuparían 26 Terabytes. La tienda de computación de la esquina, en su sección de discos duros, tiene el doble de esta capacidad a la venta en un pequeño anaquel. Los grandes servidores de internet superen en mucho esta capacidad. Google Earth, nada más, utiliza 200 Tb para almacenar las imágenes que nos proporciona cuando buscamos un mapa. Es decir, que si me dan cinco mil euros poco más o menos, dentro de media hora regreso y coloco 26 Teras aquí encima de la mesa de mi cocina. Esto con relación al soporte físico.

Claro que habría que digitalizar cada uno de los libros, --es decir, fotografiarlos con decencia, pasarlos por OCR, etc.-- y se ha calculado que este proceso acabaría costando aproximadamente 30 dólares por título. Toda la Biblioteca del Congreso, costaría pues unos 75 millones de dólares. ¿Cuánto es eso? Un poco más que el precio de un avión F18. ¡Uno solo! Y estos mismos cálculos con relación a los libros pueden ser hechos para la música, las películas, y el resto.

Trabajando de una forma descentralizada y caótica, una especie de todos a monte y cada uno por su cuenta, en su casa, digitalizando, scaneando y “quemando” a diestra y siniestra, lo que esté más a mano, con toda la duplicidad y redundancia del mundo-- y sin grandes coordinaciones ni apelos públicos, dígase de paso-- esta tarea llevaría unos pocos meses y los costos se diluirían hasta hacerse invisibles.

Ahora bien. Este escenario loco que acabo de describir, es lo que está sucediendo en las redes Peer To Peer, un poco por todo el mundo. Para unos, gente común y silvestre, ciudadanos de a pie como nosotros, esta es la realización de un sueño tan bonito que es dificil de creer. Para otros --ejecutivos de grandes grupos editoriales, estudios y distribuidoras de cine, herederos de grandes estrellas de pop rock--, es la materialización de sus peores pesadillas.

Todos nos estamos bajando todo, vamos a ser sinceros. Dudo que exista un único computador personal en el mundo, que no posea un archivo de mp3 o un pdf o un avi, protegido. O porque lo bajamos con toda consciencia de estar infringiendo derechos de autor, o porque lo bajamos con un muy cómodo beneficio de la duda, (el no querer saber es casi siempre una actitud tan cómoda como peligrosa) o porque nos lo prestaron y desconocemos su origen, o sencillamente porque lo ignorábamos de buena fé, todos tenemos y usamos esta clase de contenidos. La pregunta es: ¿es legítimo o no, hacerlo?

Y esta es una pregunta muy muy importante, porque está demasiado en juego, y para la cual no existe una respuesta fácil. Por un lado tenemos gente que de una forma u otra está asociada a la propiedad de ese contenido. Por otro lado, está la humanidad. Creo que vamos a volver a esto muchas veces en las próximas entradas de este blog.

Ese contenido tiene derechos de autor. Pero ahora vamos a reformular ligeramente la pregunta: ¿Ese sueño, también tiene derechos de autor?

domingo, 10 de enero de 2010

Libertad (1)


El 19 de Octubre fue una de las fechas más importantes de este año, quizás de la década. Y sin embargo pasó tan desapercibida como el día en que Gutemberg publicó su primer libro. En 1454 se publicó un título con un puñado de ejemplares. Hoy día se publican cerca de un millón de títulos anualmente, con todos los kilo giga tera millones de ejemplares del mundo. Si colocáramos juntos, en columnas y filas, todos los caterpileres utilizados para tumbar los árboles empleados, la escena sería solo equiparable a los escuadrones de U2 que oscurecían el cielo camino a los bombardeamientos de Dresden. El 19 de Octubre cambió nuestras vidas. De la misma forma que a los príncipes decadentes de Prusia no les pasó por la cabeza que en Mainz estaba sucediendo algo extraordinario, ustedes tampoco me van a creer si les digo que estoy hablando del Kindle. El Kindle es un aparatico más, otro gadget, uno de tantos. Es un e-reader, un dispositivo concebido para leer e-books, libros electrónicos. No es el primero, ni va a ser el último. No es el más sofisticado ni el mejor. Y de paso les digo que no es la maravilla del siglo. Le faltan todavía una docena de mejoras fundamentales. Pero es el Ford modelo T de los e-lectores, el que se está masificando y viene a colocar en su sitio una de las últimas piezas en este quiebra cabezas de la industria cultural, esta confusión loca en la que las editoras, las disqueras y los periódicos, ya no saben que más hacer. Más perdidos que el hijo de Lindberg, decimos nosotros en Venezuela. Acabo de emplear la expresión “industria cultural” de manera muy silvestre, sin mucho cuidado, en el sentido a que todo el mundo se refiere. Esa maquinaria que está por detrás de la producción de las músicas, de las películas, de los libros, esas cosas. Sin embargo “La Industria Cultural” es un conocidísimo clásico de sociología de la cultura. Fue escrito por Adorno y Habermas en 1960 y no sé cuantos, allá por el año de la pera, en la época en que la gente hablaba mucho de modos de producción y esas guarandingas. Hoy es un libro difícil de entender. La gente concluyó que lo que decían esos filósofos no se entendía muy bien. Yo también. Hace años que la gente de la informática andaba buscándose, para los libros, el equivalente a la difusión del mp3 y a la aceptación del Ipod. Apple, a través de Itunes, empezó vendiendo música en un formato exclusivo. Pero tanto por la presión de los utilizadores como por imposiciones de la competencia, tuvo que rendirse a la unanimidad del mp3. Si bien que cedió en la exclusividad del formato, en materia de DRM, en el hardware (el Ipod, y después el Iphone), y el software (Itunes), tiene un dominio incontestado que es la envidia de medio mundo. Era este modelo que se andaba buscando un poco por todas partes para los libros y la lectura. Un lector de libros electrónicos que pudiera emular el esquema y el éxito de Apple. Una de las grandes diferencias, se decía, estaba asociada a la experiencia material, la sensación física de hojear el libro, olerlo, subrayarlo. Una experiencia “ancestral” y “atávica”, dicen (con este palabreado pseudo intelectual, como es típico). No me voy a detener mucho tiempo en esto. Es una de las objeciones más estúpidas que he escuchado en mi vida. Y voy a aclarar que soy un fanático de libros, un desequilibrado enfermo a quien me gustan en todos los tamaños, presentaciones, olores y sabores. Aunque eso si, no me los como. El día 20 de octubre, cinco minutos después que Federal Express me entregara mi Kindle, volví a sentir la misma sensación que experimenté la primera vez que escuché un Walkman de Sony. Tendría como trece años. Algo me estalló dentro de la cabeza. Sencillamente friquié. El sonido entraba por todas partes y me revolvía las sinapsis de las neuronas como si me estuviera enjabonando el pelo. Cuándo me quité los audífonos y volví a la realidad me sentí despeinado y aturdido como un gallito después de su primera pelea. Sony inundó el mundo de Walkmans y cassettes. La asociación de disqueras británicas lanzó una campaña publicitaria llamada Home taping is killing music. El logo de la campaña lo decía todo: un cassette y por debajo un par de tibias cruzadas. El futuro era aterrador. Estábamos en los ochentas. Madona y Michael Jackson eran casi unos niños! Richard Brandson era otro niño y su discográfica, Virgin, estaba naciendo! Me pregunto que hubiera sucedido con todos ellos si los jueces británicos le hubieran parado bolas a aquellos mente de pollo que no se oponían tanto a la tecnología sino a que le tocaran sus sacro santos intereses. Años después, leyendo su biografía, me enteré que aquella epifanía mundana que sentí con mi walkman fue exactamente lo que le había pasado a Akio Morita, el presidente fundador de Sony, cuándo sus ingenieros le guindaron el primero prototipo de las orejas. Orgasmo total, decía él. Con otras palabras. Vamos a hacer un milloncito de estos juguetes, para probar. Más o menos, fue lo que dijo. Glacias. Mi adolescencia hubiera sido un marasmo triste de no ser por Akito & los Supertramp transmitiendo 24 horas del día. Bueno. Con el Kindle sucede casi lo mismo. La sensación de tener en tus manos un cuarto de millón de libros disponibles en 60 segundos es la realización de uno de los sueños más queridos de la humanidad, una cosa orgiástica barra orgasmática que puede ser repetida de minuto a minuto y cuántas veces te dé la gana, sin cansar ni agotar, sin parar ni para almorzar. (Y no es un cuarto de millón, son varios millones, como veremos más adelante). Por supuesto que ese día me acosté ya bien entrada la madrugada. Dándole y dándole. Le metí unas vergas de Nietzche que estaban promocionando grantiñanga en el site de Amazon y fue la juerga, la vida loca, la parranda total hasta las tantas. Sí, el Kindle (como otros e-readers) es wireless y funciona a través de una red 3G llamada “Whispernet”, una red celular cuya infraestructura es soportada por ATT en estos cien países dónde está disponible. Comprar un libro, aún en medio del más desolado descampado, a cualquier hora del día y en cualquier día del año, toma unos segundos. Los readers traen diccionarios incorporados y permiten subrayar el texto o tomar notas. En el caso del Kindle internacional solo se ofrece acceso web a la wikipedia. Y no solo se pueden descargar libros como diarios y revistas. La lista de publicaciones periódicas adoptando el servicio crece de día para día. Ah. Y quien quiera olerlo puede encharcarlo con el perfume que le de la gana sin ningún problema. El mío me parece que vino con fragancias de tabaco y un toque de esencias de ajo y sobaco. La principal característica de estos aparatos es la tecnología de la pantalla, llamada tinta electrónica, la e-ink. Tal como en un p-libro (de papel, vamos a tener que acostumbrarnos a aclararlo), las letras se ven por efecto de una fuente de iluminación exterior. Esto no es lo que sucede en un computador convencional. En una pantalla corriente, sea catódica o plana, la imagen es formada por proyección o emisión de luz interna, como en las cajas de luz utilizadas por los fotógrafos. Es por ese motivo que los colores se ven tan brillantes. En realidad es cómo si estuviéramos sentados frente a una lámpara. Aparte de quemarnos las pestañas estamos literalmente quemándonos los ojos. La pantalla de los readers es un elemento crucial. Si alguna vez han leído doscientas páginas en una pantalla convencional saben de qué se trata, cual es el problema. Al día siguiente, te despiertas con un ratón inexplicable, como si hubieras bebido, o mejor, como si te hubiera atropellado un camión lleno de cerveza. Los e-readers son livianos, tienen gran autonomía de batería e ingentes capacidades de almacenaje. Esta versión, la llamada internacional, puede almacenar unos 1500 libros. Se preguntarán para qué se necesita esa capacidad, esos miles de libros. Les recuerdo que fue lo mismo que se preguntaron cuando les mencionaron la capacidad del ipod por la primera vez. El mío tiene algo así como 12 días, 22 horas y 13 minutos de grabaciones. Me lo dice él sin que le pregunte nada. Muchos archivos son música. Y otros muchos son podcasts, desde clases de historia de las ideas por la Universidad de Stanford, hasta vídeos de Origami con papel de arroz. (Puede que algún día me quede encerrado en un ascensor y me anime con el Origami. Nunca se sabe). Lo cierto es que aquella vieja sensación de ser el extraterrestre del barrio porque la gente te veía entrar al café con tres o cuatro libros, esas miradas reprobadoras que te hacían sentir bicho extraño, tipo Gregory Samsa, eso de sentirse nerd y marciano, eso se acabó, a dios gracias, mi hermano. Ahora puedes entrar con tu discreto aparatico bajo el brazo sin que nadie sospeche que te vas a hojear dos docenitas de libros mientras te tomas tu cafecito, como si nada, todo de lo más normal. La segunda cosa fundamental de los e-readers es su capacidad para leer PDFs. Y es aquí dónde las cosas se empiezan a poner interesantes. Amazon se mostró renitente en un principio pero ya reconsideró su estrategia. Ese tal Jeff Bezzo tiene cara de nerd pero a lo mejor no es bobo del todo. Inútil pelear contra el resto del mundo, se habrá dicho él. Y esta es la segunda pieza del puzzle de la industria cultural, el quiebra cabezas al cual me referí antes. Por un lado ya tenemos el aparato. No estoy afirmando que sea el Kindle. Puede ser cualquier otro aún por nacer, como el prometido tablet universal de Apple. O cualquiera de los ya existentes. El Nook, de Barnes & Noble, por ejemplo, cuando salio a luz ya venia con aceso a 700.000 libros. Cual sea la marca y el modelo no importa. Lo importante es que se divulgue el concepto y adquiera masa crítica para fomentar competencia, y abaratar costos, entre otras cosas. El primer Kindle empezó costando más de cuatrocientos dólares; esta semana está costando doscientos cincuenta y sigue bajando. Eso es la mitad de lo que cuesta la versión más barata del iphone. Por un lado tenemos el aparato, o aparatos. Ya llegaron. Por otro lado están los contenidos, en este caso los e-books. Y aquí la cosa empieza a ponerse buena. Los datos oficiales de la industria editorial de EEUU dicen que la venta de los libros electrónicos, para el 2009, representaron el 3% del total. Pero a diferencia del libro en papel, cuyas ventas aumentan al ritmo de un vegetativo 3 o 4%, las ventas de ebooks crecieron 180% este año y su crecimiento es exponencial. No extrañaría a nadie que creciera 300% el año que viene, por ejemplo. Pero aun más fenomenales que estos números es la historia que no se cuenta. Por más espectaculares que sean, estos números solo cuentan una parte bien pequeña de los dramas que se está trabando en los bastidores. Estos números son tonterías cuando comparados con la magnitud del fenómeno que se está desarrollando allá atrás. Y esta magnitud de grandeza es tan enorme que la metáfora del iceberg le queda corta. Es más bien algo así como confundir un iceberg con un continente (que de paso fue más o menos eso lo que pasó con la Antártida, aquí en el Polo Sur). Este continente sumergido se llama Peer-to-Peer (P2P), o, en un sentido mucho más amplio Open Source, código abierto, o código libre, fileshare, etc. Es una idea que está en el corazón de internet, desde que nació. La idea de que el contenido de la Red (originalmente software) es libre y es propulsado en un esfuerzo creativo conjunto, pero descentralizado. El mismo espíritu libre y medio anarquista que tanto contribuyó, y sigue contribuyendo, a crear esta maravilla llamada Internet no es muy diferente del que alimenta la actitud contestataria del hacker. Son dos facetas de una misma cosa. Hasta finales de los noventa, cuando la gente normal como nosotros entraba a internet, recibía contenidos que estaban archivados en un determinado computador o computadores, plenamente identificados y propriedad de alguien, llamados servidores. Cualquiera puede usar internet clicando aquí y allá, no es difícil. Un pelin más complicado es producir las páginas que vemos, generar el HTML, aunque hoy dia tambien ya es muy fácil. Por ejemplo, en este blog, yo estoy generando código HTLM aunque no hago nada, no me doy cuenta. Harina de otro costal es configurar un computador para que entregue páginas de internet a los seres humanos silvestres que las piden, como nosotros. Quién alguna vez se metió con Apache, por ejemplo, sabe de lo que estoy hablando. Una cosa horrible, técnica con testículos. Además, si las páginas van a ser muy solicitadas, se requieren equipos costosos, mainframes, que proporcionen velocidad y capacidad de almacenamiento. Esto es lo que sucede en el modelo convencional de la red, aunque siempre fue posible configurar un computador doméstico y bien casero transformándolo en un feroz servidor de internet. Se parece a una criatura franquenstainiana, pero se puede hacer. Así estaban las cosas cuando un estudiante despeinado (le decían el “siestoso” porque andaba siempre con el pelo revuelto, como quien se acaba de tirar una siesta), allá a finales de los noventa, inventó, o adaptó, un procedimiento nuevo, según el cual, nuestro computador podía buscar y recibir archivos de otros computadores normales y corrientillos, domesticados, así como el nuestro. Es decir, que yo podía recibir un archivo de un amigo de la misma forma que le pedía un libro o un disco prestado. “Pana a Pana, hoy para ti - para mi mañana”. Eso es el Peer to Peer en su definición técnica más estricta. ¿Algún problema con eso? Toda la vida hemos podido prestar libros y quedarnos con los discos que nunca devolvimos. Y toda la vida hemos podido grabar cassés o cazés o cómo se dice, de los TDK aquellos, o los de Beta y VHS, y hemos podido grabar y prestar y no devolver toda clase discos, cidirromes y dividis. Además, con el P2P no le cae la cayapa completa al servidor, dejándolo knockout por sobrecarga. Cuando me “bajo” algo de la red no lo estoy haciendo en el sentido convencional, es decir, a partir de un servidor, sino a partir del computador de un peer, de un pana, pues. Las distinciones finas, conceptuales, deben ser explicitadas con algún rigor porque tienen consecuencias importantes como más adelante vamos a ver. Cuando es un servidor que nos proporciona la información, el modelo conocido al que podemos apelar en una especie de derecho consuetudinario, es el de la emisión de Radio y TV. El Broadcasting. Cuando hay una multitud de millones de personas intercambiándose información de forma más o menos personalizada, más o menos pública o privada, no tenemos un precedente histórico al cual apelar y con el cual establecer diferencias y similitudes. Muy importante esto. Solo que había aquí un pequeño detalle, un pequeño problema con el P2P. ¿Cómo iba mi computador a saber quien tenía el archivo que yo estaba buscando? ¿En dónde buscarlo? ¿En qué sitio, lugar físico o conceptual, iba a residir este índice de localizaciones? Pues... parece que aquí había un problema. El estado de la técnica P2P de entonces exigía este eslabón de la cadena. Llamémoslo “el eslabón crítico”, solo para poder acordarnos de esta discusión más adelante. Este eslabón es una especie de meta-servidor que oficia como base de datos, buscador, índice y apuntador de los archivos esparcidos a lo largo y ancho de la red. Uhm. Problema. Por la misma época en que apareció el P2P estaban sucediendo otras dos cosas. Primero, la adopción generalizada de un formato, compacto y fidedigno, para archivos musicales, el MP3; y segundo, la posibilidad de generar estos archivos de forma rápida y fácil con equipos y software casero. MP3 por un lado, y P2P por otro, nitro con glicerina. Napster explotó y alastró como fuego. La compañía del “siestoso”, el despeinado Shawn Fanning, nació en el 99 y murió en el 2001, pero en esos tres años dio para entender que algo serio había pasado. Desde Metalica a Madona, todo el mundo le cayó a demandas al bendito Napster. Madona, como siempre, inteligente esa mujer, solo entabló su demanda después de que no logró concretizar la compra de la compañía!! Un juez federal dictaminó que Napster se estaba violando copirraites a diestra y siniestra y la compañía (sí, era una compañía con fines de lucro) explotó súbitamente como cuando se pincha una borbuja. Las cosas, aparentemente, estaban calmadas a principios de los dos miles. Entre otras cosas por la crisis del Nasdaq, en el 2000. Bajo la superficie, sin embargo, había un batallón de loquitos despeinados trabajando frenéticamente en diferentes modelos y tecnologías P2P. Unas más adaptadas para el tamaño de los archivos, otras más adecuadas para su disponibilidad, otras haciendo hincapié en la búsqueda, etc. Una de las cosas más interesantes que apareció fue una cosa bauptizada como bittorrent. Con programas tales como Bittorrent, Utorrent, Azareus, etc, se volvió posible algo que en el modelo cliente-servidor presentaba intransponibles problemas relacionados con el ancho de banda, es decir, con el tamaño de las tuberías por dónde circula la información en la red. Más específicamente, el bittorrent hizo posible para los computadores y tendidos domésticos, la recepción de enormes archivos, tales como los archivos de video, las películas. Simultaneamente, las técnicas de compactación no han estado paradas, precisamente. Y como resultado final, hoy día ya la tecnología del torrent es tan rápida y eficiente que dejó de tener sentido descargar una música de internet. En un santiamén te descargas el álbum completo, o mejor aún, una obra completa compuesta por una docena de discos. Brahms, complete works, venga. Keith Jarret, la guarandinga completa, gracias. Y esto lo haces en lo que te tardabas en el 99 para bajar I Try, aquella música de Macy Gray que estaba de moda. Una vez bajada una película su reproducción no presenta el menor problema. Se puede hacer en el computador mismo, o desde el computador a la TV, o de cualquiera de una docena de formas distintas. Hace unos dias vi que estaban vendiendo un lector de DVD por 34 euros. Eso es el precio de un par de libros de bolsillo! Uno de los aparatos que se está vendiendo como arroz por estos días son los discos duros externos, multimedia. No, no son aquellos viejitos de antes. Estos están concebidos para el almacenaje y reproducción de películas descargadas mediante torrent. Se conectan simultaneamente al computador, al dvd, al ipod, al equipo de sonido, a la TV. Solo le falta poder conectarse al microondas. No quiero dar ideas. Por ejemplo, se puede reproducir una película HD por una TV plasma, y escuchar el sonido por el sistema de cornetas 5.1 que tienes conectado al computador. Y todo esto lo haces mediante un control remoto, tirado en el sofá, comiendo palomitas mientras ves esa película y se baja la otra, jeje. Por supuesto, así que me enteré de la existencia de estos disquitos, me propuse andar en metro tres semanas. Con lo que me ahorré en gasolina me compré el disquito. Es un modelo pequeñito, light, chimbito. Solo tiene 1.5 Teras!!! Subsistía sin embargo, en todo esto, una especie de enigma. Si estaba aconteciendo todo esto con la música y las películas, ¿porqué no sucedía algo parecido con los libros? ¿Porqué no me encontraba aquél libro de Houllebeq o el de Sebald que andaba buscando hace años? La incógnita era aún mayor si tomamos en consideración que el MP3 de los libros, el formato universalmente adoptado, hace años que circulaba por todo lado, el PDF. Es verdad que existen una docena de formatos de e-books diferentes, desde el EPUB al MOBI, pasando por todos los formatos cautivos de DRM. Pero el PDF, concebido originalmente para los Pcs y el papel, es el que ha tenido mas tiempo para difundirse. Porque entonces no era, ni es aun, tan fácil conseguirse los libros? Por dos razones. Una está relacionada con la producción, y la otra, con la recepción del libro digital. Cualquier computador nos permite “ripear” facilmente un disco, es decir, grabarlo para dentro del computador en otro formato, como por ejemplo, en MP3 o en WAV, o en AVI. En nuestras casas no podemos hacer lo mismo con un libro que compramos en una librería o retiramos de una biblioteca. O, cuando menos, no podemos hacerlo con un par de clics, con esa facilidad. Digitalizar un libro con un scanner casero es cosa de locos. Es engorroso, complicado, moroso, y casi nunca te queda bien. Un PDF para que quede presentable o es generado dentro del computador, a partir de un archivo DOC, por ejemplo, o es fotografiado por equipos profesionales muy costosos. Pero esto estaba sucediendo solo muy puntual y esporádicamente, un poquito aquí, y un poquito allá, sin muchas ganas. Me parece que solo cuando el resto del mundo tomó en serio la amenaza de Google de scannear toda la obra de la humanidad (y lucrarse con todos los millones del mundo, también), las grandes instituciones, editoras, universidades, bibliotecas, y ahora los gobiernos (Sarkhozy le declaro la guerra a Google) empezaron a tomarse la cosa en serio. Cuando Google dijo que iba a clasificar e indexar todas las páginas web del mundo, nadie les creyó. Cuando dijeron que iban a meterse con los mapas la gente creyó que iban a digitalizar o clasificar mapas o algo así. No, nada de eso, dijeron ellos. Nosotros vamos a hacer un mapa, uno solo, un mapa del mundo. Continente a continente, país a país, pueblo a pueblo. La gente no le creyó. Ahora van casa a casa, con foto, y un día de estos ya no me extrañaría que me tocaran a la puerta y me pidieran permiso para filmar las habitaciones. Lo ultimo que escuche es que van a colocar webcams transmitiendo en directo desde las principales ciudades del mundo. Calle a calle, casa por casa. Mientras tanto indexaron las noticias todas del mundo, y los grandes periódicos mirándolos por encima de los hombros, escribiendo aquellos artículos profundos sobre la sobreposición de mensajes y masajes, y esas cosas que ellos saben porque se leyeron a McLuhan y Derrida. Y cuando los chavales ya estaban a punto de rasparse las bibliotecas universales de la Galaxia, la gente parece que se fijó y están diciendo “alto ahí”. Muy tarde. Y no es que Sergei Bin y el Larry Page me parezcan particularmente osados o inteligentes. Si no hubieran sido ellos hubieran sido otros, la idea estaba en el aire, podrida de zeitgeist. Hasta creo que, si hubieran sido otros, las cosas hubieran salido mejor, porque probablemente no estarían tan pendientes del dinero. ¿Porqué es muy tarde? Por varios motivos pero tal vez, fundamentalmente, porque Google alertó sobre la viabilidad del camino y desató la corrida. Y, hablando de corrida, vamos a dejar el resto de esta historia para otro día. Por una parte porque es una historia larga y debe ser contada con calma para entender de que se trata y que esta en juego. Pero quiero desde ya adelantar esto. Que lo que esta en juego en todo esto, definitivamente, es una lucha por el derecho al acceso a la cultura; una pelea, en términos muy modernos y contemporáneos, por una cosa viejisima y outdated llamada libertad.