lunes, 25 de septiembre de 2017

¿Alguien más?






Me tropiezo con una vieja canción de Pink Floyd. Ya no me acordaba. Vera. Es un tema pequeñito, chiquitico, menos de dos minutos, tres escalas, tan humilde y diminuto. La letra y la música son de una simplicidad conmovedora. Conmovedoras. WTF. Las palabras no pueden ser más sencillas, más transparentes.

Does anybody here remember Vera Lynn?
Remember how she said that
We would meet again
Some sunny day?
Vera, Vera
What has become of you
Does anybody else in here
Feel the way I do?

¿Hay alguien por aquí que recuerde a Vera Lynn?
Que se acuerde de aquello de
¿Nos volveremos a encontrar
Un día de sol?
Vera, Vera
Que es de tu vida
¿Hay alguien más aquí
Que sienta esto cómo yo?

Llevo añales preguntándome (yo, y la Humanidad en particular) en qué consiste la belleza, cuáles son sus atributos. ¿Cuál es ese misterioso toque mágico que produce la belleza? Eso que transforma tres o cuatro expresiones coloquiales en un poema magnifico (aunque profundamente humilde) a lo e.e.cummings. Ese sutilísimo toque de piedra filosofal que por magia todo lo transforma y trasmuta.

Estoy seguro de que son tres parámetros y que no pueden ser más ni menos de tres. ¿Porqué? Porque la filosofía, según los griegos, estaba constituida por tres áreas. Y porque, también según ellos, la tríada es el conjunto perfecto. (Esa es la razón, dígase de paso, por la cual los escolásticos de la Edad Media agregaron el Espíritu Santo y cagaron primero la teología y después toda vaina. Todo lo volvieron mierda, pero eso sí, se quedaron con TRES).

La filosofía pues, según los griegos, se ocupaba de tres áreas, estudiaba lo Bello, lo Justo y lo Verdadero. Cada uno de estos temas daba lugar a una rama, respectivamente la Estética, la Etica y lo que hoy día llamamos propiamente Filosofía, y que estaba comprendida entre lo que después terminaron siendo la Ontología, la Metafísica y la Epistemología en sentido amplio, o Teoría del Conocimiento. El epistema de la ciencia tardaría unos dos mil años más en aparecer allá por el siglo XVI, con Galileo, y desde entonces no hemos hecho más que denigrar de un sistema de pensamiento fascinante, que no solo era verdadero, sino justo y bello. La ciencia nos ha dado muchas cosas pero nos ha quitado otras tantas y por eso estamos como estamos. En más de un sentido, bien jodidos. Una crítica de la ciencia no solo es pertinente sino eminentemente necesaria. Una vaina amarga y difícil de tragar pero arrechamente curativa como un purgante. (Otro día lo haré, la crítica, o encontraré una mejor metáfora, válgame Dios. Mañana por la mañana puede ser, mientras se me cuele el café.)

Lo cierto es que, estoy convencido, y me corto una bola, de que cada una de las tres áreas de la Filosofía también está constituida por tres elementos o partes. Sé que lo Bello tiene tres cosas. Solo sé que lo sé.

A lo que voy. Que he descubierto dos de estos elementos pero me falta el tercero. En El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, el manuscrito que los monjes leían en secreto y que los mataba con el veneno impregnado en sus hojas, era La Poética de Aristóteles. O más bien, la segunda parte que se ha perdido por y para siempre en las profundidades de la historia. En La Poética supuestamente se exponían las partículas constituyentes fundamentales de la belleza en la literatura y la música. Esos monjes literalmente se mataban por querer conocer los secretos de lo bello. Morían como conejos. Querían conocer los tres secretos.

Lo que ya sé es que, en primer lugar, lo bello es simples. Es económico en los recursos y sencillo en la formulación. La música de Bach y la de Stravinsky pertenecen a universos distintos, pero ambas son extremamente sencillas. Una teoría física o una partida de ajedrez, solo son bellas cuando son sencillas. La Teoría de la Relatividad puede ser difícil de entender pero es muy simples y sencilla. Una cosa complicada puede no ser falsa; puede no ser bella siendo verdadera. Aunque Einstein no estuviera de acuerdo con esta afirmación. ¡Creo que jamás aceptaría una teoría unificadora con once dimensiones! Tronco e peo, no joda. Porque para él lo verdadero debiera ser bello también. En más de un sentido la epistemología del viejo era griega con bolas. Y así murió, aterrado con la física cuántica que se le venía encima y que no era sencilla ni bella ni elegante ni un coño; sino vaga, complicada y probable, cuando mucho.

En segundo lugar la belleza es triste, sosegada, melancólica. Y esto no da lugar a discusión ni mucha elaboración. Es así y punto. No te produce euforia ni risa. Más a menudo te hace llorar.

Y bueno, para terminar. Terminar diciendo que recientemente descubrí el tercer elemento de la belleza que me faltaba. Bueno, es una de dos cosas. O es El Espíritu Santo supra citado, o es la puta madre que lo parió. (No debí escribir esto. Es de una violencia atea gratuita, completamente injustificada. Pero el tercer elemento me tiene loco de perinola ya hace muchos años, no joda, ya está bueno).

Vera es una canción simples y bellísima, que, como todo lo bello, tiene múltiples niveles de lectura. Por ejemplo, aunque es de la autoría colectiva de Pink Floyd, estoy seguro de que le pertenece básicamente a Roger Waters. Vera Lynn fue una cantante inglesa de cuando la segunda guerra y muchas de sus canciones se dirigían a los soldados que luchaban en el continente. Fue la Marilyn Monroe de la soldadesca británica, su novia platónica y putativa; desde los bosques de Alsacia hasta las playas de Dunquerque, una mujer con muchos millones de pajas en su haber; en su honor, millones de litros de leche corrieron por aquellas trincheras. “Nos volveremos a encontrar” es uno de sus temas de esta época, refiriéndose a la despedida de los movilizados. 

Roger Waters prácticamente no conoció a su padre porque fue destacado hacia el sur de Italia, dónde murió bajo el fuego alemán. El padre que se fue y no reencontró. La canción puede ser interpretada como un homenaje hacia su padre y hacia toda aquella generación. Lo que por otra parte también conduce a la reflexión y es medio contradictorio, porque el álbum The Wall es profundamente anti establishment, anti bélico. Desde las sirenas de Londres a la guitarra de David Gilmour. Metiendo de por medio una mujer bella y seductora cuyas nalgas y tetas enardecieron los miembros de la tropa británica. Todo pasa. Como sana una herida.

Aunque no hace falta saber nada de esto para ser tocado por esa imagen sencilla del reencuentro un día cualquiera, un día soleado y cualquiera. Ya nadie se acuerda de Vera Lynn. ¿Qué es de tu vida, chica? Aparece y explícame porqué me dejaste huérfano, pues. Andas medio perdida. Yo también, divago un pelo. Me lo prometiste y me engañaste, Vera. Tú y tus músicas, no sé cual de todas la más bella. Te fuiste, me dejaste plantado, me quedé varado, siendo niño. ¿Alguien más se siente así cómo me siento yo?