jueves, 8 de abril de 2010

Dancing in the moonlight 2



Fue el peor invierno de la historia. El más frio, el más oscuro. Palabras que no se agarraban a nada, escurriendo de las paredes por todas partes y todo eso. Horrible. Los tipos de Houston consultaron bases de datos y dijeron que no iba a acabar. Peor escenario, dijeron. Alerta violeta, alarma 5.3 (los peores códigos). No acabará nunca. Nunca nadie se imaginó que una nave espacial pudiera encallar. Que se pudiera sobrevivir seis meses en el lado oscuro de la luna, sin comer, sin dormir, mirando día y noche las agujas del oxígeno a la luz de una vela. Cada tantos días Cabo Cañaveral ponía canciones setentosas para ayudar a despertar y verificar que no estábamos muertos. Y a lo mejor fue eso. Eso y la gravitación universal, la fuerza más potente del universo, por supuesto. Eso lo sabemos ahora pero en el momento nadie creía nada. El frío era tanto que los pensamientos estallaban y caían al suelo de la nave. Los restos crujían bajo los pies como cáscaras de cucarachas. Los colores se encogieron y acabaron en nada. Cada vez que lograba formarse una palabra, primero flotaba en el aire sin saber adónde ir, y después se pegaba a una pared mojada. Ahí se quedaba. Los técnicos decían que no entendían. Nosotros tampoco. ¿Cómo se prepara uno a morir? No se puede. Aunque no tengas esperanza, esperas. Funciona así. Un día entra una luz blanca, impossible de creer, y ya. Terminó la peor pesadilla de nuestras vidas, ese peor invierno de la história. No daba para creerlo. Todo el mundo bailando a la luz de la luna. Fiesta loca todos los días. Y aquella lunota bien gorda como una torta apetitosa. Centro de control remoto espacial del universo, 1, 2, 3, probando. Plan de vuelo y coordenadas geodésicas de mi casa.