Desde el 11 de Abril del 2002 no existe
democracia en Venezuela. Ese día, y los días previos, la sociedad civil se
manifestó de forma multitudinaria y contundente a favor de la deposición de
Hugo Chávez, quién por entonces renuncia a la Presidencia. Ordenó a las fuerzas
militares masacrar a la masa de manifestantes que llegó a Miraflores (la
activación del así llamado “Plan Avila”). El Alto Mando Militar se negó, y él
renunció. Así lo comunicó el que por entonces era su Ministro de la Defensa, Lucas
Rincón, en forma televisada, al país entero.
El día siguiente, el Sr. Pedro Carmona,
un pobre señor que no tenía noción de dónde estaba parado, que no tenía la más mínima
idea de lo que es la organización político institucional de una república, hizo
pronunciar un mal llamado “decreto” (ya que no pasaba de una vulgar y casi
fascista proclama y legalmente no podía considerarse ni siquiera un decreto)
que echaba por tierra, de un plumazo y de un trancazo, toda la
institucionalidad democrática. El Sr. Carmona era el presidente de Fedecamaras,
una asociación civil que había convocado con muchísimo éxito una huelga general
que duró tres días. El Sr. Carmona no era un político y creo que nunca quiso
serlo. Fue un buen hombre que sencillamente terminó, malgre lui, siendo
arrollado por un tsunami civil y político. Quién debió haber sido
responsabilizado de la proclama absurda del 12 de Abril, fue el Alto Mando
Militar de la época. Y esos sí, tenían la obligación, moral y profesional, de
interpretar la situación política y no dejar que la anomia se apoderara de la
calle. Pero no lo hicieron.
El ex presidente Hugo Chávez renunció el
día 11 de Abril 2002. Lo que aconteció los días siguientes fueron una serie de caóticas
maniobras de palacio, algunas de ellas propiciadas por sectores de la ultra
derecha, y otras por facciones pro y contra Gobierno, tanto civiles como
militares, que concluyeron con la restitución e imposición de Hugo Chávez por
la fuerza, en este caso a través de sectores militares que le eran fieles. El
12 de Abril de 2002 no hubo un golpe de Estado, el tan alardeado “golpe” que Chávez
pasó el resto de su vida pregonando. El 11 de Abril se sublevó la sociedad
civil, cuándo se percató que su programa de las “49 leyes” iba a convertir a
Venezuela en un país que nadie quería. Millones de venezolanos paralizaron el
país; centenares de miles salieron a las calles manifestando su desagrado. Era
una protesta que contaba con el apoyo de la inmensa mayoría de las fuerzas
partidarias, policiales y militares, unanimidad de protesta frente a la cual
renunció a la presidencia y hasta quiso entrar en negociaciones sobre sus condiciones
de exilio. En las siguientes 48 horas se formó un caos en el que nadie niega
que las fuerzas de ultra derecha se quisieron aprovechar de la situación y
obtuvieron el mayor protagonismo. Pero no eran las únicas fuerzas ni facciones
políticas y militares en juego. El 14 de Abril, un grupo militar liderado por
Diosdado Cabello y Raúl Baduel, volvieron a imponer por la fuerza militar un
presidente que el pueblo había depuesto. Fue el tercer golpe de Estado de Hugo
Chávez. Nadie niega que existieron muchas manifestaciones populares de apoyo a
Hugo Chávez, y que aún contaba con un soporte político y militar importante.
Pero lo lógico y sensato, tanto desde el punto de vista moral como desde un
punto de vista estrictamente democrático e institucional, hubiera sido la
constitución de un gobierno provisional y la convocatoria inmediata a elecciones
para rectificación de Poderes. La Constitución prevé una línea de sucesión
ejecutiva que pasa por el vicepresidente y el presidente de la Asamblea, in
absentia del Presidente, por ejemplo en situación de muerte, accidente o
enfermedad grave. Ninguna Constitución del mundo prevé una línea sucesoria en
ausencia por “manifestaciones populares casi unánimes a favor de la renuncia o
deposición”. Por la millonésima parte de lo que sucedió el 11 de Abril, en
cualquier verdadera democracia, occidental y
moderna, el Ejecutivo renuncia y se
convocan elecciones. El 14 de Abril del 2002, en su tercer golpe militar de
Estado, Hugo Chávez fue recolocado en el poder por la fuerza de las armas.
Existen cuatro
golpes de Estado en la Historia Contemporánea de Venezuela. Tres militares y
uno cívico-militar. Todos ejecutados por Hugo Chávez. El primero, y más
conocido, fue el de Febrero de 1992; el segundo fue promovido por él en
Noviembre de ése mismo año; el tercero lo repuso en la Presidencia de la
República el 14 de Abril del 2002; y el último, de carácter cívico-militar, fue el que ejecutó de forma alevosa,
sistemática y continuada, contra la legitimidad democrática desde 2002, por 13
años más y hasta su muerte.
En esos 15 años que duró su cuarto y
último Golpe de Estado, el Sr. Hugo Chávez ganaba elecciones, libremente,
cuando podía. Cuando no las podía ganar libremente, las manipulaba
(secuestrando el Poder Electoral, manipulando el Registro Electoral,
silenciando a la oposición, subvencionando a diestra y siniestra sus campañas
con los fondos de la República, coaccionando al funcionarismo público,
convirtiendo a las Fuerzas Militares en un brazo político electoral armado de
su partido; y un sinfín de irregularidades y atropellos antidemocráticos cuya
sola enumeración llenaría folios y que por supuesto no caben dentro de éste paréntesis).
Cuando Hugo Chávez no pudo realizar o ganar elecciones, optó por la fuerza, por
los golpes de Estado.
En esos 15 años nunca se cansó de alzar
el librito de la Constitución en la mano, enarbolado contra “los golpistas del
12 de Abril”. En esos 15 años subvirtió todo el orden constitucional, y atropelló
indiscriminadamente personas e instituciones, todo en su provecho y favor,
tanto personal como político.
Su favor y provecho personal, y el
provecho y favor de su causa política fueron una y la misma cosa, como sucede
con todos los déspotas mesiánicos, poseídos por visiones y misiones. Su visión
era la de la Patria y la del Pueblo, pero en su propia y muy personal
interpretación que no admitía antagonismo. Y en la cruzada por su sagrada
causa, exterminó todas las instituciones democráticas y todos los derechos
humanos que encontró en su paso. El subvertir, corromper y anular la
institucionalidad democrática es un Golpe de Estado, aunque no se tratara del
Btlizkrieg clásico, del golpe relámpago. Fue un golpe lento pero sistemático, y
que por supuesto fue avalado por las Fuerzas Armadas, a medida que iban siendo
depuradas y compradas por y para “la causa”.
A partir del 15 de Abril, en su último y
más perverso golpe de Estado (porque, repito, los golpes de Estado no
necesariamente meten tanques y metralletas) subvirtió hasta el lenguaje, con sus perenes pregones populistas.
Al principio descalificó la oposición, tildándola de “oligarca” o “golpista”.
Después la hostigó, cerrando, comprando y expropiando medios de comunicación, persiguiendo,
exiliando, encarcelando o indirectamente asesinando a periodistas, entre otras
cosas. Y por último la criminalizó: las demostraciones de desagrado se
prohibieron; los manifestantes se agredieron; y los líderes, de todo nivel y
condición, se encarcelaron, arrastrando por el camino a centenares de inocentes
en una vorágine de violencia que culminó hace más o menos un año con un
decreto, inédito en la Historia del Derecho Político Internacional, en el que
se le permiten a las organizaciones policiales y militares, utilizar armas de
fuego contra los manifestantes en las protestas civiles de carácter pacífico.
Existen elementos básicos y fundamentales
que hacen de un régimen político una democracia. Mencionemos a dos o tres. Para
que una democracia funcione, la división de Poderes es un principio sagrado.
Empecemos por el Poder Judicial. Nixon,
Clinton, Collor de Melo, entre algunos otros, para poner ejemplos, fueron
depuestos mientras ejercían sus respectivas Presidencias por un Poder Judicial
independiente. Aunque en la inmensa mayoría de las democracias la figura del
“impeachment” existe, con ese u otro nombre, acaba por no ser necesaria, porque
los presidentes o primeros ministros colocan sus cargos a la orden ante una
crisis mínimamente grave. Cuando acontece una situación de impase se apela al
sistema judicial independiente, a la Fiscalía, a la Procuraduría, a un
tribunal, a una instancia Constitucional, etc. En Venezuela, el Poder Judicial
no es independiente, y todas sus instancias, desde el Tribunal Supremo hasta el
más pueblerino de los jueces, fueron escogidos y colocados a dedo, y son todos, más o menos
vociferantemente adeptos al régimen. Es común y corriente escuchar a un fiscal
o a un juez del Tribunal Supremo expresar sus convicciones “revolucionarias”
sin pudor ni acato. Algunos son tan mentecatos, tan políticamente ignorantes,
que ni siquiera saben que están en la obligación, no solo moral sino
profesional, de no hacerlo.
En estos últimos 15 años, de forma alevosa, un
sistema judicial configurado a dedo, se ha pronunciado y sentenciado
sistemáticamente a favor de la discreción arbitraria del Ejecutivo, condenando
de forma éticamente criminal cualquier forma o expresión de oposición política,
desde los líderes electos más ampliamente conocidos hasta el más humilde de los
ciudadanos inconformes comunes.
Una vez más, el solo enumerar, sin ningún
tipo de comentario, estos atropellos judiciales, abarcaría folios y volúmenes
enteros. Hace unos días, en septiembre 2015, el propio Cardenal Uroza instó a
que se le haga una audiencia al preso político Antonio Ledezma; ¡ya que le fue
pospuesta cinco veces! Un Poder Judicial autónomo e independiente, imparcial,
no existe en Venezuela. Esa garantía democrática no existe.
Siguiendo con las garantías democráticas,
y concretamente con la independencia de Poderes: una ojeada al Poder
Legislativo. John Stuart Mill decía que la principal función de una Asamblea no
era la de hacer leyes. “Legislativa” es lo de menos, decía, desde su recia
formación democrática inglesa. Esas cosas de las leyes, continuaba, las podemos
dejar para algunos tecnócratas altamente sofisticados, especializados en la
redacción, sus precedencias, prelaciones, contradicciones, jurisprudencia, y un
sinfín de tecnicismos legales. Lo fundamental de una Asamblea, afirmaba, es que
sea un espacio de discusión de la sociedad y no solo de una mayoría. Un espacio
de TODA la sociedad. Para representar a la mayoría ya tenemos el Ejecutivo,
decía él. Pues bien. Nuestra Asamblea Legislativa, cuya mayoría el régimen no
obtuvo, pero que de alguna forma “compró”, se ha empeñado en ostracizar, anular
y eliminar de su seno a los integrantes de la oposición, mediante mil y una
triquiñuelas, o sencillas tomadas de posición mediante la fuerza bruta (como lo
hicieron con María Corina Machado). Ora vez más: la enumeración de los
exabruptos que ha cometido nuestra Asamblea Legislativa llenaría cartapacios
enteros. Pero vamos a dejar otro botón de muestra. En los países democráticos
del mundo, el presidente de la Asamblea, aunque generalmente (y no
necesariamente) es electo de entre la mayoría (y para eso se realizan
elecciones legislativas independientes del Ejecutivo, en las que muchísimos
países intentan contrabalancear el Poder) ése Presidente de la Asamblea, The
Speaker of the House, termina siendo elegido porque es una persona
relativamente independiente y de sólida formación política, ética y
profesional. Invariablemente es una persona carismática y respetada que reúne
el consenso necesario para llevar las sesiones de discusión a buen término. En
Venezuela, nuestro Speaker, ha sido partícipe activo de todos los Golpes de
Estado, y es el protagonista de un show televisivo en el que acusa a opositores
de supuestos delitos, crímenes, magnicidios y atentados sin corroboración
judicial alguna, pero que ha establecido demandas jurídicas contra varios
medios de comunicación porque retransmitieron un boletín noticioso
internacional sin la debida “corroboración” que él no se siente en la
obligación de respetar. En esa noticia, que no fue desmentida por la DEA ni
ningún vocero del Gobierno de los EEUU, se informa que el Sr. Diosdado Cabello
encabeza el liderazgo de un cartel de la droga Colombo-Venezolana, llamado el
Cartel de los Soles. Éste señor, que es presidente de la Asamblea General de la
República, en vez de ejecutar un papel de intermediario mínimamente
independiente de la Asamblea, sistemáticamente niega el derecho de palabra,
interrumpe, boicotea y expulsa a la fuerza a diputados elegidos con muchos más
votos y legitimidad que él. Y de él Presidente para abajo, nuestra Asamblea
Nacional, es un vulgar teatro de títeres. Está constituida por unos pobres
fantoches, sin voz ni voto, que aprueban sumisamente cada orden emanada del
Ejecutivo. Aunque esa aprobación no hace falta para absolutamente nada, ya que los
últimos años de Chávez y los recientes de Maduro han sido dominados por las
llamadas Leyes Habilitantes. Es una ley contemplada en la Constitución en la
que, en situaciones de extrema gravedad, la Asamblea rescinde su potestad
política a favor del Ejecutivo. En multiplicidad de ocasiones, creo que hoy
mismo, por ejemplo, el Sr. Nicolás Maduro gobierna a su “real” antojo, porque
al abrigo de la ley “habilitante” puede prescindir olímpicamente del Poder
Legislativo!!!
Estamos examinando si en Venezuela existe
una democracia, y todavía seguimos indagando sobre el primer aspecto, la
división independiente de poderes. Hasta muy recientemente solo se consideraban
básicamente tres poderes de ejercicio democrático: Ejecutivo, Judicial y
Legislativo. Se consideraban que las materias electorales estaban subordinadas
al Poder Judicial, por ejemplo. Pero algunos desarrollos constitucionales
recientes han incorporado a varios “poderes” adicionales. Nuestra última
Constitución incorpora algunos nuevos “poderes” aunque el origen de su
legitimidad no está muy claro. Uno de eses “poderes” es el Poder Electoral,
dándole un papel sobresaliente en la legitimidad democrática. Hugo Chávez lo
incorporó en la Constitución de 1999, porque se sabía al abrigo de su
popularidad electoral de la época. Sea un “poder” o no, todos los países tienes
organismos y mecanismos que aseguran la imparcialidad, justicia y ecuanimidad
de sus procesos electorales. En las democracias europeas occidentales, por
ejemplo, los países tienen reglamentaciones estrictas en lo que se refiere a
participación, divulgación y propaganda electoral, acceso a los medios de
comunicación, programas de reclutamiento de electores, mecanismos de elección,
votación, conteo, auditoría y proclamación. Utilizar un camión de las Fuerzas
Armadas Españolas para ir a buscar electores a un pueblito remoto de Asturias,
sería algo inconcebible, digno de la intervención del Rey.
Por supuesto que se le hace un
“descuento” a nuestras repúblicas latino americanas, modernas... incipientes… y
todo eso. Aunque no termino de saber que es una democracia, verdadera y plena,
y una que no lo es. Es como una mujer que está “casi” embarazada.
Pero, aún después del “descuento” que se
le pueda hacer a Venezuela, es inadmisible lo que sucede aquí, aún para los
standarts de una república bananera. Nuestros directores del organismo
electoral supuestamente imparcial, los “rectores” del Consejo Electoral Nacional,
no son electos sino designados, y demuestran abiertamente su filiación al
Régimen mediante su participación en actos del Gobierno, o en declaraciones
abiertamente púbicas. ¿Cómo es posible que nuestros árbitros de imparcialidad
electoral manifiesten abiertamente su afiliación a un Partido? Qué venga
alguien, preferiblemente de la OEA o de la Unión Europea, y nos lo explique,
porque nosotros no lo podemos entender.
La oposición lleva años pidiendo una
auditoría del Registro Electoral, la lista nacional de electores, pero el CNE
sistemáticamente se lo ha denegado. Se sospecha que existen miles, o docenas o
centenares de miles de electores “fantasmas”, electores que en verdad no
existen, pero votan. Pero independientemente de que eso fuera cierto o no;
¿cómo justificar la sarta interminable de irregularidades electorales?
El Régimen convoca a elecciones, cada tantos años,
en condiciones de prevalencia, poderío y desigualdad, casi absolutas. Y
nosotros, los ciudadanos de a pie, vamos a cumplir humildemente con nuestro supuesto
“deber ciudadano”, que termina siendo el de legitimar por voto, a un régimen
dictatorial y corrupto. Un Régimen profundamente antidemocrático, que nos niega
todos nuestros derechos, incluyendo el más básico de todos: el de a la
alimentación.
La máxima instancia electoral-arbitral en
Venezuela, no es imparcial e independiente. De sus cinco directores, cuatro son
abierta y públicamente adeptos al Régimen Chávez-Madurista, ignorando con todo
desprecio la Ley Orgánica del Poder Electoral proclamada en el 2002. Que, como
todas las leyes en Venezuela, se han vuelto letra muerta ante el ejercicio
despótico del poder. Todos los medios públicos de comunicación en Venezuela,
Radio, Televisión y Prensa, están controlados por el Gobierno. Unos fueron
cerrados, otros comprados, otros más expropiados, y el resto, obligados a
líneas editoriales domesticadas sobre amenaza. “Tal Cual” acaba de cerrar bajo
asedio, y lamentablemente, lo digo con mucho pesar, a El Nacional, le cabe el
mismo destino. Las llamadas “redes sociales”, como un blog como éste,
llegan a una docena de personas, no tienen la más mínima repercusión política.
Nuestra instancia y garante de imparcialidad electoral cierra los ojos a todo
tipo de malversaciones: millardos de dólares de la República, que le pertenecen a
todos los venezolanos, son puestos a disposición del Gobierno, para sus
campañas y “operativos” electorales.
El carácter “legislativo” de La Asamblea
es accesorio, y casi intranscendente. Las verdaderas asambleas son el espacio más
privilegiado, más respetado, de discusión política del país, de La Nación. Si
la Oposición llega a ir a elecciones y a ganarlas eso no sirve para hacer leyes
que contribuyan a cambiar el país. Primero, porque, técnicamente, no es tan
sencillo. Y segundo porque las leyes tienen un valor muy relativo. A diferencia
de lo que creen los abogados y el común de la gente, las leyes no le dan forma
ni organizan a la sociedad. Apenas, en el mejor de los casos, ayudan a dirimir
litigios. Algunos de los países más democráticos del mundo no tienen
Constitución. Ninguna Ley de Tránsito podrá jamás organizar el caos de tráfico
que tenemos en Venezuela. Es algo que sucederá cuando provenga del
comportamiento de la gente. De la observancia del respeto por el otro y el
sentido común, de la educación. Y cada vez más los venezolanos nos hemos
animalizado y terminamos conviviendo en un ambiente de violencia, depredación,
depravación. Tenemos la segunda o tercera tasa de homicidios más alta del mundo,
a míseros puntos de diferencia de la primera. De los 250 países del mundo estamos
entre los últimos cinco puestos con relación a violencia, corrupción pública, libertad
económica. Son datos provenientes de organizaciones internacionales de
incuestionable honestidad, como Transparencia Internacional. Hoy día tenemos la
debacle económica que vivimos porque el Gobierno lleva 16 años controlando, agrediendo,
hostigando, la iniciativa privada. Y ahora, después de haber destruido todo el
tejido empresarial quieren obligar a las pocas empresas que quedan a permanecer
abiertas bajo la fuerza de las armas.
Este es el legado de una Revolución
Bonita, en que la gente ha perdido su capacidad de asombro, de indignación, de
expresión. Porque la violencia, la corrupción y la prosperidad económica, nunca
fueron prioridades de nuestro gobierno. Antes todo por el contrario. Con el
paso del tiempo la élite revolucionaria terminó descubriendo que tanto la
inseguridad, como el enriquecimiento ilícito, como la pauperización económica
de la sociedad, son variables que juegan todas a favor de su perpetuación. No
creo que lo hicieron adrede, con maquiavelismo. Lo hicieron solo por ineptos y
mediocres. Pero han terminado cayendo en la cuenta de que se pueden beneficiar
de ello. Los venezolanos decentes, de a bien, la clase media, vivimos
secuestrados sin rechistar en nuestras casas, no objetamos a que se nos robe
impunemente nuestro patrimonio público, y nos limitamos a comer y callar, en una
economía devastada, de subsistencia.
Si serviría de algo la Asamblea sería
para debatir y construir, empezar a reconstruir este país. Y eso no sucederá
nunca. Porque va en contra de la razón de ser de nuestro Gobierno, de su auto
definición e intereses. En primer lugar tendrían que reconocerse culpables, y
no victimas, asumiendo la plena responsabilidad por lo que hicieron. En segundo
lugar tendrían que colaborar en una reconstrucción que va en contra de las
condiciones de su perpetuación e intereses. Ojalá fuera posible un diálogo,
pero no lo es. Nos han conducido a una situación de impase, en la que está en causa
la viabilidad de Venezuela como Nación, como País.
Ninguna opinión, ni mucho menos
intervención internacional, puede ayudar a destrabar este impase. Somos
nosotros, los que aún podemos pensar y actuar. O dentro de muy poco, por inanición
moral o aún física, ya nadie más lo hará. Nos queda muy poco tiempo.
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