Todos los sanos y cuerdos se parecen. Normalillos. Cada loco, cada enfermo, lo es a su manera. Y esta es mi historia. Llámenme Ismael o cualquier cosa. Marino… sí, de cierta forma lo fui. He andado por los mares del sur, si a eso vamos. Enfermé de libros y salgo a la calle como un caballero, de camisa y corbata, a curar el mundo. Felizmente parezco normal porque, entre otras cosas, muy pocos me entienden. Trabajo en esta oficina, la número uno, le decimos, y por la noche vuelvo a mi casa, una casa tomada, aunque no sé por qué fantasmas o qué cosas. En frente queda este parquecito, al que bajo a pasear los fines de semana. Parezco una señorita que baja a pasear a su perro, jeje. Y me pierdo en los mil vericuetos de este parque. En sus mil recodos, senderos de laberintos infinitos que se bifurcan. No tengo mucho más que hacer. Ni quiero hacerlo. Me basta un libro. Soy un hombre sencillo, sin mayores atributos. Me enfrasco en mi libro y de repente levanto la vista y coño! me encuentro el Ávila, esta montaña mágica. Y si no tengo un libro lo escarbo en la memoria. Y así se me va el tiempo. Mi tiempo ganado buscando una vida imposible en un tiempo perdido. Puedo estar en cualquier parte. Mejor que estar en una tierra gastada, una tierra cansada, una tierra baldía, una tierra perdida. Puedo estar en Caracas, por ejemplo, y Caracas fue y será de por vida una fiesta. Siempre me puedo imaginar el Pico Humboldt como la cumbre nevada del Kilimanjaro. Quien quita. No me siento solo, en absoluto. Pertenezco a una hermandad de siglos y siglos. No tenemos señales raras, apretones de manos con toquecitos, un culto secreto. Nada de eso. Simplemente nos reconocemos por lo que decimos, y por lo que callamos. Cómo una mujer que calla y se hace más bella. Uds. me conocen, no me dejen mentir. Y mentiría si solo mencionara a Caracas. Debo mencionar a Lisboa. Mi vida es una historia de dos ciudades que transcurre en un apacible desasosiego. Es raro y un pelo difícil de explicar porque más que muchos lugares mi vida es como un solo castillo en un proceso de metamorfosis continua, una vaina rara. Muchas veces, ok, lo confieso, me siento una especie de escarabajo, insecto, bicho. Otras veces me manipulo la neuroquímica para hacer de mi y de mi circunstancias un yo y un mundo más feliz. Seré cándido revelando estas confesiones, pero bueno. Así es y es así. Me gustaría que la vida viniera con instrucciones, manual de empleo, aplíquese de esta manera. Infelizmente hay que descubrir sus paradisos, sus paraísos perdidos con sus flores del bien y del mal. Mala leche. La vida solo es perfecta en un libro, con un libro, por un libro. Con todas las proposiciones referentes a todos los libros que aún no hemos podido leer. Y en los cuales pretendemos encontrar, en la derivación alquímica de principios matemáticos rigurosamente calculados…tatán…: algo, la nomplusultra pendejada. Porque vivir nuestra vida apenas es una mierda, una etapa del calvario, una estación en el infierno. Debe haber algo y solo puede estar en un libro. Aunque todos los libros nos han dicho que no, que no, que no, olvídate. O no existe, o no fuiste llamado. Pero bueno. C’est la vie, mis panas. Somos sencillamente humanos, demasiado, demasiadamente humanos. Ilusos. Guevones. Quiénes somos para juzgar la vida si está para allá del bien y del mal. ¿? Nos tocará la guerra así como la paz y bueno. Palante. Sencillamente nos toca estar en el camino, en la carretera. Y avanzar siempre, para más allá del calor tórrido de los trópicos, del trópico de Cáncer y de Capricornio y no sé qué más. Qué más remas, temas y tópicos. Esto de la vida es jodido, y por eso me escapo, me escondo, me camuflo o cómo se dice, me refugio, me enquisto, me pierdo y me encuentro en un libro. Mis meditaciones se remontan a los emperadores itinerantes y a lo mejor me siento menos solo. Ni yo mismo lo sé. Me pierdo, es cierto. Y en momentos así me refiero a diálogos clásicos, a la intimidad de una conversación bien remota, a la cual asistí, sobre la inmortalidad del alma y la guevonada y me digo que está bien. Puede que no tenga a nadie que me escriba y eso está bien. Puede que me pegue el amor como el cólera, y también está bien. Si vivir es esto, el batallar este sin tregua, la guerra esta del fin del mundo e un coño, está bien. Solo quiero reconocerme. Y si no puede ser en mis vivos, que sea en los muertos de mis libros. Sé que soy y no soy cualquier verga y por eso existo. Hablo con calaveras y osamentas y vainas góticas de Batman. ¡Y me parece bien! Sé que estoy enfermo. Eso seguro. Pero hasta qué punto será normal no lo sé. Y tampoco importa. Porque se trata de textos y libros y pendejadas.
PD: Escribo para cinco o seis personas, 3 gatos vip. Una de ellas es Matilde Parra. A quién dedico este humilde “post” que me salió del alma. Cómo se trata de libros, “Matilde” me evoca a “Paseo” de José Donoso, un autor que admiro profundamnt. No me lean a mí, lean a Donoso. Buen regreso a Puebla, mi guey!
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