sábado, 12 de enero de 2013

Lamiendo pinceles

Estaba en esta tienda de materiales de pintura. Papelería, escritura, pintura, esas cosas. La última tienda. Xq ya no existe nada de esto en Vzla. Ahora y aquí, en días de fiesta muy especiales, mandan comida para los supermercados. Dios dios dios qué torpeza, qué mediocridad. Haces tú cola y con un pelo de suerte alcanzas a comprar harina y azúcar. En un día de fiesta. La gente ni se imagina lo que pasa aquí, en Vzla. Y nosotros tampoco. Yo llego temprano a mi casa y me pongo a pintar. Porque nada ni nadie me quitará mi vaina, mis villas, mis castillos, no joda. Quién fui, quien soy, lo que quiero hacer y la guevonada (que para mí es importante ok?). Ahora imagino, entiendo mejor como funciona esa gente que está en Cuba. ¡50 años!!! Unos carajos súper cultos pelando bola. Se me ocurre la bloguera ésta como se llama, Padura, Pedro Juan, ese tipo de gente. Ellos y nosotros nos damos perfecta cuenta de que vivimos en esta pesadilla de mierda. Pero lo peor que pudiera pasar sería renunciar a nuestros poetas muertos. A Lezama Lima, a Cabrera Infante, a Carpentier y Arenas y el otro q no me acuerdo. Y tantos. Por supuesto que quiero tener café y azúcar. Ya me cambié tres veces el medicamento para la hipertensión xq no hay, no hay, no hay. Y bueno, como estaba en el Locatel de Las Mercedes, me acerqué a Compumall. Creo que así se llama, la tienda ésta.


Sí eres mujer o mariquito te vuelves loco en estas tiendas. Tocar el grano, sentir la textura de un papel, pesar un bolígrafo… la pura mariquera. Tenía como seis o siete años que no entraba a la tienda. Verga qué pasó aquí. No había un coño. Nada de nada. Resmas y resmas de papel y más nada. Pero aún así pregunté. Ustedes antes tenían cartuchos Waterman, panelitas Winsor & Newton, marcadores Rotring, pinceles Da Vinci… para quién le gusta esto son cosas normales coño… No estoy preguntando por la Namiki que nadie conoce. “¿Qué? ¿Cómo? ¿Perdón?” dijo la niña. Ella nació en esta Venezuela y solo conoce este mundo.

Es una muchacha inocente, pura, bellísima. Trigueñita. Mientras examino detenidamente esta vitrina cerrada a llave. Es una especie de depósito. Aquí están los restos de la civilización. Lo que queda. Bolígrafos amontonados en una vitrina como en un bazar de Marruecos. Staedler por coñazo (debe ser que aún tienen representante en Vzla). Pelikan y eso. Básicamente lápices escolares de grafito. Que aún así deben guardarse bajo llave xq se roban toda mierda.

De repente veo este pincel y me digo no puede ser. Equivocación, no puede ser. Esto ya no existe. Y además no existe una sola persona que sepa apreciarlo. Los que pudieran hacerlo se fueron. Le pido a la niña que abra la vitrina y me enseñe el pincel. Ella me sonríe. Esa sonrisa tan bella se trae algo. ¿Complicidad? Y ahí estaba. En este país dónde no hay pollo ni jabón yo estaba encontrando un Kolinsky número diez!!! Jejeje. Ni siquiera el que compró esto sabe de lo que se trata. Esto es pelo de las martas rojas de Siberia, mano. Y solo hay una forma de saber si es genuino.

Un buen pincel debe tener dos propiedades. Primero, debe absorber la mayor cantidad posible de líquido. Y segundo, después de absorber esta cantidad loca de líquido, debe mantener la forma, la punta. Por eso deben ser hechos a mano. Por gente que sabe lo que está haciendo. Los pelos son colocados casi uno por uno antes de ser prensados. Cada uno con su largo diferente. Que un buen pincel suelte un pelo, por ejemplo, es sencillamente inconcebible. Por eso un pincel de esos puede costar cien dólares, una locura, una fortuna.

La niña me mira preguntándose de dónde salió este señor raro que se puso los lentes para mirar un pincel. Pero me espera con toda la paciencia del mundo. Qué niña tan bella chico. Lo habremos perdido todo pero subsisten cosas como éstas en Vzla. Encuentras en la calle el anhelo imposible de la belleza, de la perfección, el texto o el dibujo imposibles. Una cosa que no se puede tocar. Eso.

Le devuelvo la sonrisa y me pongo el pincel en la boca. Es la única forma de saber si un pincel es bueno o malo. No te puedes limitar a mojarlo. Tienes que empaparlo lo máximo que puedas. Masticarlo, casi. Y después corres la punta por los dedos, por los labios, las partes más sensibles de tu cuerpo al tacto.

Pero mientras empapo el pincel dentro de la boca, a la niña se le desvanece la sonrisa y retrocede un paso. Horror. Yo con mi pincel en la boca y ella intentando decirme qué no por favor o algo. Ya sé lo que está pensando. Que le estoy echando a perder la mercancía. Esto dura un buen minuto. Y lo del tacto, la sensibilidad de la boca… no niego que tiene un pelín de erótico. Aunque esta niña es demasiado bella para mí, y pudiera fácilmente ser mi hija. Cómo todas las niñas. Y lo que tiene en la mirada no es nada sensual. Es casi pánico. Tipo Dios mío, no señor, no lo haga!

Me saco el pincel de la boca y le digo “No te preocupes, chica, no hay problema”. Seguramente tus jefes saben cómo se prueba un pincel. Es así. Tranquila. Uno se lo lleva a la boca. Normal.

“Oh no, señor", me dice ella. "Yo sé. Lo que pasa es que ese mismo pincel lo lamieron como veinte personas antes de Ud!!!!!!”

Nos reímos los dos y le pregunto cuanto cuesta. A fin de cuentas quién lo compró sabía lo que estaba haciendo. Vergazón. ¡Casi los cien dólares!

Por supuesto que no lo compro. Cómo no lo hicieron los veinte clientes anteriores. Las 20 personas que buscan un buen Kolinsky y aún viven en Vzla. Esta especie de acróstico que me da vaina escribir por extenso. Vzla. Es verdad. Se jodió. Pero aún somos veinte. Comiendo cuento, buscando café, lamiendo pinceles.

Ccs 12-i-13

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