martes, 15 de diciembre de 2009

La cara de Jesús




Hay que ver la cantidad de patrañas que se cuentan a los niños en la escuela. Patrañas tan ampliamente compartidas que quienes las fomentan y divulgan, los profesores y “la enseñanza” en tanto institución, en su santa ingnorancia, ni se dan cuentan de que son cómplices de tanto y tan estúpido desafuero. Yo hice mi escuela primaria en Portugal y por ese lejano entonces, como ahora, se enseñaba que la historia de Portugal, en una buena parte, por lo menos del siglo XII al XVI, era una lucha heroica de portugueses contra musulmanos, una especie de vaqueros contra indios doblado al portugués. Nosotros, los portugueses, empezando por Galícia, nos venimos por ahí abajo, ganando batalla tras batalla, conquistando plaza trás plaza, hasta que los expulsamos de esta vaina, le ganamos.

Bueno, lo que sucedió es un poquito diferente. “Nosotros, los portugueses”, somos en una buena parte “ellos, los desgraciados perros sarracenos”. Mírenme a mí, coño. Y no soy catire de ojos claros, ni tengo la piel transparente con venas azules. En Nueva Zelanda los brothers me hablan directamente en Maori, sin preguntar más nada, sin verificar. Cada vez que entro a Estados Unidos es un problema porque, después de mirarme la cara, cualquier guardia de tercera, cualquier pasante, se siente autorizado a registrarme las bolas.

Por toda la península ibérica, moros y judíos fueron incorporados al material genético de que estamos constituidos. Y esta impronta genética me parece aún más importante y reveladora que la marca cultural, que, a pesar de haber sido sistemáticamente destruida y ocultada, fue tan fuerte que aún aparece un poco por todo lado. En los motivos plásticos de la cultura popular, en la toponimia, en la gastronomía, en la música, por ejemplo.

Bueno, todo un tema. Lo cierto es que esa idea de que nosotros los portugueses y los españoles expulsamos a los árabes y desterramos a los judíos no es así como lo pintan. Es producto de una ideología aliada a unos conflictos de poder muy viejos, conflictos y restos de ideología tan vieja y entrañada que aún hoy nos impide ver con claridad, admitir. Moros contra cristianos es una simplificación brutal y deformadora de nuestra historia, una patraña inocente que nos enseñan sin mucha maldad en la escuela. Pero es patraña, es mentira. Sobretodo porque fue más reciente y porque fue una presencia larga en el tiempo y espacialmente alargada, le debemos más a moros y judíos, “somos más” moros y judíos, que visigodos trazados con suevos, mezclados con celtiberos que después se bañaron todos y aprendieron a hablar latin.

Así que amiguita barra o, en dónde estés, Venezuela, Perú, Argentina, España o qué sé yo, te tengo dos noticias, una buena y otra mala. La buena. Que tenemos una cultura variada y riquísima a la que debemos sumar la contribuición negra e india, dos aportaciones recientes y fundamentales. La mala. Que lo más noble e impoluto que podrás localizar en tus recias estirpes ibéricas es una especie de portugués reacio al baño y en dónde conviven, ostrogóticamente, árabes, neandertales y judíos.

Nota. La foto apareció en la edición de domingo santo de 2002, del Washington Post, y, según los expertos, es lo más cercano a lo que conocemos del verdadero rostro de Jesús. No sé porqué pero siempre me lo había imaginado un pelin diferente. Medio catire, con el pelo largo y ondulado (sobretodo lavado, por dios), y con ojos azules, naturalmente. Así me lo habían pintado.

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