jueves, 31 de diciembre de 2009

Cosas mías


Llega una edad en la que uno deja de hacer propósitos de Año Nuevo. Talvez cuando se apercibe de que las realizaciones no guardan relación con los deseos, proporción con los votos. Cuando deja de creer en “firmes propósitos”, jeje. Llega un momento en el que nos apercibimos de que hay un montón de cosas que no dependen de nosotros y no podemos controlar. Tu estás aquí. Esas cosa están allá. Lejos, olvídate. Y nos damos cuenta que hacemos y decimos muchas tonterías que están mal, es cierto, pero que, en el fondo, no tenemos ganas de cambiar. O no estamos dispuestos a pagar el precio de cambiarlas. Y de la misma forma que el chamán cae exhausto por tierra después de convocar en vano la lluvia, terminamos por dejar de creer en la vehemencia estéril del deseo. Vencidos por el cansancio, igual de humillados que el impostortorcito éste que se andaba convocando las tempestades. Y de forma parecida quedamos tirados por tierra, postrados, tapándonos la cara. Después nos levantamos y seguimos, cabizbajos y pelo a pelo, por nuestro propio paso. Y otras veces ni eso, porque vamos por la vida como si alguien nos cargara boca arriba. Tipo Jesús Cristo es bajado de la cruz, por Caravaggio. Viendolo todo al revés. Y es triste. Todo esto, estas nubes invertidas, que por muy abstractas no dejan de ser incoherentes, estas cosas que se van repitiendo y gastando en la vida, como las noches de año viejo. Llega una edad pues, que dejamos la ensoñación ingénua y entramos en la desolación madura del desencanto. Aquel desierto y tu acostado, llevándote aquel vaporón en la cara. Parece que esto es lo que tenemos por delante. ¿Falta mucho? Fue así el año pasado, y el antepasado, y el otro también. Sin muchas esperanzas de encontrar água o tierra verde. Hasta que llega un dia, el 31 de diciembre del año no sé cuántos de la Gran Sequía, llega un día, en que te trepas a un alto para mirar el fuego de artificio. Por allá. Miras hacia aquel lado, y no logras ver nada de nada. No encuentras tu sombra. Ni el rastro de tus huellas en la arena ni las pisadas de quien te acompaña. Qué raro. ¿Me quedé solo? Imposible. No puede ser. Esta desolación, y el viento, y la arena que te pica la cara, y las agujas que te pinchan los ojos y te hacen llorar, y esta luz de realidad que por más que alumbre no te deja ver nada. Oye, sí, muy raro. ¿Dónde están nuestras marcas en la arena, que no las veo? Que andaba perdido, ok, ya lo sabía. Sin destino, también se sabía. Pero quedaba un trayecto ¿o no? ¿Dónde está? El rastro del percurso, las huellas en la arena de hace un segundo. ¿Huellas? ¿Marcas? ¿Marcas de qué? Revientan los cohetones en el cielo, por todas partes, pero esos clarones de color imposible tampoco dejan ver nada. Mira como todos miran al cielo mientras tu les miras la cara desde abajo. Todos los años lo mismo. Reveiillon interpósito o ni sé cómo decirle a esto de pasarmela mirando a los que miran. Igualito que en el cine. Los rostros blanquecinos y escépticos de quien ha visto fuegos mejores, películas mejores, años mejores. Y lo peor de todo es saber que se pagó más de la cuenta, un precio demasiado caro. Para lo que fue. Una historia truculentísima, terriblemente mal contada. Un año de mierda.

Esa es la parte mala. La notícia buena es que, todo puede suceder, es verdad, pero este año, por ley de probabilidades, debe ser mejor, va a ser mejor, ah pues. Y mientras espero a mi hijo para pasar la noche vieja, voy a creer nuevamente en votos y en promesas y esas cosas, tipo la fuerza insobornable del deseo. Y voy a hacer una lista, por escrito y por extenso, de mis doce propósitos de año nuevo. No los voy a poner aquí porque son cosas mías.

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