sábado, 4 de abril de 2009

Padres & Hijos





El computador no me deja trabajar. Toda la vida ha sido así. Yo me enganché a estas máquinas infernales cuando la cosa se hacía con tarjetas perforadas, imagínate tú. Católica 1980, buen año, buena cosecha. A mi hijo le encanta esta historia. La historia de como perforaba tarjetas y miraba el computador de lejos a través de una ventanilla en el edificio Laboratorios. Se la cuento de vez en cuando (y de varias maneras) porque en su consideración filial me gano unos míseros puntos, es verdad. Aunque sean fallos son siempre bienvenidos. Me crezco un poquito a sus ojos, tipo explorador pionero, una especie de Daniel Boone encorbatado que en vez de una Winchester carga un vulgar laptocito de dos gigas. No lo culpo, cómo podría yo tirármelas de héroe si el muchacho creció con Laura Croft en medio de las ruinas de Tomb Raider. Luchar contra eso es imposible.

Bueno. Pasó el tiempo (muy poquito) y fue su turno de explicarme cosas.

—Papá, ya nadie en el mundo usa eso, por dios— “Eso” es el email.—Estamos en la Web2.0, ponte las pilas, las cosas han cambiado mucho.

Pues, las cosas se han puesto bastante peores. Porque ahora entre el chat, Blogger, Flickr y Facebook termino completamente enredado en esta vaina. Yo que me creía un tipo listo con mi caja de zapatos bajo el brazo llena de tarjetas perforadas, ahora me siento una mosca vieja y atarantada. Y no trabajo nada. Lo peor de todo. El problema es ese.

Ya nadie me ve. Mi familia le mandó a preguntar a mi mujer si estoy bien, que cómo ando de la depresión y eso. Tengo una prima que juraba que nos habíamos separado. Estoy bien, le mandé a decir, (estamos), es solo que no me da tiempo a nada, ando ocupado. Lo que no le dije es que prácticamente he perdido contacto humano. Aparte eso me siento bastante razonable. Las pocas veces que hablo ahora con mi hijo lo hacemos de muro a muro. Mis vecinos se quejan de que ya no asisto a las reuniones de condominio. La asociación de padres y representantes me puso falta en el Colegio y mi hijo la publicó en mi perfil de LinkedIn, como parte de mi curriculum, jaja, muy gracioso.

Eso es lo que estaba pasando, todo explicado. Pero aun así me seguían mandando invitaciones de Twenty, Sonico, Hi5, de Twitter... que declinaba respetuosamente, gracias amigos. Los coños de madre están completamente enviciados en la vaina y quieren arrastrar a los demás con ellos. Como una cofradía de droga adictos: toma, prueba, la primera es gratis. Qué hijos de puta tan desalmados. “Quiero ser tu amiguito”, dicen ellos. Pero no me van a joder, qué va.

Primero y principal porque instalé un software llamado Inetprotector, versión siete punto ocho raya beta. Es lo que usan los papás para controlar a los niños. A los hijos dóciles y bien educados ;-) El software es una maravilla, un prodigio de la técnica israelita. Todo parametrizable de cabo a rabo. Solo te deja entrar en Internet entre tal y cual hora y por tantos minutos, en tales y cuales sites debidamente certificados. Se controla todo mediante una password alfa numérica de veinte dígitos separados por guiones en cinco grupos de a cuatro. Los tipos del Mossad son muy buenos en esto. Y por supuesto que la password no la tengo yo; me la puso mi hijo mientras me obligaba a mirar hacia un ladito.

Los primeros días estuve fascinado con aquella sofisticación tan ciber atrinque. Veinte y nueve dólares preferenciales, pero bien gastados. Por ejemplo, te controla la hora y fecha del sistema. Si te las tiras de vivo y vas al control panel, clicas en definiciones regionales y FUAS, se te resetea toda mierda, incluyendo las diez últimas páginas de tu novela! Por andarse con jueguitos, quién me manda.

—Duarte, coño, ya está buena la guachafita esta— le dije la primera vez. A mucho costo lo convencí que tenía que ponerme la clave porque necesitaba usar el correo, por lo menos el correo, le dije. Ningún problema. El programa te deja ver el correo (pop o imap emulado) pero te niega el acceso al resto de la red! Ah, con que esas tenemos hijito, ya vas a ver con quien te metiste, qué mala suerte.... Tú te crees que sabes mucho de esta vaina, jeje.

Pues nada. Le hago un boot manual y le meto el disco original del XP. Esto retrotrae la cuestión a Marzo del 2004 por lo menos, me dije yo.

—Duarte, ¿dónde está mi disco? Mi sistema operativo original, no te hagas. ¿Dónde está?

—¿Para qué lo quieres?

Ah bueno, vamos a la guerra pues. Dejé que saliera de la casa y llamé a la compañía de teléfonos. Les dije que quería cambiarme mi dirección IP. ¿Por qué? me preguntaron ellos. Porque estoy recibiendo demasiado spam en mi correo y los culpables son ustedes que no le ponen una buena firewall a vuestro sistema. Páseme con el gerente, hágame el favor, quiero hablar con su jefe. El gerente no está pero si usted me dice cómo se hace eso yo mismo lo puedo ayudar, me dijo él. Me abrió una sesión remota por telnet y mal que bien lo hicimos entre los dos. Gracias hijo, un millón, le dije. No es por nada pero los tipos aquí en Nueva Zelandia tratan muy bien a los clientes.

Me conecté por FTP al sitio de Linux y me lo bajé como un tiro. Listo. Estos programitas judíos son muy buenos hasta que se topan con un venezolano de tarjetas perforadas. Ustedes están todos muy jojotos todavía, hijos míos. Claro que hay que particionar el disco porque el XP no se da bien con dos sistemas operativos a la vez. El Vista lo hace pero en todo lo demás es un marmotreto horrible como todo el mundo lo sabe. Y el direccionamiento de memoria, otro peo. Estaba seguro de que podía hacerse (y todavía lo estoy). Pero en eso llega mi hijo y no se puede conectar. Yo no contaba que regresara tan temprano. Salió como una flecha de su cuarto a verificar el modem. Como un toro. Joven, como un novillo pues. Yo lo escuchaba probando la conexión pero me estaba haciendo el loco. Vuelve a entrar a su cuarto, vuelve a salir. Vuelve a entrar otra vez. Y vuelve a salir y me entra a mi estudio sin tocar a la puerta ni siquiera.

—¿Qué está pasando aquí?— pregunta, con aquella cara.
—¿De qué me hablas?
—Déjame ver qué estás haciendo— dice, metiéndose casi a la fuerza entre mi teclado y la pantalla. Esto era lo que me faltaba. Primero que no me toca a la puerta, no pide permiso para entrar. Y después que venga a meterse la nariz en mis cosas. El colmo.
—¿Qué hiciste?— me vuelve a preguntar.
—No hice nada, ya te lo dije.
—Puedes contármelo— dice, cambiándose la voz pero sin poder disimular aquella cara. Lo conozco. Es horrible cuando se pone así. Y cree que me engaña haciéndose el dulce.
—No hice nada.
—Tú sabes que padres e hijos debemos hablar de vez en cuando-- agrega, poniéndose meloso. Se sienta de medio lado. Es tan ridículo cuando se pone así...
—Y ustedes a veces ni siempre tienen consciencia de las cosas que hacen...
—Ajamm...— le respondí sin dejar de limarme las uñas.
—Yo pasé por ahí, por todo eso, y te voy a poder entender... pero debes confiar en mí. ¿Es mucho pedir?
—Bueno, Ok— dije al cabo de un rato, por aburrimiento-- Cambié la dirección IP.
—¡QUÉ! ¿Tú hiciste QUÉ? Dime que es mentira...
—Por favor no grites, Ok, y no me asustes. Todos lo hacen. Ni que fuera yo un monstruo!
--Tú no eres todo el mundo y me sabe a.. papilla de avena todo el mundo. Nos fregaste a todos. Ahora ninguno de nosotros tiene acceso, ni correo... NADA...
—Ok, pero no grites, cálmate un poquito quieres, respira hondo.
—Solo dime una cosa. ¿Tomaste tus precauciones, verdad? Dime que sí. Mira que me da un ataque...
—Bueno...
—¿Bueno? ¿Bueno qué? O sí o no.
—No desconecté el anti virus, si es eso que te preocupa.
—¿Y el spyware?
—No estoy seguro...
—¿No estás SEGURO??? Y el phishing?
—Ah, pues, ése se me olvidó...

Se me quedó mirando unos buenos minutos, haciendo que no con la cabeza, y con aquella mirada. Y después me dijo que lo había decepcionado. Profundamente, agregó. Ya hablaremos, me dijo antes de irse. Se puso a mirar televisión. Pobre, me daba lástima.

Eso fue hace dos semanas. Mientras tanto ya tenemos internet otra vez. Y aunque no nos hablamos, como siempre, nuestras relaciones de muro a muro han mejorado mucho. Espero que un día de estos se le ocurra entrar a mi blog y que lea esto. Tu sabes que me la paso encerrado en estas cosas, y que me distraigo. Pero quiero que sepas también cuanto te quiero. Un beso, Duarte.

7 comentarios:

Fabrizio Macor dijo...

Realmente no sé si el premio nobel va pa ti o para Leila. Este cuento esta buenísimo y me pude reir con gusto.
Por cierto, he querido que mi hija adolescente se lea estos genios y no hay modo que lo logre.
Me avisas si descubres el truco. Quizá hay que asumir que los adolescentes tienen mas hormonas que neuronas. Y no solo testosterona, tambien una paternofobicorona, que no está descubierta todavía, pero sus efectos son evidentes.

Anónimo dijo...

Todavia no he leido el de Leila porque estaba ayer...y yo no se como llegarle a los blogs, si tu no envias el enlace Fabrizio.
Yo empece con los chamos, enviando el chiguire bipolar y cuando me ven riendome de alguna cosa a carcajadas, salen corriendo pedirme que les envie lo que sea que estoy leyendo... por supuesto....a veces son mensajes porno... ja ja ja y probablemente tu no se los enviarias a tu hija...

Jose Luis dijo...

Esta genial este cuento
De paso recierdo cuando el "guenito" de Jaime me envicio en la vaina explicnadome como se progranaba en Dbase III en Cisor.

¿Recuerdas el raton que teniamos en el botellon de agua mineral?

Jaime Senra dijo...

Qué riñones. Los mismos carajos que me mandan copitas de ron y causas morales por Facebook son los mismos que le entran a los comentarios de mi blog! Con razón mis lectoras serias no me dejan sus contactos por aqui. Entran pero cuando se dan cuenta del despelote, que esto no pasa de una parranda de amigotes, se dan media vuelta por la callada y se van. Chistes porno... criaderos de ratones...referirse a la testosterona de sus propios hijos... lo siento, pero yo a ellos no los conozco

Marisol dijo...

ay... la del 1er comentario anonimo soy yo... una de tus lectoras serias.... ja ja ja... pero no se como dejar de ser anonimo... voy a intentarlo

Marisol dijo...

ja ja ja.... ya se como es... para la proxima dejo un comenario muy serio de una lectora seria, nada testosteronico para que no me confunda con la parranda de amigotes

Jaime Senra dijo...

Lectora seria? No senora, numero equivocado, esto no es ninguna casa de familia... alo. Un saludo para ti Marisol (uno de estos dias te voy a conocer y te vas a morir de la pena, de la pena hereje y anonima, jeje)