martes, 28 de abril de 2009

Gripe



Si alguien debiera haber sabido acerca de la gripe de 1918 debería haber sido yo.
Soy licenciada en Microbiología e incluso saqué una especialización en Virología. Pero la Gripe de 1918 nunca fue mencionada. También tomé algunos cursos de Historia y uno de mis favoritos fue una clase que cubrió los eventos más importantes del siglo XX. Pero aunque la Primera Guerra Mundial fue una parte importante del curso, la Gripe de 1918 nunca llegó a ser discutida. Toda mi carrera he escrito acerca de enfermedades y medicina, primero en la revista Science y luego en el New York Times. Llegué a escribir artículos sobre gripe. Pero nunca le presté una particular atención a la gripe de 1918.
En retrospectiva se me hace difícil entender mi propia ignorancia. La Gripe de 1918 empalidece a cualquier otra epidemia de este siglo. Fue una plaga tan mortal que si un virus similar se presentara hoy, mataría a más personas en un solo año que las enfermedades del corazón, cáncer, Alzheimer, enfermedad pulmonar crónica, ACV y SIDA combinadas. La epidemia afectó el curso de la historia y fue una presencia terrorífica al final de la Primera Guerra matando más americanos en un solo año que los caídos en batalla en la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, y la guerra de Vietnam.
La Gripe de 1918 afectó a mi familia y a la de mi marido. Mi padre insistía en obedecer el consejo de un viejo doctor que había vivido la Gripe y que había decidido a consecuencia acabar con toda enfermedad respiratoria a base de erythromicina. Cuando era niña tomaba el antibiótico cada vez que tenía fiebre, a pesar de que el remedio era completamente inútil en las enfermedades respiratorias comunes. Sin embargo, el incidente informa de la experiencia aterradora de aquel doctor en su convivencia con la Gripe de 1918 y su fe ciega en una droga milagrosa descubierta décadas después. Cuando crecí y entendí el abuso de los antibióticos, varias veces le recriminé a la memoria del doctor de mi padre una conducta que ahora entiendo, pero que en ese momento me parecía irracional.
En la familia de mi marido la fiebre fue un evento que alteró el curso de la vida. La madre de mi esposo era una joven muchacha cuando su padre murió de la infección viral y dejó a su madre sola y a cargo de cuatro niños. De alguna forma, sin embargo, ni mi esposo ni yo nos percatamos nunca de lo que había ocurrido. Su madre siempre había dicho que su padre había muerto de una neumonía que contrajo mientras trabajaba en una fundición.
Ahora me parece notable el hecho de que nunca percibí claramente que una terrible epidemia asoló el mundo en 1918, sembrando la muerte y la devastación por doquier y alcanzando casi a todas las familias con su mano de hielo. Aprendí también que no estaba sola en mi ignorancia. La epidemia de 1918 es uno de los grandes misterios de la historia, obliterado de la conciencia de los historiadores, quienes tradicionalmente ignoran la ciencia y la tecnología pero generalmente no ignoran las plagas.
Mi epifanía llegó en 1997, cuando escribí un artículo en el New York Times acerca de un notable ensaio que había sido publicado en la revista Science. Ese artículo, que envolvía los primeros intentos para resucitar el código genético del virus, era la clave en una historia médica de misterio que es tan deslumbrante como la Gripe de 1918 ella misma. La historia envuelve ciencia y política, en su vertientes más confusas y también más sutiles. Envuelve un virus que es uno de los peores asesinos jamás conocidos. Y envuelve investigadores que quedaron obsesionados con el rastreo del virus. Como todas las buenas historias de misterio, encierra elementos de azar y de sorpresa.
Es una historia que merece ser contada, tanto por la tensión dramática del cuento como por sus implicaciones. La resolución del misterio puede ayudar a los científicos a salvar la humanidad si ese virus terrible, u otro similar, vuelve a atacar la Tierra.


Prólogo del libro de Gina Kolata: Flu, The story of the great influenza pandemic of 1918 and the search for the virus that caused it.

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