viernes, 17 de abril de 2009

Reflexiones de un perro bajo la torre que marca la hora de los relojes en las vitrinas



Ha llovido como nunca, últimamente. Cómo ha llovido. Una lluvia fría. No es una lluvia enfermiza. Por el contrario, hasta me parece limpia. Pura aunque no me guste la palabra pura. Una lluvia que te podría sanar si estuvieras enfermo, o curar si estuvieras triste.

Son pocos los días frescos en estos tiempos. A lo mejor siempre fue así. Uno se imagina que fueron bonitos, coloridos, festivos, los días pasados del remoto pasado. A lo mejor no pasó así. Pudimos haber sido felices. Ahora ni siquiera nos acordamos.

La tierra, la con minúscula, la del fondo, la tierra tiene sus tiempos y sus estaciones tu reloj. El único, el verdadero, el que mide como pasa el tiempo y cuanto ha pasado. Tiempo de sol, tiempo de lluvia, tiempo de florecer, de fenecer. Porque llegado será un tiempo también para morir. Con naturalidad. Sin drama. Quién sabe si a la sombra de las diez y diez. Sin vergüenza. Y más nada.

No hay cosa más bella sobre la faz de la tierra que un cachorro. Míralo ahí. Cualquiera de ellos podría ser hijo mío. Pienso en esto, en la belleza infinita del perrito juguetón que bien podría ser mi hijo, y me siento tipo Dios. Un dios humilde y pagano tirando a perro viejo. Por eso mismo más dios.

Como menos que antes. Tengo la pelambre revuelta pero me veo flaco. Quisiera extrapolar de aquí un aforismo vago, con pretensiones de ecumenismo moral que atraviesa las razas, pero me siento sin ganas. Me siento cansado. Derrotado. Soldado vencido que libró sus batallas sí, pero les quitó importancia. O el tiempo se la quitó, da lo mismo. Ahora voy de vegetativo existente. Es todo. Estoy viejo.

Me cuento las palabras de la vida con los dedos de una mano y me sobran. Después del amor y la muerte aún me quedan tres dedos. Qué hago con ellos.

Algún día conoceré el mar, la mar, el inmensidad sin género. Aunque cada vez me consuela más el pensar que me quedaré con cosas sin conocer. Más personal y tergiversadamente mías, más a mi manera mía será la inmensidad entrevista de lo por conocer. No sé si es bueno. Pero no debe ser malo.

Me he buscado en vano. En lo que hice, en lo que dije, en lo que pensé, en los espejos por supuesto donde menos. Nada.

Cada vez más me arrepiento menos de todo. Pensé que sería al revés. Pensaba que la vejez sería el vórtice de la incriminación. Pero fíjate que no, qué raro. He de llegar a un punto que no me arrepentiré de nada, en que me apreciaré con justicia y me dormiré.

A los viejos les obsesiona la idea de la muerte. A los perros no. Hey, señor, wau wau. ¿Usted queé cree?

Aun por los hombres siento esta mezcla de compasión y amor paternal. No se dan cuenta de nada, no escuchan nada, no huelen nada. Andan siempre en las nubes. Hay algo más fuerte que yo que me lleva a amarlos. El amor siempre fue así, siempre habrá de ser así. Lo queremos así, inexplicado, inexplicable. Inmenso.

Morcillas, dénme morcillas, pedía yo. Y ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. Pero tampoco podía hacer más nada, y de esto también me doy cuenta. Estamos condenados a repetir. Muchas cosas y de muchas maneras. Así es. Es así.

La Tierra gira allá abajo, pero aquí arriba son siempre las diez y diez. Aquí no hay día, no hay noche. A estas alturas ya no hay aire. Imaginar que me miro desde esta torre es lo máximo que me cabe aspirar. Y bien vistas las cosas desde esta perspectiva no se necesita prácticamente nada para vivir. Hay una paz eterna y soleada por encima de todo y de todos. Una indiferencia tan grande que a mí mismo me intimida y nada me importa y todo lo miro con el desprecio altivo de los perros dioses.

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