miércoles, 15 de abril de 2009

Las Torres del Silencio




Para Leila Macor

Hergé es una especie de anagrama con los sonidos franceses RG. Fue el pseudónimo que adoptó Georges Remi, un muchachito que nació en Bruselas y murió en Lovaina, en 1983, a los setenta y seis años de edad. Fue el autor de una obra inmortal, una bella y conmovedora evocación de la infancia.

A excepción del dibujo, irreprochable, Las Aventuras de Tintin no resisten una crítica literaria o política mínimamente exigente. Desde 1931 hasta bien entrados los setentas, la veintena de álbumes de Tintin, publicados con una periodicidad regular, proporcionan una lectura ilustrada del Estereotipo & Prejuicio en el siglo XX. El Tintin de los años treinta no titubea en hacer explotar un rinoceronte haciéndole tragar una carga de dinamita, y los alemanes son despiadados y crueles (aunque se les nota más que todo en el post guerra). Los negros del Congo se pelean entre ellos para cargar a los blancos, y los valores más básicos de respeto y convivencia democrática no existen más en el planeta, irremisiblemente se perdieron del todo y para siempre, por todas partes y en todo el mundo (a excepción de Bélgica). No resulta ni tan malo que los americanos, unos comerciantes de pocas reservas, terminen siendo castigados por gangsters sin muchos escrúpulos. Y a los japoneses, esas ratas que desbarataron la hegemonía francófona en los confines asiáticos, hay que ponerles un parado o nos contaminan la peste nipónica al resto del mundo.

Pero talvez sea eso, la inocencia de lo políticamente incorrecto, lo que convierte a Tintin en un personaje apasionado y creíble, un dibujo de carne y hueso. Vive en un mundo propio, con sus reglas, sus personajes, su propia sintaxis narrativa, todo un pelo ingénuo y anacrónico, todo un todonada perdido en el candor de aquellos tiempos. En el mundo de Tintin existe la maldad y los malos del mundo de verdad existen. Así como también hay gente buena como uno. A veces provoca saltar adentro de la página con un brinco de empatía y abrazar al capitán Haddock. Es un marino, un capitán de la marina mercante. Tambien es verdad que se pasa de palos y que para aplacar el ratón y la irascibilidad necesita whisky todo el tiempo. Pero es un cascarrabias buena gente. Tornasol es sordo y distraído. Los hermanos Dupondt son gafos y pretenciosos (son policías franceses). Rastapopolous es un coño de madre, de él no se hable más.

Y así como a los niños les gusta que les cuenten la misma historia una y otra vez, a nosotros nos reconforta saber que al abrir el álbum, reencontraremos a los del bien y a los del mal, lo irremisible y lo perdido, el añorado y previsible mundo de nuestra infancia. Un mundo perfectamente delineado con trazos limpios, formas nítidas, colores primarios. Un mundo de siluetas calcadas con la firmeza del negro a tinta china, la certeza del azabache Nanking.

Para Hergé, la perfección en el detalle del dibujo, la fidelidad al modelo original, la recreación exacta del pormenor, se convirtió en una obsesión. A semejanza y talvez inspirado por Walt Disney, de quien era amigo, estableció los Estudios Hergé, dedicados exclusivamente a producir nuevas aventuras para Tintin. Para muchos de sus álbumes Hergé enviaba a alguno de sus colaboradores al extranjero, con la intención de recolectar material gráfico sobre el terreno, mientras él se dedicaba exclusivamente a la producción en el estudio. La provisión de fotos, recortes y bocetos recogidos en campo no solo le servían de inspiración para accidentes del argumento, sino que le proporcionaban una base sobre la cual adaptaba después el esquema básico de muchos de sus dibujos.

Hacia el final de su vida, Hergé empezó a distanciar cada vez más su producción, alegando que la ansiedad colocada en el afán perfeccionista, tanto del guión argumental como del dibujo, interfería con su estado de salud. Padecía de un eccema irritante en las manos que a menudo le impedía trabajar. El último Tintin es un muchacho menos ingenuo y más correcto. Y las viñetas llegan a adquirir un valor etnográfico. Uniendo lo útil a lo agradable, y aprovechando para conocer los rincones del mundo que retrató de oídas, optó por recoger, él mismo, los apuntes gráficos que documentarían las nuevas aventuras.

A principios de los años setenta, después de un inusualmente largo interregno que le sucedió a Vuelo 714 para Sídney, Hergé decidió ambientar un nuevo libro en América Latina, al que llamó provisionalmente Tintin y Los Barbudos, o Los Bigotudos, todavía no optaba por un título definitivo. La trama tampoco la tenía clara, aunque estaría inspirada por la epopeya romántica de la Revolución Cubana, de los hombres que habían prometido no afeitarse hasta la vida nueva. Eso por un lado. Sentía también, aun vagamente, que debía incluir el tema de la dictadura y del militarismo, ya vería cómo. Algunos años después declararía: “Tenía un marco, América del Sur. Había el asunto Regis Debray, los Tupamaros, algunos acontecimientos que se dirigían hacia esta vaga idea, o más bien este marco. Pero nada tomó forma sino hasta mucho después.”

Entre agosto y septiembre de 1973, Hergé visitó tres países que utilizaría como fuente de documentación gráfica: Brasil, México y Venezuela. Tintin y Los Pícaros terminó por ser el nombre del álbum, el último de una saga que había empezado en 1926, y fue publicado tres años más tarde, en 1976, el año cincuentenario de las aventuras de Tintin. Hergé no volvería a publicar más, y murió algunos años después.

En Los Pícaros no queda nada de aquella idea original que Hergé se animó a retratar, la del héroe guerrillero, apasionado y quijotesco. Los guerrilleros barbudos terminan siendo unos vulgares borrachos, más animados por la retaliación y la venganza en el flip over del poder, que por principios e ideales románticos. Después de su visita, Hergé termina más interesado en retratar la desigualdad y el militarismo, en exponer la promiscuidad en la que conviven modernidad y pobreza, que en las vicisitudes novelescas a lo Regis Debray.

Muchos de los dibujos de Los Pícaros son fáciles de identificar. En algunos se reconoce al Pan de Azúcar en Rio. En otros se aprecian las pirámides de Tenochtitlan. Hergé pasó tres semanas en Venezuela e, impedido por un recrudecimiento del eccema, prácticamente no salió del hotel Tamanaco en Caracas. En la plancha número once de Los Pícaros se recogen dos viñetas cuyos apuntes fueron, según consta en los archivos de la Fundación Hergé, tomados del natural. Son las dos viñetas que han de encontrar ustedes en alguna parte de este libro. A excepción de la escultura, aparentemente inspirada en una obra de Brasilia, el primer dibujo capta un ex libris caraqueño de los años cincuenta, el Centro Simón Bolívar, en El Silencio. Al fondo, las torres.

Desde esta avenida, montados sobre una tarima o colgados de una grúa telescópica, dos generaciones de presidentes venezolanos han arengado al pueblo con discursos ampulosos y patéticos, llenos de promesas inverosímiles, de consignas tan estúpidas como cínicas. Todos sin excepción prometieron acabar con la desigualdad, exterminar la corrupción, erradicar la pobreza. Todos cargaron bebés barrigudos en los brazos y se mezclaron entre el pueblo repartiendo besos salivosos y muy apretados, muy sinceros abrazos. Y una vez electos, se escudaron tras ejércitos de guardaespaldas armados hasta los dientes, antes de atreverse a pisar la calle.

Hoy esta avenida se ha convertido en un inmenso e insalubre mercado popular. Miles de buhoneros, de informales, tanto civiles como militares, venden pollo y pescado al natural, sobre la acera de la calzada y a más de veintiocho grados, como si expusieran al escarnio las tripas de un sueño muerto. El hedor de la infamia perdura noche adentro, cuando los indios del amazonas y los indigentes de la más abyecta miseria encuentran en la oscuridad el único refugio de la intemperie y se arropan en cajas de cartón para medio taparse la dignidad y pasar la noche. Y se nos figuran extraños y remotos los dibujos de Hergé, imaginar que hubo un tiempo en el que la Avenida Bolívar era frecuentada por señoras turistas de tacón y estola. Un tiempo en que Caracas tenía líneas rectas, calles derechas, y aún podía inspirar dibujos planos, llenos de luz, con colores limpios.

La viñeta de la derecha fue realizada a partir de una foto a blanco y negro, que lleva en un canto la siguiente inscripción "Minas de Baruta, Caracas, Sept. 1973". Consta de los archivos de la Fundación Hergé en Bruselas. El dibujo, a excepción de los dos militares y la mujer tocada con el sombrerito boliviano, es muy fiel a la instantánea original, presumiblemente tomada por el propio Hergé. Entre los ranchos del primer plano y las montañas del fondo, cuyo contorno está delineado con preciosa fidelidad, en ese valle que ahí se deja adivinar, está Caracas. Estuvo Caracas. La ciudad de colores en la que nací y que ya no existe.

3 comentarios:

Domenico dijo...

Fascinante...!
No sabia que la perfecccion de Herge' llegara tan lejos.
Viendo las fotos me entra la duda sobre la primera, no logro definir las Torres del Silencio. La imagen me resulta mas bien tomada de Brasilia, ahi esta el Palacio da Alvorada y el edificio al fondo mas bien lo asocio con los edificios del centro de negocios de Brasilia. Las montan~as al final si pueden ser caraquen~as....

Lo que si esta tomado literalmente de Caracas es la segunda foto: el perfil del Avila es inconfundible!

Jaime Senra dijo...

Hola Domenico. Miraste la cosa con ojo de arquitecto, ah? Hablando de montañas. Acabo de llegar de fiordland. Te Anau, Milford Sound, etc, y todavía estoy medio atontado con aquel paisaje. Cuando te decides a bajar por aqui?

leila dijo...

Hola Jaime, qué interesante! No leí a Tintin de chica porque no había nada que me sacara de Mafalda y de Asterix. Lo vine a conocer ya de grande, cuando de personaje de historietas se convirtió en el símbolo del colonialismo europeo y de todo lo políticamente incorrecto, y se comenzó a informar sobre las prohibiciones de difusión de algunos capítulos por racistas, denigrantes, etc. Pero imaginarlo tomando apuntes gráficos en Caracas no puede dar sino ternura. Es emocionante ver un dibujo suyo del Ávila, además desde Baruta, tan cerca de donde yo vivía. Gracias. Me encantó enterarme de esto.