martes, 21 de abril de 2009
Dinero, Inteligencia y otras cosas
Venezuela tuvo una vez un Ministerio de la Inteligencia. Un ministerio con partida en el presupuesto y lugar en el Consejo ocupado por un señor ministro encorvado y calvo. Era (es, no hace mucho lo ví en un concierto) un señor que hablaba bajito pero apasionado, con las convicciones jadeantes como si el alma le hiciera cosquillas y le pegara carreras.
Al estilo de los artículos de los Annalen der Physik, publicaba de vez en cuando unos libros pequeñitos, unos opúsculos taquigráficos pero contundentes, capaces de revolucionar la ciencia, o la sociedad, o por lo menos las dos cosas. En uno de esos libritos defendía una tesis que durante años no pude olvidar. Decía él que si agarrábamos a un pobre y a un rico y los volvíamos a colocar en la estaca cero, borrón y cuenta nueva, el rico volvería a enveredar por el camino de la prosperidad, de la misma forma que el pobre retomaría el condenado sendero de la oscura miseria. Indefectible, anótalo ahí, con c, decía él.
Y lo más increíble es que decía esto como demócrata cristiano de ir a la iglesia de Santa Eduvigis los domingos por la mañana, como ministro conservador a quien la predestinación protestante le resultaría un bicho moral raro como un anatema arriano (tampoco sé muy bien qué viene siendo un anatema arriano pero quiero decir que me parecía bastante raro).
De alguna forma, proseguía el ministro, el rico había aprendido una serie de destrezas y habilidades para sortearse la vida, como quien dice, andar de bicicleta, no sé si me explico, decía él con la pedagogía fatigada. No te lo sé explicar pero sé que sé, decía él, tirándoselas de teólogo medieval, y como prueba aquí me tienes, sonriente y cara al viento, pedaleando. Y de la misma forma que muchos años después el ciclista no necesita reaprender a andar en bicicleta, el rico tampoco necesita reemprender la heurística tortuosa del triunfalismo. Esta habilidad, los truquitos estos para tener éxito en la vida, una vez aprendidos e incorporados son como los huevos en la masa de las tortas, no tienen vuelta atrás, es para siempre.
Eso lo decía el ministro con la respiración anhelante, con la persuasión saltarina a flor del alma. Por supuesto que a esta tesis se podría oponer otra, a la que adherimos más espontáneamente porque es más natural, digo yo, dos puntos. La sociedad produce ricos y pobres como la naturaleza da verdor. Es decir, de forma natural y silvestre. Con alguna discriminación de extracción social o raza, admitámoslo, cosillas pequeñas, pero sin muchos distingos de inteligencia si a ver vamos. Por lo menos así queremos creerlo nosotros los pobres, a quienes la falta de dinero nos resulta mucho más difícil de ocultar que los déficits en el discernimiento.
Bueno. La cuestión es la siguiente. Que durante añales no pude olvidar la tesis del CI, del Capital Inteligente. Todo el mundo la olvidó y pasó a otra, pero yo no. Yo, que me olvido de toda vaina, anduve años sin poder olvidar la tesis del ministro Machado. En el fondo porque a lo mejor me la creía, es la verdad. Y las verdades, las genuinas, son siempre medio vergonzosas. Me decía a mí mismo “cómo te vas a tragar esa culebra, mano, a comer ese cuento medio nazi de ultraderecha opusdeica, por amor de dios, cómo puedes caer tan bajo”. Y me respondía por supuesto que no, que solo le daba un último benefício de la duda. (Así, con preguntas que se respondía, era como Stalin se dirigía en sus encíclicas al pueblo ruso y terminó por imponer la industrialización soviética). O la cosa, la tesis de Machado, a pesar de ingénua, tenía no sé qué de profundamente democrático, por lo menos al nivel de la formulación de intenciones. No sé. Lo que sé es que durante todos estos años no se me quitó aquella imagen de la cabeza, la del pobre condenado a su noria de fracaso y la del rico venido a menos, expatriado y jodido, pero con la predestinación del vinividivinchi estampada en la cara.
Y pasaron los años hasta que un día me di cuenta que había resuelto la cuestión, el dilema palmário, la aporía moral del ministro Machado. Descubrí que el dinero y la inteligencia vienen siendo la misma mierda insustancial y desechable. Algo que, comparado con el amor y una mañana de sol, no valen nada de nada. Tardé siglos en descubrir un secreto a voces que todos sabían, fui el último a enterarme. No puede ser tan simple, me decía yo, inocente e incrédulo. Ahora solo espero resarcirme del tiempo perdido, ligando a que me bendiga la meteorología con una apacible mañana de sol, sabiendo que el amor no se acaba, y cagándome en todas esas mierdas pecuniárias inteligentes en las que malgasté mi pasado.
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2 comentarios:
Comparto la idea general, pero algo me dice que el ministro Machado debe estar pelando ahora en los tiempos de la revolución. Seguro que no califica ni de asesor para un colegio primario en Barinas....con lo cual parece que el knowhow se aplica solo en algunas circunstancias...
Del resto, comparto la conclusión.
Comparto la idea general, pero algo me dice que el ministro Machado debe estar pelando ahora en los tiempos de la revolución. Seguro que no califica ni de asesor para un colegio primario en Barinas....con lo cual parece que el knowhow se aplica solo en algunas circunstancias...
Del resto, comparto la conclusión.
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