sábado, 28 de marzo de 2009

La hija de Mempo


Yo estaba estudiando en Córdoba cuándo me enteré que Bryce Echenique iba a asistir al bautizo de un libro de Mempo Giardinelli en la Casa de las Américas de Madrid. Me la pasaba comiendo salchichas y papas fritas pero me las apañé para comprarme un pasaje y meterme en un tren.

Me había leído Bryce Echenique de cabo a rabo, dos veces. La primera con aquella fascinación de explorador antártico que descubre un continente nuevo. Una masa continental toda blanca, incólume como una virgen. En la segunda lectura me propuse no fumar nada y lo anoté todo concienzudamente con lápiz, estructuras y estratégias discursivas, b) narradores diegéticos c) el resto de toda esa mierda infecta. Gracias a dios fue una suerte que no desarrollara anticuerpos. Y decidí hacer mi tesis sobre él, sobre el Bryce, pues claro.

Era así que me lo planteaba: mi tesis no era sobre su obra, o alguno de sus libros; era sobre él, sobre Bryce Echenique, el hombre que hablaba en sus libros, la persona detrás de su obra. A lo mejor era un error, pero había convivido tantas horas, había pasado tantos meses con aquellos libros en las manos, viviendo por interpuesto sus pequeñas y grandes desventuras, que me sentía identificado con el anti héroe que se nos desnudaba de cuerpo y alma en aquellas anodinas historias.

Sabía por otro lado que tenía edad para ser mi padre, pero no podía dejar de pensar en él como un hijo. Y era eso en el fondo lo que tal vez pretendía al querer conocerlo. Darle un abrazo y un beso en la frente, peinarlo, componerle el cuello de la camisa, abrazarlo antes de despedirlo camino al colegio, pórtate bien chico y estudia mucho (te quiero). Ok, suena un pelo extravagante, me doy cuenta, pero soy sincero. Estaba enamorado, de esa forma, y la literatura siempre me ha afectado mucho la cornamenta como todo el mundo lo sabe.

Me fui a Madrid pues, a conocerlo. No tenía nada especial que decirle o preguntarle pero el amor es así, uno solo quiere pasar un ratico con el otro. Mirar los dos en la misma dirección y ver las mismas cosas. Perguntar lo que se ve ¿qué vees? Respirar un poquito del mismo aire, con alguna suerte, reírse de una estupidez, ser capaz de ser feliz. Es una cosa muy rara, como se sabe.

Una señora en el tren creo que se dio cuenta de mi estado y me brindó un “bocadillo”. Antes de que llegáramos me explicó más o menos dónde quedaba la Casa de las Américas, hacia que lado. Nunca había estado en Madrid pero llegué. Un frío del coño de la madre que nadie se imagina que pudiera hacer en España.

El tipo que estaba de plantón en la puerta no me dejó pasar porque no cargaba invitación. No tener invitación no entrar, me dijo en esperanto universal para yo entender. Se lo expliqué. Primero que todo yo era un tipo serio que no lo parecía pero estaba a punto de graduarme de doctor por la Universidad de Córdoba... había pasado siete horas metido en un tren de mierda aguantándome una vieja lora todo el viaje... por dios, no vengo a comerme las tapas, mi pana... No puede señor y no insista porque tengo instrucciones muy precisas de no dejar pasar a nadie sin invitación. A juzgar por los Volvos y Mercedes con banderitas por lo menos una media docena de embajadores latinoamericanos asistía a la fiesta y me pareció prudente no insistir. Esos tipos cargan pistoleros. Bueno, nada. Ya estaba resignado a congelarme esperando bajo el portal cuándo veo que Bryce Echenique se aproxima en mi dirección. La cara de cholito y los lentes de las contraportadas. Inconfundibles. Qué golpe de suerte tan increíble. El hombre estaba llegando atrasado. Era mucho más alto que yo y de lo que me imaginaba. Y cargaba un abrigo largo, como de pieles, impresionante, impecable. Con la plata de aquél abrigo yo me compraría un pasaje ida y vuelta a Colima y gozara un puyero con el vuelto.

--Maestro...--empecé a decirle, muy respetuoso, cuándo se llegó a la puerta.
--No, no... --dijo con las manos extendidas, como apartandolas de una ofrenDa inmerecida.
--Maestro, yo vengo de Córdoba...
--No, no, gracias
--vine para conocerlo...yo soy de México...
--No, gracias, no...

El portero le abrió la puerta, él pasó, y yo me quedé varado afuera sin creer lo que había pasado. Estaba atontado, confundido como si acabara de ver a mi novia besándose CON el galán estúpido de la facultad. Pero la humillación todavía estaba tan reciente, tan caliente, que me negaba. Tiene que dejarme pasar señor, por favor, le decía al portero. No puede. Que si debo, pero no puede, y en esa estábamos cuándo se apareció el flaquito de lentes y se puso a mirar lo que estaba pasando mientras terminaba de fumarse su cigarrillo. "Éste es otro que no carga invitación" pensé yo. A lo mejor ayuda, porque ya somos dos.

Oye, flaco regálame un cigarrillo. ¿Cómo te llamas tú? Rogelio, ¿y tú? Roberto, mi carnal. ¿Mejicano? Pues sí manito, ¿y tú? También...llevarás aquí mucho tiempo porque ya hablas como los gallegos, jeje. Jaja, es verdad. Escuché que viniste a hablar con Bryce Echenique. Sí vine, pero no me dejaron pasar mi buey. Entremos pues, ándale. Él va a entrar conmigo, le dijo al portero. Y entré. La cosa más sencilla del mundo. ¿Cómo se pudo armar aquel lío? Para qué tamaño rollo!

El bautizo, la fiesta, la guarandinga aquella estaba justo terminando. Un tío encorbatado daba las gracias a la asistencia muy amables por haber venido hasta una próxima oportunidad chao. La gente empezó a levantarse de las sillas y comenzaron a formarse grupitos por aquí y por allá. Yo me estaba fijando en esta muchacha deslumbrante que andaba flotando por la sala. Levitaba. Nunca había visto una mujer tan bella en mi puta vida. Un hada voladora.

--Vamos, pues-- me dice Roberto.
--¿A dónde vamos? ¿Dónde estamos?
--Alfredo te presento a Rogélio. Está haciendo una tesis sobre tus cosas.
--¿Alfredo? --me pregunto yo, sin dejar de mirar al ángel. ¡Coño! ¡Alfredo Bryce Echenique, sí es verdad, se me había olvidao!
--Pues claro, si ya nos conocemos-- dice el gran hijo de puta y me da aquel abrazo y me despeina el pelo cómo si fuera un mocoso, una especie de hijito suyo. ¡Qué gran coño de su madre! Hace diez minutos no me dirigía la palabra pero ahora resulta que éramos viejos amigos. Bueno, pase, la vida es tan breve y ella es tan bella. Y está podrida de buena. Solo de pensar que es de verdad y existe siento que me desmayo. No sé si pasó mucho o poco tiempo. Lo que sé es que de repente todo el mundo se había ido. Quedamos una docena de personas, incluyéndola a ella, principalmente a ella, sobretodo. Alguien propuso que fuéramos a comer algo a no sé dónde, un restaurant. Yo me iba a escabullir pero al llegar a la puerta me agarra el Roberto y dice “Rogélio viene con nosotros”.

Y bueno, para acortar el cuento, fue así como conocí a la mujer más bella que he visto en mi vida. Una cosa de éstas no se olvida. “Es la hija de Mempo” me dijo Roberto, cuchicheándome detrás de la oreja. “Tampoco sé cómo se llama, pero te la voy a presentar”. Estaba tan alelado que solo mucho más tarde me di cuenta que me la presentó Roberto Bolaño.

DND 29-III-09

Este cuento me lo echó Rogélio Guedea anteayer mientras me fritaba unos tequeños. Ayer Fabrizio Macor me pidió un cuento sobre la sociedad de los escritores desconocidos. Vaya pues, para los dos. Si alguien conoce a la hija de Mempo diganle porfa que estamos los tres en feisbusque, que nos busque pué. Un beso hija, adiós.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho este relato. Es como una mezcla del estilo de Bolaños en "Los Detectives Salvajes" y el dictado automático de Bryce!
Saludos, Jaime! Gusto reencontrarte, José Luis Fernandez-Shaw me recomienda tu Blog con mucha razón...
te busco en facebook para compartir gustos literarios...
Blas Regnault
Sociólogo como vos, y que me diste clases de informática en la UCAB

Jaime Senra dijo...

gracias Blas y un abrazo grande. Un gustazo reencontrarte