jueves, 25 de agosto de 2011

"Escribir Para Qué", de Leila Macor

Saramago le dijo un día, a un joven escritor, al encontrarse personalmente con él: “Muchacho, escribes tan bien que provoca pegarte”. Yo conozco a una caramelita, que vive lejísimos y que ni siquiera conozco personalmente, a la que no le puedo pegar, pero que, si pudiera y supiera hacerlo, le hackearía el blog, hasta hacerlo una melcocha de bits con bites. Lo re direccionaría, hacia el site de “Los Incondicionales Guardianes de las Puertas del Reino del Señor Único y mi Dios”, por ejemplo. Uno de esos sites que te provocan vomitar sobre el teclado e inutilizarlo para ulteriores búsquedas de ese tal blog llamado “Escribir para qué”.

Lo descubrí como hace tres años y no tuve que buscarlo. Me cayó en las manos, como un regalo inesperado, aquél que andabas buscando hace tiempo y ni siquiera Google lo encontraba. Sucede que Fabrizio, a quien conocí en la Católica, me dijo que le gustaba mucho mi blog. Su hermana también tenía uno, agregó. Esto podía ser interpretado de dos maneras. “Mi mamá pinta al óleo, y ha hecho un pocote de exposiciones que ni te lo imaginas”. A la hora de la verdad, cuando asistes a una de esas exposiciones, felicitas a la señora de primerito, y sales corriendo, para que los mamarrachos que representan angelitos con cuernos (pero sin rostro), no se te cuelen en pesadillas. Lo segundo que pudiera significar sería algo así como: “Tú escribes más o menos, chico, pero debieras ver como lo hace mi hermana”.

Unos días después me volvió a preguntar: “¿Ya te asomaste al blog de mi hermana? Tiene montones de seguidores”. Fue la gota que derramó el vaso. Definitivamente la hermanita tenía que ser del tipo multi exposiciones, y tratándose de un blog de una divorciada de 38 años, pues nada, escribiría “tips” de cómo mantener relaciones de entrega incondicional, respetando, cada uno, la intimidad de su espacio. La tercera vez que me lo preguntó le dije que “sí, claro, ya lo vi”, mientras simultáneamente abría otra ventana para hacerme una idea, poco más o menos, de lo que trataba el bendito blog de su hermanita artista. Sucede que me quedé clavado en el blog de Leila Macor, apenas leído el primer post, y continué scroleando hacia abajo, solo porque quería confirmar que el primero era una excepción particularmente feliz de escritora advenediza. Fabrizio allá se quedó, en el chat, escribiéndo “¿Estás ahí? Coño, responde guevón, yo sé que estás ahí.” Pero no estaba. Estaba perdido en el blog de su hermana, jurungando por aquí y por allá, con la certeza de que, tarde o temprano, iba a toparme con algún plagio de estilo, o una buena cagada de principiante.

Busqué en vano y me rendí. Efectivamente provocaba pegarle a esta virtuosa desconocida, cuyas credenciales públicas no iban más allá de ser la hermana de mi amigo Fabrizio. Le dejé un comentario en un par de sus entradas. “Este me parece genial!!!”, y “Este también !!!”. No solo me estaba quedando corto de palabras, del impacto; con el abuso de hipérboles y exclamaciones quería mostrarme profesional, lo familiarizado que estaba con la pobreza expresiva del lenguaje de la net. Quería aparentar más joven, pues, darle a entender que teníamos más o menos la misma edad y que podíamos hacernos amigos en cualquier momento. Ella me respondió con :-), y Ps, que fui a buscar a un diccionario tipográfico 2.0 para encontrar que significaba una lengua afuera. Desistí rápidamente de hacerme el adolescente y le escribí, en este sánscrito casi perdido llamado Castellano. Le conté que había estudiado con su hermano (las credenciales son necesarias en estos menesteres de la red) y que me dejara ser su amiguito. Por favor. ¿Sí? Y a partir de ahí, nos escribimos con puntualidad religiosa: cuando dios quiere.

Adoro mi Kindle, pero detesto leer en la pantalla. Opté por pedirle a un amigo, profesor en la venerable Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, que pidiera el libro para la biblioteca. Si es pedido por un profesor, la biblioteca se encarga de encontrar y traer cualquier libro, desde cualquier parte del mundo, aún de Uruguay, así se trate de un palimpsesto sobre las propiedades curativas del té de ruanas de los caballos bayos. El libro llegó, naturalmente, pero un par de semanas antes de que yo saliera de Nueva Zelanda. Se lo conté a Leila, y me dijo que, mientras tanto, había publicado otro. Me mandó los dos para Portugal. Ayer me di un día especial de descanso y me llevé los libros para la playa. Algunos textos ya los conocía, otros no. Con ambos me di un festín con derecho a atardecer lento. Son antologías de los textos de su blog. El primero se llama “Lamentablemente estamos bien” y trata básicamente de la adaptación cultural de una venezolana en Uruguay. Pero el tema no es lo importante; es la aproximación tan personal como está expuesto, y la forma límpida como están escritos estos textos, sin muchos paréntesis, pocos puntos y comas. El segundo se llama “Nosotros los impostores” y deja entrever que la adaptación quedó atrás, y es tema del pasado. Leila ahora vive en Los Ángeles, y lleva visos de emigrar para cinco países, como lo hizo su mamá. De hecho, Gabriela, me escribió hace un par de meses, una carta muy bonita (porque dijo maravillas de mi blog). “¡En casa de herrero, cuchara de palo!”, le dije, bromeando. Gabriela conoce perfectamente, y está orgullosa, del valor de su hija Leila).

Decían que Borges, cuando dio clases en los Estados Unidos, se limitaba a leer largos trechos de sus libros más queridos. No explicaba nada, no interpretaba nada. Leía. El examen final, oral, consistía en una sola pregunta: “¡Hable!”. Me parece un método y una evaluación genial. Detesto las críticas literarias en dónde se habla de construcción, elaboración y estructura, desde una perspectiva desconstruccionista. En mi caso, aunque quisiera, no lo sabría hacer. Los textos de Leila me gustan. Punto. Porque están bien escritos, con contenido y forma. No se dejen engañar por una primera lectura. El tono light es un recurso de humildad, un truco que esconde una muy sólida cultura. Piensa por cabeza propia y no tiene temor alguno a ser irreverente, casi cáustica, pero siempre convincente. Entren a “Escribir para qué”. Yo tampoco sé para qué se escribe, ni me preocupa mucho. No sé para qué sirven los billones de eurodólares que se invierten y despilfarran con el fútbol; no sé para qué sirven esos ruidosos torneos internacionales de Scrabble. Para qué sirve la palabra “atavismo” si tenemos muchas mejores. En cambio creo haber aprendido que la triple adjetivación tipo sándwich no sirve para nada. Me pregunto más el porqué se escribe, cuando amargamente constatamos que jamás conducirá a nada, ni siquiera a candilejas de feria sobre oropel. No sé si ya les sugerí que entraran a “Escribir para qué”. Para que no se pierdan, me permito sugerir tres piezas entre las que más me gustan: “La Guerra de las Semillas”, “La puntuación, la sintaxis y el amor”, “La verdad de 347 milanesas”. No puedo terminar esta entrada sin dejar de mencionar que me encantó conocer esta mujer tan “interesante”, podrida de buena.

Y ahora sí, les direcciono al link, http://escribirparaque.blogspot.com/ , no fuera a ser que me salieran del post a mitad de la lectura y me dejaran aquí plantado: “¿Estás ahí, estás ahí? Yo sé que estás ahí”.

1 comentario:

Leila Macor dijo...

Oh! no sé qué decir, Jaime. Muchas, miles de gracias. Espero que nos conozcamos pronto.