El 19 de Octubre fue una de las fechas más importantes de este año, quizás de la década. Y sin embargo pasó tan desapercibida como el día en que Gutemberg publicó su primer libro. En 1454 se publicó un título con un puñado de ejemplares. Hoy día se publican cerca de un millón de títulos anualmente, con todos los kilo giga tera millones de ejemplares del mundo. Si colocáramos juntos, en columnas y filas, todos los caterpileres utilizados para tumbar los árboles empleados, la escena sería solo equiparable a los escuadrones de U2 que oscurecían el cielo camino a los bombardeamientos de Dresden. El 19 de Octubre cambió nuestras vidas. De la misma forma que a los príncipes decadentes de Prusia no les pasó por la cabeza que en Mainz estaba sucediendo algo extraordinario, ustedes tampoco me van a creer si les digo que estoy hablando del Kindle. El Kindle es un aparatico más, otro gadget, uno de tantos. Es un e-reader, un dispositivo concebido para leer e-books, libros electrónicos. No es el primero, ni va a ser el último. No es el más sofisticado ni el mejor. Y de paso les digo que no es la maravilla del siglo. Le faltan todavía una docena de mejoras fundamentales. Pero es el Ford modelo T de los e-lectores, el que se está masificando y viene a colocar en su sitio una de las últimas piezas en este quiebra cabezas de la industria cultural, esta confusión loca en la que las editoras, las disqueras y los periódicos, ya no saben que más hacer. Más perdidos que el hijo de Lindberg, decimos nosotros en Venezuela. Acabo de emplear la expresión “industria cultural” de manera muy silvestre, sin mucho cuidado, en el sentido a que todo el mundo se refiere. Esa maquinaria que está por detrás de la producción de las músicas, de las películas, de los libros, esas cosas. Sin embargo “La Industria Cultural” es un conocidísimo clásico de sociología de la cultura. Fue escrito por Adorno y Habermas en 1960 y no sé cuantos, allá por el año de la pera, en la época en que la gente hablaba mucho de modos de producción y esas guarandingas. Hoy es un libro difícil de entender. La gente concluyó que lo que decían esos filósofos no se entendía muy bien. Yo también. Hace años que la gente de la informática andaba buscándose, para los libros, el equivalente a la difusión del mp3 y a la aceptación del Ipod. Apple, a través de Itunes, empezó vendiendo música en un formato exclusivo. Pero tanto por la presión de los utilizadores como por imposiciones de la competencia, tuvo que rendirse a la unanimidad del mp3. Si bien que cedió en la exclusividad del formato, en materia de DRM, en el hardware (el Ipod, y después el Iphone), y el software (Itunes), tiene un dominio incontestado que es la envidia de medio mundo. Era este modelo que se andaba buscando un poco por todas partes para los libros y la lectura. Un lector de libros electrónicos que pudiera emular el esquema y el éxito de Apple. Una de las grandes diferencias, se decía, estaba asociada a la experiencia material, la sensación física de hojear el libro, olerlo, subrayarlo. Una experiencia “ancestral” y “atávica”, dicen (con este palabreado pseudo intelectual, como es típico). No me voy a detener mucho tiempo en esto. Es una de las objeciones más estúpidas que he escuchado en mi vida. Y voy a aclarar que soy un fanático de libros, un desequilibrado enfermo a quien me gustan en todos los tamaños, presentaciones, olores y sabores. Aunque eso si, no me los como. El día 20 de octubre, cinco minutos después que Federal Express me entregara mi Kindle, volví a sentir la misma sensación que experimenté la primera vez que escuché un Walkman de Sony. Tendría como trece años. Algo me estalló dentro de la cabeza. Sencillamente friquié. El sonido entraba por todas partes y me revolvía las sinapsis de las neuronas como si me estuviera enjabonando el pelo. Cuándo me quité los audífonos y volví a la realidad me sentí despeinado y aturdido como un gallito después de su primera pelea. Sony inundó el mundo de Walkmans y cassettes. La asociación de disqueras británicas lanzó una campaña publicitaria llamada Home taping is killing music. El logo de la campaña lo decía todo: un cassette y por debajo un par de tibias cruzadas. El futuro era aterrador. Estábamos en los ochentas. Madona y Michael Jackson eran casi unos niños! Richard Brandson era otro niño y su discográfica, Virgin, estaba naciendo! Me pregunto que hubiera sucedido con todos ellos si los jueces británicos le hubieran parado bolas a aquellos mente de pollo que no se oponían tanto a la tecnología sino a que le tocaran sus sacro santos intereses. Años después, leyendo su biografía, me enteré que aquella epifanía mundana que sentí con mi walkman fue exactamente lo que le había pasado a Akio Morita, el presidente fundador de Sony, cuándo sus ingenieros le guindaron el primero prototipo de las orejas. Orgasmo total, decía él. Con otras palabras. Vamos a hacer un milloncito de estos juguetes, para probar. Más o menos, fue lo que dijo. Glacias. Mi adolescencia hubiera sido un marasmo triste de no ser por Akito & los Supertramp transmitiendo 24 horas del día. Bueno. Con el Kindle sucede casi lo mismo. La sensación de tener en tus manos un cuarto de millón de libros disponibles en 60 segundos es la realización de uno de los sueños más queridos de la humanidad, una cosa orgiástica barra orgasmática que puede ser repetida de minuto a minuto y cuántas veces te dé la gana, sin cansar ni agotar, sin parar ni para almorzar. (Y no es un cuarto de millón, son varios millones, como veremos más adelante). Por supuesto que ese día me acosté ya bien entrada la madrugada. Dándole y dándole. Le metí unas vergas de Nietzche que estaban promocionando grantiñanga en el site de Amazon y fue la juerga, la vida loca, la parranda total hasta las tantas. Sí, el Kindle (como otros e-readers) es wireless y funciona a través de una red 3G llamada “Whispernet”, una red celular cuya infraestructura es soportada por ATT en estos cien países dónde está disponible. Comprar un libro, aún en medio del más desolado descampado, a cualquier hora del día y en cualquier día del año, toma unos segundos. Los readers traen diccionarios incorporados y permiten subrayar el texto o tomar notas. En el caso del Kindle internacional solo se ofrece acceso web a la wikipedia. Y no solo se pueden descargar libros como diarios y revistas. La lista de publicaciones periódicas adoptando el servicio crece de día para día. Ah. Y quien quiera olerlo puede encharcarlo con el perfume que le de la gana sin ningún problema. El mío me parece que vino con fragancias de tabaco y un toque de esencias de ajo y sobaco. La principal característica de estos aparatos es la tecnología de la pantalla, llamada tinta electrónica, la e-ink. Tal como en un p-libro (de papel, vamos a tener que acostumbrarnos a aclararlo), las letras se ven por efecto de una fuente de iluminación exterior. Esto no es lo que sucede en un computador convencional. En una pantalla corriente, sea catódica o plana, la imagen es formada por proyección o emisión de luz interna, como en las cajas de luz utilizadas por los fotógrafos. Es por ese motivo que los colores se ven tan brillantes. En realidad es cómo si estuviéramos sentados frente a una lámpara. Aparte de quemarnos las pestañas estamos literalmente quemándonos los ojos. La pantalla de los readers es un elemento crucial. Si alguna vez han leído doscientas páginas en una pantalla convencional saben de qué se trata, cual es el problema. Al día siguiente, te despiertas con un ratón inexplicable, como si hubieras bebido, o mejor, como si te hubiera atropellado un camión lleno de cerveza. Los e-readers son livianos, tienen gran autonomía de batería e ingentes capacidades de almacenaje. Esta versión, la llamada internacional, puede almacenar unos 1500 libros. Se preguntarán para qué se necesita esa capacidad, esos miles de libros. Les recuerdo que fue lo mismo que se preguntaron cuando les mencionaron la capacidad del ipod por la primera vez. El mío tiene algo así como 12 días, 22 horas y 13 minutos de grabaciones. Me lo dice él sin que le pregunte nada. Muchos archivos son música. Y otros muchos son podcasts, desde clases de historia de las ideas por la Universidad de Stanford, hasta vídeos de Origami con papel de arroz. (Puede que algún día me quede encerrado en un ascensor y me anime con el Origami. Nunca se sabe). Lo cierto es que aquella vieja sensación de ser el extraterrestre del barrio porque la gente te veía entrar al café con tres o cuatro libros, esas miradas reprobadoras que te hacían sentir bicho extraño, tipo Gregory Samsa, eso de sentirse nerd y marciano, eso se acabó, a dios gracias, mi hermano. Ahora puedes entrar con tu discreto aparatico bajo el brazo sin que nadie sospeche que te vas a hojear dos docenitas de libros mientras te tomas tu cafecito, como si nada, todo de lo más normal. La segunda cosa fundamental de los e-readers es su capacidad para leer PDFs. Y es aquí dónde las cosas se empiezan a poner interesantes. Amazon se mostró renitente en un principio pero ya reconsideró su estrategia. Ese tal Jeff Bezzo tiene cara de nerd pero a lo mejor no es bobo del todo. Inútil pelear contra el resto del mundo, se habrá dicho él. Y esta es la segunda pieza del puzzle de la industria cultural, el quiebra cabezas al cual me referí antes. Por un lado ya tenemos el aparato. No estoy afirmando que sea el Kindle. Puede ser cualquier otro aún por nacer, como el prometido tablet universal de Apple. O cualquiera de los ya existentes. El Nook, de Barnes & Noble, por ejemplo, cuando salio a luz ya venia con aceso a 700.000 libros. Cual sea la marca y el modelo no importa. Lo importante es que se divulgue el concepto y adquiera masa crítica para fomentar competencia, y abaratar costos, entre otras cosas. El primer Kindle empezó costando más de cuatrocientos dólares; esta semana está costando doscientos cincuenta y sigue bajando. Eso es la mitad de lo que cuesta la versión más barata del iphone. Por un lado tenemos el aparato, o aparatos. Ya llegaron. Por otro lado están los contenidos, en este caso los e-books. Y aquí la cosa empieza a ponerse buena. Los datos oficiales de la industria editorial de EEUU dicen que la venta de los libros electrónicos, para el 2009, representaron el 3% del total. Pero a diferencia del libro en papel, cuyas ventas aumentan al ritmo de un vegetativo 3 o 4%, las ventas de ebooks crecieron 180% este año y su crecimiento es exponencial. No extrañaría a nadie que creciera 300% el año que viene, por ejemplo. Pero aun más fenomenales que estos números es la historia que no se cuenta. Por más espectaculares que sean, estos números solo cuentan una parte bien pequeña de los dramas que se está trabando en los bastidores. Estos números son tonterías cuando comparados con la magnitud del fenómeno que se está desarrollando allá atrás. Y esta magnitud de grandeza es tan enorme que la metáfora del iceberg le queda corta. Es más bien algo así como confundir un iceberg con un continente (que de paso fue más o menos eso lo que pasó con la Antártida, aquí en el Polo Sur). Este continente sumergido se llama Peer-to-Peer (P2P), o, en un sentido mucho más amplio Open Source, código abierto, o código libre, fileshare, etc. Es una idea que está en el corazón de internet, desde que nació. La idea de que el contenido de la Red (originalmente software) es libre y es propulsado en un esfuerzo creativo conjunto, pero descentralizado. El mismo espíritu libre y medio anarquista que tanto contribuyó, y sigue contribuyendo, a crear esta maravilla llamada Internet no es muy diferente del que alimenta la actitud contestataria del hacker. Son dos facetas de una misma cosa. Hasta finales de los noventa, cuando la gente normal como nosotros entraba a internet, recibía contenidos que estaban archivados en un determinado computador o computadores, plenamente identificados y propriedad de alguien, llamados servidores. Cualquiera puede usar internet clicando aquí y allá, no es difícil. Un pelin más complicado es producir las páginas que vemos, generar el HTML, aunque hoy dia tambien ya es muy fácil. Por ejemplo, en este blog, yo estoy generando código HTLM aunque no hago nada, no me doy cuenta. Harina de otro costal es configurar un computador para que entregue páginas de internet a los seres humanos silvestres que las piden, como nosotros. Quién alguna vez se metió con Apache, por ejemplo, sabe de lo que estoy hablando. Una cosa horrible, técnica con testículos. Además, si las páginas van a ser muy solicitadas, se requieren equipos costosos, mainframes, que proporcionen velocidad y capacidad de almacenamiento. Esto es lo que sucede en el modelo convencional de la red, aunque siempre fue posible configurar un computador doméstico y bien casero transformándolo en un feroz servidor de internet. Se parece a una criatura franquenstainiana, pero se puede hacer. Así estaban las cosas cuando un estudiante despeinado (le decían el “siestoso” porque andaba siempre con el pelo revuelto, como quien se acaba de tirar una siesta), allá a finales de los noventa, inventó, o adaptó, un procedimiento nuevo, según el cual, nuestro computador podía buscar y recibir archivos de otros computadores normales y corrientillos, domesticados, así como el nuestro. Es decir, que yo podía recibir un archivo de un amigo de la misma forma que le pedía un libro o un disco prestado. “Pana a Pana, hoy para ti - para mi mañana”. Eso es el Peer to Peer en su definición técnica más estricta. ¿Algún problema con eso? Toda la vida hemos podido prestar libros y quedarnos con los discos que nunca devolvimos. Y toda la vida hemos podido grabar cassés o cazés o cómo se dice, de los TDK aquellos, o los de Beta y VHS, y hemos podido grabar y prestar y no devolver toda clase discos, cidirromes y dividis. Además, con el P2P no le cae la cayapa completa al servidor, dejándolo knockout por sobrecarga. Cuando me “bajo” algo de la red no lo estoy haciendo en el sentido convencional, es decir, a partir de un servidor, sino a partir del computador de un peer, de un pana, pues. Las distinciones finas, conceptuales, deben ser explicitadas con algún rigor porque tienen consecuencias importantes como más adelante vamos a ver. Cuando es un servidor que nos proporciona la información, el modelo conocido al que podemos apelar en una especie de derecho consuetudinario, es el de la emisión de Radio y TV. El Broadcasting. Cuando hay una multitud de millones de personas intercambiándose información de forma más o menos personalizada, más o menos pública o privada, no tenemos un precedente histórico al cual apelar y con el cual establecer diferencias y similitudes. Muy importante esto. Solo que había aquí un pequeño detalle, un pequeño problema con el P2P. ¿Cómo iba mi computador a saber quien tenía el archivo que yo estaba buscando? ¿En dónde buscarlo? ¿En qué sitio, lugar físico o conceptual, iba a residir este índice de localizaciones? Pues... parece que aquí había un problema. El estado de la técnica P2P de entonces exigía este eslabón de la cadena. Llamémoslo “el eslabón crítico”, solo para poder acordarnos de esta discusión más adelante. Este eslabón es una especie de meta-servidor que oficia como base de datos, buscador, índice y apuntador de los archivos esparcidos a lo largo y ancho de la red. Uhm. Problema. Por la misma época en que apareció el P2P estaban sucediendo otras dos cosas. Primero, la adopción generalizada de un formato, compacto y fidedigno, para archivos musicales, el MP3; y segundo, la posibilidad de generar estos archivos de forma rápida y fácil con equipos y software casero. MP3 por un lado, y P2P por otro, nitro con glicerina. Napster explotó y alastró como fuego. La compañía del “siestoso”, el despeinado Shawn Fanning, nació en el 99 y murió en el 2001, pero en esos tres años dio para entender que algo serio había pasado. Desde Metalica a Madona, todo el mundo le cayó a demandas al bendito Napster. Madona, como siempre, inteligente esa mujer, solo entabló su demanda después de que no logró concretizar la compra de la compañía!! Un juez federal dictaminó que Napster se estaba violando copirraites a diestra y siniestra y la compañía (sí, era una compañía con fines de lucro) explotó súbitamente como cuando se pincha una borbuja. Las cosas, aparentemente, estaban calmadas a principios de los dos miles. Entre otras cosas por la crisis del Nasdaq, en el 2000. Bajo la superficie, sin embargo, había un batallón de loquitos despeinados trabajando frenéticamente en diferentes modelos y tecnologías P2P. Unas más adaptadas para el tamaño de los archivos, otras más adecuadas para su disponibilidad, otras haciendo hincapié en la búsqueda, etc. Una de las cosas más interesantes que apareció fue una cosa bauptizada como bittorrent. Con programas tales como Bittorrent, Utorrent, Azareus, etc, se volvió posible algo que en el modelo cliente-servidor presentaba intransponibles problemas relacionados con el ancho de banda, es decir, con el tamaño de las tuberías por dónde circula la información en la red. Más específicamente, el bittorrent hizo posible para los computadores y tendidos domésticos, la recepción de enormes archivos, tales como los archivos de video, las películas. Simultaneamente, las técnicas de compactación no han estado paradas, precisamente. Y como resultado final, hoy día ya la tecnología del torrent es tan rápida y eficiente que dejó de tener sentido descargar una música de internet. En un santiamén te descargas el álbum completo, o mejor aún, una obra completa compuesta por una docena de discos. Brahms, complete works, venga. Keith Jarret, la guarandinga completa, gracias. Y esto lo haces en lo que te tardabas en el 99 para bajar I Try, aquella música de Macy Gray que estaba de moda. Una vez bajada una película su reproducción no presenta el menor problema. Se puede hacer en el computador mismo, o desde el computador a la TV, o de cualquiera de una docena de formas distintas. Hace unos dias vi que estaban vendiendo un lector de DVD por 34 euros. Eso es el precio de un par de libros de bolsillo! Uno de los aparatos que se está vendiendo como arroz por estos días son los discos duros externos, multimedia. No, no son aquellos viejitos de antes. Estos están concebidos para el almacenaje y reproducción de películas descargadas mediante torrent. Se conectan simultaneamente al computador, al dvd, al ipod, al equipo de sonido, a la TV. Solo le falta poder conectarse al microondas. No quiero dar ideas. Por ejemplo, se puede reproducir una película HD por una TV plasma, y escuchar el sonido por el sistema de cornetas 5.1 que tienes conectado al computador. Y todo esto lo haces mediante un control remoto, tirado en el sofá, comiendo palomitas mientras ves esa película y se baja la otra, jeje. Por supuesto, así que me enteré de la existencia de estos disquitos, me propuse andar en metro tres semanas. Con lo que me ahorré en gasolina me compré el disquito. Es un modelo pequeñito, light, chimbito. Solo tiene 1.5 Teras!!! Subsistía sin embargo, en todo esto, una especie de enigma. Si estaba aconteciendo todo esto con la música y las películas, ¿porqué no sucedía algo parecido con los libros? ¿Porqué no me encontraba aquél libro de Houllebeq o el de Sebald que andaba buscando hace años? La incógnita era aún mayor si tomamos en consideración que el MP3 de los libros, el formato universalmente adoptado, hace años que circulaba por todo lado, el PDF. Es verdad que existen una docena de formatos de e-books diferentes, desde el EPUB al MOBI, pasando por todos los formatos cautivos de DRM. Pero el PDF, concebido originalmente para los Pcs y el papel, es el que ha tenido mas tiempo para difundirse. Porque entonces no era, ni es aun, tan fácil conseguirse los libros? Por dos razones. Una está relacionada con la producción, y la otra, con la recepción del libro digital. Cualquier computador nos permite “ripear” facilmente un disco, es decir, grabarlo para dentro del computador en otro formato, como por ejemplo, en MP3 o en WAV, o en AVI. En nuestras casas no podemos hacer lo mismo con un libro que compramos en una librería o retiramos de una biblioteca. O, cuando menos, no podemos hacerlo con un par de clics, con esa facilidad. Digitalizar un libro con un scanner casero es cosa de locos. Es engorroso, complicado, moroso, y casi nunca te queda bien. Un PDF para que quede presentable o es generado dentro del computador, a partir de un archivo DOC, por ejemplo, o es fotografiado por equipos profesionales muy costosos. Pero esto estaba sucediendo solo muy puntual y esporádicamente, un poquito aquí, y un poquito allá, sin muchas ganas. Me parece que solo cuando el resto del mundo tomó en serio la amenaza de Google de scannear toda la obra de la humanidad (y lucrarse con todos los millones del mundo, también), las grandes instituciones, editoras, universidades, bibliotecas, y ahora los gobiernos (Sarkhozy le declaro la guerra a Google) empezaron a tomarse la cosa en serio. Cuando Google dijo que iba a clasificar e indexar todas las páginas web del mundo, nadie les creyó. Cuando dijeron que iban a meterse con los mapas la gente creyó que iban a digitalizar o clasificar mapas o algo así. No, nada de eso, dijeron ellos. Nosotros vamos a hacer un mapa, uno solo, un mapa del mundo. Continente a continente, país a país, pueblo a pueblo. La gente no le creyó. Ahora van casa a casa, con foto, y un día de estos ya no me extrañaría que me tocaran a la puerta y me pidieran permiso para filmar las habitaciones. Lo ultimo que escuche es que van a colocar webcams transmitiendo en directo desde las principales ciudades del mundo. Calle a calle, casa por casa. Mientras tanto indexaron las noticias todas del mundo, y los grandes periódicos mirándolos por encima de los hombros, escribiendo aquellos artículos profundos sobre la sobreposición de mensajes y masajes, y esas cosas que ellos saben porque se leyeron a McLuhan y Derrida. Y cuando los chavales ya estaban a punto de rasparse las bibliotecas universales de la Galaxia, la gente parece que se fijó y están diciendo “alto ahí”. Muy tarde. Y no es que Sergei Bin y el Larry Page me parezcan particularmente osados o inteligentes. Si no hubieran sido ellos hubieran sido otros, la idea estaba en el aire, podrida de zeitgeist. Hasta creo que, si hubieran sido otros, las cosas hubieran salido mejor, porque probablemente no estarían tan pendientes del dinero. ¿Porqué es muy tarde? Por varios motivos pero tal vez, fundamentalmente, porque Google alertó sobre la viabilidad del camino y desató la corrida. Y, hablando de corrida, vamos a dejar el resto de esta historia para otro día. Por una parte porque es una historia larga y debe ser contada con calma para entender de que se trata y que esta en juego. Pero quiero desde ya adelantar esto. Que lo que esta en juego en todo esto, definitivamente, es una lucha por el derecho al acceso a la cultura; una pelea, en términos muy modernos y contemporáneos, por una cosa viejisima y outdated llamada libertad.
domingo, 10 de enero de 2010
Libertad (1)
El 19 de Octubre fue una de las fechas más importantes de este año, quizás de la década. Y sin embargo pasó tan desapercibida como el día en que Gutemberg publicó su primer libro. En 1454 se publicó un título con un puñado de ejemplares. Hoy día se publican cerca de un millón de títulos anualmente, con todos los kilo giga tera millones de ejemplares del mundo. Si colocáramos juntos, en columnas y filas, todos los caterpileres utilizados para tumbar los árboles empleados, la escena sería solo equiparable a los escuadrones de U2 que oscurecían el cielo camino a los bombardeamientos de Dresden. El 19 de Octubre cambió nuestras vidas. De la misma forma que a los príncipes decadentes de Prusia no les pasó por la cabeza que en Mainz estaba sucediendo algo extraordinario, ustedes tampoco me van a creer si les digo que estoy hablando del Kindle. El Kindle es un aparatico más, otro gadget, uno de tantos. Es un e-reader, un dispositivo concebido para leer e-books, libros electrónicos. No es el primero, ni va a ser el último. No es el más sofisticado ni el mejor. Y de paso les digo que no es la maravilla del siglo. Le faltan todavía una docena de mejoras fundamentales. Pero es el Ford modelo T de los e-lectores, el que se está masificando y viene a colocar en su sitio una de las últimas piezas en este quiebra cabezas de la industria cultural, esta confusión loca en la que las editoras, las disqueras y los periódicos, ya no saben que más hacer. Más perdidos que el hijo de Lindberg, decimos nosotros en Venezuela. Acabo de emplear la expresión “industria cultural” de manera muy silvestre, sin mucho cuidado, en el sentido a que todo el mundo se refiere. Esa maquinaria que está por detrás de la producción de las músicas, de las películas, de los libros, esas cosas. Sin embargo “La Industria Cultural” es un conocidísimo clásico de sociología de la cultura. Fue escrito por Adorno y Habermas en 1960 y no sé cuantos, allá por el año de la pera, en la época en que la gente hablaba mucho de modos de producción y esas guarandingas. Hoy es un libro difícil de entender. La gente concluyó que lo que decían esos filósofos no se entendía muy bien. Yo también. Hace años que la gente de la informática andaba buscándose, para los libros, el equivalente a la difusión del mp3 y a la aceptación del Ipod. Apple, a través de Itunes, empezó vendiendo música en un formato exclusivo. Pero tanto por la presión de los utilizadores como por imposiciones de la competencia, tuvo que rendirse a la unanimidad del mp3. Si bien que cedió en la exclusividad del formato, en materia de DRM, en el hardware (el Ipod, y después el Iphone), y el software (Itunes), tiene un dominio incontestado que es la envidia de medio mundo. Era este modelo que se andaba buscando un poco por todas partes para los libros y la lectura. Un lector de libros electrónicos que pudiera emular el esquema y el éxito de Apple. Una de las grandes diferencias, se decía, estaba asociada a la experiencia material, la sensación física de hojear el libro, olerlo, subrayarlo. Una experiencia “ancestral” y “atávica”, dicen (con este palabreado pseudo intelectual, como es típico). No me voy a detener mucho tiempo en esto. Es una de las objeciones más estúpidas que he escuchado en mi vida. Y voy a aclarar que soy un fanático de libros, un desequilibrado enfermo a quien me gustan en todos los tamaños, presentaciones, olores y sabores. Aunque eso si, no me los como. El día 20 de octubre, cinco minutos después que Federal Express me entregara mi Kindle, volví a sentir la misma sensación que experimenté la primera vez que escuché un Walkman de Sony. Tendría como trece años. Algo me estalló dentro de la cabeza. Sencillamente friquié. El sonido entraba por todas partes y me revolvía las sinapsis de las neuronas como si me estuviera enjabonando el pelo. Cuándo me quité los audífonos y volví a la realidad me sentí despeinado y aturdido como un gallito después de su primera pelea. Sony inundó el mundo de Walkmans y cassettes. La asociación de disqueras británicas lanzó una campaña publicitaria llamada Home taping is killing music. El logo de la campaña lo decía todo: un cassette y por debajo un par de tibias cruzadas. El futuro era aterrador. Estábamos en los ochentas. Madona y Michael Jackson eran casi unos niños! Richard Brandson era otro niño y su discográfica, Virgin, estaba naciendo! Me pregunto que hubiera sucedido con todos ellos si los jueces británicos le hubieran parado bolas a aquellos mente de pollo que no se oponían tanto a la tecnología sino a que le tocaran sus sacro santos intereses. Años después, leyendo su biografía, me enteré que aquella epifanía mundana que sentí con mi walkman fue exactamente lo que le había pasado a Akio Morita, el presidente fundador de Sony, cuándo sus ingenieros le guindaron el primero prototipo de las orejas. Orgasmo total, decía él. Con otras palabras. Vamos a hacer un milloncito de estos juguetes, para probar. Más o menos, fue lo que dijo. Glacias. Mi adolescencia hubiera sido un marasmo triste de no ser por Akito & los Supertramp transmitiendo 24 horas del día. Bueno. Con el Kindle sucede casi lo mismo. La sensación de tener en tus manos un cuarto de millón de libros disponibles en 60 segundos es la realización de uno de los sueños más queridos de la humanidad, una cosa orgiástica barra orgasmática que puede ser repetida de minuto a minuto y cuántas veces te dé la gana, sin cansar ni agotar, sin parar ni para almorzar. (Y no es un cuarto de millón, son varios millones, como veremos más adelante). Por supuesto que ese día me acosté ya bien entrada la madrugada. Dándole y dándole. Le metí unas vergas de Nietzche que estaban promocionando grantiñanga en el site de Amazon y fue la juerga, la vida loca, la parranda total hasta las tantas. Sí, el Kindle (como otros e-readers) es wireless y funciona a través de una red 3G llamada “Whispernet”, una red celular cuya infraestructura es soportada por ATT en estos cien países dónde está disponible. Comprar un libro, aún en medio del más desolado descampado, a cualquier hora del día y en cualquier día del año, toma unos segundos. Los readers traen diccionarios incorporados y permiten subrayar el texto o tomar notas. En el caso del Kindle internacional solo se ofrece acceso web a la wikipedia. Y no solo se pueden descargar libros como diarios y revistas. La lista de publicaciones periódicas adoptando el servicio crece de día para día. Ah. Y quien quiera olerlo puede encharcarlo con el perfume que le de la gana sin ningún problema. El mío me parece que vino con fragancias de tabaco y un toque de esencias de ajo y sobaco. La principal característica de estos aparatos es la tecnología de la pantalla, llamada tinta electrónica, la e-ink. Tal como en un p-libro (de papel, vamos a tener que acostumbrarnos a aclararlo), las letras se ven por efecto de una fuente de iluminación exterior. Esto no es lo que sucede en un computador convencional. En una pantalla corriente, sea catódica o plana, la imagen es formada por proyección o emisión de luz interna, como en las cajas de luz utilizadas por los fotógrafos. Es por ese motivo que los colores se ven tan brillantes. En realidad es cómo si estuviéramos sentados frente a una lámpara. Aparte de quemarnos las pestañas estamos literalmente quemándonos los ojos. La pantalla de los readers es un elemento crucial. Si alguna vez han leído doscientas páginas en una pantalla convencional saben de qué se trata, cual es el problema. Al día siguiente, te despiertas con un ratón inexplicable, como si hubieras bebido, o mejor, como si te hubiera atropellado un camión lleno de cerveza. Los e-readers son livianos, tienen gran autonomía de batería e ingentes capacidades de almacenaje. Esta versión, la llamada internacional, puede almacenar unos 1500 libros. Se preguntarán para qué se necesita esa capacidad, esos miles de libros. Les recuerdo que fue lo mismo que se preguntaron cuando les mencionaron la capacidad del ipod por la primera vez. El mío tiene algo así como 12 días, 22 horas y 13 minutos de grabaciones. Me lo dice él sin que le pregunte nada. Muchos archivos son música. Y otros muchos son podcasts, desde clases de historia de las ideas por la Universidad de Stanford, hasta vídeos de Origami con papel de arroz. (Puede que algún día me quede encerrado en un ascensor y me anime con el Origami. Nunca se sabe). Lo cierto es que aquella vieja sensación de ser el extraterrestre del barrio porque la gente te veía entrar al café con tres o cuatro libros, esas miradas reprobadoras que te hacían sentir bicho extraño, tipo Gregory Samsa, eso de sentirse nerd y marciano, eso se acabó, a dios gracias, mi hermano. Ahora puedes entrar con tu discreto aparatico bajo el brazo sin que nadie sospeche que te vas a hojear dos docenitas de libros mientras te tomas tu cafecito, como si nada, todo de lo más normal. La segunda cosa fundamental de los e-readers es su capacidad para leer PDFs. Y es aquí dónde las cosas se empiezan a poner interesantes. Amazon se mostró renitente en un principio pero ya reconsideró su estrategia. Ese tal Jeff Bezzo tiene cara de nerd pero a lo mejor no es bobo del todo. Inútil pelear contra el resto del mundo, se habrá dicho él. Y esta es la segunda pieza del puzzle de la industria cultural, el quiebra cabezas al cual me referí antes. Por un lado ya tenemos el aparato. No estoy afirmando que sea el Kindle. Puede ser cualquier otro aún por nacer, como el prometido tablet universal de Apple. O cualquiera de los ya existentes. El Nook, de Barnes & Noble, por ejemplo, cuando salio a luz ya venia con aceso a 700.000 libros. Cual sea la marca y el modelo no importa. Lo importante es que se divulgue el concepto y adquiera masa crítica para fomentar competencia, y abaratar costos, entre otras cosas. El primer Kindle empezó costando más de cuatrocientos dólares; esta semana está costando doscientos cincuenta y sigue bajando. Eso es la mitad de lo que cuesta la versión más barata del iphone. Por un lado tenemos el aparato, o aparatos. Ya llegaron. Por otro lado están los contenidos, en este caso los e-books. Y aquí la cosa empieza a ponerse buena. Los datos oficiales de la industria editorial de EEUU dicen que la venta de los libros electrónicos, para el 2009, representaron el 3% del total. Pero a diferencia del libro en papel, cuyas ventas aumentan al ritmo de un vegetativo 3 o 4%, las ventas de ebooks crecieron 180% este año y su crecimiento es exponencial. No extrañaría a nadie que creciera 300% el año que viene, por ejemplo. Pero aun más fenomenales que estos números es la historia que no se cuenta. Por más espectaculares que sean, estos números solo cuentan una parte bien pequeña de los dramas que se está trabando en los bastidores. Estos números son tonterías cuando comparados con la magnitud del fenómeno que se está desarrollando allá atrás. Y esta magnitud de grandeza es tan enorme que la metáfora del iceberg le queda corta. Es más bien algo así como confundir un iceberg con un continente (que de paso fue más o menos eso lo que pasó con la Antártida, aquí en el Polo Sur). Este continente sumergido se llama Peer-to-Peer (P2P), o, en un sentido mucho más amplio Open Source, código abierto, o código libre, fileshare, etc. Es una idea que está en el corazón de internet, desde que nació. La idea de que el contenido de la Red (originalmente software) es libre y es propulsado en un esfuerzo creativo conjunto, pero descentralizado. El mismo espíritu libre y medio anarquista que tanto contribuyó, y sigue contribuyendo, a crear esta maravilla llamada Internet no es muy diferente del que alimenta la actitud contestataria del hacker. Son dos facetas de una misma cosa. Hasta finales de los noventa, cuando la gente normal como nosotros entraba a internet, recibía contenidos que estaban archivados en un determinado computador o computadores, plenamente identificados y propriedad de alguien, llamados servidores. Cualquiera puede usar internet clicando aquí y allá, no es difícil. Un pelin más complicado es producir las páginas que vemos, generar el HTML, aunque hoy dia tambien ya es muy fácil. Por ejemplo, en este blog, yo estoy generando código HTLM aunque no hago nada, no me doy cuenta. Harina de otro costal es configurar un computador para que entregue páginas de internet a los seres humanos silvestres que las piden, como nosotros. Quién alguna vez se metió con Apache, por ejemplo, sabe de lo que estoy hablando. Una cosa horrible, técnica con testículos. Además, si las páginas van a ser muy solicitadas, se requieren equipos costosos, mainframes, que proporcionen velocidad y capacidad de almacenamiento. Esto es lo que sucede en el modelo convencional de la red, aunque siempre fue posible configurar un computador doméstico y bien casero transformándolo en un feroz servidor de internet. Se parece a una criatura franquenstainiana, pero se puede hacer. Así estaban las cosas cuando un estudiante despeinado (le decían el “siestoso” porque andaba siempre con el pelo revuelto, como quien se acaba de tirar una siesta), allá a finales de los noventa, inventó, o adaptó, un procedimiento nuevo, según el cual, nuestro computador podía buscar y recibir archivos de otros computadores normales y corrientillos, domesticados, así como el nuestro. Es decir, que yo podía recibir un archivo de un amigo de la misma forma que le pedía un libro o un disco prestado. “Pana a Pana, hoy para ti - para mi mañana”. Eso es el Peer to Peer en su definición técnica más estricta. ¿Algún problema con eso? Toda la vida hemos podido prestar libros y quedarnos con los discos que nunca devolvimos. Y toda la vida hemos podido grabar cassés o cazés o cómo se dice, de los TDK aquellos, o los de Beta y VHS, y hemos podido grabar y prestar y no devolver toda clase discos, cidirromes y dividis. Además, con el P2P no le cae la cayapa completa al servidor, dejándolo knockout por sobrecarga. Cuando me “bajo” algo de la red no lo estoy haciendo en el sentido convencional, es decir, a partir de un servidor, sino a partir del computador de un peer, de un pana, pues. Las distinciones finas, conceptuales, deben ser explicitadas con algún rigor porque tienen consecuencias importantes como más adelante vamos a ver. Cuando es un servidor que nos proporciona la información, el modelo conocido al que podemos apelar en una especie de derecho consuetudinario, es el de la emisión de Radio y TV. El Broadcasting. Cuando hay una multitud de millones de personas intercambiándose información de forma más o menos personalizada, más o menos pública o privada, no tenemos un precedente histórico al cual apelar y con el cual establecer diferencias y similitudes. Muy importante esto. Solo que había aquí un pequeño detalle, un pequeño problema con el P2P. ¿Cómo iba mi computador a saber quien tenía el archivo que yo estaba buscando? ¿En dónde buscarlo? ¿En qué sitio, lugar físico o conceptual, iba a residir este índice de localizaciones? Pues... parece que aquí había un problema. El estado de la técnica P2P de entonces exigía este eslabón de la cadena. Llamémoslo “el eslabón crítico”, solo para poder acordarnos de esta discusión más adelante. Este eslabón es una especie de meta-servidor que oficia como base de datos, buscador, índice y apuntador de los archivos esparcidos a lo largo y ancho de la red. Uhm. Problema. Por la misma época en que apareció el P2P estaban sucediendo otras dos cosas. Primero, la adopción generalizada de un formato, compacto y fidedigno, para archivos musicales, el MP3; y segundo, la posibilidad de generar estos archivos de forma rápida y fácil con equipos y software casero. MP3 por un lado, y P2P por otro, nitro con glicerina. Napster explotó y alastró como fuego. La compañía del “siestoso”, el despeinado Shawn Fanning, nació en el 99 y murió en el 2001, pero en esos tres años dio para entender que algo serio había pasado. Desde Metalica a Madona, todo el mundo le cayó a demandas al bendito Napster. Madona, como siempre, inteligente esa mujer, solo entabló su demanda después de que no logró concretizar la compra de la compañía!! Un juez federal dictaminó que Napster se estaba violando copirraites a diestra y siniestra y la compañía (sí, era una compañía con fines de lucro) explotó súbitamente como cuando se pincha una borbuja. Las cosas, aparentemente, estaban calmadas a principios de los dos miles. Entre otras cosas por la crisis del Nasdaq, en el 2000. Bajo la superficie, sin embargo, había un batallón de loquitos despeinados trabajando frenéticamente en diferentes modelos y tecnologías P2P. Unas más adaptadas para el tamaño de los archivos, otras más adecuadas para su disponibilidad, otras haciendo hincapié en la búsqueda, etc. Una de las cosas más interesantes que apareció fue una cosa bauptizada como bittorrent. Con programas tales como Bittorrent, Utorrent, Azareus, etc, se volvió posible algo que en el modelo cliente-servidor presentaba intransponibles problemas relacionados con el ancho de banda, es decir, con el tamaño de las tuberías por dónde circula la información en la red. Más específicamente, el bittorrent hizo posible para los computadores y tendidos domésticos, la recepción de enormes archivos, tales como los archivos de video, las películas. Simultaneamente, las técnicas de compactación no han estado paradas, precisamente. Y como resultado final, hoy día ya la tecnología del torrent es tan rápida y eficiente que dejó de tener sentido descargar una música de internet. En un santiamén te descargas el álbum completo, o mejor aún, una obra completa compuesta por una docena de discos. Brahms, complete works, venga. Keith Jarret, la guarandinga completa, gracias. Y esto lo haces en lo que te tardabas en el 99 para bajar I Try, aquella música de Macy Gray que estaba de moda. Una vez bajada una película su reproducción no presenta el menor problema. Se puede hacer en el computador mismo, o desde el computador a la TV, o de cualquiera de una docena de formas distintas. Hace unos dias vi que estaban vendiendo un lector de DVD por 34 euros. Eso es el precio de un par de libros de bolsillo! Uno de los aparatos que se está vendiendo como arroz por estos días son los discos duros externos, multimedia. No, no son aquellos viejitos de antes. Estos están concebidos para el almacenaje y reproducción de películas descargadas mediante torrent. Se conectan simultaneamente al computador, al dvd, al ipod, al equipo de sonido, a la TV. Solo le falta poder conectarse al microondas. No quiero dar ideas. Por ejemplo, se puede reproducir una película HD por una TV plasma, y escuchar el sonido por el sistema de cornetas 5.1 que tienes conectado al computador. Y todo esto lo haces mediante un control remoto, tirado en el sofá, comiendo palomitas mientras ves esa película y se baja la otra, jeje. Por supuesto, así que me enteré de la existencia de estos disquitos, me propuse andar en metro tres semanas. Con lo que me ahorré en gasolina me compré el disquito. Es un modelo pequeñito, light, chimbito. Solo tiene 1.5 Teras!!! Subsistía sin embargo, en todo esto, una especie de enigma. Si estaba aconteciendo todo esto con la música y las películas, ¿porqué no sucedía algo parecido con los libros? ¿Porqué no me encontraba aquél libro de Houllebeq o el de Sebald que andaba buscando hace años? La incógnita era aún mayor si tomamos en consideración que el MP3 de los libros, el formato universalmente adoptado, hace años que circulaba por todo lado, el PDF. Es verdad que existen una docena de formatos de e-books diferentes, desde el EPUB al MOBI, pasando por todos los formatos cautivos de DRM. Pero el PDF, concebido originalmente para los Pcs y el papel, es el que ha tenido mas tiempo para difundirse. Porque entonces no era, ni es aun, tan fácil conseguirse los libros? Por dos razones. Una está relacionada con la producción, y la otra, con la recepción del libro digital. Cualquier computador nos permite “ripear” facilmente un disco, es decir, grabarlo para dentro del computador en otro formato, como por ejemplo, en MP3 o en WAV, o en AVI. En nuestras casas no podemos hacer lo mismo con un libro que compramos en una librería o retiramos de una biblioteca. O, cuando menos, no podemos hacerlo con un par de clics, con esa facilidad. Digitalizar un libro con un scanner casero es cosa de locos. Es engorroso, complicado, moroso, y casi nunca te queda bien. Un PDF para que quede presentable o es generado dentro del computador, a partir de un archivo DOC, por ejemplo, o es fotografiado por equipos profesionales muy costosos. Pero esto estaba sucediendo solo muy puntual y esporádicamente, un poquito aquí, y un poquito allá, sin muchas ganas. Me parece que solo cuando el resto del mundo tomó en serio la amenaza de Google de scannear toda la obra de la humanidad (y lucrarse con todos los millones del mundo, también), las grandes instituciones, editoras, universidades, bibliotecas, y ahora los gobiernos (Sarkhozy le declaro la guerra a Google) empezaron a tomarse la cosa en serio. Cuando Google dijo que iba a clasificar e indexar todas las páginas web del mundo, nadie les creyó. Cuando dijeron que iban a meterse con los mapas la gente creyó que iban a digitalizar o clasificar mapas o algo así. No, nada de eso, dijeron ellos. Nosotros vamos a hacer un mapa, uno solo, un mapa del mundo. Continente a continente, país a país, pueblo a pueblo. La gente no le creyó. Ahora van casa a casa, con foto, y un día de estos ya no me extrañaría que me tocaran a la puerta y me pidieran permiso para filmar las habitaciones. Lo ultimo que escuche es que van a colocar webcams transmitiendo en directo desde las principales ciudades del mundo. Calle a calle, casa por casa. Mientras tanto indexaron las noticias todas del mundo, y los grandes periódicos mirándolos por encima de los hombros, escribiendo aquellos artículos profundos sobre la sobreposición de mensajes y masajes, y esas cosas que ellos saben porque se leyeron a McLuhan y Derrida. Y cuando los chavales ya estaban a punto de rasparse las bibliotecas universales de la Galaxia, la gente parece que se fijó y están diciendo “alto ahí”. Muy tarde. Y no es que Sergei Bin y el Larry Page me parezcan particularmente osados o inteligentes. Si no hubieran sido ellos hubieran sido otros, la idea estaba en el aire, podrida de zeitgeist. Hasta creo que, si hubieran sido otros, las cosas hubieran salido mejor, porque probablemente no estarían tan pendientes del dinero. ¿Porqué es muy tarde? Por varios motivos pero tal vez, fundamentalmente, porque Google alertó sobre la viabilidad del camino y desató la corrida. Y, hablando de corrida, vamos a dejar el resto de esta historia para otro día. Por una parte porque es una historia larga y debe ser contada con calma para entender de que se trata y que esta en juego. Pero quiero desde ya adelantar esto. Que lo que esta en juego en todo esto, definitivamente, es una lucha por el derecho al acceso a la cultura; una pelea, en términos muy modernos y contemporáneos, por una cosa viejisima y outdated llamada libertad.
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6 comentarios:
tengo uno, Jaime. Me tienes que dar allá todos los tips para usarlo. :). Regalo de tía millonaria
Hola Ana
Consiguete una pen drive de 8 giga y te voy a pasar mas libros de lo que pudieras leer en tu vida, aunque vivieras trescientos años, jeje. De paso, no ocultes que eres escualida porq ya todo el mundo lo sabe :)
Jaime, me gustó muchisimo!! a que lector no le impresionaría esta noticia!!. Tu "Libertad 2" me hizo leer con detenimiento tu "Libertad 1" que a principio me deje engañar por tu advertencia: "es larga y compleja", cuando uno esta de aprisa!! ;)
La información esta excelente!! y mejor aun, la manera como la cuentas. No conocia esos aparatos electrónicos ni la noticia, es más tuve que ir a google para ver una foto de esos Kindle!.
Ahora, cuando tenga mi cumpleaños (cada 20 de octubre) me vas a hacer acordarme de ti con ese artilugio!! y esbozaré (sin explicar) una semisonrisa complice, celebrando tu emoción y defensa al acceso cultural!! :) un beso
Solo un comentario. El ensayo "La industria cultural" no fue escrito por Adorno y Habermas. Fue escrito por Adorno y Horkheimer.
Bueno, definitivamente tengo que hacer otro. Y quizás también deberías hacer una revisión de tu utilización del término, y ver si realmente el texto es difícil de entender
Gracias Raquel. Me he fijado que estás siempre atenta a las políticas de privacidad de FB. Ese es un tema que está muy relacionado con éste, ya que las medidas de "supervisión" de las redes p2p atentan contra derechos individuales y ya hay muchos ejemplos concretos de que esto está sucediendo.
Guillermo, efectivamente, tienes razón, no fue Habermas sino Horkheimer y me enorgullece saber que tengo lectores atentos a estas cosas. Jamás me lo imaginaría. No estoy muy seguro de haber entendido tu segundo comentário sobre "el término".
Jaime (estoy "postando" como anonimo porque este blogger no para de darme errores)
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