viernes, 6 de febrero de 2009

La Dieta de la Banana


Cuento
(Primera parte)


La Dieta de la Banana

Para José Luis Fernández-Shaw



-1-
Yo sabía perfectamente lo que quería pero me faltaba todavía ajustar un montón de detalles. La idea empezaba por buscarme algo entre Soho y South Hampton. Conseguí una maravilla módica en Russel Square, un vetusto y venerable hotel cuyo pub había sido frecuentado por Virginia Wolf y compañía. El tipo de pormenor que convierten un palomar maloliente en un vetusto y venerable hotel. La reserva del hotel aseguraba parte de la logística del asunto, pero era lo de menos. También ya sabía dónde me iría a almorzar, todos los días. Al Quo Vadis, por supuesto. Lo más difícil era lo relacionado con la biblioteca y las bibliotecarias. Todavía no tenía todos los detalles perfectamente claros pero ya me las apañaría.

En 1858, el mismo año en que J.S. Mill partió en compañía de su querida Harriet hacia el sur de Francia (ella moriría a mitad del viaje), Karl Marx, viviendo por ese entonces también en Londres, escribió una reseña biográfica sobre Simón Bolívar, muerto unos treinta años antes. El artículo le había sido solicitado por un editor de Estados Unidos quien le recomendó que utilizara un tono neutro y descriptivo ya que el texto sería incorporado a una publicación de carácter enciclopédico. Para Marx, que estaba concluyendo el pequeño borrador de ochocientas páginas de lo que más tarde sería El Capital, aquello era un paréntesis para matar un tigre y embolsillarse una calderilla. Los realitos, así fueran sencillo, eran muy bienvenidos en esa familia que vivía en la pobreza extrema. Karl y su esposa Jenny, a quien adoraba, habitaban un miserable apartamento de dos piezas, en Soho Square, no muy lejos del Museo Británico, a cuya biblioteca Marx se encaminaba cabizbajo todos los días, hiciera sol o lloviera. Hasta no hace muchos años todavía se podía ver, entrando al Reading Room, a mano derecha, el calamitoso pupitre que le martirizó la vida. El hombre, además de padecer de hemorroides, era frecuente víctima de unas erupciones cutáneas que le atacaban por lo bajo. Se las vio negras en esa biblioteca. Hoy la mesita de Marx ya no está. La quitaron para poner ordenadores y para hacer espacio a la avalancha de turistas que, como yo, asoman la cabecita a la puerta del Reading Room.

Los Marx tuvieron seis hijos. Tres murieron en ese apartamento, localizado en el primer piso del 26-29 de Dean Street. Para cuando escribió aquel artículo que tituló “Bolívar y Ponte”, Marx ya llevaba en Londres casi diez años y mal se imaginaba que “la larga e insomne noche del exilio”, como escribió por ese entonces, apenas estaba comenzando. Terminó por morir en Londres casi unos treinta años después. Por allá quedó enterrado bajo un túmulo en el que, según Bolaño, nadie coloca flores.

En 1930, un italiano del tipo gesticulante y emprendedor llamado Pepino Leoni se compró el 26-29 de Dean Street y empezó a tumbar las paredes del interior para buscarle acomodo a su flamante restaurante. Lo llamaría Quo Vadis, como la novela por entonces de moda. Sobrevivió el nombre de la novela, y la película, pero ya nadie se acuerda de quien la escribió. Detrás de una pared del primer piso de aquella casa del Soho, los obreros se encontraron unos legajos voluminosos de papel amarillento mal atados con pabilo viejo. Los obreros llamaron al maestro, el maestro llamó a Pepino y el italiano se llamó a un amigo paisano que daba clases en Oxford. La noticia pronto empezó a circular por la ciudad y no tardó en llegarle a los oídos del embajador de las repúblicas soviéticas, quien de inmediato se apersonó en el local de las obras preguntando por un tal Pepino. El diplomático, fingiendo desinterés, pidió para mirar los papeles. Hoy, mañana, después, cuando usted pueda, no hay prisa. Esa misma noche, con los ojos puyudos, el ruso se llevó las manos al pecho y solo le pidió a Dios no morir de infarto antes de poder darle la noticia al camarada Stalin. Como se lo estoy diciendo, jefe, el original del Capital, más de mil cartas, las actas de la Segunda Internacional, recibos, partidas de nacimiento, daguerrotipos con chiquillas del can can, y no me va a creer: ¡el manuscrito del Manifiesto! (embadurnado con la mantequilla que comió el mismísimo filósofo, es cierto). ¡Qué hallazgo, qué cosa! Hasta me parece mentira, camarada. Mejor que no lo sea, mi pequeño Dimiusko, que no lo sea, debe de haberle respondido el jefe. Ahí te mando a Bujarin que es el entendido de la partida. Échamele un ojito, ¿sí?

No se sabe cuánto le pidió el italiano a los rusos por aquellos papeles que hoy se encuentran en la Biblioteca Marx y Engels de la ciudad de San Petersburgo. Lo que se sabe, que nos consta, es que el italiano, además de gourmet, era hombre de gustos artísticos refinados. Cuando se acabó de construir su Quo Vadis, lo decoró con un pocote de Giacometis y Modiglianis. Todos los que encontró a la venta, que no serían muchos. Se ganó mil veces más con la valorización de los cuadros y esculturas que con los raviolis vendidos a lo largo de cincuenta años. Hoy, después de varias remodelaciones en las cuales se han incorporado obras de Wharol y Damien, la casa dónde un filósofo indigente especulaba sobre las teorías del valor es un local sofisticado y exclusivo donde se pagan más de cien libras por una botella de Bordeaux.

Entre los papeles que el camarada Bujarin se llevó personalmente a Stalingrado, constaban tres documentos que hicieron correr borbotones locos de dialéctica entre la izquierda venezolana de los años sesenta. El primero y más importante era el artículo de Marx sobre Bolívar. Aunque fue redescubierto en febrero de 1934 por un materialista argentino llamado Aníbal Ponce, no obtuvo plena difusión sino hasta la década de los sesenta, después de que en 1959 se publicara la segunda edición en lengua castellana de las Obras Completas de Marx y Engles. En este artículo, con el desparpajo vehemente del que solo son capaces los santos y los comunistas, Marx descuartiza a Bolívar. Lo tilda de traidor, cobarde, megalómano. “General de las retiradas” es una de las expresiones que utiliza. Marx presenta a un Bolívar mezquino, corrompido por la gloria efímera del poder, frívolo, inebriado por el baile y la pompa. Las famosas contradicciones de Bolívar son resueltas en una síntesis simples. Es un hombre sin un proyecto político definido más allá de la ambición personal. Una ambición baladí a la que sacrificó sus amigos y colaboradores, sus tropas, su herencia y su familia, el sueño de la independencia y el destino de la Gran Colombia.

El segundo documento que Aníbal Ponce descubrió en el Instituto Marx y Engels de Stalingrado, fue la carta dirigida a Marx por M. Daña, el editor de Nueva York que le había encomendado el artículo sobre Bolívar. Mi caro amigo y colaborador, empezaba diciéndole Daña a Marx, con característica cortesía finisecular. ¿Qué coño le pasa, mi ilustre? Si le sugiero a su merced un artículo sobre Bolívar para una enciclopedia es porque me parece que Bolívar es enciclopediable o como se dice, digno de inclusión, ¿no le parece? Es verdad que no le pedí una apología, un encomio o qué coño, pero tampoco esta mierda de diatriba ponzoñosa que ya encontrará mi amigo quien se la pague y se la publique. Domine el mal genio hágame el favor que yo no soy su amiguito Frederico. La próxima vez que me mande una rabieta de éstas me limpio el culo con ella y le retengo los pagos pendientes, ¿entendido? ¿Usted conoció a Bolívar o qué? ¿De dónde se sacó ésta vaina? Reciba los efusivos saludos que le otorgan mi incondicional respeto y estima. Etecetera. Tchau.

Nadie le hablaba así a Karl Marx. Por pelusas más pequeñas se había tirado a las autoridades alemanas y francesas y por eso vivía ahora medio encaletado en Inglaterra. Al Daña éste me lo zampo, pensó el ideólogo. Por otra parte estaba aquello de los pagos retenidos. Era verdad. Los americanos no tenían sentido del honor, eran capaces de cualquier cosa. Durante dos semanas Marx le sumó a la noche negra del exilio los zumos agrios de la vendetta. Por fin se desahogó con Engles, en una carta que Aníbal Ponte también desenterró de las mazmorras rusas. No sabes lo que me dijo aquel gringo desgraciado, mi buen Frederico, decía Marx. El hijo de puta puso en entredicho mi honestidad intelectual ¿puedes creerlo? Inaudito. Yo que he sacrificado mi vida y la de mi familia en el altar de la integridad intelectual y me sale una sanguijuela de ésta calaña a llamarme deshonesto. Yo no me la tiro de dandy. Me desuño de la mañana a la noche investigando en aquella biblioteca, literalmente me reviento el culo trabajando, como tú bien sabes. Todo lo que dije en el artículo está perfectamente documentado y lo reitero. El Bolívar ése era un pobre desgraciado con delirios de grandeza, un Napoleón de pacotilla, poco menos que uno de esos caciques Haitianos que se disfrazan de reyes franceses. Un ridículo. Creedme, me leí todo lo que había y solo ésta podría ser la conclusión. Un figurante. Un desequilibrado.

Ésta carta de Marx a Engles fue el tercer documento que Aníbal Ponce desenterró de Leningrado. La izquierda venezolana, que creció al abrigo de un culto sagrado y centenario a la figura de Bolívar, nunca pudo digerir a cabalidad éste episodio. Después de interminables discusiones terminó por dirimirse la contradicción aduciendo que Marx no dispuso de las fuentes adecuadas. Y por ahí quedó la cosa. Es por esta razón que la revolución chavista es bolivariana pero jamás fue ni será marxista.

Mi misión en Londres era sencilla. Yo ya sabía que los libros utilizados por Marx todavía estaban en la Biblioteca. Lo más probable es que fueran ejemplares únicos. El plan era sencillo. En primer lugar me robaría los dos o tres libros de la biblioteca. Y en segundo lugar, algún día, escribiría algo sobre las fuentes de Marx en su retrato de Bolívar. Algo, ya se me ocurriría, lo que me diera la gana, porque a fin de cuentas las fuentes bibliográficas se habrían perdido para todo el siempre.


-2-
“Histoire de Bolivar” de Ducoudray Holstein, 1831, fue la principal fuente utilizada por Marx para su controvertida biografía. El libro permaneció ignorado durante muchos años porque, por alguna razón que desconozco, siempre se reseñó como Ducudray-Holstein, lo que contiene un par de errores de grafía. En el site de la Biblioteca Británica la obra continúa catalogada bajo la cuota HMNTS 615.i.21 aunque se trata en realidad de la “Increíble Dieta de la Banana”. La segunda gran fuente utilizada por Marx fue la “Memoir of General John Millar”, de 1813, cuota HMNV 12.t.41 de la misma biblioteca. Según pude verificar ninguno de los dos libros consta de los catálogos de la Biblioteca Nacional de Paris o de la Biblioteca del Congreso, y hasta dónde sé, son ejemplares únicos. Ambos los poseo yo. En el momento en que escribo estas líneas los tengo frente a mí, en mi casa de Nueva Zelanda, en un pequeño anaquel que corre por encima de mi ordenador.

1 comentario:

Jose Luis dijo...

Epale, Jaime... Honor que me haces!!!

Excelente el texto, en momentos las lagrimas se me venían de la risa, mi esposa y yo disfrutamos mucho el texto.

Ademas esa mezcla, que es característica en ti de unir elementos absolutamente documentados con la ficción y el buen humor es muy buena.

El intercambio entre Marx y el editor, es sencillamente genial!!!

Recibe mis mejores saludos y todo el aprecio que siempre te he tenido.

A ver cuando me hecho una vueltecita por aquellas tierras que es una de las tareas que aun tengo pendiente