miércoles, 25 de febrero de 2009

Agustín Macedo


Tuve la suerte y el honor de trabajar con dos conocidas figuras de la comunidad portuguesa en Venezuela; dos personas que, con personalidades y por razones diferentes, descollaron en esa comunidad y marcaron mi vida para siempre. Una fue el señor Daniel Morais, fallecido hace dos años. La otra fue el señor Agustín Macedo, cuyo funeral se realiza hoy en Caracas mientras escribo estas líneas desde Nueva Zelanda.

Trabajé con el Sr. Agustín durante ocho años, y a cada año que pasaba no paraba de crecer mi admiración por él. No aprecié tanto el empresario de éxito que todos sobradamente conocen, sino sobretodo la persona que fue. Era un hombre de una inteligencia y una sagacidad extraordinarias. En muchas oportunidades en que se debatían asuntos de negocios me preguntaba yo de dónde sacaba aquel hombre conceptos de economía o estrategia empresarial que yo solo a mucho costo nebulóticamente extraía hurgando en mis gruesos manuales. Éste era precisamente el tipo de expresiones, “estrategia, marketing, finanzas”, que él evitaba a todo costo utilizar. Sus expresiones favoritas, eran preguntas muy simples que formulaba con su penetrante mirada azul : “¿Eso es bueno?”, o “¿Eso es malo?”. Más de una vez me quedé varado con una hojita de Excel en la mano, mientras se me tambaleaba horriblemente el piso con estas preguntitas tontas de nada.

Como todos los grandes y genuinos líderes era un profundo conocedor de los hombres. No daba consejas fáciles, sermones ni discursillos de ningún tipo. El suyo fue el verdadero “liderazgo por ejemplo”. Un ejemplo de trabajo, austeridad, humildad y disciplina.

La puerta de su oficina estaba siempre abierta para quien le quisiera hablar. Verlo trabajar era una experiencia alucinante. En medio de una conversación con un técnico o un ingeniero sobre los pormenores de una lampara o de una baldosa, entraba su hermano a grandes pasos por la oficina. “¿Entonces?” le preguntaba el Sr. Cancio. “Tengo a fulano al teléfono. Es sobre el asunto aquél de Barquisimeto. Alberto dice que sí. ¿Tu que dices?” El Sr. Agustín se detenía un segundo y decía “Bueno, sí” y de inmediato retomaba la conversación dónde se había detenido. Pasado un minuto salía el ingeniero de la oficina, contento, tarareando una cancioncita con su lamparita bajo el brazo, pero sin haber entendido nada. Sin haber entendido que mientras estaba allí había asistido al desenlace de un negocio de una dimensión para él inimaginable; y que el Sr. Agustin no estaba evaluando las bondades de la lámpara en absoluto sino que lo estaba evaluando a él. Esa era la forma de ser y actuar del señor Agustín. Educado y discreto y sin grandes aspavientos. Siempre.

Hubo un momento en que la antesala de la Junta Directiva tenía tanta gente esperando para hablar con él que la vida se le estaba volviendo imposible, no podía ni respirar. Tomó una decisión drástica. Ordenó que retapizaran los venerables sillones del cuero del salón y empezó a recibir a las personas de pie, al lado de su escritorio. “No puedo pasarme tantas horas sentado”, decía él, a modo de disculpa. Las colas y los tiempos de espera se redujeron drásticamente. Los sillones tampoco volvieron nunca del tapicero. Tipicamente el Sr. Agustin.

Pero la virtud que más descollaba en aquel hombre era su humildad. Varias veces lo vi sentado a su escritorio llenando la planillita de su tarjeta personal de crédito e invariablemente me acordaba de varios colegas míos que les pedían a sus secretarias que se ocuparan de estas menudencias. Pues él no. Y no era por falta de confianza en sus secretarias, señoras de una discreción a toda prueba. Pero había una pequeña diferencia entre el señor Agustín y aquellos colegas míos que se creían gerentes ocupados e importantes. Un pequeño pormenor. La tarjeta del Sr. Agustin había sido emitida por un banco americano que por casualidad le pertenecía, y estaba depositando el pago en un banco venezolano que, por otra casualidad, también presidía.

“Estuve en uno de sus hipermercados”, me dijo una vez. “Mis hipermercados”, con perdón de la palabra, era la cadena de tiendas francesa para la cual trabajé muy humildemente en Portugal durante unos años. Por aquella época, antes de abrir la sucursal 42 en Valencia, con ocho mil metros de área de venta, hablábamos a menudo sobre el tema hipermercado. “Y sabe usted lo que me pasó?” me preguntó él. “Que examiné la cosa con detenimiento, el piso de venta... hasta que se me acercaron dos vigilantes.” “¿Y qué pasó Sr. Agustín?” “Bueno. Me preguntaron si necesitaba ayuda para encontrar la salida porque me vieron dando vueltas y vueltas sin que comprara nada” me dijo, riéndose. Me acuerdo que en aquel momento no le encontré tanta gracia a la historia. La tienda en cuestión es uno de los mayores hipermercados de Europa, el Continente Colombo, con una superficie de veinte mil metros. Pero muchas veces después de que me contara eso me he podido reír solo imaginándome la cara de los vigilantes si el Sr. Agustín les hubiera respondido. “Bueno, sí, ayúdenme. Llamen a su jefe que le voy a comprar la tienda”. Por supuesto que es el tipo de respuesta que nunca daría el Sr. Agustín. Él durante muchos años usé un relojito Casio de plástico, que aún a mí, éste pata en el suelo que soy, me daría lástima ajena encontrar en mi pulso.

Una otra vez no pude reprimir una carcajada en medio de una reunión. Estábamos discutiendo el nivel de exigencia de los clientes de una cierta urbanización muy exclusiva del este de Caracas. Alguien había referido un episodio en el que un cliente había sido descaradamente maleducado para con el gerente de la tienda. “Lo que pasa” dijo él “es que esa gente que se cree rica es insoportable”. Yo me destornillé de la risa al oír las itálicas del “se cree rica”, y él me miró muy serio cómo diciendo “OK, reconozco que fue un lapso, pero no se ría tanto niño que no le encuentro la gracia”.

Guardo en la memoria docenas de anécdotas como éstas que para mí son ejemplos de vida. A menudo, los sábados por la mañana, me lo encontraba en las tiendas, en los supermercados. Muchas veces entraba y salía sin que nadie lo notara. A veces yo le preguntaba al Jefe de Compras o al Jefe de la Pescadería “¿Viste aquél señor que acaba de pasar por aquí?”. “No. ¿Quién era?” Era el señor que había pasado en frente a la charcutería y nadie lo había notado.

Tenía una capacidad de trabajo asombrosa. En una fase particularmente difícil de su enfermedad, literalmente no tenía fuerzas para salir de la casa y aguantar una jornada de trabajo en la oficina. Mal podía caminar. Pues, que la montaña venga a Mahoma. Se vestía con flux y corbata y recibía a la gente por un par de horas en el comedor de su casa. Verlo flaco y debilitado, pero con una voluntad y un espíritu de determinación inquebrantables fue otra de las muchas lecciones que no sé si aprendí pero nunca podré olvidar.

Recuerdo que una otra vez, a propósito de un asunto cualquiera, le comenté que el caso era una batalla perdida. “Puede ser. Pero vamos a luchar hasta el final” me dijo. Así lo hizo con su vida, batalló hasta el último día, estoy seguro. Y nos legó un ejemplo de austeridad, templanza, capacidad de trabajo, honestidad y humildad que perdurará en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, por siempre. Adiós jefe. Yo jamás lo olvidaré.



Agustín Macedo murió el lunes en Caracas, a los 75 años. Fue fundador y presidente de Central Madeirense, del Banco Plaza y del Ocean Bank de Miami, entre otras empresas. A menudo preguntaba si las cosas eran buenas o eran malas. Fue una buena persona.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias al sr agustin tenemos una empresa buena en la que trabajamos nacimos y nos criamos y defenderemos y usted es una persona admirable saludos wilson

Luis Ferraz dijo...

Don Jaime, no le conozco, por esas casualidades de la vida, buscando donde comprar Vengimite, llegué a su página y me detuvo en ella las palabras que sobre el señor Agustín Macedo ha escrito usted. No tuve la honra de conocerle, sin embargo su obra perdura mas allá de las fronteras de su nativa Portugal. Ejemplos como el del señor Macedo deben motivarse a seguir para que su memoria y trabajo perdure y sea ejemplo no solo de quienes le rodearon sino de un inmensa mayoria.
La humildad es una de las mayores virtudes de una persona.
Su blog me motiva a intentar escribir y hacer algo similar, creo tener cosas que contar.
Muchos saludos.
Luis Jaime Ferraz Romero
luisferrazromero@gmail.com

Unknown dijo...

Excelente y elegante manera de describir al Sr. Agustín. Todo un ejemplo de trabajo y tenacidad.

@raelib