Crónica
A veces pienso que hay algo de errado conmigo. A menudo. Que no soy como los demás, igual, una persona normal. Y sabe dios que me preocupa el asunto, que me empeño. Yo sé que soy un esperpento incorrecto en grado patológico, pero coño, me esfuerzo y creo que no se me nota tanto, o tantas veces. Me visto como los demás, hablo como la gente, camino derecho, me peino de lado, saludo, no hablo y mastico al mismo tiempo. Es verdad que la gente me parece burra o estúpida o las dos cosas, pero sonrío y asiento y no se me nota nada. Llevo años practicando esto, perfeccionando, siendo normal. Pero no es fácil. Cansa.
Por ejemplo, los deportes. No me gustan. Correr detrás de una pelota, sea de fútbol, de tenis o de beisbol, me parece profundamente estúpido. Una vez se lo dije a mi papá, un deportista nato toda su vida. “¿Qué?” me preguntó él sin entender muy bien. Se lo expliqué. Esto mismo, que correr detrás de una pelota me parecía estúpido. A partir de ese momento empezó a mirarme de lado, desconfiado, aterrado ante la idea de que su hijo fuera marico. Yo tenía ganas de decirle “Papá, no te avergüenzes de mi” pero eran otros tiempos. Papás e hijos no se hablaban mucho; ser marico era malo.
Me sirvió de escarmienta. Nunca más le dije a nadie que no me gustaba el deporte. Yo adoro deporte. Por lo menos una vez a la semana me leo las crónicas deportivas y estoy bastante familiarizado con el vocabulario. Home run, off side, match point, pregúntenme pues. Como todo en la vida, es algo que requiere tiempo y aprendizaje. Es como aprender una lengua o leer música. Cuesta al principio, pero una vez aprendido lo disfrutas mucho.
Y no hay como un comentario deportivo para quebrar el hielo en una reunión de machos. Hoy día ya no puedo evitar el emocionarme viendo los meteóricos progresos de Messi en la Copa Davis y de verdad siento algo muy parecido al orgasmo cuando Nadal enmarca el balón por el onceavo del Manchester.
1 comentario:
También puedo hablar de deportes: mi gimnasta preferida es Serena Sharapova.
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