miércoles, 18 de mayo de 2011

Verdad y mentira


En estas Crónicas escribí muchas cosas. Estupideces, la mayor parte. Pero, para mi espute, no, esfute, tampoco, estupe, sí, estupefacta sorpresa (estas cosas finas no me salen con facilidad), muchos de mis lectores no lo interpretaron así. Creyeron, de buena fe, que lo que yo escribía era verdad. Y no me refiero a lectores ingenuos, sino, en muchos casos, a gente muy bien formada, de los que se agarran la barbilla para decir que no son "naives".

Una amiga escritora me mandó un email cuyo único contenido era el “asunto”. Decía “coño de tu madre”. Sucede que había llorado a moco tendido con una de estas crónicas en las que describía que mi esposa tenía sida. El correo me lo mandó cuando se enteró de que era todo mentira.

Otra amiga, qué hice a través de las crónicas, me escribió preguntando cómo era Polonia, ya que estaba pensando viajar hacia allá muy pronto. Al principio ni siquiera entendí la pregunta. ¿Polonia? No señora, número equivocado. Después caí en la cuenta de que en uno de los cuentos mencionaba haber vivido en Polonia. ¡Yo nunca he estado en Polonia; vivo en Portugal y lo más cerca que he estado de Polonia, fue Múrcia, hace un par de años! Otra vez, fue la esposa de un amigo. Se escandalizó porque yo confesé que me había robado un par de libros de la Biblioteca Británica. Anabel, créeme: era todo mentira.

En inglés le dicen supension of disbelief (se escribe así, acabo de verlo en Google), suspensión del escepticismo, pudiera ser una traducción (mala). Para que un texto literario funcione, para que al lector le guste, debe dejarse convencer, hacerle una concesión al escritor, y una de las formas más eficaces de lograrlo es aportar elementos reales, hechos conocidos, referencias comunes. Es una de las muchas razones por las cuales se recomienda escribir sobre temas que uno conozca, sob pena de describir autobuses amarillos en Londres, justicia en Venezuela; a uno lo cogen en esos pequeños pormenores.

Fact or Fiction es otra de esas cosas del inglés (no hago estas referencias por pedante sino por el sencillo hecho de haber estudiado en Oxford, y lo siento, créanme). La distinción entre lo factual y la ficción no es tan simple como pretende la ingenuidad empiricista de los gringos y afines. Muchas veces la distinción no es tan clara, las fronteras no tan delimitadas.

Ayer, en un chat del Facebook, una amiga (quién lea esto creerá que tengo muchas amigas, pónte a creer) me dijo que no le encontró la gracia a mi última crónica. No me lo dijo, pero interpreté perfectamente que le pareció sucia, chocante.

¡Era mentira, chica! ¡Yo no ando por ahí con manchas de esperma en la ropa, por dios! De paso, ni siquiera vivo en Nueva Zelanda, pregúntale a quién tu quieras. Te digo más, no me llamo Jaime Costa Senra. Nadie que me haya escuchado hablar (y que esté en su perfecto juicio) cree que haya nacido en Venezuela. Pregunta pues, averigua. Todo, de principio a fin, es embuste. Yo ni siquiera me masturbo, para que sepas. Es más: ni me gustan las mujeres. Y de paso, conviene aclarar que eso de ovejitas en Nueva Zelanda, es un mito. (Tampoco me gustan los hombres, es mejor aclararlo). Todo mentira, chica, de una punta a otra de este blog, es todo invento, embuste parejo.

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