lunes, 28 de septiembre de 2009
ViVi V
Leí alguna vez una entrevista en la que Italo Calvino le recomendaba a la gente sacar cuentas. No tanto sacar cuentas sino hacer cuentas, ejecutarlas, con papel y lápiz. Cuentas de sumar, restar, dividir, ese tipo de cuentas. ¿Para qué? preguntaba muy naturalmente el entrevistador. Porque es bueno. ¿Para la memoria? Para todo, muchas cuentas, bueno para todo, respondía él. Estaba viejito.
Una vez conocí un maestro internacional de ajedrez. Uno de esos locos que juegan con relojitos dobles y mueven las piezas a la velocidad de la luz. No te da tiempo a ver las piezas, mucho menos a evaluar la posición y pensar la jugada. Cuando asistes a una partida de esas miras y miras pero no ves nada. Bueno. Este era un chaval joven, un catire poco mayor que yo. Claro que ahí mismo me puse a interrogarlo, a ver cómo le funcionaba el coco para aprender el truco de ser genio del ajedrez. Le invité un negrito en el Gran Café y lo acribillé de preguntas cognitivas de las bravas. No le pude sonsacar gran cosa pero para poder concluir algo conjeturé que probablemente él le sacaría algún placer muy especial al hecho de pensar. Oh no, yo no pienso. ¿Cómo que no piensas, chico? No. Yo veo piezas y casillas y más nada. Puede que empiece a llover y me esté mojando pero no me doy cuenta de nada. (En aquella época se jugaba ajedrez al aire libre, en Sabana Grande. A veces llovía. Ahora no sé.)
Otra amiga mía, esto aquí en Nueva Zelanda. Tiene un trabajo de mierda. Limpia sucursales de bancos y en el tiempo que le queda hace joyería artesanal. Unas piezas de jade preciosas, bellísimas, pero no vende. Se la pasa cansada y no es para menos aunque por nada del mundo prescinde de sus dos horitas de gimnasio. Todos los días. Step. Subir y bajarse y hacer morisquetas bailables encima de un banquito a un ritmo infernal, bajo una música ensordecedora. Dos horas en este merequetengue. Eso da como mil quinientos brinquitos encima del taburete, algo equivalente a subirse las escaleras de un rascacielos de cincuenta pisos. ¿Sábados también? Sí, todos los días menos domingos. Pero tú te las pasas quejándote que la limpieza te deja tan cansada, no lo entiendo... El Step no me cansa. ¿Ah no? No, nada. Verás. Entre llevar el ritmo de la música y estar atenta a los pasos de la coreografía no te da tiempo a pensar en nada.
Todos anhelamos tregua, pensar en nada, no pensar. Descansar, parar de ser. Si el primer estadio de la iluminación es el no desear, probablemente el último sea el no existir. Participar del mundo sin estar. Son cosas difíciles de explicar, claro. Pero es lo que hacemos todos a todas horas. Trabajar, por ejemplo.
Me fascina encontrar una agenda de un desconocido, por ahí tirada, olvidada en cualquier parte. Ya me ha pasado unas dos o tres veces. Creo que las busco casi inconscientemente, cuando entro a una biblioteca o a un café. Es una sensación extraña, tiene algo de voyeurismo medio raro. Y no me refiero a espiar un diario. Diario y agenda son cosas diferentes. La agenda propiamente dicha es una lista de tudus y chequemarques. No está hecha de opiniones o confesiones o posturas sino de la vida misma, trivialilla y descarada, tal como ella es. Lo que debo hacer, o quiero hacer, o me propongo hacer. Cuando, aja. Hecho, culecuá. Otra página, mañana. Llamar a Ernesto. Notario. Luz. Marcela. Dentista. Nat. R. Manguera, regalo. Corriendo de un lado a otro siempre sin que te de tiempo de nada.
A lo mejor la vida misma es así. Todos los días te entrega una hoja en blanco y le metes cosas. Y va pasando y vas anotando con vistos buenos, tildando o rayando por encima. Hice lo que me propuse o lo que debía o tenía que hacer. Vivi. Y ni siquiera tuve que pensarlo mucho. Nada malo.
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3 comentarios:
Estupendo. Me gustó mucho. Cuando yo entro en depresión -por x situación-, me saturo de trabajo para no pensar. Cuando el trabajo demanda de mí pensar, hago al revés, me busco un novio o veo tele jajaja.
Saludos.
Un abrazo.
Gracias Lukia. Espero que el trabajo te abrume ;)
Lo hace (toing!)
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