domingo, 30 de septiembre de 2012

Verbales Tiempos


Dos cuerpos se atraen. Normal. Con una fuerza directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional a su distancia. Acontece todos los días. Todo explicado, hasta el menor detallito, por Newton. Y no hablo de esas atracciones electromagnéticas, surreales, raras, (no se me confundan), que explicó Maxwell. El también, en su campo, lo explicó hasta el último pormenorcito.

La guarandinga de las atracciones, y de la física como un todo, estaba clarita como el agua, a comienzos del siglo pasado. Respetadísimas eminencias afirmaron que, por el lado de la ciencia, colorin corolario, este cuento se había acabadio. No había más para descubrir;  poco más quedaba por descifrar; apenas trivialidades a dilucidar, en fin, minucias, virutas carpintéricas a trabajar. Dios dispuso las cosas para que funcionaran, este reloj de mil engranajes cuyo mecanismo nos competía deconstruir en reverse engineering. Suena contemporáneo y complicado, pero era sencillito y obtuso con bolas. El mundo era tan papaya de entender que ya lo habíamos logrado. ¡No joda, que arrechos! Nosotros y el Deus ex machina. De panas y cómplices en ese crimen de pedantería proprio de aquellos doctores  con bastones y polainas, decimonónicos con bolas, los guevones.
 
A nosotros nos enseñaron, y entendimos con facilidad, en los primeros años de la secundaria, lo que a muchas doctas cabecitas del siglo XVIII y XIX no les entraba. Por ejemplo, la diferencia entre peso y masa. Porque aún antes de entrar a la escuela primaria, escuchamos o intuimos, majomeno, lo que era la gravedad.  Que la física se había acabado, dijeron, cuando la parte verdaderamente bonita del cuento ni siquiera había empezado.

Dentro de un siglo, los niños entenderán con toda naturalidad la teoría de la relatividad. Eso es lo que va a pasar. Que el tiempo se estira y se encoje, pue sí, pol supuesto. Ebidente. Como será evidente que vivimos en la maleabilidad del continuo espacio tiempo.

Lo que van a tener que estudiar los pobres chamos del futuro, a quienes compadezco, son las 11 dimensiones de la Teoría de las Cuerdas. La realización del proyecto intelectual colectivo más audaz de la humanidad, al cual Einstein dedicó en vano los últimos treinta o cuarenta años de su vida: la teoría del todo. La integración de la Teoría General de la Relatividad con Electromagnetismo y comportamiento cuántico. Un instrumento de 11 cuerdas de las cuales se extraen melodías del tipo: “vivimos en uno de infinitos universos paralelos que se están desarrollando simultáneamente, dentro de lo que nosotros creíamos era la única realidad posible”. Una realidad física que se volvió muy extraña y muy rara, en los últimos 60 o 70 años, pero la única posible, creíamos. Pues no. Vivimos en el Multiverso. No es broma. No son las especulaciones filosóficas, aunque no menos premonitorias, de Spinoza o Leibniz. Es en serio.  Búsquenlo en la Wikipedia, pues, si no me creen. Para eso construimos aceleradores de partículas que cuestan, en churupos reales y constantes, centenares de catedrales de Nantes.

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Dos almas se atraen. Un hombre y una mujer, por ejemplo. Y no es normal, ni por un coño, que la atracción sea directamente proporcional a las hojas de líquenes que crecen en los semáforos de Caracas, e inversamente proporcional a la raíz cuadrada de todas las aristas filosas que por colisión, erosión o fricción, se formaron ayer en el resto del mundo. ¿Qué? ¿Suena más jalado por los pelos que el Multiverso? Y no me estoy refiriendo a que las cosas acontecen en una sucesión probabilística impredecible, cadenas de Markov, teoría del caos, mariqueras. Que el amor es función de líquenes y aristas, es cálculo puro y duro, el tipo de física que le gustaba a Einstein, y no un Dios que tira dados como un Cupido borrachito tirando flechas, indio de bola. No solo vivimos dentro de uno de entre infinitos universos, sino que se trata de infinitos de Cantor: ¡unos más grandes que otros! Todos infinitos e infinita, inextricablemente conectados. Solo puede ser ahí dónde nace el amor, de dónde proviene esa cosa tan profundamente enigmática que nos baraja la vida: en uno de esos infinitos mundos, es función analítica de líquenes y aristas. Sale de un mundo y se cuela en otro. Solo puede ser. No me vengan con eso de que los iguales se funden y los opuestos se complementan. Eso lo vi en una película que hicieron de un libro de Paulo Coelho. O el lenguaje corporal, o las feromonas, dios mío. No solo es simplista de perinola, sino descaradamente estafador.

Prefiero los cuentos chino-cuánticos de la física moderna. Prefiero pensar que Belerofonte, nieto de Sísifo, el que atraviesa los cielos y se pinta el cuerpo para la guerra con los colores de la aurora, me disparó un fotón vainilla que me perforó el corazón. Y que me estoy desangrando rosas, calas, margaritas… idea que de seguro se le ocurrió a algún hagiógrafo loco de la Edad Media. Porque hay que estar aquí para entender lo que me pasa, coño. Que me tripeo viajes en el tiempo. Cuánticos y cuánticos. Me veo en la Plaza de San Marcos con ella, por ejemplo. Tan clarito como acabo de ver al monje benedictino, el biógrafo alucinado de algún santo místico que, sometido al suplicio, sangró flores y estrellas. Yo. Justo frente a mí. Y créanme. O no. Porque estoy seguro de que todos me entienden, pero a este nivel de matemático rigor fue difícil de explicaré. La sintaxis no al amor resiste. Pronombres ni escapa verbales tiempos.

Para Carlota. Ojalá le guste.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Ruego de niño mirando por el telescopio


Espía sideral
Agente secreto de la oscuridad del mundo
Rayo de mí
Extensión infinita de mis ojos
Tubito mágico
Caleidoscopio de verdad verdad
Con espejos y cuentas coloridas que son mundos.
Mensajero de mi mirada
Cañón de mega súper megatones
mi más fiel confidente
vete, llévame a las estrellas, amiguito.
Afina grados
Ajusta segundos
Apunta
Tírate por ahí y cuéntales  a todos
esta cosa loca del enigma del tiempo
hasta que sea grande y entienda mejor.
Mientras tanto, diles
que aún estoy pequeño, y no entiendo mucho.
Que me confundo con muchas cosas
pero estoy aquí.
Que nadie en la Andrómeda se olvide mí.
Yo soy el él del morral anaranjado
con unos All Stars azules bastante rotos.
Pero son los únicos zapatos que me gustan.


(Hoy damos por establecido que la luz rebota de los objetos y nos impacta el sistema óptico. Hasta casi el Renacimiento, y debido a la autoritas de Aristóteles,  se creía que la mirada nos salía de los ojos y se dirigía a los objetos. Esa es la percepción que tienen los niños, hasta que se les enseña lo contrario. Este paralelismo entre el desarrollo cultural y el cognoscitivo hasta tiene un nombre propio, bautizado por Jean Piaget, y que pertenece al vocabulario de la epistemología. Que no viene al caso. El que la mirada brote de los ojos, nos permite atravesar el mundo, el cosmos, llevarnos, transportarnos, perdernos).