martes, 2 de enero de 2018

Náufraga de comiquita y otras fantasías de isla desierta


Despierto de un inmenso, largo y profundo letargo. Aspaviento los brazos y las manos diciendo que ésta soy yo, estoy aquí, pero nadie me escucha o me ve. Llevo meses perdida en el océano, al sabor de las corrientes. Ya ni me acuerdo de tener tierra bajo mis pies, del puerto o del día en que partí. Hacia ninguna parte. Perdí la esperanza de un arribo. Y hace tiempo que dejé de gritarle a los barcos, que majestuosamente me ignoran en su certeza de tener horarios y destinos. Se me entumeció el cuerpo. Se me diluyó. Impregnados de sal, los pensamientos empezaron a estallarme como estalactitas o estalagmitas o qué sé yo. Todo claro y cristalino. Todo incierto. Me sobrevuelan pájaros enormes. Alcatraces, me imagino, cóndores improbables. Me miran, me miden las fuerzas, me evalúan. Por breves segundos. Tampoco les intereso. Mucho ni poco. Me miran con esa indiferencia de la que solo un pájaro es capaz, hacia una mujer, y me dejan ir. 

Me gustan los aeropuertos porque también yo tengo un punto de partida y de llegada. Las luces verdes y rojas, fijas y titilantes, el susurro permanente de la gente, las pancartas que giran haciendo chacachacachaca. Todo el mundo ajetreado. Unos con prisa. Otros sin prisa ni pausa. Todos pretendiendo volar, como yo lo ansío, en el sueño y la vigilia, desde niña. Todos sujetos a una puerta. Todos cargando su equipaje. Todos medio hambrientos o sedientos. Todos cumpliendo un itenerario impuesto, una ruta preferida, una escala inesperada. Pero la certeza de un destino. 

Ya no sé qué estoy haciendo, es evidente que me ahogo. Aunque he desistido de implorar socorro o ayuda. A lo mejor digo adiós. Se me mueven mucho las manos, es difícil adivinarlo. Debe parecer evidente que suplico ayuda. No menos evidente es que mi necesidad no podrá más que mi orgullo. 

A veces me siento como un hombre, bien macho. Fuerte e inconmovible como toda una piedra. Bien bruta. Que me basta con echarle una ojeada de soslayo a un mapa. “Sé mejor que el GPS, no joda. Nací y me crié aquí. Jamás le pregunté a nadie por una dirección”. Jejeje. Quisiera yo ese mapa. Leerme las constelaciones. Sentirme paloma mensajera con osciloscopio integrado al cerebro. Jajaja. Saber cómo orientarse en el laberinto de la vida. Ese tipo de cosas. Certezas. Seguridades.

Aunque todo esto estaba sucediendo antes de que me despertara. Me levanté de sopetón, a medio de otro de mis sueños recurrentes. Estaba sola. Toda alma viva ha dejado de existir en este mundo. No hay absolutamente nadie. Todos desaparecieron. No están siquiera muertos. Simplemente no están. Estoy yo sola, caminando hacia atrás y adelante, azorada, evaluando la magnitud de tamaña soledad. Se fueron y dejaron la luz encendida. Dónde se habrán ido todos, Dios mío. Es cierto. Por fin compruebo lo que siempre sospeché. Que todo era una confabulación inmensa. Que todos sabían algo que yo no sé. Todos se fueron a aquel sitio, del que nunca me contaron. Y yo como una verdadera tonta, asintiendo con la cabeza, toda sonrisas, diciéndole a todo el mundo que lo había entendido todo. Qué equivocada estaba. Como fui tan inocentemente engañada.

Me dejaron el mundo para mí solita. Más de lo que pueda abarcar. Lo tengo todo. Todo es mío. Todo el esplendor del atardecer, todo El Oro de España. Es raro. Porque ya nada me hace falta. Vuelvo a alzar los brazos y a mover las manos. Por supuesto, en vano. Aparentemente soy única y seré diferente. Sin duda proscrita y condenada. Quién sabe si soy elegida, si todos se hundieron en un pozo infernal por la condenación de sus pecados, quién sabe. En cualquier caso ya no me apetecen quesos ni vino con velas. Los pezones se me retrajeron dentro de las tetas, y las tetas dentro del cuerpo. Todo tiende a desaparecer. Es obvio que no quiero nada. Me parece absurdo salir a la terraza para hacerles señas estúpidas a las estrellas. Estoy aquí, mírenme estoy aquí. Qué necedad. 

Ya no sé qué elegir. Si morirme sola, o morir sola y ahogada. Es difícil decidir. A la gente le da mucho miedo escuchar este tipo de cosas. Normal. Aunque nadie me obliga a escoger. Y prefiero no morirme, pues. Final feliz. Todo el mundo contento, empezando por mí. Ok. Voy a vivir. De incógnito y agazapada esperando caerle al amor por asalto. Sin decirle nada a nadie. Mucho menos eso de hola soy yo, muevo mucho las manos, no sé si se me nota, me contengo para no tocarme el pelo, no puedo evitar sentirme frágil, miren la mujer invisible, coño, soy yo y estoy aquí.