martes, 22 de diciembre de 2015

Democracia en América

Es imposible desatender la campaña política del Sr. Trump. Acapara titulares casi todos los días con sus declaraciones de enfant terrible. Básicamente las intenciones del Sr. Trump son las de expurgar a los EEUU de todas la lacras que infectan la sacrosanta pureza de los Estados Unidos: la mácula de raza. Tiene un diagnóstico simples y una solución simples: expulsar a los extranjeros, a los latinos y los musulmanes (ya veremos que hará con los negros) y eso ciertamente seduce a las mentes simples.

 

La inmensa mayoría de los norteamericanos, y del resto de las personas del mndo, tienen una mente simples.  No tuvieron mucho tiempo para los sofismas de una formación política elaborada: son plomeros, albañiles, trabajadores de Ford o General Electric, cajeros de un banco, granjeros. Todos con el mismo derecho que los demás, el derecho a votar ya expresarse. Son por lo general gente buena, trabajadora, con su moral, su religión, sus principios; gente que, mayoritariamente, se siente perpleja por lo que le está sucediendo a ellos y a su Patria. En los últimos años han perdido sus empleos, porque sus empresas americanas han trasplantado sus plantas industriales a China o al Sudeste Asiático; han perdido sus casas porque les vendieron segundas y terceras hipotecas fáciles con las que se compraron camionetas extranjeras que también perdieron; perdieron las camionetas BMW y sus casas; y son sistemáticamente bombardeados con noticias del terrorismo islámico, que puede estar a la vuelta misma de la esquina. Y cómo les puede suceder en cualquier momento abdicaron de sus derechos a favor de un Estado cada vez más omnipotente y “vigilante”.

 

En mi adolescencia fui asumidamente comunista y “consecuentemente” anti-norteamericano. Decía Willie Brandt que quien no fue comunista a sus diecioco años no tuvo corazón; pero el que lo seguía siendo a los treinta no tenía cerebro. Por suerte, antes de mis veinte años me dieron a leer, en mis clases de sociología, a La Democracia en América de Tocqueville, y empecé a dudar de mis tan sólidas convicciones.

 

En Venezuela sentimos que la opinión pública internacional debe prestarnos atención, pero nosotros no sentimos el deber de prestarle atención a nadie. Y puede que hasta le resulte incongruente a alguien, que un venezolano como yo, no esté pendiente de escribir sobre la nueva asamblea legislativa y se dedique a escribir sobre las campañas primarias de Estados Unidos. Hay cosas que se aprenden en democracia, por ejemplo, que los derechos y obligaciones son mutuos.

 

Los Estados Unidos fueron, por más de doscientos años, una referencia y un baluarte de la democracia occidental. La Civilización tal como la conozco, desde que nací, fue en gran medida configurada por la historia, el papel, de los Estados Unidos. Sin embargo empiezan a aparecer sombras. Desde Reagan, pero aún más con los Bush, la democracia norteamericana se asemeja cada vez más a una plutocracia, un gobierno de ricos para ricos que ignora a las clases medias y menos favorecidas. Donald Trump es un ejemplo de ello, un especulador inmobiliario, que se ha hecho multimillonario al amparo de dos cosas: un sistema político y tributario flácido y permisible; y el uso de los medios de comunicación, no como instrumentos informativos, sino como entretenimiento bufonesco. Se trata del “Imperio de la Ilusión” cómo refiere Chris Hedges, un lúcido pensador que ostenta un Pulitzer.

 

Hace tiempo que la Democracia en América está viviendo momentos difíciles, denunciados por muchísimos de sus intelectuales, varios premios Nobel incluidos. Stiglitz, Krugman, Pickerty, Reich y muchísimos otros intelectuales de primer orden han denunciado que la inconcebible concentración de la renta y de la riqueza en manos de una supr élite está destruyendo, a nivel golbal, la confianza y el funcionamiento de las instituciones. En "El Fin del Poder" Moises Naim hace un diagnóstico muy superficial de la desintegración del poder en la sociead contemporánea y no intenta llegar a la raíz del problema: mientras más atomizado se encuentre el poder más fácil se les hace a las hiper élites su control y manipulación. Mientras estamos pendientes del matrimonio homosexual y del cambio climático, más distraídos nos volvemos del problemo político fundamental: el de cómo se organiza la sociedad para producir y distribuir, cuáles deben ser las reglas, los mecanismos de incentivo, las barreras de protección. Los más lúcidos intelectuales no se cansan de denunciar que la avaricia sin escrúpulos de los las grandes corporaciones e instituciones financieras, de sus CEOs y sus accionistas, están socavando los cimientos de una sociedad minimamente justa y equilibrada. Una sola família en los Estados Unidos, los Walton (de Wal-Mart) son más ricos que el 40% del resto de las familias de Estados Unidos. Millones de trabajadores de Wal-Mart no devenga el sueldo mínimo.

Pero apesar de las denúncias el status quo no ha cambiado, sino que culmina en esta perla llamada Donald Trump. Según él, los culpables de todos los males no son los judíos sino los latinoamericanos y los musulmanes. Es inadmisible, es digno de todo repudio y condena sin mucho más espacio para argumentación. No debemos ignorar a Trump y a Mariane Le Pen. Antes por el contrario, debemos estar muy alertas. Pero no tiene mucho sentido dignificarlos a la altura del debate.

 

Tenemos a este Sr. Trump, por un lado. Aunque tenemos, del otro lado del espectro, a los demócratas. Hillary Clinton ha proferidos breves pero muy categóricas afirmaciones a favor de la democracia en Venezuela, de las cuáles estamos agradecidos. Pero Hillary está subvencionada, comprometida, desde la partida, con los más rancios poderes pecuniarios de Estados Unidos.

 

El Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos emitió una sentencia homologando las corporaciones a las personas con relación a sus derechos para subvencionar campañas políticas. Si la situación de las subvenciones privadas estaba en Guatemala pasó a más de Guatapeor. Los llamados Super-Pac son subvenciones de decenas de millones de dólares que las grandes corporaciones hacen a los candidatos de su gusto. Es absolutamente obvio, casi natural, que un candidato se sienta comprometido en el ejercicio del poder ante un ente que le ayudó “extraordinariamente” a ganar su posición política. Y es absolutamente obvia y patente, la intención original de la corporación para hacerlo. Grosso modo, porque no estoy haciendo periodismo investigativo, Hillary Clnton está subvencionada por una docena de compañías que no solo afirmo pertenecen a la Fortune 500, eso es evidente, sino probablemente a la Fortune 20!!!

 

Bernie Sanders es otro candidato a la nominación demócrata. No tiene el respaldo de ningún Super-Pac, mucho menos de las 500 compañías más grandes de Estados Unidos. Es un viejo cascarrabias, pobre, mal subvencionado, pero terco, que está empeñado en defender sus ideales demócratas de justicia social. Su campaña se costea con las contribuciones de trabajadores anónimos de 5, 20, 30 o 50 dólares.

 

En el 2010, Sanders, como Senador por Vermont, se tiró un largo y memorable discurso en el congreso. Búsquenlo en Internet, porque considero que, más que los libros políticos de Chomsky, es una referencia absoluta en el pensamiento político contemporáneo.

 

Sanders denunció con prístina claridad lo que le está sucediendo a la Democracia en América, dónde el 0,3% de la población devenga el 23% de la renta y aún así estaba solicitando (cosa que logró) una sustancial reducción en impuestos. El 1% de la población detenta el 90% de la riqueza, y pagan menos en impuesto que los trabajadores fabriles. En Estados Unidos los rendimientos del capital son pechados con 10 o 15 puntos porcentuales menos que los rendimientos del trabajo. ¡Un trabajador de McDonalds paga más en impuesto que un especulador que coloca millones de dólares que le son superfluos, en las cajas negras de Wall Street!

 

Bernie Sanders denunció el papel que tuvo la Federal Reserve en la subvención astronómica a entidades privadas, que luego de la debacle del 2008, en las que fueron subvencionadas con capitales públicos, aumentaron sustancialmente sus ganancias y la compensación a sus administradores ejecutivos. Dos años después de la catástrofe, los ejecutivos de Wall Street, sus responsables, estaban ganando entre 30 a 50% más que antes de la debacle.  

 

Todo el mundo está sometido a la fanfarria de los medios, a la echonería vulgar de Donald Trump. Los invito a que averigüen quién es y qué hace el más humilde Bernie Sanders.