Algunos investigadores han tratado de determinar
cuáles fueron las personalidades más inteligentes de la Historia. Y destacan,
Leonardo, Goethe y Mill con coeficientes de inteligencia superiores a 200. El
promedio es 100. Cuando era jovencito me ponía a hacerme tests de inteligencia
para mí mismo, diversión tipo crucigrama. Era como hacerme la paja, solo que
más secreto y vergonzoso. Y mi orgasmo consistía en constatar que tenía entre
125 y 130. Algo que me parecía sublime en mi inocencia y que hoy día considero
absolutamente pueril y casi malsano. No solo porque existen calidades humanas
mucho más importantes que el C.I. (como la humildad, el respeto, la tolerancia,
la educación, la capacidad de amar y de hacerse amado, y un millón de cosas más)
sino porque existen millones de personas en el mundo con 130 y son campesinos o
taxistas, muchos de ellos, personas buenas.
Pero tener más de 200 es harina de otro
costal. Mill empezó a aprender griego a los tres años de edad. Entre los ocho y
los diez, se conocía el grueso de los clásicos griegos y latinos, y cuándo por
fin tuvo la destreza de manos necesaria, aprendió a amarrarse las trenzas de
los zapatos. Fue protagonista de una de las historias de amor más bonitas de
todos los tiempos, a la que dediqué una vez un cuento que está enterrado, en alguna
parte, en este blog.
Es conocido sobre todo por sus
aportaciones a una rama de la economía, el utilitarismo, teoría de la utilidad
marginal, etc. Pero su gran contribución radica en sus ensayos políticos. Por
ejemplo “On Liberty” y “Considerations on Representative Government”.
¿Porqué mi voto, el de una persona que
habla cinco o seis idiomas, que he pasado la mayor parte de mi vida estudiando
a Platón, Séneca, Cícero, San Agustin y Santo Tomás, Hobbes, Locke, Rousseau,
Hume, Voltaire, Tocqueville y paremos de contar; ¿porqué mi voto vale lo mismo
que el de un minero inglés cuya única “pensamiento” se lleva a cabo con chistes
procaces alrededor de dos o tres “pints” de cerveza? ¿Mi opinión vale lo mismo que la de él? ¿No
estamos cometiendo un error?
Valga recalcar que esta nunca fue una
cuestión que se colocó abiertamente Mills en su obra, o no en tan sinceros
términos como los colocó Platón en “La República”, por ejemplo. Pero es un leit
motif subyacente a toda la obra de los grandes pensadores políticos, desde
Marco Aurelio hasta Anna Harendt. Es un dilema moral y un conundrum lógico y
ético. Es incuestionable que cada ser humano tiene derecho a tomar las riendas
de su vida, a decidir cómo quiere vivir y por quién debe votar; votar por quién
mejor crea que puede representar sus intereses. Pero no deja de ser igualmente
cierto que la inmensa masa votante no tiene la más rudimentaria formación
política, no conoce la Historia, sus grandes aciertos y sus grandes errores,
desconoce el origen y función de las instituciones, su evolución y razón de
ser, empezando por este ejemplo mismo: por el origen y evolución del voto
democrático, universal y secreto. El grueso de la masa electoral, la que decide
en última instancia, el resultado de un proceso electoral, vota de forma
desinformada, sin la debida educación y conocimiento de causa. Vota de forma
manipulada. Y la forma de hacerlo es mediante
un proselitismo populista, colocándose a su nivel y hablando su mismo lenguaje.
Un lenguaje extremamente pobre construido sobre la base de las emociones más
vulgares, apelando, por ejemplo a sus sentimientos y emociones, en el mejor de
los casos; apelando al resentimiento y al odio, en los peores, como ha sucedido
en Venezuela.
Es un dilema moral al que se enfrenta la
democracia occidental, desde el Reino Unido a Polonia o Japón. Los régimen comunistas
(en el cuál cada vez más se enmarca el nuestro) e islamistas no tienen ese
problema. Es parte de los muchos dilemas morales, las imperfecciones inherentes
a la democracia, que no es perfecta.
A veces me digo (en la intimidad más recóndita
de mi mismo, que no confieso a nadie) que debiéramos instituir un super hiper
mega plan becario Ayacucho. La Superultra Ayacucho: todos los venezolanos
debieran pasar un año en el exterior, en un país civilizado, “normal”. Aprender
a decir “buenos días”, a respetar un semáforo y una cola, tener una hora para
sacar la basura a la calle y constatar las avenidas pulcramente limpias en la
mañana; aprender que el autobús llega a las 12:17, así haga sol o lluvia, y no “más
o menos a las doce y cuarto”, o “entre las doce y las doce y media” o “cuándo
llegue” que es lo normal; países en los que no se debe pedir ni implorar para
solicitar un servicio público, y mucho menos “pasar algo bajo cuerda”; países
en las que pedir la identificación (“!CEDULA!” como todo cajero nos vocifera
aquí cuál mastín) o tomarte “las huellas” es considerada una agresión a la
privacidad.
Gran parte de nuestros compatriotas
venezolanos, humildes pero buenos de corazón y honorables, han sido manipulados
por un discurso, un zumbido permanente, un tinitus doloroso, de instigación al
resentimiento y al odio, haciéndoles creer que la superación de la pobreza y la
desigualdad pasa por el camino de la intransigencia y el odio. Es nuestra obligación
demostrarles que eso no es cierto. Pero de cierta forma estamos claudicando de
nuestro deber, de nuestra responsabilidad.
Las masas, precisamente porque son
amorfas, son volubles. Los adecos de ayer son los chavistas de hoy y serán los
demócratas de mañana. Y para eso no valen artículos, entrevistas, opiniones,
comunicados, ruedas de prensa. Necesitamos líderes. Con capacidad de trabajo, resonancia,
poder de penetración. Que no sean tibios, difíciles de entender en su
posicionamiento, que no sean ni sí ni sopa. Que sean consecuentes. Que no
desempeñen cargos con prebendas, guarda espaldas y chóferes. Dispuestos a dar
la cara y que los metan presos. Dispuestos a luchar hasta el final con ideales
e idearios claros, intransigentes, si lo deben ser. El que no esté dispuesto
(por mil razones aceptables y dignas de empatía) que reconsidere su carrera
política y que se dedique a otra cosa. A nosotros, los venezolanos anónimos que
no tenemos afiliación política ni participamos de ruedas de prensa, a los
venezolanos de a pie, se nos está agotando toda ilusión y toda esperanza. O
nuestros líderes de oposición van a hacer algo, o que no hagan más nada. Declárense
incapaces (porque están amordazados, amenazados, etc., no importa). Qué hagan
algo o se vayan. Porque nos hacen un favor dejando el camino libre a quién está
dispuesto a hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario